---Ojo, posibles spoilers--
En los últimos 20 años, Ryan Murphy
no sólo se ha colocado como uno de los showrunners imprescindibles de la nueva
televisión estadounidense, sino también en uno de los principales defensores de
la visibilización e intergración de la diversidad en materia de raza, género e
identidad sexual en Estados Unidos. En sus producciones uno de los temas
recurrentes o la base sobre la que construye las características de sus
personajes es precisamente dar poder a aquellos sectores generalmente
minusrepresentados o estereotipados en el cine y la televisión. Con su última
creación, “Hollywood”, vista recientemente en Netflix, va incluso un paso más
allá, no sólo dando el protagonismo a los parias de la sociedad, sino también,
en un giro tarantiniano, se atreve a reescribir la historia para hacer justicia
con aquellos sectores tradicionalmente silenciados en la Meca del Cine.
El Hollywood de 1948 representa el
epítome de su época dorada. Las estrellas del cine eran tratados como auténticos
dioses sobre La Tierra y los propios estudios se encargaban de que su esplendor
llegara al público no sólo desde la pantalla grande, sino también a través de
la prensa, la radio o de ese pequeño invento que ya se introducía en los
hogares, la televisión. La imagen pública de los actores estaba totalmente
prefabricada, construida a medida y mediatizada para dar esta imagen de glamour
y, sobre todo, esconder los aspectos más incómodos de cara a la moral
imperante. El adulterio, la homosexualidad, el alcoholismo, la drogadicción e
incluso el asesinato eran borrados del guion y barridos bajo la alfombra. Los
nombres se cambiaban no sólo para resultar más llamativos, sino para esconder
orígenes foráneos o judíos. Los defectos físicos se corregían con tupés, alzas,
fajas, dentistas, dietistas, etc. Evidentemente, aquellos que no podían
disfrazar sus infracciones quedaban fuera de la ecuación, especialmente los
actores de otras razas cuyos físicos les delataban. Esa utopía social que
suponía Hollywood tenía un horrible reverso. Aquello que no se podía expresar
públicamente, se hacía en la oscuridad y lo que el puritanismo rechazaba,
dentro de los armarios llegaba a adquirir un comportamiento verdaderamente perverso.
En 1959 Kenneth Anger publicó “Hollywood Babilonia”, donde destapaba algunos de
los secretos sucios, de la crónica negra del Hollywood dorado. Con el paso del
tiempo se ha ido destapando gran parte de la corrupción de la Meca del Cine.
Scotty Bowers ha sido uno de los últimos en aportar un retrato de ese mundo
secreto con la publicación en 2012 de su libro “Servicio Completo. La Secreta
Vida Sexual de las Estrellas de Hollywood”, donde desvelaba una red de
prostitución principalmente masculina que él lideró desde una gasolinera y que
cubrió las necesidades privadas de muchas estrellas de ambos sexos de los años
40, 50 y 60. A esto se suma los imperativos a muchos aspirantes a actores y
actrices que tenían que aceptar las exigencias sexuales de productores,
directores y agentes para poder tener una oportunidad en los grandes estudios.
Muchos pasarían a ser estrellas (Clark Gable, Marilyn Monroe, Joan Crawford)
cuya fama ha estado acompañada por la leyenda negra de la prostitución, el
sometimiento sexual o incluso el tener que rodar películas pornográficas
privadas para satisfacer a muchos depredadores sexuales de la época. Éste es el
contexto en el que tiene lugar “Hollywood”, un retrato que, desgraciadamente,
sigue vigente, como hemos podido ver en casos recientes. Estos son, sin duda,
unos ingredientes absolutamente sórdidos y que daban pie para una serie
realmente ácida, morbosa y oscura. Sin embargo, aunque no niega nada de esto,
Murphy prefiere crear una realidad alternativa donde, como en las películas de
la época, los buenos salen triunfales y la cruda realidad queda, una vez más,
barrida bajo la alfombra, pero en esta ocasión para enaltecer a los
discriminados.
En la serie, Murphy combina ficción y
realidad. Hay una serie de personajes, situaciones, referencias que parten de
la historia real del Hollywood de la época. El suicidio de Peg Entwistle, el 16
de septiembre de 1932, saltando desde la H del cartel de Hollywoodland en el
que se basa la película que está rodando Raymond Ainsley (Darren Criss) es un
hecho real. Personajes como Rock Hudson (Jack Picking), Henry Wilson
(Jim Parsons), Anna May Wong (Michelle Krusiec) o Hattie McDaniel (Queen
Latifah), evidentemente existieron. Otros como Ernie West (Dylan McDermott) son ficticios, pero
se inspiran en figuras reales, en este caso, el ya mencionado Scotty Bowers. En
este sentido, el componente cinéfilo de la serie es, obviamente, alto. El
deambular de grandes nombres del cine clásico por la pantalla (generalmente con
un retrato poco favorecedor) es también uno de los alicientes de la serie y
ayuda a contextualizar la historia, además de aportar algo de la intrahistoria
de Hollywood. Sin embargo, los principales personajes protagonistas el actor Jack
Castello (David Corenswet), el director Raymond Ainsley, las actrices Camille
Washington (Laura Harrier) y Claire Wood (Samara Weaving) o el guionista Archie
Coleman (Jeremy Pope) son enteramente ficticios, aunque en sus tramas
particulares podamos encontrar referencias a un amalgama de casos reales. La
influencia de los elementos de ficción sobre la base histórica es lo que
utiliza Murphy para hacer un viraje en los acontecimientos reales y reconducirlos
por caminos de redención y reconocimiento a toda una legión de artistas con aspiraciones
que nunca llegaron a nada, con sus sueños aplastados por las aspas de la
industria. La teoría de la serie es sencilla. ¿Qué sucedería si un conjunto de
artistas hubiese encontrado un el Hollywood de finales de los 40 el apoyo
necesario para rodar aquella película que ningún estudio hubiese producido? Es
más, ¿qué hubiese sucedido en Hollywood si una cinta creada por aquellos
talentos repudiados hubiese sido un éxito de taquilla y hubiese liderado un
cambio social en los Estados Unidos desde Hollywood hacia el resto del país?
