viernes, 27 de febrero de 2015
ESTRENOS DEL 27 DE FEBRERO
miércoles, 25 de febrero de 2015
“EL GRAN HOTEL BUDAPEST”. VAGOS DESTELLOS DE CIVILIDAD DE UN QUIJOTE POSTMODERNO
Decididamente, el cine de Wes Anderson es de otro mundo, o como mínimo, de otra época. Sus películas rezuman una falsa nostalgia por un pasado naif y carente de cinismo, cargados con un esteticismo y un lectura del mundo de colores básicos y bordes delineados, perturbado por la llegada de tonos intermedios que amenazan con corromper la pureza original. Es en esa sociedad al borde del colapso donde el cineasta ha erigido su Gran Hotel Budapest y a su principal representante, el quijotesco Monsieur Gustave H., “vagos destellos de civilidad en este matadero salvaje que alguna vez fue la humanidad”.
En su última película, Anderson nos traslada, a ritmo de balalaika, al periodo de entreguerras, a la imaginaria República de Zubrowka, bebiendo a partir de ahí de una ambientación que combina y reformula la estética y cultura de los países de Europa del Este en un momento de cambio. En este contexto el cineasta fabula acerca de la aparición del nazismo o la desaparición de un orden aristocrático, demasiado embelesado en su propia estructura endogámica como para percatarse de los cambios sociales que se avecinaban. Esta anunciada decadencia queda representada en el hotel que da título a la cinta, efervescente durante los años 30 donde se desarrolla gran parte de la acción, pero marchito y olvidado años más tarde, en 1968, momento en el que el Sr. Moustafa narra su historia al escritor. A estas dos líneas temporales hay que sumar una más, en 1985, donde se encuentra una versión envejecida del escritor que será el narrador principal. En lo que se podría ver como un primer guiño al Quijote, el director establece diferentes voces narrativas en la cinta, siguiendo el juego que Cervantes hiciera en su Obra Magna. Inicialmente todo arranca de un joven lectora que se acerca a la estatua erigida en honor al escritor y comienza a leer su libro. De ahí salta a la voz del autor que explica cómo llegó la historia hasta él, y de ahí a la versión adulta de Zero Mustafa, que narra su vida al joven escritor. En un ejercicio aún más intrincado por parte del director, dentro de esta última voz narrativa encontramos también otros personajes que pasan a narrar de manera episódica su propia historia. Así, el número de narradores dentro de la película se incrementa, aunque todos circundantes entorno al Gran Hotel Budapest, icono de ese tiempo pretérito que, como el mundo feudal de los libros de caballerías para Alonso Quijano, se niega a desaparecer.
Las cualidades que el hotel representa (elegancia, señorío, esteticismo, lujo, exuberancia) quedan a su vez encarnadas en la figura de Monsieur Gustave H., el encargado del lujoso balneario. Refinado hasta el exceso, este personaje (impecablemente interpretado por un exquisito Ralph Fiennes) es capaz de mantener su compostura en las situaciones más arbitrarias, ya sea lidiando con el día a día del hotel, compartiendo lecho con sus octogenarias clientas, enfrentándose a las hordas fascistas, recluido en prisión o como fugitivo de la ley, siempre y cuando no le falte su acicalador de "Air de Panache". A este Don Quijote de mediados del siglo XX, le acompaña su particular Sancho Panza, el botones del hotel Zero Moustafa (sorprendente descubrimiento del joven actor Tony Revolori), un inmigrante, refugiado de guerra, que aspira a las altas cotas de refinamiento de Monsieur Gustave. Los dos parecen vivir en un mundo y de acuerdo a unas reglas en extinción y que claramente chocan con la realidad que se encuentran, a las que tratan de afrontar con su mejor talante, por muy anacrónico y naif que éste resulte ante una sociedad menos civilizada. En su epopeya particular, narrada de manera episódica, se irán cruzando con toda una fauna de personajes de lo más variada, en general, inadaptados también del nuevo orden establecido y nostálgicos del sistema pretérito, que mantendrán su eco en esas almas solitarias que siguen habitando las vacías estancias del hotel en la línea temporal de 1968. Aquí Wes Anderson se esmera en su habitual gusto por el cine coral, reuniendo a uno de los repartos de estrellas más amplios de su filmografía (aunque la mayor parte de ellos se limitan a realizar un breve cameo).
Director de estilo muy definido, Anderson continúa también con “El Gran Hotel Budapest” la progresiva depuración de su imaginario personal, cargado de artificiosidad postmoderna, pero no ausente de emoción. Sus personajes mantienen ese tono caricaturesco de sus películas anteriores, consiguiendo aún así trasmitirles humanidad y sentimientos para que se establezca la empatía del espectador. Los diálogos resultan recargados y pomposos, pretensiosos como el propio M. Gustave, pero al mismo tiempo llenos de ingenio y humor. Se busca también el equilibrio entre el uso de localizaciones que den verosimilitud a la trama con la introducción de decorados extremadamente estilizados y con preponderancia de los colores pastel que dan al espectador la impresión de que la acción se desarrolla en un casa de muñecas o una maqueta. Los planos de Anderson están extremadamente medidos jugando con la simetría de la imagen y los encuadres centrados. Elevando así el tono artificioso de la cinta, y también la belleza de cada encuadre. La innovación en este sentido por parte del director está en el diferente uso del formato de la imagen. A nivel formal, las diferentes líneas temporales están diferenciadas con la proporción del plano, de manera que los años 30 tienen un formato de 1.37, el año 1968 de 1.85 y 1985 de 2.35:1 (todo de acuerdo al ratio de la imagen establecido en cada época). No hay nada que parezca dejado al azar, sino que el cineasta muestra un control exhaustivo de toda la composición visual, así como del diseño de cada personaje, llegando incluso a sembrar en muchos planos guiños o pistas para el espectador observador. Así, por poner un ejemplo del puntillismo del director, los tatuajes que luce Ludwig (el presidiario interpretado por Harvey Keitel) se corresponden con los que llevaba el Tío Jules (Michel Simon) en la cinta de Jean Vigo de 1934 “L’Atalante”.
