jueves, 28 de julio de 2011

“AVANTI. ¿QUÉ OCURRIÓ ENTRE MI PADRE Y TU MADRE?”. RESURRECCIÓN DE UN VIAJANTE

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Hablar de Billy Wilder es hacerlo de la comedia más refinada, inteligente, audaz, cínica y, al mismo tiempo, tierna que ha surgido de los estudios de Hollywood. Heredero de la vis cómica de Ernst Lubitsch, para el que trabajó como guionista en “La Octava Mujer de Barba Azul” y “Ninotchka”, este alemán asentado en Estados Unidos desde 1934 (sus orígenes judíos le llevaron a abandonar Berlín en cuanto Hitler llegó al poder en 1933) probó suerte en todo tipo de géneros (la serie negra en “Perdición” o “El Crepúsculo de los Dioses”, el drama en “Días sin Huella”, el bélico en “Traidor en el Infierno”, el musical con “El Vals del Emperador”, el cine de juicios en “Testigo de Cargo”), siempre con resultados excepcionales, pero han sido títulos como “Sabrina”, “La Tentación Vive Arriba”, “Con Faldas y a lo Loco”, “El Apartamento”, “Uno, Dos Tres”, “En Bandeja de Plata” o “Primera Plana” los que han dejado una huella más perdurable en la historia del cine. Esto se debe a una sabia combinación de historias frescas y originales, diálogos afinados, características interpretaciones, una ácida lectura de la sociedad de la época y una lúcida capacidad para bordear los límites de la censura.

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Tras un periodo de verdadero despliegue creativo durante la primera mitad de los años 60, la carrera de Wilder sufrió un parón entre 1966 y 1970, regresando a principios de esta década con dos obras marcadas por la intromisión del estudio, United Artist, “La Vida Privada de Sherlock Holmes” y “Avanti” (esta última espantosamente titulada en nuestro país “¿Qué Ocurrió entre mi Padre y tu Madre?”). Considerada una de las obras menores de Wilder y acusada de tener una duración excesiva que se acerca a las dos horas y media, “Avanti” es, por el contrario, una comedia deliciosa, en la que una vez más Wilder partía de los estereotipos para profundizar con inteligencia y delicadeza en una atípica historia de amor, sin escatimar algunas perlas de crítica a la sociedad estadounidense de la época y su carácter imperialista e intervencionista.

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La trama, basada en una obra de teatro de Samuel Taylor (a quien Wilder ya había adaptado con “Sabrina”), nos presenta a Wendell Armbruster (Jack Lemmon), un hombre de negocios americano que se ve obligado a viajar a Italia, donde su padre ha muerto en un accidente de coche. Allí descubre que el supuesto retiro anual por cuestiones de salud de su progenitor ocultaba en realidad una longeva relación adúltera con una mujer inglesa, también fallecida durante el accidente. Armbruster coincide en el balneario con Pamela Piggott (Juliet Mills), la hija de la amante, una mujer de carácter un tanto peculiar, obsesionada con su sobrepeso, quien está decidida a que la muerte no acabe con la historia de amor entre su madre y el padre del protagonista. En el discurrir de esta historia jugarán también un papel decisivo Carlucci (Clive Revill), el gerente del hotel, Bruno (Gianfranco Barra) y Anna (Giselda Castrini), dos empleados del hotel, la familia Trotta (Franco Angrisano y Franco Acampora) o J.J. Blodget (Edward Andrews), un corresponsal del Departamento del Estado Estadounidense con un cierto parecido a Henry Kissinger.

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El papel de Wendell recayó en uno de los actores fetiche de Billy Wilder, Jack Lemmon, un artista que a lo largo de su carrera bordó su papel de americano medio, obsesivo compulsivo, no especialmente inteligente, ni atractivo, pero generalmente de buen corazón. Aquí dirige estas características a un personaje también arrogante y determinado, acostumbrado a que se le reverencie debido al poder empresarial y político de su padre y la empresa en la que trabaja (en español perdemos el doble sentido de su apellido, “Armbruster” recuerda a “bluster” que significa “bravuconería”). Por otro lado, al igual que a su padre, este viaje a Italia le permite liberarse de las cargas de su puesto y de un matrimonio de conveniencia con una mujer controladora, para dejarse llevar por un estilo de vida más relajado y epicúreo. Por su parte, Juliet Mills borda su papel de Pamela Piggott (fonéticamente, “Piggott” es cercano a “piglet”, que podemos traducir como “cochinillo, lechón”), consiguiendo que la excentricidad inicial del personaje poco a poco vaya conquistando no sólo a su coprotagonista, sino también al público. A medida que la película avanza, va ganando atractivo y dulzura, algo decisivo para dar credibilidad al desenlace amoroso de la trama.

