Empezábamos esta penúltima semana de agosto con la impactante noticia de la muerte de Tony Scott a la edad de 68 años. Impactante por la pérdida imprevista de este cineasta, pero también por el modo en el que nos abandonaba, suicidándose al lanzarse desde el puente Vincent Thomas, que une la localidad de San Pedro y la isla Terminal de Los Ángeles. Resulta paradójico que lo que en el cine hubiese sido un prometedor comienzo para una de sus películas, en la vida real se haya convertido un final tan dramático. De origen británico y hermano del también cineasta Ridley Scott, con el que compartía la productora Scott Free, Tony Scott se caracterizó toda su carrera por apostar por cintas de acción de alto voltaje, sustentadas principalmente en una narrativa ágil y portentosa, a base de planos muy cortos y estilizados y de montajes rápidos, heredados del lenguaje publicitario. En lo temático, la suya era una filmografía que apuntaba a los modos del cine de los 70, películas ásperas, rebosantes de testosterona, con personajes masculinos de fuerte personalidad y mujeres de armas tomar. Pese a que nunca rodó un western per se, la gran mayoría de sus trabajos beben de manera más o menos directa de este género. Podemos decir que si en lo formal sus películas apuntaban hacia la modernidad, en lo referente al contenido era más tradicional y conservador, con un fuerte mensaje nacionalista y patriótico (a pesar de no haber nacido en Estados Unidos), heredando su visión de las historias y los personajes de nombres como Sam Peckinpah o Walter Hill.
Las dieciséis películas que dirigió a lo largo de sus casi 30 años de carrera buscaron en todo momento ofrecer un equilibrio cohesionado y coherente entre cine comercial y un discurso propio e identificable, anticipatorio de los patrones que hoy en día definen el estilo de cineastas como Michael Bay o Antoine Fuqua. Esta forma de ver el cine hizo que durante mucho tiempo su filmografía fuera infravalorada en comparación con la de su hermano Ridley, recibiendo este el aplauso de la crítica como autor cinematográfico frente a Tony, al que se le consideraba meramente un realizador comercial. Sin embargo, mientras el creador de “Alien. El Octavo Pasajero” o “Blade Runner” ha desarrollado una carrera llena de altibajos, alejándose paulatinamente de las dos obras que le dieron la fama, su hermano lograba mantener una línea más equilibrada, viendo recientemente, tras dos décadas detrás la cámara, como sus esfuerzos empezaban a ser valorados de manera seria y su filmografía recibía el reconocimiento que se merecía. Su vocación inicial era la pintura, siendo Ridley Scott quien le metiera el gusanillo del cine en el cuerpo. Tony fue el protagonista del primer cortometraje de su hermano “Boy and Bicycle” y juntos formaron su productora especializada en trabajos publicitarios, medio en el que afianzaron sus dotes narrativas y su gusto estético, por no hablar de labrarse una fortuna que, de por si sola, les hubiese permitido vivir cómodamente el resto de su vida. De ahí que para los hermanos Scott, el cine no haya sido un fin económico, sino una necesidad artística.
Si ya el debut de Ridley en 1977 con “Los Duelistas” era una opera prima ambiciosa, basada en un relato de Josep Conrad, el pistoletazo de salida de Tony con “El Ansia” en 1983 fue absolutamente memorable. Inicialmente el director previsto para esta producción fue Alan Parker, sin embargo este, fascinado con el trabajo en publicidad de Scott, convenció al productor, Richard Shepherd, para que le encargara a él el trabajo. Ya con un reparto encabezado por Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon podemos decir que la película contaba con todas las papeletas para convertirse en un título de culto, sin embargo, el resultado fue mucho más allá de la personalidad de su trío protagonista. Para esta vuelta de tuerca sobre la mitología del vampiro, con una lectura macabra sobre la maldición de la eternidad y la pérdida del amor y la humanidad, Scott planteó una puesta en escena absolutamente moderna, que abría de manera poderosa con la brutal escena en el club, donde los vampiros protagonistas seducen a una pareja a ritmo de la canción “Bela Lugosi Is Dead” del grupo Bauhaus. Curiosamente, a partir de aquí, la cinta cambiaba de tercio y optaba por un itinerario más reflexivo y poético, con momentos absolutamente magistrales, como la secuencia del envejecimiento acelerado del personaje de Bowie, la escena de amor entre Deneuve y Sarandon (deliciosamente acompañada por “Duo de las Flores” de la ópera “Lakmé” compuesta por Léo Delibes) o el aterrador final en el que la protagonista sucumbe al despertar de sus pecados escondidos en el ático. Con esta película, Scott dejó claro su interés por un cine esteticista, donde la imagen es el motor de la historia y no al contrario.