Con “El Gran Hotel Budapest”, Wes Anderson ha completado su cinta más ambiciosa y compleja. Su estilo particular alcanza aquí un nuevo escalón en su evolución artística y logra presentar personajes indispensables ya en su filmografía como M. Gustave o Zero Moustafa. Particularmente, a nosotros nos sigue emocionando más la tierna historia de amor de “Moonrise Kingdom”, pero es innegable que en lo referente al resto de niveles, nos encontramos ante la mejor película del cineasta hasta la fecha.
lunes, 23 de febrero de 2015
PREMIOS OSCARS 2015
domingo, 22 de febrero de 2015
EN LAS HORAS PREVIAS A LOS OSCARS. PREMIOS INDEPENDENT SPIRIT 2015
Los Independent Spirit nacieron como alternativa a los Oscars para aquellas películas que por su producción no solía entrar en el radar de la Academia de Hollywood. Con el paso del tiempo, el cine independiente se ha hecho un importante hueco dentro de los estudios y han encontrado su vía para acceder a los premios más esperados del año. Así, si bien hay años en los que las candidaturas de ambos galardones divergen ampliamente, otros tienden a coincidir como es el caso de este 2015. Al igual que lo esperado para esta noche, los Independent Spirits han escenificado una batalla entre las películas “Birdman” y “Boyhood”, presentando como ganadora la primera, aunque por poco margen. “Birdman” fue escogida como mejor película, además de obtener los reconocimientos a mejor actor para Michael Keaton y mejor fotografía para Emmanuel Lubezki, mientras que “Boyhood” se alzó con los premios de mejor director para Richard Linklater (una decisión salomónica un tanto absurda en unos premios que ensalzan el cine de autor, donde el director es el máximo responsable del resultado final) y actriz de reparto para Patricia Arquette. Fijos en la mayor parte de las entregas de premios de los últimos meses, Julianne Moore y J.K. Simmons han añadido un nuevo a su trabajo en “Siempre Alice” y “Whiplash”, respectivamente, y ya estarán preparando delante del espejo su discurso para esta noche. Whiplash, además, se hizo con el premio a mejor montaje. El documental ganador fue “Citizenfour” y la mejor película extranjera fue para Polonia con “Ida” Pawel Pawlikowski, que también parten con muchas posibilidades de llevarse el Oscar. Dos de los títulos olvidados de este año, “Nightcrawler” y “Puro Vicio” estuvieron también representados en los premios finales. La primera como mejor guion para su también director Dan Gilroy, y la segunda fue la receptora del premio Robert Altman que reconoce la conjunción de mejor director, director de casting y reparto. Finalmente, el premio John Cassavetes (premio otorgado a la mejor película rodada con menos de $500.000) ha sido para “Land Ho!” de Aaron Katz y Martha Stephens, mientras que “Foxcatcher” de Bennet Miller recibió una distinción especial. Hagan sus quinielas para los Oscars, pero nosotros desde ya aventuramos que los resultados de esta noche no estarán muy alejados de lo anticipado por los Independent Spirit.
