1. RECUPERANDO EL MODELO
El género de acción está atravesando desde hace varios años una profunda crisis de identidad, intentando adaptarse a los nuevos tiempos, sin terminar de asimilar qué es lo que la audiencia demanda de él. Con el cambio de milenio, todo parecía apuntar hacia una vertiente postmoderna, donde, como en “Matrix”, los patrones de la realidad eran flexibles y las reglas básicas de la física eran quebrantables por el bien de la espectacularidad. Los efectos digitales permitían hacer en la pantalla todo aquello que se nos pasara por la imaginación y durante años ese parecía el patrón a seguir. En este periodo, los envejecidos reyes del género de las dos últimas décadas del siglo XX (Schwarzenegger, Stallone & Co) vieron como su nicho era ocupado, no por nuevos actores (los aspirantes al trono se vieron también desplazados), sino por efectos digitales. Es cierto que parte del fracaso de la figura del Action Hero de los 80 vino determinada por una mala elección de películas y el desgaste de un modelo hundido en la autoparodia, pero por otro lado, ya no hacía falta partirse el lomo en el gimnasio día tras día, o al menos no igual que antes, el ordenador permitía que cualquier actor sin aquella preparación física pudiera realizar asombrosas hazañas más allá de toda verosimilitud (recordemos, por ejemplo, las imposibles patadas que propinaban Cameron Díaz, Drew Barrymore y Lucy Liu en las dos entregas de “Los Ángeles de Charlie”). Pero ahí radicaba precisamente el problema, verosimilitud. ¿Cuánto tiempo podría el público aguantar ese rizar el rizo, esa búsqueda de la imagen más espectacular a costa de convertir a los personajes en seres animados, con la misma maleabilidad que Bugs Bunny? Bastó con la llegada de Jason Bourne para que el público recordara que la fisicidad de la acción real ganaba en contundencia a la digital y que no hacía falta quebrantar las leyes de la gravedad para que lo que veíamos en la pantalla siguiera resultando espectacular.
Este regreso a la acción física pura y dura suponía un nuevo problema para la industria, la ausencia de actores con la presencia en pantalla y el carisma para liderar el género. ¿Solución? Volver a los clásicos, pero ¿serían las viejas glorias capaces de recuperar el favor del público? Una figura fundamental aquí fue también Sylvester Stallone, quien supo dar con el ingrediente necesario para potenciar un resurgir del estilo de cine que él había ayudado a construir décadas atrás: la nostalgia. La recuperación de personajes clásicos de su repertorio como Rocky o Rambo fue clave, pero el verdadero renacer de esta forma de entender el género llegó con “Los Mercenarios”. No importan las arrugas, o que el físico ya no sea el de entonces, el equipo Planet Hollywood estaba de vuelta y ahora contaban con una nueva estrategia. Si antes competían entre sí por el trozo mayor de taquilla, ahora lucharían por él en equipo, codo con codo. A este carro se arrimaron también aquellos que aspiraron a heredar el trono, pero quedaron desbancados ante la nueva moda digital. Jason Statham, Vin Diesel, Dwayne the Rock Johnson, que parecían perdidos en producciones de segundo grado, irremediablemente relegados al estreno directo en formato doméstico, fueron reestablecidos por el sistema. Esta nueva vía tenía un doble juego. Por un lado se buscaba adaptar el modelo anterior a una estética moderna e integrar también la presencia de algunos efectos especiales, con lo que mantener la atención del público juvenil, pero sobre todo, estimulaba el regreso de la generación anterior a la sala. El sector demográfico de entre 30 y 45 años, que se había alejado de las salas comerciales ante el monopolio de películas dirigidas a adolescentes, quiso participar de este rejuvenecimiento y reverdecer tiempos pretéritos. Este nuevo empuje ha servido para que muchos de estos actores hayan podido encadenar varios proyectos que nos irán llegando a lo largo de este año y el próximo, pero manteniendo la duda de si este revival conseguirá mantener el interés del público con estas películas individuales. De momento el arranque no ha sido todo lo positivo que se esperaba.