El reparto de la serie es bastante
heterogéneo. Tenemos por supuesto algunos de los rostros habituales de las
producciones de Ryan Murphy, como Darren Criss (“Glee”, “American Crime Story.
Versace”), pero, sobre todo, podemos establecer una división entre los jóvenes
actores protagonistas y el elenco de secundarios veteranos. Los primeros
cumplen su función con corrección y elegancia, pero no van más allá de ahí, en
parte debido a tener que encarnar personajes cuyo discurso está por encima de
su construcción dramática. En nuestra opinión, Pope, Harrington y Criss
conectan muy bien con sus personajes, mientras que Corenswet resulta un tanto
limitado y Jack Picking nos parece un rotundo error de casting para Rock Hudson
(sumándose que, en su intento de redimir al actor clásico, han creado un
personaje que parece más bien una parodia indecorosa del verdadero Hudson). En
cualquier caso, el carisma, los registros, el glamour, la verdadera empatía la
transmiten los veteranos McDermott, Holland Taylor, Patti LuPone y un
inesperado y sorprendente Joe Mantello como el productor Dick Samuels.
Hay dos elementos que nos llaman la
atención. El primero es la falta de revanchismo por parte de Murphy. Es cierto
que el trasfondo racista y homófobo del país es evidente desde el principio y
que la visión que da de algunos artistas como George Cukor o Vivien Leigh no es
la más favorecedora a su legado artístico. La serie no oculta cómo la
homosexualidad camuflada de las personas de poder en la industria se alimentó
del abuso de los jóvenes aspirantes a estrellas (abusos sexuales que también
provenían de los magnates heterosexuales hacia las jóvenes actrices, todo sea
dicho, pero en la serie se denuncia más el caso homosexual). El personaje de Henry
Wilson es realmente atroz, especialmente en los primeros episodios, y la forma
en que experimentamos los abusos y la falsa identidad que tuvo que asumir Rock
Hudson en la vida real es verdaderamente dolorosa. Sin embargo, pese a esto, la
serie, a medida que avanza, va convirtiendo a adversarios en aliados. No existe
una personificación de la vileza de aquel Hollywood, sino que todo forma parte
de un contexto social general y abstracto, de una sociedad con prejuicios en la
que existe el Ku klux Klan, pero sin llegar nunca a concretarse en alguna
figura específica. A Murphy no le interesa que ese racismo y esa homofobia
quede encarnada en un villano a abatir, sino que quede patente que esas lacras
vienen producidas por un contexto social y que con la educación adecuada, con
la visibilización y la reivindicación correcta, esa sociedad puede abrir los
ojos y superar los miedos y los prejuicios. El segundo componente es su tono. La
serie erradica conscientemente todo cinismo y prefiere asentarse en un tono
naíf y edulcorado, artificioso, como el de las películas de la época. Aunque el
discurso sobre la diversidad en la sociedad sea actual, aunque se traten temas
y se muestren escenas de contenido sexual en aquel momento tabú por la censura
del Código Hays, los personajes hablan y se comportan como en una película del
Hollywood clásico, los decorados, el vestuario, los peinados corresponden a esa
estética estilizada, impoluta del cine de los años 40 y 50. En ese sentido, hay
un componente metalingüístico, no sólo en lo que se refiere a que somos
testigos de cómo funcionaban los estudios y se rodaban las películas en ese
periodo, sino también porque la propia serie canibaliza la esencia de aquella
forma embellecedora de retratar la realidad. Estos dos aspectos definitorios de
la serie pueden suponer, sin embargo, su principal traba. En primer lugar
porque el mundo de hoy y los espectadores actuales ya no tienen aquella
inocencia, sino que la sociedad se ha vuelto cínica y recelosa, por lo que los
acontecimientos de la serie y la forma en que evolucionan y se solventan los
conflictos pueden resultar inverosímiles y pueriles para un público actual.
Desgraciadamente, el conocimiento que tenemos hoy en día de la historia de
Hollywood, la colección de personas que fueron rechazadas sin piedad por el
color de su piel, por su orientación sexual, por su clase social; la crónica
negra real de esa época, con violaciones, suicidios, asesinatos que quedaron
silenciados, todo esto hace que el mensaje luminoso y optimista de Ryan Murphy
pierda solidez. Dicho de manera sencilla, todo es demasiado bonito para ser
cierto.
En cualquier caso, vale la pena
adentrarse en esta realidad alternativa y dejarnos llevar por una forma de ver
el mundo que dejó de existir hace 60 años. El Hollywood dorado prometía
evasión, liberarnos de nuestros problemas, al menos mientras nos hipnotizara la
pantalla. Nos elevaba de la cruda realidad y nos hacía creer (o nos dejábamos
engañar) de que un mundo mejor era posible y estaba a nuestro alcance. Ese es
el espíritu que quiere recuperar “Hollywood”, y con sus defectos y sus
virtudes, hay que decir que pocas producciones hoy en día se atreven a eso.