MEJOR PELÍCULA
“Birdman”
MEJOR DIRECTOR
Richard Linklater por “Boyhood”
MEJOR GUIÓN
Dan Gilroy por “Nightcrawler”
MEJOR ACTRIZ
Julianne Moore por “Siempre Alice”
MEJOR ACTOR
Michael Keaton por “Birdman”
MEJOR ACTRIZ DE REPARTO
Patricia Arquette por “Boyhood”
MEJOR ACTOR DE REPARTO
J.K. Simmons por “Whiplash”
MEJOR FOTOGRAFÍA
Emmanuel Lubezki por “Birdman”
MEJOR MONTAJE
Tom Cross por “Whiplash”
MEJOR DOCUMENTAL
“Citizenfour”
MEJOR PELÍCULA EXTRANJERA
“Ida” (Polonia)
MEJOR DEBUT CINEMATOGRÁFICO
“Nightcrawler”
MEJOR PRIMER GUION
Justin Simien por “Dear White People”
PREMIO JOHN CASSAVETES (premio otorgado a la mejor película rodada con menos de $500.000)
“Land Ho!” (Aaron Katz y Martha Stephens)
PREMIO ROBERT ALTMAN - (Mejor director, director de casting, y reparto)
“Puro Vicio”
DISTINCIÓN ESPECIAL
“Foxcatcher” | Director/Productor: Bennett Miller
EN LAS HORAS PREVIAS A LOS OSCARS. PREMIOS RAZZIES 2015
Se veía venir. Desde que se anunciaron las candidaturas a los premios Razzies el pasado 14 de enero pudimos aventurar que los miembros de la fundación Golden Raspberry Award se la tenían jurada a Kirk Cameron, quien con “Kirk Cameron’s Saving Christmas” regresó a la gran pantalla tras años alejado del medio y ganándose el rencor del sector con sus comentarios ultraconservadores. Así, en la noche de ayer 21 de enero Kirk Cameron volvió a ser el centro de atención, aunque no como a él le gustaría. Su película arrasó en la convocatoria de este años, reuniendo un total de 4 menciones (peor película, actor, dúo en pantalla y guion) de las 6 categorías en las que competía (esquivó las de peor director y actriz de reparto). Para variar Michael Bay recibió también un buen pabellón ya fuera por su cinta “Transformers: La era de la Extinción” (peor director, peor actor de reparto para Kelsey Grammer) o por “Ninja Turtles” (peor actriz de reparto para Megan Fox), donde ejerce de productor (aunque particularmente, creemos injusto que se castigue como peor director a Bay, teniendo que sufrir a una versión descafeinada de éste como es el Jonathan Liebesman de la nueva versión de las Tortugas Ninja). Cameron Díaz también tenía el punto de mira fijo en sus trabajos de 2014, ya que competía como peor actriz principal (“No Hay Dos sin Tres” y “Sex Tape: Algo Pasa en la Nube”) y de reparto (“Annie”). Finalmente lo consiguió en la categoría principal, aunque la cinta “Annie” tampoco se libró del castigo, siendo escogida como peor precuela, remake, plagio o secuela. La categoría inaugurada este año y denominada Razzie Redentor se ha querido reconciliar con Ben Affleck, reconociéndole su labor en títulos como “Argo” o “Perdida”, y es que nadie quiere enemistarse con Batman….
PEOR PELÍCULA
“Kirk Cameron’s Saving Christmas”
PEOR ACTOR
Kirk Cameron por “Kirk Cameron’s Saving Christmas”
PEOR ACTRIZ
Cameron Diaz por “No Hay Dos sin Tres” y “Sex Tape: Algo Pasa en la Nube”
PEOR ACTRIZ DE REPARTO
Megan Fox por “Ninja Turtles”
PEOR ACTOR DE REPARTO
Kelsey Grammer por “Los Mercenarios 3”, “Legends of Oz”, “Think Like a Man Too” y “Transformers: La Era de la Extinción”
PEOR DIRECTOR
Michael Bay por “Transformers: La Era de la Extinción”
PEOR DÚO EN PANTALLA
Kirk Cameron y su ego por “Kirk Cameron’s Saving Christmas”
PEOR GUION
“Kirk Cameron’s Saving Christmas”, escrito por Darren Doane and Cheston Hervey
PEOR PRECUELA, REMAKE, PLAGIO O SECUELA
“Annie”
RAZZIE REDENTOR
Ben Affleck: del Razzie por “Una Relación Peligrosa (Gigli)” a los Oscar con “Argo” y “Perdida”
sábado, 21 de febrero de 2015
“BOYHOOD”. UNA CUESTIÓN DE TIEMPO
Resulta llamativo que un año que ha reunido tantos biopics en la carrera a los Oscars (como hemos visto y seguiremos repasando en este blog próximamente) la cinta que mejor podría representar este subgénero cinematográfico no esté basada en hechos reales. Con “Boyhood” el cineasta Richard Linklater llevó a cabo un experimento narrativo a largo plazo. Durante 12 años estuvo rodando una película sin un plan preestablecido, sino permitiendo evolucionar al guion de acuerdo a los cambios particulares de los actores, pero también del contexto sociopolítico en Estados Unidos. De acuerdo a su línea de trabajo habitual, los intérpretes pasaron a ser un elemento activo en la escritura del guion, aportado elementos personales a sus personajes y llevándoles de la mano en su evolución temporal. La idea no era presentar una historia compacta y sin fisuras, sino todo lo contrario, trasladar a la película el caos, la ruptura y la discontinuidad propia de la vida cotidiana, algo que el propio cineasta ya había tratado en películas anteriores como su opera prima “Slaker”, “Movida del 76” o en su trilogía “Antes de…”. Sin embargo, mientras que aquellas concentraban la acción en un único día para analizar como actos ordinarios podían marcar un punto de inflexión en la vida de los protagonistas, aquí el director abarca un periodo que comprende desde el fin de la infancia hasta la llegada de la madurez en forma de micropiezas que sirvan de retrato generacional de la primera década del siglo XXI.