2. “LOS MERCENARIOS 2”. YINCANA VIGORÉXICA
Antes de “Los Vengadores” ya estaban “Los Mercenarios”, es decir, una propuesta cinematográfica repleta de estrellas, autoconsciente de sus características y del público al que iba dirigida. Tampoco es que Hollywood haya descubierto ahora la pólvora, ya en los años 30 películas como “Gran Hotel” jugaban a la fórmula de reunir en una sola película a algunos de los rostros más populares del momento, al igual que el cine histórico en los 60 o el cine de catástrofes en los 70. Por otro lado, el proyecto de reunir a las principales estrellas del cine de acción en una producción de corte bélico ya lo estuvo intentando levantar sin éxito Arnold Schwarzenegger en los 80 con proyectos como su ansiada adaptación de “Sargento Rock”. Hubo que esperar a que la reducción del caché y las ínfulas de protagonismo de todos ellos permitiera acometer un reparto tan ambicioso e incluso para la primera parte, la reunión de las tres principales estrellas de los 80 se limitó a tan sólo una escena de escasos 5 minutos. “Los Mercenarios” evidenciaba muchas carencias, que eran en su mayor parte las que arrastraba consigo mismo el género en su época de esplendor (interpretaciones deficientes, guion de derribo, diálogos de vergüenza ajena), pero jugaba con otros elementos a su favor a parte del morbo de los nombres que encabezaban el reparto. La acción era espectacular, el humor sazonaba gran parte del metraje y si bien los protagonistas no estaban para interpretar a Shakespeare, nadie les niega su carisma y presencia en pantalla. Ante el acierto de la propuesta, Stallone no tardó en poner en marcha una segunda parte, aunque cediendo el peso de la dirección a Simon West, autor de otros títulos de acción como “Con Air (Convictos en el Aire)”, “Lara Croft. Tomb Rider” o “The Mechanic”.
Como buena secuela que se precie, “Los Mercenarios 2” juega a ofrecer más de lo mismo pero aumentado, y vaya si lo consigue. La acción es más aparatosa y explosiva, dominando más metraje que en la anterior. Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis no se limitan a un cameo, sino que pasan a ser secundarios de lujo, participando plenamente de la acción. Lo mismo podemos decir de Dolph Lungren, reestablecido ahora en el bando de los buenos y que disfruta de más tiempo en pantalla que en la primera parte. A las estrellas de la cinta anterior se suman otros nombres importantes, destacando Jean Claude Van Damme, como el villano de la función, y Chuck Norris, salvando en dos ocasiones el pellejo de los protagonistas. Por contra, desaparece de la función Jet Li, participando únicamente en la secuencia de arranque de la película, y Jason Statham queda un tanto apartado de la acción principal. En el guion abundan escenas gratuitas, incoherentes o simplemente absurdas, pero dado que muchas de ellas están pensadas como guiños privados de los actores hacia sus fans, quedan justificadas dentro de ese tono autorreferencial del que se alimenta la película. Por el resto, West se las apaña para distribuir de manera equilibrada el lucimiento del elenco en pantalla, tanto en lo que se refiere a la acción, como en los típicos chascarrillos que actúan de guiños al espectador especializado. No es que sea un gran director, pero en esta ocasión cumple los requisitos y ofrece un producto palomitero más compacto que el que realizara Stallone con la primera entrega.
3. “JACK REACHER”. SI TIENE USTED ALGÚN PROBLEMA Y SI LO ENCUENTRA, TAL VEZ PUEDA CONTRATARLE.
