viernes, 27 de marzo de 2015
ESTRENOS DEL 27 DE MARZO
lunes, 23 de marzo de 2015
“EX MACHINA”/“CHAPPIE”. MÁS HUMANOS QUE LOS HUMANOS
A finales de los 70, principios de los 80 del pasado siglo, uno de los temas clave del género fantástico fue el concepto de humanidad, motivado por la explosión de la tecnología, la robótica y la informática, a la vez que la muerte de las utopías sociales dejaban paso al capitalismo feroz y una visión alienada de la sociedad. El mundo occidental necesitaba redefinir sus valores y el carácter metafórico del cine de género ayudó a reflejar las dudas, miedos y anhelos próximos al cambio de siglo. Una de las cintas que más y mejor ejemplificaron esto fue “Blade Runner”. En ella, Ridley Scott debatía sobre los sentimientos como frontera final entre los humanos y las máquinas, adelantándose a un concepto hoy en día más en boga, la inteligencia emocional. Curiosamente, ahora que se acaba de reestrenar la película, esa confrontación entre inteligencia artificial e inteligencia emocional (representada entonces por la dicotomía entre los personajes de Rick Deckard y Roy Batty) vuelve a tener especial relevancia en dos estrenos recientes, “Ex Machina” de Alex Garland y “Chappie” de Neill Blomkamp.
“EX MACHINA”. VOIGHT-KAMPFF
Alex Garland ha demostrado ser un gran amante de la ciencia ficción y, especialmente, del valor especulativo y reflexivo de ésta a la hora de representar nuestra sociedad y hablar de la naturaleza del ser humano y su evolución. El uso de los patrones de género como subterfugio para ahondar en temas más intimistas y próximos no es nuevo, como tampoco lo es poner la mirada en un futuro (próximo o lejano) para denunciar aspectos actuales y/o universales. Precisamente no es difícil rememorar “Blade Runner” durante el visionado de “Ex Machina”. La representación del ser humano con síndrome de Dios ante la creación de vida artificial (identificado en la figura de Nathan/Oscar Issac), las crisis de identidad que surgen al borrarse las fronteras entre lo artificial y lo orgánico (Caleb/Domhnall Gleeson), o la necesidad emocional del nuevo ser (Ava/Alicia Vikander) apunta directamente a algunas de las secuencias clave de la película de Ridley Scott. Es más, la excusa argumental de la película (los encuentros entre los personajes de Caleb y Ava para poner a prueba las reacciones emocionales de ésta) no es otra cosa que una extensión del test VOIGHT-KAMPFF que Deckard realizara a Rachel 33 años atrás. Incluso, sin llegar a extremos tan evidentes como los que podíamos encontrar en “Blade Runner”, no es descabellado tampoco apuntar patrones de cine negro al guion de “Ex Machina”, aunque alejada de los claroscuros marcados por el género en la década de los 40 y 50 y apostando por una estética postmoderna, aséptica y fría. ¿Acaso el lado oscuro e inquietante, y al mismo tiempo atractivo y carismático, de Nathan no corresponde con la representación que el cine ha propiciado de la figura del gangster?, ¿no es Caleb ese detective naif y honesto, con aspiraciones de caballero andante, que se ve tentado por unos personajes que buscan sacar provecho de él?, ¿es Ava una dama en desgracia o una femme fatale que no duda en utilizar su sensualidad o su apariencia dulce e inocente para manipular a los hombres?
Garland arma todas estas referencias como si fuera una obra de cámara, pensada para pocos personajes, en un espacio reducido, aislado, y donde se evita la proliferación de subtramas que distraigan del argumento principal. La puesta en escena del director novel tampoco quiere despistar al espectador. Se trata de una narrativa sobria y estilizada, centrada en los tres protagonistas y los ambientes, pero evitando virtuosismos expresivos que lleven al público a fijarse más en los movimientos de la cámara que en las acciones de los personajes. Tampoco se pretende abusar de los efectos especiales, que los hay, pero están minimizados a lo puramente necesario para dar prestancia tecnológica y futurista a la estética de la película. En realidad, puestos a hablar de un verdadero hallazgo de efectos visuales, éste responde al nombre de Alicia Vikander, quien con su interpretación consigue apuntar diferentes capas de lectura a su personaje, manteniéndolo en esa fina línea que separa la interpretación afectada y mecánica del naturalismo. Resulta también fascinante ver la interrelación de los personajes masculinos (entre la admiración y el recelo, la amistad y la confrontación) y cómo esto queda reflejado en el excelente trabajo de los actores, todos conscientes del peso que recae sobre sus hombros en la película, fundamental para que la propuesta de Garland fructifique y llegue a buen puerto.