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Billy Wilder nos plantea a través de estos dos personajes una historia de amor poco tradicional. Es cierto que juega con aspectos habituales, como el inicial choque de personalidades, los enredos y conflictos que les obligan a mantener la relación y el modo en que el entorno va suavizando sus caracteres para prepararles para el encuentro amoroso. Sin embargo, Wilder va más allá de ahí. Tanto Wendell como Pamela llegan a Italia siendo infelices, con una vida marcada por elementos externos a ellos que les han anulado como personas. Allí descubrirán esa felicidad que mantuvo unidos durante tantos años a sus padres y sin la que ya no podrán continuar con sus vidas. Pese a la extensa duración de la película, Wilder se resiste a derivar al terreno romántico, prefiriendo contar cómo estos dos personajes transgreden las servidumbres que la sociedad les ha impuesto: la obsesión por el trabajo y el estatus social en el caso de Wendell, la apariencia física y el control del apetito en Pamela. Esto produce que sea sólo en el tramo final de la cinta cuando ambos se dejen llevar plenamente por sus instintos, liberados de estos traumas y tabúes sociales.

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Algo en lo que Billy Wilder era un verdadero maestro era al aplicar la máxima de que toda buena comedia debe sustentarse no sólo en la pareja protagonista, sino en un cuidado trabajo de personajes secundarios (y si no basta con recordar al prodigioso Joe E. Brown de “Con Faldas y a lo Loco”). En “Avanti” destaca especialmente la labor de Clive Revill como Carlucci. Este actor de origen neozelandés resulta imprescindible en la película con su interpretación del pulcro, equilibrado, resolutivo y siempre colaborador gerente del hotel. Es en las manos de este personaje que residen todas las respuestas de la trama y quien de manera servicial y discreta se las apaña para guiar a la pareja protagonista hacia su liberación. Además, bajo la entrañable figura de este personaje, Wilder torpedea al espectador con algunas de las frases más ácidas e hirientes de su crítica paródica de la sociedad, esbozadas de manera aparentemente inocente y sin maldad. Y es que pese a la carga de profundidad que el director deposita en sus palabras, Carlucci no tiene dos caras. Es tan sincero, honesto y distinguido como se muestra en pantalla. Somos los espectadores los que debemos pergeñar el verdadero sentido de sus frases, siendo el personaje un vehículo de la mala baba de Billy Wilder.

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Como decíamos al principio, Wilder parte su crítica del terreno del arquetipo con el fin de generar personajes caricaturescos que saquen punta a la parodia y armen su discurso, pero poco a poco la progresiva humanización de algunos de estos personajes permite darles una mayor dimensión dramática. En este sentido, el choque principal se genera entre dos culturas antitéticas, la estadounidense, con su filosofía imperialista y volcada en el trabajo, y la italiana, de carácter más reposado y mundano.

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Wendell Armbruster representa a los Estados Unidos de finales de los 60, una sociedad conservadora, basada en las apariencias, deshumanizada por su obsesión por el trabajo, donde las redes empresariales de sus multinacionales han pasado a convertirse en el poder a la sombra a nivel mundial. Todo aquello que arremete contra el buen funcionamiento de la imagen pública de la empresa debe ser erradicado, o al menos escondido en un lugar donde pase desapercibido por los accionistas. A primera vista, Wendell puede parecer un triunfador, es uno de los directivos de una poderosa empresa, tiene una familia estable y una vida sin escándalos. Pero como la propia sociedad rebelaría a finales de los 60, ese modelo social estaba ya apunto de perecer. En este sentido, tampoco sería muy descabellado leer la liberación del protagonista en clave de la época de la liberación sexual en Estados Unidos. Wilder termina de apuntalar esta crítica a través del personaje de J.J. Blodgett, una caricatura de la rama más ultraderechista de la política estadounidense establecida por Richard Nixon (quien había sido elegido presidente de los Estados Unidos dos años antes del estreno de la película y quien se mantuvo en el cargo hasta su renuncia en 1974, tras el Caso Watergate).

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Italia por su parte, más que estar representada por algún personaje o conjunto de personajes en concreto, podemos decir que es la protagonista en sí misma. Toda la película destila esencia mediterránea, desde los paisajes, el naturalismo de algunos personajes secundarios o la música. Por supuesto que aquí también encontramos estereotipos, muchos. Desde el carácter pausado de los habitantes de Isquia, las carreteras estrechas y montañosas, la pasión de opereta entre Bruno y Anna, el carácter seudo-mafioso de los Trotta o algún guiño a Mussolini sirven a Wilder para definir con un par de brochazos la localización de cara al espectador estadounidense. Sin embargo, su trabajo va más allá de ahí. En la película, Italia es más que un espacio físico, es un estado emocional, aquel que han perdido los dos protagonistas, el que disfrutaban sus padres un mes al año y cuyo principal guardián resulta ser, una vez más, Carlucci, punto de conexión entre ambos mundos.

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En esta descripción de Italia, juega un papel fundamental la música que acompaña a la historia. Para esta labor, Wilder escogió a un compositor italiano, Carlo Rustichelli, en lugar de recurrir a los compositores habituales de su cine anterior (André Previn o Adolph Deutsch). Esto no requiere mucha explicación, hacía falta un músico conocedor de la música tradicional de la zona, capaz de reflejar a la perfección ese ambiente cálido mediterráneo. Además, Wilder quería que la partitura estuviera plagada de composiciones tradicionales, arregladas para la ocasión. Rustichelli no sólo aportó las melodías idóneas, también las orquestó a base de instrumentos como la mandolina, la armónica, el acordeón, la guitarra o la bandurria que dieron a la película una sonoridad cargada de luminosidad, vitalidad y belleza. Acompañados por estos temas, era imposible que los dos protagonistas no terminaran rindiéndose al amor y la pasión.