Originariamente, Tom Cruise no formó parte del actioner de los 80, su incursión en el género de acción comienza con “Misión Imposible” en 1996 (aunque hay también algunos antecedentes en su carrera como las escenas de boxeo de “Un Horizonte Muy Lejano” o el clímax final “La Tapadera” que ya anticipaban este giro hacia una interpretación más física). Él, junto con Nicholas Cage o Keanu Reeves, marcó un cambio de modelo, dejando atrás los cuerpos hipermusculados de la década anterior para proponer una versión más estilizada y cotidiana al público, además de optar por actores de trayectoria interpretativa más reputada (Cruise ya había sido nominado a los Oscars por “Nacido el 4 de Julio”, mientras que Cage acababa de ganar el suyo por “Leaving Las Vegas” cuando protagonizó “La Roca” en 1996). Desde la primera entrega de las aventuras de Ethan Hunt, Cruise ha sumado su gusto por los deportes de riesgo con las escenas de acción de sus películas, prescindiendo siempre que ha sido posible de dobles y trucajes para realizar él mismo las proezas que se ven en pantalla. No todas las películas que ha realizado fuera de la saga de “Misión Imposible” le han funcionado en taquilla, pero a estas alturas nadie le puede negar un puesto de honor en el género de acción. “Jack Reacher” nació precisamente con la intención de sumar una nueva franquicia lucrativa a su carrera, aprovechando la serie literaria creada por el escritor Lee Child y en especial el carácter del héroe de estas novelas. Jack Reacher es un héroe forjado en el estilo de la década de los 80. Adusto, individualista, perspicaz y experto en el combate cuerpo a cuerpo. Antiguo militar desilusionado con el cuerpo, vive de acuerdo a sus propias normas y ajeno a la sociedad, apareciendo misteriosamente allí donde se le necesita, para finalmente desvanecerse cuando ha cumplido su cometido.Para dirigir la película, Cruise contó con Christopher McQuarrie, con quien ya había colaborado en “Valkiria”, en la que éste se había encargado del guion, y su nombre ha aparecido como posible encargado de la quinta entrega de “Misión Imposible”, además de firmar el libreto de “All You Need Is Kill”, cinta de ciencia ficción dirigida por Doug Liman, de nuevo para lucimiento de Tom Cruise.
Narrativamente elegante, McQuarrie elaboró una cinta de sabor añejo, con toques propios del cine de los 70 y donde destaca secuencias como el tiroteo inicial, el enfrentamiento del protagonista con un grupo de matones de pueblo y la impactante persecución automovilística. Cruise domina con facilidad el protagonismo de la película, recreándose en esa personalidad seca y directa del héroe, y entre los secundarios destacan especialmente el siempre efectivo Robert Duvall, quien con pocos minutos en pantalla eleva la categoría de su personaje, y la siniestra presencia de Werner Herzog como villano. Desgraciadamente, ni el depurado refinamiento del director, ni la presencia de la estrella logran imponerse a los puntos flacos de la cinta. El principal es un guion deficiente y predecible, donde el principal recurso para situar al héroe intelectualmente por encima de los otros personajes es básicamente tratar a estos como idiotas en lugar de trabajarse una trama verdaderamente compleja. No es que Jack Reacher sea ninguna lumbrera, es que los demás actúan de manera torpe e incompetente. Ahí quien sale peor parada es Rosemund Pike. La que fuera chica Bond en “Muere Otro Día” y que demostrara que podía sacar adelanta personajes femeninos aguerridos en “Ira de Titanes”, aquí ejerce de chica florero, absolutamente artificial y forzada. El resto del reparto cumple como puede con unos personajes planos y carentes de esencia alguna. Al final, la falta de garra y la previsibilidad de estos y la historia convierten a este producto en una especie de episodio piloto televisivo, pensado para dar salida a nuevas aventuras de Jack Reacher, pero que a la postre no convence más que aquellas aventuras de sobremesa que proponían en los 80 producciones como “El Equipo A” o “McGyver”.