“Ex Machina” es una cinta pausada y cerebral, desaconsejable para quien vaya a la sala en busca de un divertimento meramente recreativo. La cinta requiere del espectador interacción y que salga de su zona de confort, que asimile la jerga tecnológica y que escudriñe el valor metafórico de la trama. Es cierto que Garland no saca total rendimiento de su propuesta y que como toda opera prima, la película es víctima de la inexperiencia del cineasta, sin embargo, pese a eso, sigue siendo una de las propuestas más sugestivas que tenemos actualmente en cartelera.
“CHAPPIE”. CHAPA Y PINTURA
Pese a la faceta comercial de su cine, la filmografía de Neill Blomkamp no evita dejar constancia de su propósito de reflexión social e incluso política. “Chappie” comparte con su opera prima, “District 9”, su ambientación en los guetos de Johannesburgo para representar una estructura social descompensada en un entorno de superpoblación, donde los altos índices de pobreza concuerdan con la proliferación de la delincuencia y la violencia en las calles (un entorno que en su segunda película, “Elysium”, quedaba ubicado en las localizaciones de Ciudad de México). Ante la falta de medidas sociales que la solventen, se busca coartar esta situación con brutalidad policial y medidas neoliberales (con una clara lectura anticorporativista). Como en sus películas anteriores, la respuesta a este entorno viene dada por parte de un protagonista que rompe con el status quo impuesto y se acaba estableciendo como estandarte hacia un cambio social. En este caso, ese héroe accidental es un robot dotado de inteligencia artificial, cuyo bagaje emocional reseteado le libera del peso de la violencia y el odio que ha cerrado las puertas del entendimiento entre ambos bandos; un ser inocente como un niño, pero en cuya naturaleza única y revolucionaria se encuentra la promesa de un mundo mejor.
Nacido en 1979, Neill Blomkamp creció bebiendo de toda la cultura de los 80, la explosión de la tecnología, el ciberpunk, los videojuegos, los comics, la irrupción del manga y el anime en occidente y la influencia de cineastas como Steven Spielberg, Paul Verhoeven, George Miller, o autores como Frank Miller. “Chappie” busca ser también un homenaje a todo ese bagaje, proponiendo una fusión del tono naïf del cine juvenil post Spielberg (en este caso especialmente la cinta de John Badham de 1986, “Cortocircuito”) y el estilo ultraviolento y apocalíptico de títulos como “Robocop” y “Mad Max”. No podemos negar que a nivel de estética y popurrí de referencias, la cinta despierta en el espectador iniciado cierto interés, a lo que la pirotecnia visual de Blomkamp tampoco es ajena. En este sentido, “Chappie” es una película sensorial, que entra por los ojos, y donde destacan las aparatosas y vibrantes secuencias de acción. Desgraciadamente, estos dos elementos (la nostalgia y el despliegue visual) es lo único a lo que puede agarrarse la audiencia. El guion escrito por el propio Blomkampf y Terri Tatchell (colaboradora habitual del cineasta y su esposa en la vida real) es de una torpeza supina. La trama va perdiendo coherencia a medida que avanza, la descripción de personajes es monocromática y los diálogos son de vergüenza ajena.
El supuesto mensaje antiviolencia de la cinta choca con la puesta en escena del director que se recrea en ella. Podemos aplaudir el trabajo de efectos especiales para crear a Chappie, pero eso no quita para que éste sea un personaje infantiloide y grotesco que no ayuda a que el espectador empatice con él. Tampoco ayuda que Blomkampf haya escogido para protagonizar la película a actores noveles como los miembros de la banda de electro rap-rave Die Antwoord, Ninja y Yo-Landi Vi$$er (cuyos personajes mantiene además estos nombres artísticos), mientras que Dev Patel (muy lejano de su descubrimiento en “Slumdog Millionaire”) tampoco da la talla en su papel de joven genio de la informática. Los únicos en cubrir el expediente en el apartado interpretativo son Hugh Jackman y Sigourney Weaver, pero más por oficio y porque sus personajes son más secundarios, que porque realmente contaran con material de interés para hacer su trabajo.