Tras un arranque tan personal y experimental, la carrera del cineasta dio un giro de 180 grados con su siguiente proyecto, “Top Gun”, una película claramente comercial, vehículo de lucimiento para la estrella emergente de Tom Cruise, producida por Jerry Bruckheimer y con la aprobación de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses. La película se convirtió en un éxito de taquilla inmediato, creando una moda de títulos de aviación protagonizados por adolescentes (con “Águila de Acero” como ejemplo más cercano) y definiendo a Tony Scott como un cineasta con un dinamismo especial para escenificar escenas de acción y darles un sentido fresco y novedoso a través del montaje. A grandes rasgos podemos decir que “Top Gun” fue su primer western moderno, sustituyendo a los vaqueros por pilotos de combate y los caballos y las pistolas por F-14s. La camaradería que se genera entre Maverick y su compañero, Goose (Anthony Edwards), la peculiar relación de competitividad masculina en el programa de adiestramiento (con Val Kilmer interpretando al némesis del héroe, Iceman), esa sociedad estructurada bajo un código de honor regido por la jerarquía militar o la presencia de una atractiva instructora fría y dominante (Kelly McGillis) que acaba dejándose seducir por la rebeldía del protagonista perfectamente hubiesen encajado en uno de los westerns de Howard Hawks, pero pasado por el filtro de una narrativa marcadamente ochentera.
En 1987, tras el éxito obtenido con “Top Gun”, Jerry Bruckheimer vio claramente en la figura de Tony Scott al cineasta clave para encargarse de “Superdetective en Hollywood II”. Se reunió al reparto original, encabezado por Eddie Murphy, Judge Reinhold y John Ashton y se añadió como pareja de villanos a Jürgen Prochnow y Brigitte Nielsen. Para él se trataba de su primer papel destacado en Hollywood tras protagonizar “El Submarino” e interpretar al Duque Leto Atreides en “Dune”, mientras que ella aún aprovechaba la fama obtenida gracias a su matrimonio con Sylvester Stallone y que ya le había granjeado papeles en títulos como “El Guerrero Rojo”, “Rocky IV” o “Cobra” (Scott y Nielsen mantuvieron un aireado affair que acabó con los matrimonios de ambos). La película cumplió su parte como vehículo humorístico para su protagonista, pero claramente se posicionó como una secuela más enfocada a la acción y definida por el estilo narrativo de su director,destacando una dirección de fotografía de Jeffrey L. Kimball, que alterna la luminosidad de la cara más glamorosa de Hollywood con el tono crepuscular y granulado del western. El propio Scott definió la cinta como un cruce entre la primera entrega y la cinta de Walter Hill “Límite 48 Horas” (también protagonizada por Eddie Murphy). Desgraciadamente, costando el doble y sin ser en absoluto un fracaso de taquilla, la película recaudó menos que su predecesora y obtuvo una recepción menos positiva por parte del público.
Tras dos trabajos abiertamente comerciales, Tony Scott regresó a un discurso más personal con “Revenge” (junto con “El Fuego de la Venganza” lo más cerca que estuvo el cineasta en toda su filmografía del espíritu del western y del cine de Peckinpah). Inicialmente la cinta iba a estar dirigida por John Huston (otro referente claro para el estilo de Scott) con Jack Nicholson en el papel principal. Otro cineasta aspirante a dirigir esta película fue Walter Hill, quien quería a Jeff Bridges para liderar el reparto. Protagonizada por Kevin Costner el mismo año de “Bailando con Lobos”, se trataba de una contundente historia de amor, honor y venganza, ambientada en México y co-protagonizada por unos excelentes Madeleine Stowe y Anthony Quinn. Si “El Ansia” supuso una sobresaliente presentación para este director, “Revenge” se convirtió en su primera obra maestra, la confirmación de su madurez narrativa. Scott ofreció aquí una cinta cruda y descarnada, sin concesiones hacia los patrones comerciales de la industria. Quizás precisamente por esto se convirtió en una película incomprendida en el momento de su estreno, aunque poco a poco pasó a ser encumbrada como título de culto y una de las rarae aves producidas dentro de Hollywood en la década de los 90.