Un elemento chocante y llamativo de la película, por atípico en una producción de estas características y de esta época es el uso que hace Wilder de los desnudos. Es cierto que las referencias sexuales fueron una constante a lo largo de su carrera, esquivando siempre con ingenio la poca permisividad de la censura; sin embargo, el hecho de atreverse con determinadas escenas donde se muestra no sólo parte del físico de Juliet Mills, también del propio Jack Lemmon resulta sorprendente. En cualquier caso, no se trata de escenas gratuitas, sino que ilustran perfectamente la paulatina liberación y ruptura de tabúes de los dos protagonistas. Y es que conectado con esto podemos encontrar otro de los discursos de Wilder en la película, la confrontación de la moralidad con la falsa moralidad.

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El director parte de una situación aparentemente escandalosa para la mentalidad conservadora de la época en Estados Unidos (un hombre que mantiene una relación adúltera con una mujer, citándose cada año durante un mes en otro país a espaldas de la familia de éste) y la confronta con la hipocresía imperante. El propio Wendell llega a decir que tener escarceos amorosos con diferentes mujeres de manera regular puede ser justificable, pero el mantener una relación tan duradera no es permisible; por no hablar de la falta de amor que se trasluce tanto en el matrimonio de sus padres como en el suyo propio, frente a la romántica y tierna historia de amor que existía entre los amantes fallecidos y que empieza a fraguarse entre sus hijos. Esta dicotomía se suma de esta manera a la confrontación entre la deshumanización de la sociedad moderna representada por Estados Unidos y la pasión y el romance que destila Italia.

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“Avanti” no podrá eclipsar la maestría de “La Tentación Vive Arriba”, “Con Faldas y a lo Loco”, “Uno, Dos, Tres” o “Primera Plana”, pero, desde luego, sí es una película de Billy Wilder que merece ser reivindicada más allá de su valoración actual. Por su delicadeza, por su vitalidad, por su canto al amor, la pasión y la belleza, por su fina ironía y por la química que destilan sus actores. Es cierto que su duración sobrepasa los márgenes preestablecidos por la industria para una comedia y para algunos esto puede parecer excesivo, pero se trata de unos inolvidables y deliciosos 144 minutos en Isquia en la mejor de las compañías.

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miércoles, 27 de julio de 2011

“BLADE RUNNER”. EL SECRETO DEL UNICORNIO

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Ante la falta de productos originales interesantes y rentables para la industria, Hollywood sigue en su línea de resucitar éxitos de antaño con el fin de explotar la vena nostálgica de los cinéfilos, a ser posible contando incluso con los propios actores de la obra original. En este sentido, la última década ha sido especialmente prolífica en lo referente a un resurgir de los años 70 y 80, tanto en cuestión de estilo, como en rescate de algunos de sus principales héroes (Rocky, Rambo, Terminator, Indiana Jones o John McClane, entre otros). Es por esto que la noticia de una (o dos) nuevas entregas de “Blade Runner” no nos coge por sorpresa, pero sí temerosos.

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Dirigida en 1982 por Ridley Scott, quien un año antes había engendrado otro clásico del género, “Alien” (de la que, además, actualmente está rodando una supuesta precuela, “Prometheus”), “Blade Runner” no sólo marcó el futuro del cine, sino que también se convirtió en un referente ineludible para otras formas artísticas, como la literatura, la fotografía, la moda o la publicidad. Sin embargo, lo que hoy por hoy es una obra reverencial, no contó con una fácil gestación. Ya el mismo título de la obra tiene un origen peculiar. Basada libremente en la novela de Philip K. Dick “Sueñan los androides con ovejas electrónicas”, el título de la película cambió varias veces durante el proceso de escritura del guión. Conocido inicialmente bajo el nombre de “Días Peligrosos”, su título final proviene de una novela de ciencia ficción de William S. Burroughs, a quien se le pidió permiso para utilizarlo. A lo largo del proceso de preproducción, el guión pasó por diferentes versiones, cada cual más alejada de la obra original. Así, la película contó con un guión inicial a cargo de Hampton Fancher, más fiel a la novela, que posteriormente fue revisado por David Peoples con el fin de introducir una serie de cambios propuestos por Ridley Scott. En este sentido, podemos apreciar una fuerte influencia de la literatura distópica de mediados del siglo XX, especialmente títulos como “1984” de George Orwell o “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.

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El reparto de la cinta estaba formado por excelentes actores, entre los que destacan sus dos protagonistas: un Harrison Ford recién llegado del éxito de “La Guerra de las Galaxias”, pero que aún no se había consagrado con su papel de Indiana Jones, como el detective Rick Deckard, y Rutger Hauer, actor holandés que tenía una excelente reputación por sus películas con Paul Verhoeven, pero que aún buscaba asentarse en la industria de Hollywood. Inicialmente, la película iba a estar protagonizada por Dustin Hoffmann, quien finalmente no fue contratado por exigir gran cantidad de cambios en su personaje. Curiosamente, aunque Deckard es junto con Indiana Jones y Han Solo, uno de los personajes más carismáticos y reconocidos de Harrison Ford, el actor nunca ha sentido un especial aprecio por él. Ford ha confesado que nunca llegó a sentirse motivado por su personaje, al que consideraba una detective que no tiene nada que investigar. Por otro lado, Ford nunca estuvo de acuerdo con la introducción de la voz en off que acompaña a la historia y se vio obligado a grabarla por los productores.