4. “EL ÚLTIMO DESAFÍO”. RIO ARNOLD
En este intento de resurgir del
actioner de los 80 cumple un apartado especial el regreso de Arnold Schwarzenegger a la interpretación tras una década de ausencia por sus compromisos políticos como Gobernador de California. El que fuera el rey indiscutible del cine de acción hollywoodiense entre 1985 y 1996 no regresa con aspiraciones de volver a sentarse en su trono, pero sí con esperanzas de recuperar a su público y demostrar, como su amigo y otrora principal competidor Sylvester Stallone, que quien tuvo retuvo. Para su primera cinta en solitario, el coloso austríaco ha hecho una de esas apuestas que en su día le validaron como una estrella con buen ojo a la hora de relacionarse con los directores adecuados (precisamente, una de las carencias que no permitieron crecer más la carrera de Stallone) y en “El Último Desafío” se ha aliado con Kim Jee-Woon, director surcoreano responsable de títulos de éxito internacional como “Dos Hermanas” o “Encontré al Diablo”. Jee-Woon cuenta tras de sí con una carrera heterogénea, alternando géneros y aportando su personal impronta en cada uno de ellos.
La película fusiona diferentes fuentes, presentándonos un western contemporáneo, un cruce entre “Río Bravo” y el actioner de los 80, todo agitado en la particular coctelera visual de Jee-Woon que da un ritmo vertiginosos a las escenas de acción. Schwarzenegger se pone en la piel de un sheriff crepuscular, que disfruta de unos últimos años de carrera tranquilo en un pequeño pueblo fronterizo tras años de vida violenta. Le acompaña un equipo de agentes acostumbrados a situaciones sencillas propias de una comunidad apacible y claramente desprevenidos para lo que está por venir. Por su parte el villano es un narcotraficante mexicano, aficionado a los coches de carreras y protegido por un equipo de profesionales bien equipados, para los que las fuerzas del FBI no son obstáculo, pero que no contaban con la interrupción del viejo sheriff.
La cinta es claramente un vehículo para Schwarzenegger, quien recupera las claves de los personajes que le llevaron al éxito: tipos rudos, de pocas palabras, pero en los que se alterna la presencia física con un peculiar sentido del humor. A este regreso, el actor le añade un toque crepuscular, con ecos del proceso similar empleado por Clint Eastwood, donde no se escondía la edad de la estrella frente a personajes de acción. Schwarzenegger cumple, aunque quizás sus fans hubiesen agradecido una mayor participación en las escenas de acción, ya que salvo algún conato esporádico, la estrella no entra en materia hasta el clímax final. Durante dos tercios de la película, la acción queda delimitada a las secuencias que describen la huida del narcotraficante y los vanos intentos del FBI por deternerle. Es cierto que ese villano con habilidades automovilísticas pone en peligro la suspensión de incredulidad del espectador, sin embargo entendemos esto como uno de aquellos habituales excesos de los que gozaban los personajes de los 80. Además, esto da pie a escenificar unas potentes escenas motorizadas, con las que el director juega narrativamente para proporcionar a la cinta un impactante dinamismo. El tercio final nos presenta un agresivo enfrentamiento entre las fuerzas del pueblo y el grupo de mercenarios. De nuevo, se juega aquí al exceso, apostando por el humor como eficaz herramienta para atenuar el sinsentido de este extendido desenlace. Todo esto convierte a “El Último Desafío” en una cinta claramente anacrónica, pese a la narrativa moderna de Kim Jee-Woon y los efectos especiales digitales. Su estilo y tono responde al cine que triunfaba en los años 80 y posiblemente, aquí encontremos parte de la explicación de la fría respuesta comercial que ha tenido. Hace 25-30 años la audiencia aceptaba estos desfases y excesos con aplausos, pero la audiencia juvenil actual se encuentra totalmente descontextualizada de esta herencia. Nosotros tenemos que confesar que, en general, la cinta nos pareció un producto desprejuiciado, entretenido y francamente divertido, únicamente lastrado por ese villano interpretado por Eduardo Noriega (¿realmente alguien pensó que el actor español podía suponer un contrincante verosímil para Arnold Schwarzenegger?, además el personaje se resiente aún más en nuestro país, donde el actor se dobla a si mismo, manteniendo su acento habitual pese a interpretar a un mexicano). Del resto de los actores, encontramos resultados desiguales, destacando los nombres más veteranos como Peter Stormare, Forest Whitaker, Luis Guzmán o, incluso, Johnny Knoxville o la breve aparición de Harry Dean Stanton. Habrá que esperar a ver por dónde se sigue desarrollando esta nueva etapa de la carrera de la carrera de Arnold Schwarzenegger. De momento, este primer intento se ha saldado con un varapalo para la estrella, a la que ahora le queda por delante los estrenos de “The Tomb”, junto a Stallone, o “Ten”, versión de la novela de Agatha Christie “Los Diez Negritos” adaptada al formato de cine de acción, con dirección de David Ayer (“Los Dueños de las Calles”, “Sin Tregua”).