El primer gran acierto de la película ha sido la labor de casting, no sólo reclutando intérpretes de peso como Patricia Arquette o Ethan Hawke (este último actor fetiche de Linklater), quienes se comprometieron a un plan tan a largo plazo, sino sobre todo el descubrimiento del joven Elar Coltrane, quien debido a su juventud cuando se inició la producción de la película es difícil verlo separado de su personaje en la pantalla (Mason), aunque evidentemente los acontecimientos de los que somos testigos no estén inspirados en la propia vida del actor protagonista. Esto nos lleva a plantearnos la duda de cuánto de lo que vemos es interpretación y cuánto la personalidad del propio niño reflejada en su personaje, siendo precisamente en la fina línea que separa una dimensión de otra donde Linklater obtiene sus mayores logros. Muchos podrán decir que, al fin y al cabo, el cine es ficción y eso mismo se podía haber rodado en mucho menos tiempo, con diferentes actores que encarnen las diferentes edades del protagonista y recurrir al maquillaje para los actores adultos, sin embargo, eso quitaría todo el sentido a la película. No es que lo excepcional de su proceso de producción sea más relevante que la historia en sí, sino que eso es lo que aporta a la narración ese grado de autenticidad y naturalismo sobre el que el director construye toda la historia. Durante 165 minutos somos testigos de momentos cotidianos, pero significativos en la vida de Mason, desde la separación de sus padres, su vida itinerante debido a la inestabilidad sentimental de su madre, el despertar sexual, su primer contacto con el alcohol y las drogas, el primer amor, la primera ruptura y el fin de un ciclo al graduarse en el instituto. Los diálogos buscan la fluidez de lo cotidiano, pero sin ocultar tampoco la pretenciosidad de lo trascendental, casi como la que podemos esperar del idealismo adolescente. Linklater sabe conducir con fluidez al joven Coltrane de manera que en ningún momento vemos a un niño interpretando un papel, sino una completa simbiosis entre actor y personaje.
Curiosamente, más complicado en ese sentido tiene que haber sido poder integrar en ese juego a los actores adultos, especialmente Patricia Arquette e Ethan Hawke, quienes a diferencia de Coltrane llegan a la producción ya viciados con los recursos habituales del cine convencional. Arquette ofrece un sólido trabajo como secundaria construyendo un impactante personaje, siempre en el filo del derrumbe, pero capaz de resurgir de sus cenizas una y otra vez, ya sea tras otro desengaño amoroso, un cambio laboral, superar las continuas crisis económicas o la dificultad de criar a dos hijos ella sola. Para todos los intérpretes el paso del tiempo es una constante en esta película, pero, en este sentido, y debido en gran parte al doble baremo existente en Hollywood para actores y actrices, para Patricia Arquette se trata de un rol con el que ella queda aún más expuesta, evidenciando en apenas dos horas y media todo el proceso de envejecimiento y los cambios físicos generados a lo largo de esos 12 años. La actriz abraza esa íntima exposición y la convierte en las herramientas con las que construir su personaje, añadiendo así, a medida que avanza la película, capas de madurez que van más allá de lo meramente físico y que tienen que ver con la propia experiencia vital de la actriz. En el caso de Ethan Hawke, la relevancia del personaje en la película es más discontinua, debido también a la relación menos estrecha de Mason con su padre, una figura la mayor parte del tiempo ausente y que cada vez que aparece da la impresión de estar experimentando una etapa personal diferente. Se trata de un personaje al que le cuesta más sentar la cabeza y cuando lo hace supone para él una especie de rendición existencial, renunciando a sus sueños de juventud para poder formar y mantener a su nueva familia. Hawke representa a la perfección ese peterpanismo y aprovecha para jugar con la caracterización del personaje, ofreciendo en cada nueva aparición una reinvención de éste. Es verdad que su papel es menos relevante que el de Arquette, pero para compensar protagoniza algunos de los momentos más llamativos de la cinta, como la premonición de la victoria de Barack Obama o la celebración del decimoquinto cumpleaños de Mason con la nueva familia política de su padre.
No todas las elecciones hechas por Linklater cuajaron bien en la película. El apartado más endeble de la cinta tiene que ver con el personaje de la hermana de Mason, interpretada por la hija del director, Lorelei Linklater. Tal vez con la idea de compartir espacios con su hija, tal vez queriendo ver en ella un incipiente interés artístico, o por mero nepotismo ‘a la Coppola’, lo cierto es que ya desde un principio el personaje de Samantha no termina de encajar en la historia y a medida que va pasando el tiempo se puede apreciar de manera evidente el desinterés de la actriz y se va convirtiendo en un eslabón cada vez más accesorio. Linklater no puede deshacerse de ella (eso supondría viajar atrás en el tiempo para volver a rodar aquellos planos sin la actriz), pero es consciente de que se trata de una rémora para la historia. La etapa rebelde de la adolescencia le permite al director para alejar al personaje del núcleo central de la narración y diluir su relevancia dentro de la trama. A su vez la trama está poblada de múltiples personajes secundarios que entran y salen de la trama, fugaces como cada etapa en la vida de Mason. Algunos tendrán más relevancia en la evolución de emocional del protagonista, otros muchos simplemente pasarán por allí de manera casual y episódica, ayudando así a subrayar lo efímero y discontinuo de la vida.
El cine de Richard Linklater siempre ha brillado más cuanto más elemental y terrenal es su puesta en escena. Es cierto que el director ha tenido sus devaneos con el cine mainstream hollywoodiense (“Los Newton Boys”, “School of Rock”, “Una Pandilla de Pelotas”), y ha experimentado con formatos alternativos (sus dos trabajos de animación “Waking Life”, “A Scanner Darkly”), pero por lo general su seña de identidad ha estado más identificada con un cine casi documentalista, donde el director busca pasar desapercibido con planos largos y naturalistas y donde toda la atención se centra en los personajes y los diálogos. “Boyhood” no es una excepción a esto. Su cámara se convierte en un observador objetivo de la acción, optando por la cámara en mano y enfatizando lo ordinario de la acción con una planificación aparentemente improvisada, imperfecta (como la propia vida), sin planos predeterminados, ni encuadres o movimientos de cámara complicados, pero, sin embargo, con la suficiente intencionalidad como para captar el carácter intimista, poético, de la escena y sugerir que bajo ese microcosmos de cotidianidad hay una lectura universal, incluso, en ocasiones, mística. “Boyhood” resulta un trabajo original y llamativo por su proceso de realización, pero, estilística y temáticamente, encaja en la filmografía de Richard Linklater como una pieza de puzzle, a la que, a lo mejor por lo disperso de su realización, le falta una cierta cohesión y algo de compresión para llegar a la genialidad de “Antes del Anochecer”, pero que aun así resulta una maravillosa muestra de la particular visión artística de un director con un discurso y una seña de identidad propios.