Al final, “Chappie” resulta una cinta demasiado pueril e insustancial para el espectador adulto, pero con secuencias demasiado violentas y un tono muy oscuro y amenazador para el público infantil. Esperemos que para su proyecto de “Alien 5” Blomkampf se esfuerce más, porque esta “Chappie” supone un nuevo descenso en su carrera tras la fallida “Elysium”.
viernes, 20 de marzo de 2015
ESTRENOS DEL 20 DE MARZO
lunes, 16 de marzo de 2015
“MAP TO THE STARS”. HOLLYWOOD BABYLONIA
Pese haber alcanzado su momento de mayor popularidad con películas de estudio como “La Zona Muerta” o “La Mosca”, lo cierto es que el idilio de David Cronenberg con Hollywood fue breve. Tras probar las mieles de la Meca del Cine a mediados de los 80, el cineasta regresó a sus producciones pequeñas e independientes en Canadá, donde siempre ha ejercido como uno de los principales impulsores de la cinematografía nacional dentro y fuera de sus fronteras. Fugaz, pero intenso, ese periodo dentro del canon (donde ejecutivos desorientados le ofrecieron dirigir títulos tan lejanos a su cine anterior como “Flashdance”, “Top Gun” o “El Retorno del Jedi”) permitió a Cronenberg hacerse una idea clara de cómo funciona ese microcosmos de envidias, ambición desmedida, comportamientos perversos y endogámicos y fantasmas internos, es decir, lo que en esencia es el macabro universo cinematográfico propio del director.
A medio camino entre la sátira corrosiva y el drama escabroso, “Map to the Stars” parte de un guion original escrito por Bruce Wagner, autor que se alimenta aquí de su conocimiento del entorno gracias a la época en que era conductor de limusinas (como Jerome, el personaje interpretado por Robert Pattinson). Con esta historia, Wagner no pretende dar un retrato exhaustivo de Hollywood, pero sí escarba en la llaga de una sociedad hipócrita, superficial y frívola, que se rige por intereses creados y amistades peligrosas. Así, temas como lo efímero de la fama, el sexo como elemento de canjeo, el chantaje emocional o el consumo de todo tipo de sustancias (algunas ilegales, otras recetadas) con el fin de soportar el vacío existencial de una vida insustancial perfilan un retrato de la industria del cine y sus participantes poco halagador y bastante grotesco. Por su parte, Cronenberg reincide en elementos recurrentes de su cine, como personajes de psicología estriada, con traumas internos que les aíslan de la realidad, y que somatizan de forma física (como las quemaduras de Agatha, el personaje interpretado por Mia Wasikowska) hasta eclosionar de forma agresiva e incontrolada. Para ello, el cineasta hace uso de su habitual puesta en escena aséptica y estilizada, emocionalmente fría, pero donde las secuencias más explicitas sirven de contraste con ese entorno de sentimientos silenciados. El lujoso entorno en que conviven estos personajes se convierte así en una tentadora jaula de oro, demasiado hermosa como para querer abandonarla, pero carente de calidez emocional. Todo resulta muy esteticista (casas vanguardistas, muebles de diseño, ropas de alta costura y coches caros), pero también tremendamente impersonal para acoger a unos personajes que han intentado acallar sus propias necesidades con el fin de integrase en ese entorno fastuoso. Sin embargo, lo que está enterrado acaba brotando y en esta ocasión el detonante es el regreso de Agatha, una Lilith expulsada del Paraíso y cuyo retorno abre heridas cauterizadas, pero nunca curadas. Resulta curioso que precisamente esta película, y pese a los antecedentes del director, haya sido la primera que Cronenberg ha rodado en territorio estadounidense. Hasta ahora, siempre había redirigido la mayor parte de sus rodajes a Toronto, pero los exteriores que necesitaba para esta historia sólo podía encontrarlos en el Sur de California (Hollywood, Beverly Hills).
