El mito de Perseo es una de esas historias universales que la cultura occidental está abocada a recuperar cada cierto tiempo. Presentada originariamente por escritores griegos como Apolodoro, Sófocles, Eurípides o Hesíodo (y, más tarde, por el romano Ovidio en su “Metamorfosis”), nos habla de lo irreversible del destino, del enfrentamiento de lo humano con lo divino y, finalmente, del sacrificio por amor. Estos son conceptos que luego serían reelaborados por los artistas renacentistas y románticos, aplicándolos a nuevas concepciones más antropocéntricas del arte y la existencia. Sin embargo, para las versiones cinematográficas del mito generadas en el siglo XX y ahora el XXI, se ha preferido, no obstante, restar importancia a este carácter trascendente y filosófico y centrarse más en otras funciones primigenias del relato, ilustrar y entretener.
Tal y como había hecho previamente con “Jasón y los Argonautas”, en 1981 Ray Harryhausen se dejó llevar por su afición por la mitología para generar una cinta de aventuras. Con cierto sabor añejo ya en el momento de su estreno, “Furia de Titanes” adornaba la leyenda original para convertirla en el terreno ideal para el desarrollo del fantástico mundo de uno de los mayores especialistas en miniaturas y efectos especiales que ha dado el cine. A día de hoy esta película adolece de cierta falta de ritmo y un excesivo acartonamiento en las interpretaciones de sus actores (ni siquiera contar con la participación de grandes artistas como Laurence Olivier corrigió el hecho de que el cine de Harryhausen no es un cine de lucimiento actoral), sin embargo la magia de personajes como Calibos, la Medusa o el Kraken se mantienen intactos. Esto le ha permitido a la película perdurar, manteniéndose tal vez no como un clásico del cine, pero sí como una cinta de culto entre los aficionados al género fantástico.
Si la “Furia de Titanes” original era un tributo al cine de aventuras anterior, el de los años 60 y 70, la nueva versión dirigida por Louis Leterrier no quiere ocultar su respeto por aquella, pero prefiere tomar la forma de un cine de aventuras más cercano a las nuevas generaciones de espectadores, la marcada con el cambio de siglo por Peter Jackson para su trilogía de “El Señor de los Anillos”. Leterrier, director de origen francés y autor de películas de acción de éxito como “Danny the Dog” o “El Increíble Hulk”, sustituye los efectos artesanales de Harryhausen por efectos generados por ordenador obteniendo algunos logros (los escorpiones gigantes o el Kraken), pero también algún resbalón (Medusa resulta muy artificial). Donde sí que no se muestra respetuoso es a la hora de adaptar el mito original. Si bien en la versión del 81 la leyenda se tomaba como excusa para generar una película de aventuras, había pocas traiciones a los rasgos generales de la historia (el más destacado era el cambio del nombre de la bestia marina, que del Cetus original pasó a ser bautizada Kraken, también una monstruosidad marina, pero de origen escandinavo). En el remake, se elimina uno de los conceptos básicos (la relación de amor entre Perseo y Andrómeda) y se modifica la función de algunos personajes (la más destacada esa fusión del Rey Acrisio y Calibos), por no hablar de la simplificación de las aventuras de Perseo, eliminado algunas de sus hazañas y limitándose su odisea a la lucha contra los escorpiones, la visita a las tres Gráyades, el enfrentamiento con Medusa y el clímax final contra el Kraken. Todas estas modificaciones seguro que levantarán las críticas de los más puristas (con razón), sin embargo ayudan a definir mejor el tipo de película que se quiere obtener (entretenimiento puro y duro, sin demasiadas excusas argumentales, culturales y/o didácticas) y el público al que está dirigido (principalmente juvenil, desconocedor del mito e, incluso, de la cinta de Ray Harryhausen).
En el apartado interpretativo, tenemos como principal protagonista a una de las nuevas estrellas de Holywood, Sam Worthington, actor que está viviendo un momento especial en su carrera (tras “Terminator Salvation” y, sobre todo, “Avatar”, “Furia de Titanes” viene a reafirmar su nuevo status en la Meca del cine). No podemos negar que el actor cuenta con presencia en pantalla y su físico resulta mucho más acertado para interpretar a un héroe mitológico que el Harry Hamlin de la original (a quien no le terminaban de quedar muy bien aquellas minifaldas, todo sea dicho de paso), aunque en ocasiones abusa de cara de palo. Junto a él me gustaría destacar también a Mads Mikkelsen (recordado por sus papeles en “Casino Royal” y “Después de la Boda”), como el guerrero impertérrito Draco. El resto de los miembros del grupo de Perseo se mantienen en un nivel inferior de protagonismo, sirviendo en última instancia de carne de cañón para Medusa.