EN LAS HORAS PREVIAS A LOS OSCARS: PREMIOS CÉSAR
viernes, 20 de febrero de 2015
BIOPICS (VI). “FOXCATCHER”. JUGUETES ROTOS.
Con sólo tres películas en su haber (pero, ¡qué tres películas!), Bennet Miller ha ido construyendo una filmografía de lo más sugestiva y coherente, perfilando de manera extraordinaria no sólo las temáticas que aborda, sino también el tono narrativo y el tratamiento estilístico de todas ellas. Su cine ha tenido la fortuna de contar con presupuestos medianamente holgados y la participación de actores y estrellas de primera fila en la industria, sin embargo, hasta ahora siempre se ha alejado de los parámetros habituales marcados por los grandes estudios en Hollywood. Ya la cinta que le lanzó a la fama y el prestigio como cineasta, “Truman Capote”, se apartaba del tono de la mayor parte de los biopics, evitando la condescendencia hacia la figura de su protagonista y no dudando a la hora de definirlo como una persona egoísta y maquiavélica que, en su afán de exprimir y sacar provecho de los que está a su alrededor, acabó destruyéndose a sí mismo moral y artísticamente. “Moneyball” ofreció un acercamiento al deporte rey en Estados Unidos desde una perspectiva desapegada y evitando falsos patriotismos. Se trataba de un análisis interno no tanto del juego en sí como del apartado empresarial que lo sustenta, ilustrando además un punto de inflexión en la evolución de baseball, la última claudicación del deporte en favor de la estadística pura y la frialdad de los datos computerizados. Con “Foxcatcher” sigue tratando el tema del deporte en la cultura estadounidense, de nuevo con una historia basada en hechos reales con tintes dramáticos.
La cinta nos presenta la historia de Mark Schultz, campeón olímpico, pero siempre a la sombra de su hermano Dave, quien en su búsqueda de su propia identidad acaba cayendo en las redes de John Du Pont, multimillonario también marcado por una dependencia emocional familiar y necesitado de demostrar su valía para ser considerado digno del legado familiar. Miller es contundente a la hora de presentar a los dos personajes principales, sin andarse con medias tintas, ni engañosos suspenses. Desde sus primeras escenas, el personaje de Mark evidencia su carácter introspectivo y solitario, de personalidad insegura y carente del carisma que se le presupone como héroe olímpico. Tampoco su situación económica es boyante, mendigando aquellos compromisos a los que no puede acudir su hermano y sin apenas nada para comer, quedando su vida reducida exclusivamente a su dedicación deportiva (entrenamientos y estudio de los vídeos de los combates para corregir errores). Como sucederá también con sus otros dos compañeros de reparto, Channing Tatum realiza una construcción de personaje centrípeta, que va desde el exterior, lo físico, hacia el interior. Su propio lenguaje corporal queda definido por la postura encorvada que debe tomar en el ring, lo que enfatiza una imagen deshumanizada, casi simiesca. De pocas palabras y pasivo en sus acciones, es este componente físico lo que aporta al espectador información acerca del estado anímico y los pensamientos de Mark Schultz.
Por su parte, Du Pont va acompañado desde el principio por una áurea oscura. De físico menudo y, a priori, poco amenazante, incluso ridículo, de ritmo lento y entrecortado, su presencia parece ir acompañada por el tic-tac de una bomba de relojería, de igual manera que su amplio apéndice nasal y su altiva y arrogante forma de mirar a los que están a su alrededor ayudan a definir al personaje como alguien prepotente y engreído, aunque también víctima de un profundo complejo de inferioridad. Du Pont es el último escalafón de un ilustre linaje familiar, representado en la película por su autoritaria madre (fugaz, pero espléndida Vanessa Redgrave). Esta herencia se antoja un bagaje muy grande para el personaje, quien busca la manera de destacar y convertirse en ese líder que perpetúe la posición social de la familia. Esta presión psicológica convierte al personaje en alguien que se debate entre lo que pretende aparentar y esa medianía que no puede ocultar, comprando afecto con dinero e intentando construir una imagen pública de sí mismo financiando el equipo olímpico de lucha libre o produciendo un documental entorno su figura. Para afrontar este papel, Steve Carell se ha apoyado principalmente en la prótesis nasal que creó el departamento de maquillaje, construyendo el lenguaje corporal del personaje y su mundo interior a partir de ese desproporcionado epicentro.
