Esta semana la revista “Sight and Sound”, bajo la opinión autorizada de un total de 846 expertos en cine entre distribuidores, críticos, académicos y escritores, ha publicado su lista de las diez mejores películas de la historia del cine. Sin querer entrar en la validez o no de listas de carácter tan subjetivo, donde por necesidad las ausencias son muchas y muy notables, uno de los aspectos más repetidos por los medios que se han hecho eco de la noticia es la destitución de “Ciudadano Kane” de Orson Welles como la Mejor Película de la Historia del cine, siendo sustituida por “Vértigo. De Entre los Muertos” de Alfred Hitchcock.
Hablar de “Vértigo” es referirnos no sólo a una de las obras maestras hoy indiscutibles del maestro Alfred Hitchcock, es también hacer mención de una de las mayores obras de arte que ha dado el cine en sus años de historia. Presentada bajo el amparo de un gran estudio como la Paramount, y disfrazada de intriga detectivesca con historia romántica de por medio, esta película ha ido creciendo a lo largo de estos 50 años que han pasado desde su estreno en el festival de San Sebastián en 1958. Como en todas las películas de director británico bajo la superficie se esconde una cinta compleja, multirreferencial, que bebe del romanticismo pictórico y musical, pero también de las teorías del psicoanálisis y explora nuevas formas para la narrativa cinematográfica.
Como tantos otros títulos de la filmografía de Alfred Hitchcock, el origen de la película lo podemos encontrar en una novela, un bestseller titulado “Entre los Muertos”, escrito a dos manos por Pierre Boileau y Thomas Narcejac (cuyo nombre también ha estado vinculado con otros clásicos universales del cine como “Las Diabólicas” de Henry G. Clouzot y “Los Ojos sin Rostro” de Georges Franju). En esta narración se encontraban los elementos básicos que interesaron a Hitchcock: el detective con trauma psicológico, la mujer obsesionada con el espíritu de una antepasado suyo, una historia de amor fatalista, el engaño al que se ve sometido el protagonista y el descubrimiento de la doble. Sin embargo, lo que sobre el papel no era más que una novela detectivesca al uso, en manos del director pasó a ser la excusa para una envolvente película, de romanticismo desbocado, plásticamente sugerente, que lograba gracias a las imágenes llevar más allá los simples apuntes del argumento literario.
Para esta película Hitchcock contó con un presupuesto de aproximadamente dos millones y medio de dólares, rodeándose por gran parte de su equipo habitual. El papel principal, el del detective Scottie Ferguson, se lo concedió a uno de sus actores fetiche, James Stewart, quien tuvo aquí la oportunidad de desarrollar un personaje más ambiguo de lo que habitualmente se le permitía en otro tipo de producciones. Es cierto que representa al héroe de la historia, sin embargo, el grado de obsesión que desarrolla en la película, además de su fijación erótica morbosa con el recuerdo de su amante muerta, lo aparta de esa imagen de americano medio y honrado que generó en títulos como “El Bazar de las Sorpresas”, “Historia de Filadelfia” o “¡Qué Bello Es Vivir!”.
Para el papel femenino, Hitchcock había pensado en un principio en la actriz Vera Miles, pero ésta estaba embarazada, teniendo que aplazar su reunión con el director dos años, hasta que pudieron trabajar junto en “Psicosis”. La otra elección lógica, Grace Kelly, tampoco era posible, ya que por esta época ya estaba casada con el Príncipe Alberto de Mónaco. Al final se escogió a Kim Novak, una actriz de gran atractivo físico, que supo dar a la perfección el perfil para todas las facetas de su personaje, pero con la que Hitchcock nunca estuvo satisfecho, considerándola una actriz mediocre.
Otros personajes relevantes para la historia eran Midge, interpretada por Bárbara bel Geddes, antigua pareja de Scottie y que aún mantiene su amor hacia él, insinuándose continuamente, y Gavin Elster, al que da vida Tom Helmore, el amigo de la universidad del protagonista que busca aprovecharse de su dolencia para implicarlo en un crimen perfecto.