Tras esta pobre recepción inicial de “Revenge”, el cineasta debía reconciliarse con la industria y qué mejor opción que reunir al equipo ganador de “Top Gun” para rodar una cinta sobre carreras de coche: Tom Cruise encabezaba el reparto, Bruckheimer volvía a producir y Scott se colocaba tras la cámara, incluso se escogió como principal contrincante del protagonista a Cary Elwes, un actor con un notable parecido físico con Val Kilmer, para un papel que recordaba al Iceman de la cinta de 1986. “Días de Trueno”nació también como un capricho personal de Cruise, quien se había aficionado a practicar este deporte a manos de Paul Newman tras co-protagonizar ambos “El Color del Dinero”, sin embargo su producción no fue nada afortunada. Comenzaron a rodar sin guión, por lo que Robert Towne escribía las escenas por la noche y se rodaban al día siguiente. El resultado fue una cinta endeble, pero que alcanzaba sus mejores cotas en las escenas en los circuitos gracias a la rabiosa narrativa del director, que situaba al espectador en plena carrera, exudando adrenalina. En esta ocasión, las fallas del guion o lo irregular de la cinta no frenaron a los espectadoresa la hora de acudir a las salas, entregándole a Scott aquello que más necesitaba en aquel momento, un éxito de taquilla. A día de hoy, más allá de esas secuencias de carreras, la cinta es recordada por ser donde Tom Cruise conoció a Nicole Kidman, iniciando una larga relación que incluiría un matrimonio y otras dos películas en común (“Un Horizonte muy Lejano” de Ron Howard y “Eyes Wide Shut” a las órdenes de Stanley Kubrick).
De las manos de Bruckheimer, Tony Scott pasó a trabajar con otro de los productores de cine de acción clave de los 80 y los 90, Joel Silver, en la cinta de 1991 “El Último Boy Scout”. Con esta película, Silver se reencontraba con el guionista de uno de sus mayores éxitos, Shane Black (creador de “Arma Letal”, quien con este guion pasó a convertirse en el primer guionista en cobrar un millón de dólares por su libreto), y con la estrella de otro de ellos, Bruce Willis (a quien Silver le brindó el papel más importante de su carrera, el John McClane de “La Jungla de Cristal”). Vibrante, con personajes antológicos, repleta de frases lapidarias y escenas de acción adrenalínicas, la película está considerada como uno de los mejores ejemplos del actioner tardío de los 80 e incluso nos ofrecía uno de los primeros papeles (aunque fugaz) de la actriz Halle Berry. Una vez más Tony Scott se postulaba como un director de fuerte ímpetu comercial, pero también creador incansable de títulos de culto, venerados por una amplia audiencia de cinéfilos capaces de repetir de memoria algunas de las frases o situaciones más rocambolescas de sus películas.
Y de un título de culto a otro. Poco antes de saltar a la fama gracias a “Reservoir Dogs”, Quentin Tarantino vendió dos libretos que inmediatamente fueron llevados a la pantalla, aprovechando la nueva notoriedad obtenida por el cineasta. Uno de ellos, “Asesinos Natos”, fue dirigido por Oliver Stone, generando una animada controversia sobre el tema de autoría entre los dos artistas, mientras que el segundo, “Amor a Quemarropa”, fue dirigido por Tony Scott y ampliamente aplaudido por el autor de “Pulp Fiction”. Quedaba así claro hacia donde apuntaban las afinidades de Tarantino. Tomando como referente “Malas Tierras” de Terrence Malick (de la que incluso el compositor Hans Zimmer versionó su uso del tema “Gassenhauer”, perteneciente a la música poética de Carl Orff, como tema principal), la cinta es un encadenado de escenas de acción explosivas, unidas por antológicos diálogos y frases lapidarias con el sello particular de Tarantino. La cinta respeta por completo la identidad de su guionista, manteniendo incluso sus constantes citas cinéfilas, sin por ello restar un ápice de la potente personalidad narrativa de su director, quien de nuevo rueda esta historia como si se tratara de un western moderno, sin faltar un desaforado tiroteo para el clímax final, ni un epílogo a la puesta de sol.