5. “LA JUNGLA. UN BUEN DIA PARA MORIR”. YIPPEE KI-YAY COMO PUEDAS
Frente a Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone, en los 80 Bruce Willis vino a representar a un héroe más terrenal, físicamente menos contundente, pero con una mala baba y una ironía que le emparentaba con los personajes de sus socios de Planet Hollywood. Sus personajes no se limitaban a vencer a los villanos, sino que previamente los humillaba con su desprecio y sus chistes malos. De todos ellos, el más característico y el inspirador de lo que vino a continuación fue John McClane, un policía con la mala costumbre de encontrarse siempre en el lugar equivocado en el momento apropiado. La primera entrega de “La Jungla de Cristal” se convirtió en un referente necesario para el cine de acción de los 80 y lanzó la carrera cinematográfica de la estrella, que en esa época ya era popular por su papel en la serie de televisión “Luz de Luna”. En sus tres primeras entregas, las aventuras de McClane lograron mantener un estilo y un personaje, parapetándose como referentes del actioner durante una década (entre 1988 y 1995), en gran parte gracias al toque particular impreso por sus realizadores, John McTiernan y Renny Harlin (ambos caídos hoy en día en desgracia, el primero por problemas legales, el segundo por una larga sequía creativa). Hay que precisar que a diferencia de sus más directos competidores, Willis se ha sabido adaptar a los cambios del género con títulos como “El Quinto Elemento”, “Armageddon”, “Sin City” o “Red”, además de ser más versátil, capaz de alternar con el drama, la comedia o la fantasía, o saltar de una superproducción al cine independiente. Con el cambio de milenio, Willis retomó su papel con una cuarta entrega de “La Jungla de Cristal” que ya desnaturalizaba el modelo original y en especial las características de su héroe, que dejaba de ser un personaje más humano para ya adentrarse en el terreno superheróico. Pese a esto (y teniendo en cuenta los beneficios dejados por la cuarta entrega) el actor se mostró satisfecho con el resultado, y esa aparente adaptación a un modelo de cine de acción moderno. Dispuesto a no dejar que la edad le escatimara nuevas oportunidades de interpretar a su personaje insignia, enseguida se anunció el regreso del personaje con una quinta entrega que en esta ocasión ha dirigido John Moore, ante la apretada agenda de su predecesor, Len Wiseman.
John Moore es un ejemplo de las prioridades y las carencias del nuevo cine de Hollywood. Es un director que tiene el favor de los estudios porque se ajusta a los presupuestos, no se pasa del calendario de producción y sus películas suelen tener una buena respuesta en taquilla, sin embargo, todas ellas reciben pésimas críticas y el boca a boca de los espectadores suele ser bastante desalentador. ¿Cuál puede ser entonces el secreto de su éxito en taquilla? No tenemos respuesta para esta pregunta, tal vez el involucrarse en proyectos a priori potenciales (un remake de “La Profecía”, una adaptación de un videojuego tan popular como “Max Payne” o esta nueva entrega de “La Jungla de Cristal”), la presencia de actores de gancho comercial (Mark Wahlberg, Bruce Willis) o unas campañas publicitarias efectivas. Lo cierto es que sí ya de por sí “La Jungla 4.0” supuso un abandono de las claves que habían caracterizado las tres primeras entregas, el declive que evidencia “La Jungla. Un Buen Día para Morir” es aún más deprimente. Aunque tampoco es correcto responsabilizar al 100% a John Moore del desbarajuste. Si ya de por sí la presencia del director no inspiraba confianza, un libreto escrito por Skip Woods, responsable de los guiones de subproductos como “Hitman” o “X-Men. Orígenes: Lobezno” no mejora las cosas. Lo cierto es que esta nueva aventura de John McClane busca inundar todo el metraje de explosivas secuencias de acción, de manera que prácticamente no haya pausa entre