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Junto a ellos podemos encontrar también un excelente casting de actores secundarios, como Sean Young, en el papel de Rachel, la replicante que debe enfrentarse al descubrimiento de su verdadera naturaleza, Daryll Hannah, Joanna Cassidy y Brion James, como los otros replicantes que llegan a la Tierra en busca de respuestas a sus preguntas existenciales, Joe Tusker como Eldon Tyrell, el genio creador de los replicantes, Edward James Olmos, o M. Emmet Walsh.

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En el apartado técnico, la cinta contó con una oscura fotografía de Jordan Cronenweth que tomaba como referente el cine negro clásico, sumándosele el gusto de Ridley Scott por las luces de neón como elemento creador de ambientes; un vestuario que contó con la colaboración no acreditada del afamado autor de cómics francés Moebius; unos efectos especiales a cargo de nombres como el de Douglas Trumbull, quien ya había trabajado en títulos como “2001: Una odisea en el espacio”, “Encuentros en la tercera fase” o “Star Trek”, y una extraordinaria banda sonora obra de Vangelis.

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Posteriormente Scott tuvo que enfrentarse a las imposiciones de los productores que veían su versión de la película muy oscura y críptica. Para acercarla más al público, Scott tuvo que introducir una voz en off, que humanizaba más al personaje protagonista, y un final más optimista, con los protagonistas huyendo a un espacio idílico, para el que se utilizaron imágenes desechadas de la cinta de Stanley Kubrick, “El Resplandor”. Años más tarde, se editó un llamado “montaje del director” que eliminaba estos añadidos e incluía una muy comentada escena de un sueño de Deckard en el que se veía una imagen de un unicornio sacada de “Legend”, una cinta posterior de Ridley Scott. Más recientemente, en 2007, con motivo del 25 aniversario, el propio director presentó un supuesto montaje definitivo o “final cut”, en el que se incluyeron algunos nuevos efectos especiales y se volvió a rodar la escena de la muerte de Zhora, de nuevo con Joanna Cassidy en el papel.

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En esto entra también a colación el interrogante sobre la verdadera naturaleza del Deckard, la duda sobre si es realmente humano u otro replicante con recuerdos implantados como Rachel. Si en la versión comercial del 82, esto no se cuestionaba, la eliminación de la voz en off y la introducción de la famosa secuencia del unicornio a partir del montaje del 92 nos pueden llevar a pensar que efectivamente el protagonista es un replicante. El secreto de la secuencia del unicornio radica en que conecta con la figura de origami que el personaje de Gaz deja en la puerta de la casa de Deckard al final de la película, que plantea la pregunta de si los sueños de Deckard son reales o están programados igual que sus recuerdos. Éste es otro punto de descontento por parte de Harrison Ford hacia la película. Si bien Ridley Scott ha confirmado la verdadera naturaleza de Deckard, Ford está en desacuerdo con está teoría y afirma que nunca lo interpretó como tal.

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En 1982, la respuesta inicial hacia la película fue un tanto fría, parte de la crítica no supo apreciar sus cualidades, y el público, más acostumbrado por aquella época a títulos al estilo de “La Guerra de las Galaxias” quedaron un tanto desencantados con la cinta. Sin embargo, poco a poco fue ganando adeptos que se sentían fascinados por su estética, por sus lecturas filosóficas y religiosas (con apuntes a Nietzsche, con sus ideas sobre el superhombre y la muerte de Dios, o a Freud, por el enfrentamiento entre el hijo y el padre), y por unos personajes que inicialmente parecían fríos, pero que en el fondo escondían la crisis de identidad de la humanidad en una sociedad moderna y tecnificada. En ese sentido, la película juega a proveer de una mayor carga emocional a los replicantes que a los propios humanos, que parecen sometidos a una existencia apática. Son los seres artificiales los que buscan respuestas a la razón de su existencia, los únicos que muestran interés por la vida.

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Los replicantes experimentan a lo largo del film una interesante evolución emocional. Sus sentimientos van pasando del deseo de vivir; al deseo de libertad, la rebeldía; la ira, el odio, la frustración, la agresividad; el miedo; el deseo de una identidad propia; el compañerismo; la pena, la lástima, y finalmente la piedad y el amor hacia sus semejantes, incluso hacia el enemigo. Esta escalada emocional culminaba de manera ya mítica con el grandioso parlamento final de Roy Batty, tras uno de los más sorprendentes y grandiosos giros de trama de la Historia del Cine (SPOILER: seguramente innecesario, pero spoiler al fin y al cabo, nos referimos a ese momento en el que, tras tener al héroe acorralado y a punto de morir, el replicante no sólo no acelera su caída, sino que además le salva la vida).