El director echa mano también de su habitual habilidad para la dirección de actores, destacando especialmente una soberbia Julianne Moore y un inquietante Evan Bird. La primera interpreta a Havana Segrand, una actriz veterana, quien por un lado debe afrontar la llegada de la madurez, momento siempre temido por toda actriz en Hollywood, y por otro hacer frente al recuerdo traumático de su madre. Moore es capaz de reírse del absurdo de su personaje, representando la vacuidad de su vida, sin perder el sentido del drama. Se trata de un personaje al límite que exige de la actriz un alto grado de exposición, algo que, por otro lado, Moore siempre ha afrontado con valentía a lo largo de su carrera. Por su parte, Bird supone una revelación, un actor de rostro aniñado y cuerpo inquietante, que ilustra a la perfección ese salto de todo niño prodigio, desprovisto de infancia, a la adolescencia, con los riesgos de los excesos de la fama y el temor a convertirse en otro juguete roto de Hollywood. En su personaje, Benjie, las referencias a nombres como Macaulay Culkin o Lindsey Lohan resultan inevitables y buscadas. Físicamente, el personaje de Agatha es el más Cronenbergiano de todos, sus cicatrices son la Nueva Carne. La cinta utiliza el elemento del fuego como metáfora de la necesidad de esterilizar ese mundo infectado. La protagonista es la primera en pasar por esa cura que la deja marcada. A su regreso busca ocultar las cicatrices con su cabello, pero las quemaduras no sólo son un caso de fealdad en una sociedad que idolatra el cuerpo, sino también una prueba de haber salido de ese entorno endogámico.
Frente a estos tres personajes principales, encontramos otros secundarios, que sirven de apoyo, pero en los que se evidencia la dispersión del libreto. En los tres casos, el cierre de sus respectivas historias resulta precipitado y poco satisfactorio, carente de la progresión necesaria. Quizás el exceso de subtramas obligó a la tijera en postproducción, pero lo cierto es que nos encontramos ante tres personajes con posibilidades, que quedan reducidos a una descripción superficial, lastrando no sólo su peso en la película, sino también la importancia de su aportación a la trama global. Robert Pattinson interpreta el papel más equilibrado de la cinta, quizás por ser un aspirante, pero aún no perteneciente, al círculo de Hollywood. Inicialmente, Jerome parece representar una tabla de salvación para Agatha, sin embargo, la ambición de éste por entrar en la jaula de oro y codearse con la fauna autóctona y lo profundo del trauma de la protagonista parece convertirse en un obstáculo difícil de superar. Por otro lado, tenemos al matrimonio Weiss (cuyo apellido fonéticamente suena cercano a “vice”/vicio), interpretados por John Cusack y Olivia Williams. El primero interpreta a un falso gurú, un terapeuta de autoayuda que combina el psicoanálisis con el masaje terapéutico y cuyas sesiones con Havana parece remitir al acto sexual. La segunda interpreta a la madre de Benjie y quien dirige su carrera, responsable de la pérdida de la infancia de su hijo, vendida por la ambición de la familia.
“Map to the Stars” supone, por lo tanto, un interesante acercamiento a ese crepúsculo de los dioses que es Hollywood, aunque para ello peque de demasiada frialdad y un tono excesivamente cerebral que resta al conjunto impacto emocional, además de una trama argumental rica y jugosa, pero a la que le falta algo de cohesión para poder concretar mejor en su tercio final los múltiples hilos narrativos que la conforman. Con este título, Cronenberg sigue definiéndose como un hábil cronista de nuestra sociedad, aunque en esta ocasión el tiro no resulte tan certero como se esperaba de él.