una y otra, aderezándolas con mucho humor. El problema está cuando se impone la acción por la acción y se abandona por completo la coherencia argumental o la descripción de personajes. Sí, “La Jungla. Un Buen Día para Morir” es un no parar de persecuciones, disparos, peleas y explosiones, pero éstas se suceden con tal desatino, de una manera tan patéticamente grotesca y absurda, que carecen de toda efectividad. A esto se le suma la nula capacidad narrativa de John Moore, quien pretende emular el estilo cámara en mano y planos cortos de los Jason Bourne de Paul Greengrass, mareando al personal y convirtiendo la acción en prácticamente inapreciable. McClane llega a Rusia y protagoniza una aparatosa persecución por las calles de Moscú, destruyendo todo tipo de vehículos y mobiliario urbano, pero de la extensa secuencia, el espectador percibe poco, perdido entre la falta de claridad de la puesta en escena y la vacía saturación de elementos que no aportan nada, salvo ruido y algunos ridículos momentos de humor. De ahí en adelante, todo es un suma y sigue de despropósito en despropósito, culminado la película con un clímax con los dos McClanes paseándose en plan machotes entre material radioactivo y a una temperatura bajo cero en mangas de camisa. ¿Hay algo salvable entre tanto disparate? Quizás Bruce Willis en uno o dos momentos, donde su personaje logra dejar de ser una patochada paródica de sí mismo y consigue salir a la superficie a coger alguna bocanada de aire.
6. “UNA BALA EN LA CABEZA”. CON UN PAR DE HACHAS
El éxito de “Los Mercenarios” ha permitido a Stallone cierta manga ancha en Hollywood para desarrollar nuevos proyectos, siempre y cuando estos se mantengan dentro de los márgenes del cine de acción. Por ello la estrella, quien en ocasiones anteriores ya había demostrado ser leal con sus amigos y echar una mano a los que, como él, han pasado por el olvido de Hollywood, ha querido rescatar un nombre importante para el cine de testosterona de los años 70 y 80, Walter Hill. Heredero de la impronta de Sam Peckinpah, Hill debutó en 1975 con un espléndido trabajo titulado “El Luchador”, donde ya apuntaba las claves de su estilo: personajes monolíticos, violencia descarnada y una puesta en escena sobria y sin florituras. En los años siguientes, esto quedó refrendado con películas como “Driver”, “Los Amos de la Noche”, “Forajidos de Leyenda” o “La Presa”. En los 80, dejó algunos ejemplos en el terreno del actioner como “Límite 48 Horas”, “Calles de Fuego”, “Traición sin Límites” o “Danko Calor Rojo”, sin embargo, a Hill le gustaba la acción directa y sin excusas cómicas. Por otro lado, frente a su labor de director, contaba con una reputada filmografía como productor, especialmente como uno de los responsables de la franquicia “Alien”. En lo 90, su carrera en el cine se fue diluyendo e inició la transición al terreno de la televisión. Aún así, películas como “Gerónimo. Una Leyenda”, “Wild Bill” o “El Último Hombre” siguieron dejando constancia de su talante especial. El desencuentro definitivo de Hill con la industria del cine se produjo a finales de los 90, cuando las intromisiones del estudio en su película de ciencia ficción “Supernova” le llevaron a abandonar el proyecto durante la postproducción, siendo acabada ésta por su amigo George Lucas y estrenándose con escaso éxito. Desde entonces Hill había estado refugiado en la televisión, con trabajos como “Deadwood” o “Broken Trail”, fiel a su máxima de que si no podía hacer cine como él quería, no dirigiría ninguna película. Durante su etapa de esplendor, Hill ofreció en varias ocasiones a Sylvester Stallone trabajar juntos, sin embargo, la agenda de la estrella por aquel entonces no lo hizo posible. Tras “Los Mercenarios”, Stallone reflotó aquella propuesta y recuperó a Walter Hill para el cine con “Una Bala en la Cabeza”, adaptación de una novela gráfica de Alexis Nolent.