Como otros títulos emblemáticos del género, la película utiliza la ambientación futurista para representar una metáfora de la sociedad contemporánea, o al menos profetizar su posible evolución, algo ante lo que no podemos decir que estuviera muy desencaminada. Esa sociedad masificada en ciudades a duras penas iluminadas por los carteles publicitarios, donde conviven multitud de razas y culturas, alienadas por la falta de contacto humano entre ellas, no está muy alejada de Los Angeles de 1982, y menos aún del actual. La película nos presenta también una sociedad dominada por el poder de las multinacionales, y un estado casi policial, donde la ciudad está continuamente bajo vigilancia y los replicantes (que perfectamente los podíamos entender como una metáfora de la inmigración ilegal) son perseguidos y retirados.

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Tanto la historia, las ramificaciones y múltiples lecturas de su argumento, los diálogos, la estética, los efectos especiales, el vestuario, la música o la fotografía han hecho que “Blade Runner” no sólo se haya mantenido como uno de los referentes generacionales más importantes del cine, sino que además ha servido a multitud de películas que la han tomado como modelo. El cine de Hollywood le ha rendido homenaje en títulos como el “Batman” de Tim Burton, “Robocop”, “Dark City”, “Días Extraños”, “Minority Report”, “Seven” o “Matrix”. El propio Ridley Scott recuperó elementos de esta cinta, sobretodo a nivel de fotografía, en una película posterior, “Black Rain”. También ha sido un referente ineludible para el anime y el manga japonés, como podemos apreciar en títulos como “Akira” o “Ghost in the Shell”.

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El pasado mes de marzo, la productora Alcon Enterteinment (responsable de títulos como “Insomnia” de Christopher Nolan, “16 Calles” de Richard Donner o “El libro de Eli” de Albert y Allen Hughes) anunciaba que había adquirido los derechos para poder llevar a cabo una precuela y una continuación de la película de Scott, mencionándose además el nombre de Christopher Nolan, tal vez no como responsable de estas producciones, pero sí como inspirador de la línea que se quiere seguir. La semana pasada, los medios volvieron a hacerse eco de este proyecto al insinuarse la posibilidad de que Harrison Ford participe en estas nuevas películas, algo que el propio actor no quiso desmentir ni confirmar, dejando las puertas abiertas a la especulación. Sea como sea, es innegable que nos encontramos ante una película que 29 años después de su estreno sigue dando de que hablar, sigue marcando influencias y sigue ganando adeptos entre los cinéfilos de nuevas generaciones que la recuperan gracias a sus ediciones en formato digital.

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martes, 26 de julio de 2011

“RESACÓN 2. AHORA EN TAILANDIA” / “TRANSFORMERS 3. EL LADO OSCURO DE LA LUNA” / “CARS 2” / “HARRY POTTER Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE PARTE 2”. LAS SECUELAS DEL VERANO

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La temporada estival es un momento perfecto para la proliferación de secuelas, precuelas o remakes. Tras títulos como “A Todo Gas 5”, “Arthur y la Guerra de los Mundos”, “Piratas del Caribe: En Mareas Misteriosas”, “X-Men Primera Generación” o “Kung Fu Panda 2”, a lo largo del mes de julio la taquilla de los cines se ha visto animada por la presencia de otras esperadas continuaciones: “Resacón 2. Ahora en Tailandia”, “Transformers 3. El Lado Oscuro de la Luna”, “Cars 2” y “Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 2”.

“RESACÓN 2. ¡AHORA EN TAILANDIA!”. DÍAS DE VINO Y ROSAS

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El verano de 2009, “Resacón en Las Vegas” se convirtió en el spleeper por excelencia (aquellas películas que se estrenan sin demasiadas expectativas y que milagrosamente pasan a convertirse en una de las favoritas del público). La cinta de Todd Phillips, hasta entonces director de títulos de medio pelo como “Viaje de Pirados” o la versión cinematográfica de “Starsky y Hutch”, se presentaba a priori como una comedia absurda, sin estrellas en su reparto y sin grandes esfuerzos en su promoción. Sin embargo, el boca a boca la llevó a encabezar el ranking de taquilla en Estados Unidos recaudando casi 300 millones de dólares sólo en Estados Unidos, algo de lo más meritorio en una época tan competitiva en lo comercial como es el verano.

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El secreto del éxito de la película fue una interminable sucesión de gags de alto nivel, donde el nivel de asombro del espectador era trasgredido en cada secuencia, a medida que se adentraba en una aventura carente de sentido, acompañado por un patético trío de treinteañeros inmaduros. Por un lado encontrábamos al líder del grupo, Phil, interpretado por Bradely Cooper, el guaperas de los tres y un profesor de instituto, con mujer e hijos , que echa de menos sus años de juventud y la libertad que tenía entonces. En segundo lugar estaba Stu, un calzonazos, sometido por una novia que le maltrataba y le ponía los cuernos, que en su noche de desfase se arrancaba un diente, saqueaba su tarjeta de crédito y se casaba con una stripper. Y por último cerraba el triángulo el más estrafalario de los personajes, Alan, el futuro cuñado, un ser extraño, casi autista, que no puede acercarse a un colegio por orden judicial, fan fatal de los Jonas Brothers, y que acababa pese a todo convirtiéndose en el héroe del día en su papel de Rainman barbudo y con sobrepeso. En su periplo en busca del novio se cruzarían con un bebé extraviado, un tigre, una pareja de policías cabreados, Mike Tyson y Mr. Chow, un gangster gay que pondrían a prueba su capacidad de respuesta en plena resaca.