viernes, 13 de marzo de 2015
ESTRENOS DEL 13 DE MARZO
viernes, 6 de marzo de 2015
ESTRENOS DEL 6 DE MARZO
martes, 3 de marzo de 2015
LA MAGIA DE BÁRBARA LENNIE
lunes, 2 de marzo de 2015
BIOPICS (VII). “EL FRANCOTIRADOR”. OVEJAS, LOBOS Y PERROS PASTORES
Clint Eastwood vuelve a la guerra y, como en ocasiones anteriores, lo hace con un tema candente, las experiencias de Chris Kyle, una leyenda dentro del ejército estadounidense por su alto índices de muertes confirmadas durante la guerra de Irak. Considerado un tipo duro del cine y, pese a su imagen pública mediatizada por su papel icónico de Harry el Sucio, lo cierto es que Eastwood siempre se ha presentado muy crítico con el estamento militar y las incursiones bélicas de su país. Ya lo demostró con “El Sargento de Hierro”, donde el ejército decidió retirar su apoyo a la película al ver la imagen que se daba de los Marines, y con su díptico sobre la Segunda Guerra Mundial (“Banderas de Nuestros Padres” y “Cartas desde Iwo Jima”) también dio una visión poco complaciente sobre este periodo histórico y todo el aparataje propagandístico que se montó detrás. “El Francotirador” llegó a nuestras pantallas avalado por un extraordinario éxito en taquilla en su país de origen, obtenido aparentemente por el supuesto mensaje patriótico de la cinta. Nosotros particularmente no hemos visto ese fervor nacionalista en la cinta, más bien lo contrario, un tono abiertamente antibelicista nada indulgente con ninguno de los dos bandos enfrentados.
Chris Kyle, tal y como se nos presenta en la cinta, no es ningún héroe, ni una leyenda. Es un tirador extraordinario, eso sí, pero a lo largo del metraje la cinta, lejos de ensalzar sus méritos, nos lleva a cuestionarnos los medios y el fin de sus actos, y por extensión la de todo un país erróneamente adoctrinado en unas creencias basadas en la violencia y la cultura de las armas. En este sentido resultan fundamentales los flashback a la infancia de Kyle que Eastwood emplea para establecer el bagaje psicológico de nuestro protagonista. Criado en Texas, uno de los estados más conservadores de los Estados Unidos, vemos cómo Kyle es adiestrado desde muy joven en el uso de armas por su padre (una imagen que el director retomará posteriormente, marcando su continuidad de una generación a otra), quien ensalza en su habilidad con el rifle y le adoctrina en una reduccionista visión de la humanidad dividida en tres categorías: las ovejas, los lobos y los perros pastores, es decir, los débiles, los agresores y los protectores; aunque sin matizar que el fanatismo y exceso de celo del perro pastor puede convertirle a él también en un lobo. Esta mentalidad es la que lleva al protagonista a enrolarse en el ejército tras el ataque del 11 de Septiembre de 2001, movido por un confeso afán proteccionista ante un ataque exterior, pero que posteriormente queda evidenciado que responde más a un instinto de venganza inculcado a través de los medios de comunicación y una sociedad que se considera el baluarte de la libertad.
Las apabullantes y realistas secuencias bélicas rodadas por Clint Eastwood no nos hablan de la destreza o el poder del ejército estadounidense, o de la extraordinaria habilidad de Chris Kyle para fulminar a su enemigos desde una larga distancia. Lo que presenciamos en la película, desde esas secuencias iniciales con su padre, pasando por el periodo de adiestramiento en el campamento militar, hasta sus diferentes incursiones en Irak es el paulatino silenciamiento de la moral del protagonista bajo el signo de la violencia. Se produce así un efecto especular entre ambos bandos. Los yihadistas son presentados como carniceros capaces de exponer a mujeres y niños a la violencia, colocándolos en el punto de mira de Kyle; sin embargo, no es más benevolente el francotirador que flanquea su moral para cumplir con un deber inculcado. De ahí que el principal reflejo de Kyle (mira contra mira) lo encontramos en el francotirador iraquí Mustafa (Sammy Sheik), cuyo adoctrinamiento pasa de convertirle de medallista olímpico a un asesino igual de eficaz que el propio protagonista.
Es cierto que la cinta se centra psicológicamente en el bando estadounidense, negándole su perspectiva a los iraquíes, de los que únicamente recibimos las impresiones que los soldados estadounidenses tienen de ellos desde la distancia como seres amorales y sanguinarios. El monstruoso retrato que se hace de ellos, capaces de matar a alguien a sangre fría con un taladro, parece justificar la incursión del ejército estadounidense y el retrato victimista de los soldados, sin embargo, en ningún momento podemos enarbolar las acciones de éstos como baluartes de la moral. Al final, no hay perros pastores, sólo lobo contra lobo y, en medio, las ovejas, víctimas de esta confrontación de fanatismos.