El director inicialmente previsto era Wayne Kramer, responsable de “The Cooler” o “Territorio Prohibido”, pero diferencias creativas de éste con Stallone y un guion insatisfactorio posibilitaron la incorporación de Walter Hill. Desgraciadamente, Kramer tenía razón. El guion de “Una Bala en la Cabeza” es francamente deficiente, plagado de situaciones absurdas, giros argumentales carentes de coherencia y personajes mal definidos. Los papeles de Sung Kang, Sarah Sahi o Christian Slater son totalmente prescindibles y carente de sustancia alguna. Al menos Slater echa mano de su histrionismo acostumbrado y Sahi luce palmito, pero Kang evidencia una notable falta de carisma en esta película (al contrario de lo que habíamos podido ver en su apariciones en “A Todo Gas”) y, tratándose del coprotagonista de la cinta, esto lastra tremendamente el resultado final. Sólo se salvan de la quema Stallone y Jason Momoa, en parte por ser los que mejor se ajustan al patrón heroico del director y al tono de la cinta. Hill por su parte, parece obviar las deficiencias del guion y se concentra en construir una atmósfera y unas secuencias de acción que llevan claramente su firma. Esto es lo que mejor funciona de la película. El arranque con los dos sicarios acudiendo a una habitación de hotel a eliminar a su víctima, la confrontación posterior con el personaje de Momoa en una cafetería o el clímax final con la pelea de hachas demuestran que Walter Hill sigue en plena forma, aunque desgraciadamente el suyo sea un estilo ahora anacrónico con los esquemas de la industria de Hollywood. Con un mejor guion y una mayor predisposición por parte de industria y público a esta forma de entender el cine de acción, otro gallo hubiese cantado, pero lo cierto es que “Una Bala en la Cabeza” se salda no sólo como un proyecto artísticamente fallido, sino también como un sonado fracaso de taquilla.
7. “G.I. JOE. LA VENGANZA”. HOO-HA
Llama la atención una moda reciente de Hollywood. Cuando una película ha fracasado en taquilla y a su vez ha obtenido críticas nefastas, en lugar de cerrar el chiringuito, se apuesta por un falso “mea culpa” y se justifica la producción de una secuela bajo el lema “ahora lo vamos a hacer mejor”. En alguna ocasión, hemos podido ver esta mejoría (el ejemplo más reciente es la última versión de “Juez Dredd”, infinitamente mejor y más respetuosa con el material original que la cinta protagonizada por Sylvester Stallone en 1995), pero por regla general, se sigue cayendo en los mismos errores que hicieron fracasar la primera entrega. “Ira de Titanes” tenía un guion igual de ridículo y chapucero que “Furia de Titanes”, y tres cuartos de lo mismo podríamos decir de “Ghost Rider. Espíritu de Venganza”. En 2009, un Stephen Sommers al que el varapalo de “Van Helsin”, sorprendentemente, aún no le había bajado los humos, se puso al frente del salto al cine de los “G.I. Joe”, al mismo tiempo que Hasbro se frotaba las manos imaginando la nueva montaña de millones que esta franquicia le iba a reportar tras los buenos resultados de los “Transformers” de Michael Bay. Sommers adaptó las claves del éxito de Bay a su estilo y presentó una cinta de fantasía, repleta de imaginativos artilugios tecnológicos y nanotecnológicos, efectos especiales y un reparto formado por antiguas estrellas y jóvenes aspirantes a serlo. El guion no superaba el nivel de fantasmada, confundiendo astracanada con espectáculo, rellenando dos horas de metraje de situaciones grotescas y efectos especiales sin mayor peso dramático que pavonearse de los 175 millones de dólares de presupuesto. Afortunadamente, lejos de dejarse tentar por los cantos de sirena de la campaña promocional, el público dio un toque de atención a la producción, dejando los ingresos muy por debajo de lo esperado y congelando las intenciones del estudio de continuar inmediatamente con la secuela.