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Un éxito de estas características enseguida llama a una secuela, con la que se ha recuperado al equipo inicial y se les ha trasladado a un nuevo espacio, Tailandia, donde los protagonistas deben enfrentarse a otra carrera contrarreloj, acompañada por estrafalarios personajes y situaciones donde el sentido común brilla por su ausencia. Como dato positivo hay que decir que pese al alto listón dejado con la historia anterior, en esta secuela el nivel de desvarío, absurdo y secuencias extravagantes supera ampliamente las expectativas del espectador que llega con conocimiento de causa. Momentos como la visita al monasterio budista, a la tienda de tatuajes, al local de striptease o el cameo de Paul Giamatti, entre otras, ofrece un crescendo imparable de comedia bruta en toda su parte central. Sin embargo, la película no se molesta demasiado en buscar nuevas fórmulas. El escenario es diferente y los gags también, pero la estructura de la película es una repetición paso por paso de la primera, hasta el punto de que parece más un remake que una continuación, por lo que se pierde la frescura y originalidad de la anterior.

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Más allá de esto, hay que reconocer que esta secuela vuelve a despertar las carcajadas del espectador que es, al fin y al cabo, lo que pide la audiencia a la película. Sin embargo, para la tercera parte, que la habrá, sí se agradecería que los guionistas se esforzaran más en buscar nuevas vías por las que seguir desarrollando las desventuras de este trío de juerguista.

“TRANSFORMERS 3. EL LADO OSCURO DE LA LUNA”. LA BATALLA DEFINITIVA, OTRA VEZ

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Con “Transformers 3. El Lado Oscuro de La Luna”, nos encontramos también ante una poderosa maquinaria que ha generado montañas de dinero tanto a Paramount como a la compañía de juguetes Hasbro. Hasta ahora las películas anteriores habían venido definidas por el estilo particular de un director tan adrenalínico como Michael Bay, y esta tercera parte se presenta como el broche final de la participación de éste en la serie. Bay ya había anunciado tras el estreno de la segunda entrega que no estaría en la tercera, sin embargo, en esta ocasión su amenaza parece ser cierta, e incluye además la marcha de su protagonista, Shia LeBeouf, quien en el desarrollo de estas tres aventuras ha madurado como actor y parece determinado a pasar a otra fase de su carrera como actor.

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Con esta tercera entrega Bay debía enfrentarse a varios retos. El primero los comentarios negativos recibidos con la segunda, que si bien fue un gran éxito comercial, defraudó a los fans. El segundo la marcha de Megan Fox por desavenencias con el director, siendo sustituida por la modelo Rosie Huntington-Whiteley sin experiencia previa como actriz. Y por último, una crisis de espectadores que tiene asustados a los productores de Hollywood, tras los flojos resultados en Estados Unidos de películas a priori taquilleras como “X Men. Primera Generación”, “Piratas de Caribe. En Mareas Misteriosas” o “Kung Fu Panda 2”.

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El resultado sigue arrastrando los sinsabores y aciertos de las dos entregas anteriores. Una vez más el principal hándicap es un guión poco consistente, repleto de situaciones infantiles y ridículas, diálogos poco inspirados, personajes endebles y tiempos muertos que lastran la efectividad de la acción. La película arranca con un flashback visualmente poderoso, con una batalla en Cybertron, el planeta de los Transformers, en el que Bay saca partido al 3D, al mismo tiempo que no escatima guiños a títulos como “El Retorno del Jedi” o “Matrix Revolutions”. La justificación del programa espacial estadounidense en los 60 resulta trillada y simplona, y da paso al peor tramo de la película: la presentación de la nueva situación del protagonista, Sam Witwicky, y su nueva relación con Carly tras la marcha de Mikaela (Megan Fox).

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La participación de Rosie Huntington-Whiteley se salda precisamente con aquello que tanto fascina a Michael Bay y que fue la principal fuente de enfrentamientos con Megan Fox, la recreación encendida en las curvas de la modelo (hasta niveles de baboseo adolescente), sin preocuparse demasiado de la razón de ser de su personaje. Antes de comenzar la acción tenemos que sufrir casi una hora de chistes malos, situaciones ridículas y actores desaprovechados. John Malkovich y Frances McDormand se suman a la lista de actores de prestigio encabezada por John Turturro que han encontrado en esta franquicia un medio de embolsarse un buen salario sin demasiado esfuerzo. Eso sí, hay que reconocer que algunos de los pocos momentos de humor que funcionan viene de la mano de éste último con su personaje del Agente Simmons.

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“Transformers 3” se luce en su hora y cuarto final, donde Bay despliega todo su arsenal visual en un batalla épica muy superior a las vistas en las entregas anteriores. El hecho de haber rodado la película en 3D también obliga al director a alargar un poco cada plano, obteniendo una puesta en escena más fluida y no tan entrecortada como nos tiene acostumbrados en su cine. Esto ayuda a que el espectador pueda seguir mejor la acción y que la cámara se regodee más en los detalles de la misma. A esto se suma una notable mejoría en los efectos visuales, con una mayor definición de los rasgos, movimientos y expresiones de los Transformers.