Eastwood complementa su discurso antibelicista cuando sale de zona de guerra y refleja la vida familiar de Chris Kyle. La dificultad del soldado de reintegrarse en la sociedad durante los periodos de descanso habla también del carácter contra natura de la guerra, apagando la humanidad del protagonista, quien se mantiene emocionalmente aislado de lo que le rodea y en continuo estado de alerta. Convertido en un autista social, es incapaz de comunicarse con su familia o interactuar con el resto de los conciudadanos a los que ha jurado proteger, atrapado en los continuos ecos de la guerra que habitan en su cerebro. Fuera de la zona de guerra, Kyle sigue habitando en un terreno marcado por la violencia y donde cualquier estímulo amenazador es respondido con ese mismo frenesí. Sólo cuando el protagonista comienza a cuestionar el sinsentido de lo que le rodea, podrá iniciar un verdadero regreso a casa, aunque nunca liberado del todo.
Como es habitual en su cine, Eastwood destaca principalmente por la excelente labor de dirección de actores. Bradley Cooper se empleó a fondo con este papel, no sólo a nivel físico, cambiando su propia constitución con un entrenamiento exhaustivo para encarnar de manera creíble a Kyle, sino especialmente a la hora de reflejar ese mundo interior bloqueado del protagonista. En las escenas más dramáticas, podemos reconocer en su hieratismo un fondo oscuro y violento contenido, al mismo tiempo que aporta humanidad al personaje en sus escenas íntimas con su mujer o en algunas escenas de descanso con sus compañeros de pelotón. El papel de Taya Kyle queda muy subordinado al del protagonista, pero sí da opción a Siena Miller a poder crear un personaje que el espectador pueda identificar y conocer (al contrario que en “Foxcatcher”, donde el papel de la actriz quedaba completamente anulado ante los tres personajes principales), sirviendo además de contrapunto a la personalidad de su marido. Ella resulta más abierta y liberal, más cómoda a la hora de expresar sus emociones, especialmente en lo referente al vacío que queda en la familia cuando él se va a la guerra. En cuanto al resto del reparto, el cineasta prescinde de rostros conocidos (dentro del grupo de soldados el actor más conocido es Kyle Gallner, tampoco especialmente popular), consiguiendo así un alto grado de verosimilitud en el apartado interpretativo, fundamentalmente en las secuencias bélicas.
Eastwood siempre ha sido un confeso seguidor de la vieja escuela, un cineasta clásico, de discurso depurado y libre de manierismos. En “El Francotirador” se permite algunos juegos de lenguaje postmoderno, para dar una referencia más inmediata y documentalista a la acción (juega con la cámara en mano, con el montaje fragmentado, con la perspectiva para introducir al espectador en el conflicto); sin embargo, en esencia, su puesta en escena y su manera de comprender la historia bebe de la narrativa clásica, de ahí que podamos ver incluso guiños al western (género con el que más se identifica al autor, especialmente en su vertiente como actor) en los enfrentamientos entre Kyle y Mustafa. Eastwood ofrece una excelente labor en todo lo referente a las secuencias militares, tanto en las concernientes al periodo de adiestramiento como después las que tienen lugar en las diferentes incursiones de Kyle en Irak. Su mirada mantiene cierta distancia de la acción y los personajes, una distancia que es lo que permite al espectador cuestionar lo que está viendo y tomar una postura crítica con los personajes y el contexto en el que se desarrolla la acción. Desgraciadamente, la cinta se resiente a la hora de combinarlas con las secuencias que tienen lugar en los momentos de descanso del protagonista con su familia. El contraste rompe el ritmo de la cinta, cojeando a la hora de profundizar más en la relación del matrimonio o la vida privada de ella con los hijos, que carecen del peso dramático adecuado. Sin estos elementos, la parte de la historia que se desarrolla en terreno estadounidense acaba resultando un tanto reiterativa y carente de la intensidad y tensión del relato principal.
Pese a esto, “El Francotirador”, sin estar a la altura de las obras más célebres de su autor, resulta un nuevo ejemplo de la excelencia narrativa de Clint Eastwood, capaz de aportar siempre una mirada humanista e inteligente al mundo que nos rodea, sin recurrir para ello a fruslerías melodramáticas, y manteniendo siempre un alto nivel de coherencia autoral independientemente de la historia que trate.