El tercer pilar de la historia, aunque con un rol más secundario, es Dave Schultz, hermano mayor del protagonista y referente personal y profesional de éste. En el momento en que da comienzo la película, Dave es ya una institución en el deporte, y los méritos de Mark quedan subordinados a su legado. Esta situación de eterno segundón marca también la relación tensa de los dos hermanos, aunque en este sentido, Dave busca siempre apoyar y motivar a Mark. Frente a la estriada psicología de los otros dos personajes, Dave Schultz representa todo aquello a lo que ellos aspiran. Él es el atleta respetado y querido que Mark quisiera ser, además de ese líder natural y carismático que Du Pont simula encarnar. Además, frente a los otros dos, Dave presenta un equilibrio emocional más estable, no sólo por sentirse realizado con su trabajo, sino además por contar con una relación familiar con su mujer y sus hijos que sirve de contraste positivo a las carencias afectivas de Mark y Du Pont. Si ya de por si los dos protagonistas presentaban un perfil psicológico al límite, la envidia hacia la figura de Dave hace que la combinación sea aún más explosiva. El trabajo de Mark Ruffalo comparte algunas de las características físicas que ya habíamos apreciado en la labor de Channing Tatum, aportando al personaje también una forma peculiar de caminar y moverse, pero mientras Mark es presentado como un personaje esquivo, Dave es la otra cara de la moneda, cercano y afectuoso con su hermano.
Con estos ingredientes “Foxcatcher” está lejos de ser la típica historia de superación y redención que gusta en Hollywood, especialmente de cara a los Oscars, más bien todo lo contrario. Miller ha querido indagar en la crónica negra estadounidense y trasmitir al espectador el terror y la claustrofobia que subyace en esta historia. Para ello ha optado por una puesta en escena difícil y arriesgada, basada en un ritmo lánguido y pausado, compuesto por planos abiertos y largos, y dejando que el silencio genere una ambientación angustiosa y desasosegante. Desde el inicio de la película el director se emplea a fondo para generar en el espectador incomodidad y repulsión, logrando que hasta el plano más simple y cotidiano resulte perturbador, preparando así a la audiencia para el rotundo y abrupto clímax final. Por otro lado, es también necesario resaltar la excelente labor tanto de Tatum como de Ruffalo (aunque quizás más a éste, ya que a Tatum siempre ha mostrado una excelente forma física previa a la película) a la hora de representar las secuencias de lucha libre. La puesta en escena de Miller no deja mucho margen para usar dobles, por lo que resulta evidente que ambos se han encargado de interpretarla estas secuencias, demostrando un gran trabajo de documentación y preparación previa para ilustrar estos combates de manera fidedigna. La parte más endeble de la cinta tiene que ver con aquello que se sale de ese triángulo destructivo que se crea entre los tres personajes principales. Concretamente, todo lo referente a la vida familiar de Dave Schultz queda meramente apuntada para añadir capas psicológicas al personaje y como contraste con el ambiente enrarecido de la trama principal, pero apenas tiene peso en el metraje, ni da pie para que, por ejemplo, Sienna Miller (encargada de interpretar a Nancy Schultz) pueda dar mayor entidad a su personaje. Y es que ni la puesta en escena de Miller, ni en la interpretación de los actores permiten la entrada de ningún sentimentalismo, ni ningún triunfalismo que oxigenen la atmósfera contaminada de la narración. Incluso en los momentos más positivos de la trama, el director se las apaña para plantar la semilla de la amenaza, ya sea a través de la interpretación de los actores o con una planificación en absoluto complaciente o preciosista. Esto convierte a “Foxcatcher” en una cinta tortuosa y displicente con el espectador, para quien el visionado de la película puede suponer una difícil viacrucis, pero a quien, una vez abandonada la sala de cine, sus personajes y la historia le seguirán acompañando gracias a la contundencia de la narrativa y la implicación de los actores.
ESTRENOS DEL 20 DE FEBRERO
jueves, 19 de febrero de 2015
“BIRDMAN (O LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA)”. LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA FAMA
La principal diferencia entre un artista y un artesano en el cine está en que mientras este último emplea los recursos narrativos del cine para encontrar la mejor manera de narrar una historia, el primero echa mano de su creatividad para encontrar un lenguaje propio y novedoso. Ambas posturas tienen sus virtudes y defectos y muestra de eso lo podemos encontrar precisamente en la película que aquí nos ocupa, “Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia)”.
La cinta nos presenta una historia donde se indaga en la bifurcación entre el arte popular y el arte culto, es decir, aquel apoyado y defendido por la mayoría y considerado generalmente como vulgar o el destinado a una minoría elitista e intelectual, recelosa de ver invadido su espacio privado. La bisagra entre estos dos mundos es Riggan Thomson, un actor, otrora perteneciente al primer grupo, una estrella de cine recordada por su papel en una franquicia comercial, que decide buscar su redención artística como intérprete escenificando una obra de Raymond Carver en el exquisito entorno teatral de Broadway. En ese mundo de apariencias, excentricidades artísticas y frustraciones psicológicas, nuestro héroe se debate entre el éxito fácil de la popularidad (ya sea por la sombra de su fama hollywoodiense pretérita como por los cantos de sirena de los realities televisivos o las redes sociales) o el desdén del prestigio interpretativo como carnet de socio de un club exclusivo y snob. Al mismo tiempo hay un continuo enfrentamiento entre el naturalismo del conjunto con lo artificioso de determinadas situaciones, del realismo sucio de la puesta en escena con lo fantasioso del mundo interior del Hombre Pájaro.