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No nos engañemos. Al igual que las dos anteriores, esta nueva aventura es lo que es: un caro paseo por la sala de juegos de Michael Bay, donde lo importante es el ruido y la furia de lo que cuenta y no tanto la historia o los personajes que participan en ella. Es cierto que, en comparación con las dos anteriores, ésta es la que más me ha entretenido, pero ello no quiere decir que nos encontremos ante una buena película, ni mucho menos.

“CARS 2”. EL ESPÍA QUE SURGIÓ DE RADIATOR SPRINGS

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En los últimos 25 años, Pixar ha sido el estudio encargado de marcar la pauta en cuanto a cine de animación digital se refiere. Ahora, para conmemorar esta fecha, han estrenado “Cars 2”, regreso de Rayo McQueen y sus compañeros, además de algunos nuevos personajes, a primera fila, sin embargo, su recepción ha sido mucho menos positiva de lo que ha sido habitual para estos genios de la animación.

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Para empezar a hablar de “Cars 2” hay que hacer primero referencia a su creador y principal impulsor de la secuela, John Lasseter. Lasseter ha sido la mente creativa líder de la Pixar desde sus orígenes y ha mantenido el control de todos los productos del estudio. El éxito obtenido en estos 25 años no hubiese sido posible sin su liderazgo y como director ha sido el autor de títulos decisivos como “Toy Story”, “Bichos” o “Toy Story 2”. Sin embargo, su línea como cineasta es mucho más directa y sencilla que la de otros de colaboradores. Es innegable que pese a la importancia de Lasseter para la industria cinematográfica hollywoodiense actual, directores como Brad Bird o Andrew Stanton son mucho más versátiles y completos que él. Esto quedó ya patente en la primera entrega de “Cars”, una excelente película, entrañable y divertida, pero que se quedaba corta frente a los logros de “Buscando a Nemo” y “Los Increíbles”. En este sentido, “Cars 2” se mantiene coherente a las directrices de su autor, de ahí que, de nuevo, haya sido recibida de manera fría, e incluso negativa, tras las laureadas “Wall.E”, “Up” y “Toy Story 3”. Sin embargo, y sin ánimo de ir a contracorriente, a nosotros nos gustaría romper una lanza a favor de esta nueva película.

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En primer lugar y como principal aspecto positivo, tenemos que destacar que no se trata de una secuela al uso. En ella encontramos numerosos elementos que la distinguen como una continuación que no quiere quedarse encasillada en los patrones de la primera parte, y eso, en los tiempo que corren, y tras estrenos tan miméticos con sus antecesores como “Kung Fu Panda 2” o “Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia!”, es de agradecer y valorar. Para empezar, nos encontramos un radical cambio en el marco de la historia. Si la primera parte era un nostálgico canto a la América Profunda y a los viejos pueblos de carretera, frente a la individualista y acelerada sociedad actual; aquí nos encontramos con un divertido ejercicio de cinefilia, homenajeando el cine de espionaje de los años 60 y 70, con especial cariño por la serie de James Bond. El argumento de la cinta alterna las impresionantes carreras automovilísticas con una trama que recupera los principales clichés de estas películas, a lo que se suma la relación de amistad entre Rayo McQueen y su fiel compañero Matte y un cierto mensaje ecologista sobre la crisis de combustibles fósiles que afrontamos. Es cierto que no se trata de un guión tan complejo como el de los anteriores títulos del estudio, pero tampoco pretende serlo.

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También en cuanto al protagonismo de la cinta encontramos cambios importantes. Sorprendentemente, el protagonista de la primera entrega, el coche de carreras Rayo McQueen, pasa aquí a ser un personaje secundario (de peso, porque las carreras automovilísticas siguen teniendo un peso importante en el desarrollo de la trama, pero no tan relevante como el que había sido el secundario cómico de la anterior aventura, Matte). Esto ha sido algo muy criticado también, especialmente por el carácter insufrible del nuevo protagonista. Así, “Cars 2” hace una apuesta por un héroe estridente y bobalicón que resulta chocante en un estudio que siempre había optado por la sutilidad y la inteligencia en todos sus personajes, relegando a Matte y similares a una mera función de alivio cómico esporádico. Curiosamente, esto mismo se convierte en uno de los mensajes de la propia película, que defiende la importancia de aquellos que se salen del molde que les marca la sociedad.

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Por otro lado, hay un aspecto a defender en esta película y que también ha sido en parte responsable de las malas críticas recibidas por la película. Hasta ahora Pixar había destacado por llevar a cabo películas aptas para todos los públicos, no sólo diseñadas para los más pequeños, sino en las cuales los adultos podían encontrar lecturas de mayor profundidad. Lo cierto es que esto había hecho que algunos momentos de sus películas resultaran un tanto áridos para los espectadores más jóvenes. “Cars 2” supone un regreso a un tipo de entretenimiento infantil puro y duro. No hay capas de análisis, lo que quiere comunicar lo hace en primer plano y de manera clara y directa, sin subterfugios. Esto puede restar complejidad e interés de cara a los espectadores adultos, pero convierte la cinta en una experiencia tremendamente disfrutable para los más pequeños.