De nuevo bajo el amparo de Jerry Bruckheimer y con una historia de patriotismo militar, el cineasta rodó en 1995 “Marea Roja”, sufriendo otra vez una producción que no parecía prometer buenos resultados artísticos. El guion estuvo sometido a varias reescrituras a cargo de diferentes escritores no acreditados (entre ellos, célebres script doctors como Robert Towne, Steven Zaillian y Quentin Tarantino), incluso con el rodaje ya en marcha, lo que implicaba cambiar elementos y parchear otros para no caer en incongruencias. Fue el propio Scott quien le pidió a Tarantino que revisara el texto y añadiera algunas frases que dieran personalidad y fuerza a los diálogos. Los dos actores protagonistas Denzel Washington y Gene Hackman exigieron que sus personajes fueran reescritos profusamente y que se añadieran nuevas escenas entre los dos para dejar más patente la confrontación de sus posiciones. Contra pronóstico, todos estos problemas acabaron encajando de manera adecuada, lo que sumado al fuerte carisma de los dos protagonistas, la puesta en escena trepidante e imparable de Scott (quien algunas escenas llegó a rodarlas con múltiples cámaras simultáneas para contar con diferentes perspectivas en montaje), la dirección de fotografía de Dariusz Wolski o la potente partitura de Hans Zimmer dieron como resultado un thriller bélico de alto nivel, sostenido con el trabajo de personajes y el increíble ritmo logrado a lo largo de todo el metraje.
Justo a continuación Tony Scott pasó a encargarse de un proyecto prometedor, “Fanático” con un duelo interpretativo entre Robert De Niro y Wesley Snipes. Ambientada en el mundo del deporte y lejos de querer ser un mero thriller psicológico, la película no sólo profundizaba en la personalidad conflictiva de un fan obsesionado con uno de los jugadores hasta niveles patológicos y psicóticos, sino que también analizaba las relaciones de competitividad y las presiones a las que se ven sometidos los jugadores profesionales. La narrativa de Scott resultó decisiva a la hora de dar un tono ominoso a las escenificaciones de los partidos (algo que ya había quedado patente en el prólogo de “El Último Boy Scout”) y la cinta destinó bastante metraje para describir la vida personal de los dos personajes principales, dedicando, por ejemplo, De Niro mucho tiempo de preparación del personaje a la documentación sobre el comportamiento de los fans del baseball, pero también sobre casos reales de psicópatas acosadores en Estados Unidos. Desgraciadamente, pese a esto, la cinta quedó lastrada por un exceso de duración y cierta falta de ritmo, dado como resultado una película ambiciosa e interesante, pero fallida.
En 1998 Scott volvió a reunirse con Jerry Bruckheimer para el thriller de conspiración tecnológica “Enemigo Público”. Protagonizada por Will Smith (quien consiguió convertirla en un vehículo estelar particular, a pesar de que previamente se había pensado en actores tan dispares como Tom Cruise o Mel Gibson) y Gene Hackman (quien rechazó varias veces el papel, aceptando finalmente participar tras una llamada personal de Tony Scott), la cinta cuenta también con un amplio reparto de destacados secundarios, como Jon Voigh, Lisa Bonet, Gabriel Byrne o Tom Sizemore (y otros aún desconocidos en el momento del rodaje como Jack Black, Scott Caan, Jake Busey, Seth Green o Barry Pepper). Alejado de propuestas más ambiciosas como “Fanático” o “Revenge”, “Enemigo Público” es un divertimento, una lúdica cinta de acción muy bien armada, dinámica, con personajes estereotipados, pero bien definidos y acción sin pausa. No es la mejor película de Scott, pero sí una de las más entretenidas y un paso adelante hacia el tipo de cine que seguiría desarrollando posteriormente.