La cinta saca partido de los ecos que este papel pueda tener en la carrera de su actor protagonista, Michael Keaton, quien alcanzará su momento de mayor fama gracias a su papel de Batman en las dos entregas del héroe del cómic dirigidas por Tim Burton en 1989 y 1992. Tras eso su carrera fue naufragando en papeles y películas cada vez más insulsas y de menor caché, no levantando cabeza ni tras ser rescatado por Quentin Tarantino en “Jackie Brown” en 1997. Al igual que para Riggan el estreno de la obra de Carver, para Keaton “Birdman” se ha convertido en la última oportunidad para demostrar su calidad como actor y probar que cuenta con mimbres dramáticos hasta ahora inexplorados en su filmografía. El actor, sin duda, ofrece aquí la mejor interpretación de su carrera, no sólo parodiándose a sí mismo, sino manteniendo una ajustado equilibrio en los aspectos humorísticos y dramáticos de su personaje. Desde la perspectiva de Riggan, el espectador es consciente del sinsentido de todo ese mundo hipócrita, pero también comparte la desesperación y la ansiedad de un personaje que siente que ha fracasado en todos los aspectos de su vida.
También podemos encontrar ecos biográficos en el personaje de Mike Shiner, interpretado por Edward Norton. Al igual que su encarnación ficticia, Norton es un actor que cuenta con un gran prestigio como intérprete, pero cuya difícil personalidad siempre le ha generado roces y enfrentamientos con aquellos con los que ha trabajado. Actor del método, en la pantalla interpreta a una estrella de los escenarios que necesita meterse en la piel de su personaje para poderlo interpretar, ya sea emborrachándose cuando éste tiene que beber o teniendo una erección cuando practica el sexo, con la particularidad de que él particularmente luego es incapaz de hacer estas cosas en el mundo real, necesitando por lo tanto del escenario para llevar una vida cotidiana.
El duelo interpretativo entre Keaton y Norton marca algunos de los momentos más destacados de la película, retroalimentándose el uno del otro, así como de la rivalidad de sus personajes en la pantalla. Esta dinámica acaba monopolizando la película, restando protagonismo al resto de los personajes. En algunos casos, como es la presencia de Emma Stone, se consigue dar una cierta impresión de cierre al arco argumental del personaje, en otros, como los papeles de Naomi Watts o Zach Galifianakis, estos quedan abiertos e incompletos. Aún así, hay un esfuerzo por ofrecer diferentes facetas de cada uno de ellos, evitando caer en la mera caricatura. Esto último sólo sucede con uno de los personajes, la crítica teatral interpretada por Lindsay Duncan, el papel más plano de la película, a pesar de la siempre fuerte personalidad de la actriz en pantalla.
Alejandro González Iñárritu prescinde de una puesta en escena tradicional y se arriesga con una narrativa construida a partir de extensos planos secuencia encadenados uno detrás del otro, con el fin de dar la impresión de que nos encontramos ante una única e imposible toma, de la misma manera que hiciera Hitchcock en 1948 con “La Soga”. Curiosamente, ambas películas tienen mucho de teatral, aunque Iñárritu se atreve con planos mucho más complicados y extensos, con exteriores e intrincados movimientos de cámara. Las ventajas del cine digital le abren al director una mayor libertad para desenvolverse con soltura por las localizaciones, aunque esto no resta dificultad a la ejecución, como tampoco simplifica la soberbia labor de fotografía realizada por Emmanuel Lubezki. Secuencias como el paseo en ropa interior del protagonista por las calles de Nueva York o momentos más intimistas como las escenas de Rigaan y Mike en el bar demuestran el gran talento narrativo del director y la asombrosa versatilidad del director de fotografía.
Lo calculado de cada encuadre, cada movimiento de cámara, de la duración de cada plano secuencia contrasta con la naturalidad de los actores que se meten tanto en sus personajes que parecen estar improvisando sus palabras y gestos. En esto tiene también mucho que ver la música del percusionista Antonio Sánchez, quien con el ritmo de su batería hace fluir la imagen y el trabajo de los actores con una apabullante sensación de inmediatez y frescura. Nos podemos preguntar si realmente era necesario filmar la película de esa manera o si la decisión responde al snobismo de un director impregnado por el artificio artístico de sus personajes. Es cierto que la concepción visual de la historia en planos secuencias no responde a ninguna necesidad narrativa, sin embargo, Iñárritu consigue que cada uno de ellos esté lleno de significado y que no se quede todo en boutade de autor.
“Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia)” pone al espectador contra las cuerdas y le obliga a posicionarse con respecto a lo que está viendo. Es difícil quedar indiferente ante las imágenes de Iñárritu, quien prefiere espantar a la audiencia con su pretenciosidad a que ésta salga de la sala cómplice de su paquete de palomitas.
miércoles, 18 de febrero de 2015
BIOPICS (V). “ALMA SALVAJE”. EL FLUIR DE LA CONSCIENCIA
Frente a los biopics que se apoyan en la experiencia profesional o vital de un personaje de relevancia histórica, o conocido por la audiencia, encontramos también aquellos trabajos que prefieren optar por nombres anónimos, de vida aparentemente cotidiana, pero que han llevado a cabo alguna acción fuera de lo común que hace que sus vivencias sean material idóneo para el cine. Ese es el caso de “Alma Salvaje”, enésima revisión del tema de la superación personal y la redención de un pecado pasado, adornada en esta ocasión con los espectaculares espacios naturales del Sendero de las Cimas del Pacífico, situado entre California, Oregón y Washington, en pleno desierto del Mojave.