A nivel técnico la cinta resultó también impecable, desde los títulos de crédito diseñados por el gran Saul Bass, con esas hipnóticas espirales, la música de Bernard Herrmann, con su macabro romanticismo, el cuidado vestuario de la siempre eficaz Edith Head, los insinuantes peinados de Kim Novak, obra de Nellie Manley, o la fotografía de Robert Burks, fundamental en la película debido a la relevancia que el director le dio al aspecto cromático. Todos estos apartados ayudaron a dar a la cinta una plasticidad y un simbolismo en ocasiones más relevantes a la hora de contar la historia que el propio guión.
En su momento Alfred Hitchcock encontró en las teorías del psicoanálisis una importante fuente de inspiración para sus películas y, en la mayor parte de ellas, el desarrollo psicológico de los personajes venía determinado por estas ideas. “Vértigo” es uno de los más claros ejemplos de esto. A parte de tener como punto de partida argumental el trauma psicológico del protagonista que le produce acrofobia, como respuesta a su sentimiento de culpa por la muerte de su compañero mientras intentaba salvarle, la película está poblada de símbolos cuyo significado viene determinado por las teorías de Freud, llegando a su máximo exponente en la secuencia del sueño, una concatenación de imágenes pesadillescas en cuya interpretación están las respuestas al misterio de la película.
La importancia del sexo para el psicoanálisis es también un punto clave en la película. A parte de insinuaciones varias en la primera parte de la historia donde se nos sugiere la impotencia sexual del protagonista (algo explicado de manera clara en la novela), todo el desarrollo de la doble historia de amor, con Madeleine en un principio, y con Judy después, está cargado de fetichismo necrófilo. En primer lugar, Scottie se siente atraído por una mujer que se considera a sí misma poseída por el espíritu de su antepasado, dejándose llevar por el destino fatalista de su muerte. Una vez perdida su amada al ser él incapaz de salvarla, trasladará su obsesión al cuerpo de otra mujer a la que en transformará en su amante muerta, un fetiche erótico que Hitchcock definió como “vestirla en lugar de desnudarla”. Esta idea quedó maravillosamente plasmada en la hermosa aparición de Judy vestida como Madeleine, atravesando una nebulosa cortina de humo verde que la devuelve al mundo de los vivos ante los ojos de Scottie.
Este juego del doble es a su vez otro tema a analizar. Madeleine y Judy representan dos tipos de mujeres muy diferentes. La primera es elegante, sofisticada, de buena posición, una diosa entre mortales, tal y como se nos la presenta en su primera entrada en el restaurante, donde Scottie la espía. Por otro lado, Judy es vulgar, sin estilo, una mujer de clase media sin ningún tipo de misterio ni personalidad. Sin embargo, estos seres tan distantes son la misma persona, coincidiendo en la fijación amorosa hacia el personaje principal que irremediablemente las conducirá a la muerte.
Uno de los aspectos por los que Hitchcock tuvo que luchar más con el estudio, y que posteriormente se le criticaría, fue precisamente la resolución del tema del doble. Mientras que todo el mundo le presionaba para que se guardara la verdad sobre el personaje de Judy hasta el final de la película, el maestro del suspense prefirió desvelar esa carta mucho antes, de forma que el espectador supiera la verdad del engaño antes que el personaje protagonista. Y es que a Hitchcock no le interesaba una intriga al estilo de Agatha Christie en la que al final se desvelara que Judy era una farsante contratada por Gavin Elster para poder deshacerse de su mujer. Lo que quería el director era liberar al espectador de ese artificio para que concentrara su atención en cómo iba a reaccionar Scottie al saber la verdad. A día de hoy esta elección sigue siendo causa de debate con respecto a la película.
En el momento de su estreno, “Vértigo” fue recibida con cierta frialdad en Estados Unidos. La crítica la masacró, tachándola de excesiva y carente de sentido, y el público respondió de manera irregular en la taquilla. Hitchcock tuvo que reestrenarla en 8 ocasiones para que la cinta pudiera recuperar costos y ofrecer algún beneficio. Sin embargo, con el paso de los años, y el apoyo de la crítica europea, la impresión que se tenía de la película fue cambiando, adquiriendo poco a poco el status de obra maestra y película de culto que ostenta hoy en día.
Para mi, fue un error desvelar el tinglado antes del final.
ResponderEliminarEs cierto que esa obsesión de Hitch por el hecho de que el espectador supiera mas que el personaje, le dió frutos en otras películas, como La Soga. Pero quizás en este caso, debió hacer como en Psicosis y guardarse ese as en la manga final.