En el apartado de nombres de prestigio, esta nueva versión ha optado por Liam Neeson, Ralph Fiennes y Pete Postlethwaite (Danny Huston no tiene la reputación de los anteriores, y su papel como Poseidón ha sido tan recortado en el montaje final que pasa completamente desapercibido). De los tres, Neeson es el que acapara más la atención. En mi opinión, el carisma y la presencia del actor suplen con creces sus escasos minutos en pantalla y la ridiculez de algunos de sus diálogos (por no hablar de ese parecido en la estética con “Los Caballeros de Zodíaco” con el que más de uno no ha podido evitar bromear). Fiennes, por su parte, juega un rol más importante, como Hades, verdadero villano en esta versión, sin embargo, para mí ha sido una oportunidad desperdiciada. De no haberlo caracterizado de manera tan grotesca, un actor de sus características sin duda hubiese podido dar una presencia mucho más amenazadora y siniestra al personaje (recordemos que Fiennes es también el actor bajo el maquillaje de Lord Voldemort en la serie de Harry Potter). Finalmente, Postlethwaite tiene una participación más bien testimonial como padre adoptivo del protagonista, importante porque es quien va a marcar el código de valores de Perseo y su determinación para enfrentarse a los dioses, pero insuficiente porque los guionistas se lo quitan de en medio rápidamente.
Por último, el apartado femenino me resultó francamente decepcionante, no sólo el hecho de desplazar a Andrómeda como partenaire del héroe a favor de Ío (que culturalmente viene a ser algo así como si Romeo dejara plantada a Julieta, o si Tristán bebiera los vientos por una cortesana y no por Isolda), sino porque además las actrices elegidas manifiestan una notable falta de dotes interpretativas, especialmente una Gemma Artenton (Ío) demasiado sosa y almidonada como para resultar creíble en su papel.
En cualquier caso, “Furia de Titanes” no es una película de actores, no requiere de grandes interpretaciones, y ninguno de ellos marcará un punto de inflexión en su carrera gracias a este trabajo. Evidentemente aquí lo que imperan son, sobre todo, los efectos especiales y la acción. De los primeros, sobre los que ya hemos hecho algún comentario, opino que, para los medios con los que se contó (muy inferiores a los de una superproducción hollywoodiense actual), se obtuvieron muy buenos resultados y que cumplen su función en la película. En cuanto a las secuencias de acción, Leterrier consigue que ésta sea aparente y que dé ritmo a la película, ayudando a que los 106 minutos de duración pasen más rápido al espectador. Desgraciadamente, esa acción y esos efectos especiales vienen insertados en un guión pobre, cuyo desarrollo responde más a la estructura de un videojuego simplón (un símil que cada vez está perdiendo más y más legitimidad, teniendo en cuenta lo elaborado de algunos videojuegos y la apatía de algunos libretos cinematográficos), donde los personajes deben atravesar diferentes fases y enfrentarse a monstruos de mayor tamaño y peligrosidad. El interludio entre una secuencia de acción y otra resulta plano y carente de interés, con los actores recitando supuestas frases lapidarias para demostrar lo duros que son, sin que éstas sobrepasen el nivel de mero cliché.
Otra de las lecciones aprendidas de “El Señor de los Anillos” ha sido la de buscar localizaciones que resulten novedosas y diferentes en pantalla. Esto llevó a la producción a desplazarse a Tenerife (casualmente una isla, junto con Lanzarote, en la que Ray Harryhausen ya había rodado en 1966 otra de sus películas, “Hace Un Millón de Años”), para rodar algunas secuencias en lugares como Las Cañadas del Teide (concretamente la lucha contra los escorpiones), obteniéndose unos excelentes resultados, aunque dudo que esto suponga un enorme beneficio turístico para la isla, como sí le supusieron las tres películas de Peter Jackson a Nueva Zelanda (en parte por la poca trascendencia que va a tener la película de Leterrier, un producto de temporada llamado a ser olvidado rápidamente, y por otro por lo limitado del metraje rodado en Canarias, mostrándose principalmente su paisaje volcánico más árido y abrupto).
Mención aparte se merece la adaptación de la película al formato de 3D tan en boga en estos momentos. Y es que los productores de la película decidieron hacer la conversión a última hora, por lo que toda la planificación de Leterrier y el montaje estaban enfocados a una proyección tradicional, sin el sistema estereoscópico. El resultado es francamente penoso y hace un flaco favor a este sistema que busca asentarse entre el público. A lo largo de la película hay pocos momentos en los que las 3 dimensiones puedan lucirse debido sobre todo a un montaje de planos rápidos y cortos, pero también a una mala conversión, donde es frecuente encontrar una doble silueta en los personajes como recurso cochambroso para simular el relieve.
En definitiva, “Furia de Titanes” es una cinta a la que únicamente podemos exigirle un rato de entretenimiento vacío, sin mayores complicaciones. Desde el momento en que demandemos algo más de la película, ésta se desmoronará, produciendo en el espectador una honda decepción.
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