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A nivel técnico, la película es 100% Pixar. La animación digital, las texturas, los colores, el dinamismo del montaje, el diseño de los personajes, los escenarios, todo está cuidado con un mimo extraordinario que hace que, a nivel plástico, la película sea un deleite constante. Las carreras de coche vuelven a ser uno de los momentos álgidos del trabajo de los animadores, a lo que se suman las escenas de acción, vibrantes y dinámicas desde el mismo prólogo de la cinta. Todas ellas amplificadas con el juego que aporta el sistema estereoscópico. Los planos desde dentro del circuito de carreras dejan al espectador clavado en la butaca y le permite participar mejor de la acción en la trama de espionaje.

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En definitiva, tenemos que decir que si bien es cierto que “Cars 2” interrumpe la escalada de excelencia de la Pixar y que evidentemente no va a ser uno de los títulos por los que este estudio de animación sea recordado en el futuro, las feroces críticas recibidas nos parecen excesivas, inmerecidas y desafortunadas, despreciando las cualidades de una película sencilla, divertida, ajustada al público al que va dirigida, muy bien realizada y que además procura aportar frescura y novedad en lugar de reciclaje de una trama anterior.

“HARRY POTTER Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE PARTE 2”. BYE, BYE, HARRY

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Particularmente siempre he pensado que las adaptaciones cinematográficas de Harry Potter han sido poco más que una oportunidad desperdiciada. Con el material de partida, existía la esperanza de llevar a cabo una serie de películas que supusieran un punto de referencia en lo que a fantasía juvenil se refiere. Tal vez era pedir demasiado a la Warner Bros, pero si con obras como éstas no ponemos el listón alto, mal vamos. Sea por las altas expectativas generadas o por mero afán recaudatorio, lo cierto es que no sólo opino que ninguna de las películas sea merecedora de pasar a la posterioridad, sino que para colmo de males, con los últimos títulos la tendencia a la baja de la franquicia era francamente desesperante. La última esperanza adquirida era esperar que el cierre de la saga fuera efectivamente apoteósico y deslumbrante, justificando la poca enjundia de las últimas entregas. Cerrado ya el círculo, podemos decir que el objetivo se ha cumplido a medias. “Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte II” supone un ascenso en vertical con respecto a “La Orden del Fénix”, “El misterio del Príncipe” o la anterior “Las Reliquias de la Muerte Parte I”, sin embargo, este cambio de ruta llega demasiado tarde y tampoco termina de ser del todo satisfactorio.

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Tras el bajo nivel de las películas anteriores uno dudaba de la capacidad del director David Yates para capitanear la franquicia a buen puerto. Sin embargo, hay que reconocer que algunos de los principales méritos de la cinta provienen de su puesta en escena, que consigue ser en determinados momentos tan espectacular como se espera de una producción de estas características. En esto cuenta con el apoyo de la cuidada fotografía de Eduardo Serra, el diseño de producción de Stuart Craig, los efectos visuales y sobre todo el buen hacer del reparto, especialmente de actores veteranos como Ralph Fiennes o Alan Rickman, que si bien le ceden el protagonismo a los jóvenes, dejan claro lo que implica tener tablas a la hora de comerse la pantalla.

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Comentario aparte se merece el guión de la película, escrito una vez más por Steve Kloves, autor del 99% de los libretos de la serie en directa supervisión de JK Rowling. Kloves puede ser considerado el mártir, pero también el villano de estas adaptaciones. El mártir por que forzosamente se ha tenido que enfrentar a una labor inabordable al intentar resumir en las dos horas, dos horas y media de duración de cada película los voluminosos libros de la serie. Esto ha provocado que elementos de relevancia hayan quedado fuera para desánimo de los fans y confusión de los no iniciados que muchas veces se quedaban sin referente a la hora de rellenar los agujeros de la historia. Villano porque una mejor labor de síntesis (especialmente en la adaptación de la última novela, donde tuvo la ventaja de que se dividiera el argumento en dos películas) hubiese ayudado a mejorar el resultado final. Y es que si bien hay que reconocerle el esfuerzo, también hay que criticarle algunas peregrinas decisiones (a veces suyas, a veces imposición de los productores, el director de turno o la propia Rowling) y una labor más de corta y pega que de verdadera adaptación.

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“Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte II” resulta espectacular en lo visual, y el componente emocional y nostálgico del cierre de la serie ayuda a conectar mejor con el espectador. Sin embargo, eso no quita para que el argumento avance de manera errática y en ocasiones caprichosa. Con todo esto en las manos, la película queda como un fin de fiesta entretenido, emotivo, pero desangelado. Definición que por otro lado puede ser aplicable también al conjunto de la serie. Como decíamos en la introducción, una oportunidad perdida.

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DE REGRESO

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Tras un mes de ausencia, retomamos la actividad del blog. Pedimos disculpas por este tiempo de silencio y procuraremos en los próximos días ponernos al día con estrenos y reportajes que tenemos pendientes. Muchas gracias a todos.