A continuación llegó “Spy Game”, una potente cinta de espías (con no pocos puntos en común con “Red de Mentiras”, realizada años más tarde por Ridley Scott), ambientada en diferentes tiempos y localizaciones, con continuos saltos temporales y espaciales y que combina un apartado de acción, a través de la trama que protagoniza Brad Pitt, con intriga y suspense en el bloque burocrático que lidera Robert Redford. La elección de estos actores no parece casual, ya que uno de los primeros papeles destacados de Pitt fue en la cinta de dirigida por Redford “El Río de la Vida”, donde la crítica no dudo en etiquetar a la joven estrella como el heredero del mítico galán de los 70, basándose sobre todo en un asombroso parecido físico. Aquí ambos interpretan a un espía veterano a punto de retirarse y su principal discípulo, continuando aquel juego establecido entre las dos estrellas allá por 1992. Los continuos giros de trama, los vericuetos de su argumento y lo huidizo de cada uno de los personajes, de los que el espectador no sabe hasta el final a ciencia cierta si fiarse o no, convirtieron a “Spy Game” en un vertiginoso ejemplo de thriller de acción, dotado del implacable ritmo narrativo de un maestro como Tony Scott.
Lo que décadas anteriores era un estilo narrativo con identidad propia, ya desde mediados de los 90 había pasado a instaurarse como el canon del cine de acción debido a la masiva incorporación de realizadores procedentes del terreno del videoclip al mundo del cine. Consciente de esto, a mediados de la primera década del siglo XXI, Tony Scott probó fortuna con una mayor experimentación estética postmoderna en sus películas, manteniendo sus rasgos habituales, pero añadiendo otros nuevos, como insertar mensajes cuasi subliminales en los planos para mediatizar a la audiencia sobre el desarrollo de la acción. “El Fuego de la Venganza”surgió como remake de la cinta de 1987 “Bala Blindada” (película que el propio Scott estuvo a punto de dirigir en su momento, pero para la que fue rechazado por el estudio ya que aún no le había llegado el éxito de “Top Gun”), con Denzel Washington retomando el papel de Scott Glenn como un ex agente de la CIA contratado para proteger a una niña interpretada por Dakota Fanning. Scott llevó aquí a sus máximas consecuencias su querencia por el cine de Sam Peckingpah, rodando una película sucia, violenta, de personajes fracasados a los que únicamente les queda su creencia en un obsoleto código de honor. Este cambio en su discurso fue recibido de manera positiva por la crítica, que saludaba ahora a Scott como un cineasta maduro, personal, menos subordinado a los patrones comerciales de Hollywood, sin darse cuenta de que el cineasta no había cambiado sus modos, sino que simplemente había dado un paso natural en la evolución de su estilo habitual. Curiosamente los directores previamente tanteados para este remake fueron Michael Bay y Antoine Fuqua, dos adelantados seguidores del estilo de Tony Scott.
La excelente recepción obtenida con “El Fuego de la Venganza”, animó a Tony Scott a continuar por ese camino con su siguiente proyecto, “Domino”, pseudobiopic de Domino Harvey, ex modelo hija del actor Laurence Harvey transformada en cazarrecompensas. Con una Keira Knightley recién salida de “Orgullo y Prejuicio” y un Mickey Rourke previo a su recuperación con “El Luchador”, la cinta mantiene las constantes del cine de Tony Scott y el tipo de personajes que tanto le gustaba ilustrar en la pantalla, con la peculiaridad de que se trataba de la primera película con protagonista femenina en la carrera del cineasta desde su debut con “El Ansia”. Domino Harvey es una mujer de armas tomar capaz de superar al resto de los curtidos personajes masculinos de la cinta en su propio terreno. Por segunda ocasión, Scott experimentaba con la imagen introduciendo recursos postmodernos en el montaje, además de apoyarse en una fotografía saturada que potencia el tono sucio de los ambientes donde se desarrolla la trama. Sin embargo, una vez más la ambición del cineasta superó los resultados y lo que en su película anterior había sido recibido con aplausos, aquí fue tachado de pretencioso y sobrecargado, saldando el resultado final de la película en un nuevo fracaso para su carrera.