La historia de Cheryl Strayed tiene mucho de épica, pero no resulta especialmente novedosa. Se trata de la experiencia de una mujer, quien tras caer en una depresión por la muerte de su madre que la lleva a las drogas y al sexo indiscriminado con todo tipo de desconocidos, decide poner orden en su vida iniciando un camino de peregrinación con el que reencontrarse a sí misma y exorcizar los pecados de su pasado. La historia comienza in media res, ya con Cheryl en pleno camino, para a continuación mostrarnos su viaje desde su llegada al sendero, salpicado por continuos flashbacks con estructura de fluir de la consciencia, a modo de monólogo interior que va rellenando los espacios vacíos de la vida de la protagonista. En este sentido es de agradecer de partida el trabajo como guionista de Nick Hornby, quien a partir de una trama de corte realista construye una historia que tiene más de viaje interior y de renacer espiritual que de itinerario físico. En la película el personaje de Cheryl se enfrenta a un doble dilema. Por un lado, el desgaste físico que supone recorrer 1.600 kilómetros de desierto y montañas, la indefensión ante fenómenos naturales o el encuentro con personajes de los que teme un asalto sexual; pero por encima de todo está la lucha existencial, el enfrentarse a los traumas del pasado, que van manifestándose a lo largo del camino como capas de una cebolla, con el fin de curar las heridas que le impiden seguir adelante con su vida. Así, los principales conflictos de la trama, aquellos que parten de su estrecha relación con su madre, se encuentran dentro de la cabeza de la protagonista y no en el abrupto camino que hay frente a ella. Como toda road movie que se precie, contamos también con una estructura episódica, donde los diferentes encuentros que va teniendo la protagonista en su itinerario sirven para profundizar no sólo en las heridas de la protagonista, sino en ese retrato alternativo de un sector social de Estados Unidos que existe, pero que generalmente queda relegado del cuadro general. Nos referimos a ese grupo poblacional que aún encuentra en el extenso mapa geográfico del continente una incitación al nomadismo. De esta manera nos vamos encontrando con un conjunto de personajes que no encajan con un estilo de vida gregario y que conectan entre sí en ese entorno libre y natural.
Con este material literario de base, el director Jean Marc Vallée hace una apuesta cercana a la ya empleada en su anterior y exitosa película, “Dallas Buyers Club”. Pese a lo dramático del argumento, el cineasta evita en todo momento caer en el sentimentalismo o el melodramatismo. Su mirada es fría y objetiva, sin desatender el plano cercano e intimista hacia la protagonista. Tampoco cae en el cine de postal, algo altamente tentador en un entorno natural como el que sirvió de localización para la película. La naturaleza se muestra hermosa y hospitalaria, pero también violenta y amenazante, chamánica incluso en esos momentos en los que la fauna parece acoger y encarnar los fantasmas de Cheryl. Así, de la misma manera que, en los momentos adecuados, se permite el uso paisajístico de la imagen (extraordinaria dirección de fotografía de Yves Bélanger), Vallée no se censura a la hora de exponer la parte más cruda y escabrosa de la historia, sin caer nunca en el regodeo morboso. Se trata además de una cinta que se apoya más en el silencio y la voz en off que en el dinamismo del diálogo o la acción. Esto puede ser contraproducente, ya que el espectador puede encontrar el ritmo de la narración lento y monótono, sin embargo, no podemos negar que la cinta está narrada en la cadencia que necesita la historia y el marco en el que se desarrolla.
La tercera pata sobre la que se sostiene la película es la interpretación. Reese Witherspoon (quien además es productora de la película) se implica a fondo con el personaje de Cheryl Strayed a todos los niveles. La actriz responde ante las exigencias físicas de este papel y lo que supone el rodaje en entornos naturales, reflejando a la perfección los cambios físicos de la protagonista a lo largo de su itinerario por el sendero, y lo que es más importante, refleja a la perfección ese mundo interior que se va manifestando en forma de pensamientos y recuerdos. Witherspoon se expone física y emocionalmente con este personaje, tanto en su degradación sexual como en la drogadicción en la que cae víctima de la depresión. El arco dramático de Cheryl Strayed pasaba por diferentes registros, la mayor parte de ellos poco placenteros, pero la actriz no teme enfrentarse a ellos y los resuelve de manera sobria y naturalista, sin histrionismos ni melodramatismos. Por su parte, Laura Dern afrontaba un personaje difícil, presentado de manera discontinua, sin posibilidad de darle un encadenamiento dramática, pero siempre aportándole un carisma especial que justificara la dependencia emocional del personaje de Cheryl, ofreciendo también un resultado admirable y demoledor.
“Alma Salvaje” es una de esas películas que no destacan tanto por lo que cuentan, sino por cómo lo cuentan. No podemos decir que la trama en sí sea novedosa, o que aporte algo que no hayamos descubierto antes en otros títulos de características similares; sin embargo, es la combinación de talentos (guion, dirección, interpretación) lo que eleva el punto de partida inicial y consigue proporcionar al resultado final un carácter único y peculiar que la distingue de tantos otros dramas de superación y redención personal con aspiraciones a Oscars que se estrenan en estas fechas.