Tras un periodo de reflexión, se encontró una solución. Habría segunda entrega, pero esta debía someterse a muchos cambios: menor presupuesto, menos efectos especiales, cambio de reparto, nuevo director y cambio de tono. El cineasta escogido para tomar el relevo fue John Chu, joven realizador de videoclips, avalado únicamente por el éxito de dos cintas de baile, “Street Dance” y “Step Up Revolution”, sin duda alguien mucho más asequible que el caché de Stephen Sommers. Se exigió un tono más (hasta cierto punto) realista y no tan fantástico o futurista, de ahí un acercamiento al género del actioner y el bélico, pero sin desatender la espectacularidad de la acción. Para asegurarse al público estadounidense, se potenciaron los componentes patrióticos de la historia, olvidando el espíritu internacional del equipo que integraba la primera aventura. Se le dijo adiós a Dennis Quaid, Marlon Wayans y Rachel Nichols a favor de estrellas más fiables dentro del género de acción y que aportaran un aspecto más rudo y aguerrido a los personajes, como Dwayne The Rock Johnson, Bruce Willis o, en el bando de Cobra, Ray Stevenson. El caso de Channing Tatum es particular. En 2009, su carrera estelar tenía que haber dado el salto gracias a “G.I. Joe”. La falta de confianza del estudio en él les llevó a ofrecerle una breve aparición para pasar el testigo a Johnson, justo cuando el actor despuntaba ya como nuevo rostro comercial de Hollywood. Otros actores como Ray Park, Byung-hun Lee o Jonathan Pryce sí mantuvieron su puesto, mientras que, con el fin de embellecer un poco ese reparto repleto de testosterona, se escogió a los actores D.J. Cotrona y Adrianne Palacki para que lucieran palmito por la pantalla. Chu se ajusta a una puesta en escena y un montaje más propio del cine de acción moderno, con profusión de planos cortos y rápidos para dar dinamismo a la imagen, aunque para ello se sacrifique visibilidad de lo que está sucediendo en pantalla. Aún así, consigue que algunas secuencias, como la incursión en busca de las cabezas nucleares o el enfrentamiento ninja en el acantilado de la montaña resulten impactantes al espectador. Se apuesta por una mayor fisicidad de la acción, quedando los elementos digitales como complemento o adorno, salvo momentos puntuales como la obligatoria secuencia de destrucción masiva de un enclave geográfico importante. Sin ser ningún prodigio de la interpretación, la incorporación de The Rock, Ray Stevenson y los escasos minutos de Bruce Willis da contundencia a esa acción física que quiere desplegar el director, algo que no se puede decir de D.J. Cotrona y Adrianne Palacki, especialmente esta última que por mucho que intente poner cara de chica dura, está claro que al director y los productores les interesa que el espectador se fije más en otras partes de su anatomía. Desgraciadamente, más allá del carisma que cada actor pueda aportar a su personaje mientras manejan armamento pesado, poco más podemos encontrar en esta película. La descripción de personajes es chapucera hasta rayar lo vergonzoso con su patriotismo de cartilla; el argumento se zambulle en el patetismo y el absurdo más cochambroso (¡secuestran al Presidente de los Estados Unidos y lo esconden en un cuarto de servicio dentro de la propia Casa Blanca!); algún personaje cambia de bando con una excusa de lo más pobre y delirante; y se intenta dar un poso psicológico a algunos de ellos casi como si fuera un chiste (esas carencias afectivas del personaje de Adrianne Palacki y su choque paterno filial con Bruce Willis). En definitiva, si la idea era que “G.I. Joe. La Venganza” fuera diferente que la primera entrega, se ha cumplido el objetivo, pero si además se quería que fuera mejor, el resultado es igual de lamentable. Desgraciadamente, a Hasbro el truco les ha funcionado y la cinta sí ha logrado triunfar en taquilla, por lo que en un corto plazo de tiempo tendremos una tercera entrega en la gran pantalla.