Este varapalo frenó las inquietudes experimentales de Scott, quien para sus siguientes películas dio un paso atrás, recuperando un tono menos trasgresor. Otro elemento que el cineasta no había recuperado en su carrera desde “El Ansia” era la temática fantástica (aunque trazos de ella se pueden encontrar en muchos de sus títulos). En 2006 regresó al terreno de las producciones de Jerry Bruckheimer con “Deja Vu”, cinta de ciencia ficción con trama de viajes en el tiempo que le reunía con dos actores de su filmografía anterior: Denzel Washington, con quien el cineasta estableció buenas migas durante el rodaje de “El Fuego del a Venganza” y que a partir de este momento pasó a convertirse en su actor fetiche, y Val Kilmer, menos apolíneo que en “Top Gun” y que también había hecho un cameo como Elvis en “Amor a Quemarropa” (el actor también llegó a participar en un episodio de la serie “Numbers”, producida por Scott Free y que estaba firmado por Tony). “Deja Vu” se amparaba en algunas de las constantes habituales del cine de Scott, especialmente en todo lo referente a su pirotecnia visual (a destacar la portentosa secuencia neural y recurrente del argumento, la explosión del ferry), y si bien las paradojas temporales que planteaba resultaban confusas e inconsistentes, estas acababan siendo poco más que un alambicado McGuffin para poder contar una peculiar historia de amor. La sintonía del director con su estrella y ese aspecto casi fantasmagórico del romance entre los personajes de Denzel Washington y Paula Staunton convierten a este título en una película atípica, aunque irregular.
Washington volvió a postularse como protagonista en el siguiente trabajo de Scott, “Asalto al Tren Pelham 1, 2, 3”, remake del clásico dirigido por Joseph Sargenten 1974. Si en aquella el duelo principal se establecía entre un peculiar Walter Matthau y un siniestro Robert Shaw, aquí el protagonista de “Malcolm X” se enfrentaba a otro actor de especial carisma, John Travolta. En esta nueva versión se reduce la relevancia de otros personajes y tramas circundantes para potenciar la contienda entre las dos estrellas (dejando casi sin esencia, por ejemplo, al personaje del alcalde del Nueva York interpretado por James Gandolfini), sin embargo, como ya sucediera en “Enemigo Público” o “Spy Game”, Scott si da especial importancia a la tecnología como herramienta narrativa a la hora de conectar a un héroe y su némesis, quienes salvo al final de la película a penas coinciden físicamente en escena. Si bien la cinta sí se veía favorecida por el carisma y la química de los dos protagonistas, esta decisión eliminó del remake los componentes de crítica social que elevaron a la original a un estatus de culto, restando interés al conjunto de la obra. Viendo la película esto último se lo podemos adjudicar más a un cambio en postproducción y la eliminación de material durante el proceso de montaje para aligerar el metraje y adecuarse a una duración Standard, una decisión habitual en Hollywood, pero que aquí en última instancia lastró las posibilidades dramáticas de la historia.
Tras los terribles acontecimientos de esta semana, la filmografía de Tony Scott se cierra con “Imparable” de 2010, una vez más con Denzel Washington, al que acompañaron Chris Pine y Rosario Dawson. Desde luego no es la mejor película de su carrera, ni merecedora de clausurar una filmografía tan especial, pero no se puede negar que, en su esencia, es puro cine de Tony Scott. Al fin y al cabo, qué puede resumir mejor las claves de su cine que ese tren desbocado que arrastra consigo un cargamento de productos químicos. Como ya sucediera con “Deja Vú”, este elemento se convierte en un titánico McGuffin para que el director despliegue no solo toda su artillería narrativa, sino para presentar a dos protagonistas exudando testosterona en un contexto que permita el desarrollo de una relación de camaradería y honorabilidad mutua. El resultado es un entretenimiento sólido, aunque carente de peso específico, más allá de la personalidad de su director y la labor de los dos actores.
La pérdida de Tony Scott deja huérfanos a varios proyectos en los que estaba involucrado, especialmente la anunciada secuela de “Top Gun” donde ya estaba acordado volver a reunir al veterano director con Tom Cruise para presentarnos a un Maverick maduro convertido ahora en el adiestrador de una nueva generación de pilotos de combate. ¿Será posible sacar adelante ahora este proyecto? Eso seguramente dependerá de la respuesta de Cruise, sin embargo, de ser así, ni esta secuela, ni el cine de acción en general, volverán a ser lo mismo sin Tony Scott.