miércoles, 18 de enero de 2012

“LA DAMA DE HIERRO”. QUIEN A HIERRO MATA…

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El cine parece haber encontrado un filón en la historia reciente del Reino Unido. Tras el éxito de crítica y público obtenido por “La Reina” y “El Discurso del Rey”, este año le ha tocado el turno a otra importante figura británica, Margaret Thatcher. Como en los casos anteriores, “La Dama de Hierro” busca hacer un retrato humano del personaje, aunque sin obviar su relevancia política y los importantes acontecimientos de los que fue protagonista o participe. También al igual que los títulos anteriormente mencionados, la cinta deposita gran parte de su peso dramático en el apartado interpretativo, convirtiéndose prácticamente en un “one (wo)man show” a mayor gloria del talento de Meryl Streep.

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“La Dama de Hierro” es el segundo trabajo puramente cinematográfico de Phyllida Lloyd, cineasta procedente del mundo del teatro y la ópera, quien en 2008 debutó con gran éxito (comercial, aunque no tanto crítico) en la gran pantalla gracias a su adaptación del musical “Mamma Mía”. Además de estos dos títulos, Lloyd cuenta también en su haber con la filmación de las escenificaciones de dos operas “Gloriana” (según el libreto de Lytton Strachey y William Plomer) y el “MacBeth” de Verdi. El biopic de Margaret Thatcher es por lo tanto su primera tentativa fuera del terreno musical, aunque es inevitable encontrar en su puesta en escena un valor netamente operístico. Partiendo del guion escrito por Abi Morgan, la cineasta compone un personaje trágico, con un pasado repleto de luces y sombras, pero que al final de su vida, se encuentra sola mientras sus principales herramientas de identidad, sus recuerdos y su anclaje a la realidad, se desvanecen fruto de la enfermedad. Pasado, alucinación y presente confluyen ante la mirada dispersa de una protagonista que poco a poco va abandonando el plano físico para encontrar la eternidad en su propia leyenda.

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Phyllida Lloyd construye la película como exaltación de una mujer que se enfrentó a una sociedad regida por hombres, donde al género femenino le estaba absolutamente vetada cualquier ambición que excediera el ámbito doméstico. Tomando momentos de su juventud, su liderazgo político y su etapa crepuscular, Margaret Thatcher es presentada como una heroína casi imbatible, una luchadora perseverante e incansable, dispuesta siempre a desafiar las restricciones que le marca la sociedad y modelar la realidad de acuerdo a su propio criterio. La película le reconoce a su personaje calidad de referente feminista por encima incluso de su propia ideología conservadora, aunque tampoco pretende por ello que la narración se convierta en una hagiografía de un personaje histórico cuestionado y criticado por las duras restricciones (económicas, sociales) a las que sometió especialmente a las clases más humildes de su país. En su retrato de su periodo como Primera Ministra del Reino Unido queda también patente la personalidad intransigente, tiránica, obsesiva y recelosa de Margaret Thatcher, únicamente suavizada en la relación con su marido, apoyo constante durante sus años de lucha y gobierno. La cinta tampoco es demasiado amable en el retrato familiar que hace de su protagonista, con una relación distante y aparentemente despreocupada de sus hijos, que siempre guardaron un apartado segundo lugar frente a sus responsabilidades políticas. Margaret Thatcher se convierte así a lo largo del metraje en una antiheroína, alguien que buscó liderar a su país hacia un futuro mejor, pero que por el camino acabó convertida en la villana de la historia.

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Con el fin de enfatizar el valor humano de esta tragedia, Abi Morgan y Phyllida Lloyd evitan la narración lineal, optando por una estructura en forma de flashbacks a partir de los recuerdos de una envejecida y enferma Margaret Thatcher. De esta manera se aseguran la empatía del espectador hacia el personaje antes de iniciar la aciaga labor de deconstruir y justificar su imagen pública establecida tras sus 11 años de gobierno. Así mismo, la cinta se convierte más en una pequeña e intimista obra de cámara, construida para dos personajes, antes que un poema sinfónico de carácter épico sobre un periodo agitado de la historia reciente del Reino Unido. Los flashbacks se van produciendo de manera ordenada en la narración de la película para que podamos apreciar la evolución de nuestra heroína, aunque estos nazcan de manera caótica a partir de la mente delirante de una anciana enferma, a la que el más leve acontecimiento o estímulo la retrotrae a una experiencia pasada. No nos encontramos tampoco ante una estructura especialmente innovadora, aunque sí funcional a la hora de contar la historia y manipuladora cuando se trata de presentar a los personajes y dirigir las impresiones de los espectadores.

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Como decíamos al principio, gran parte del peso de la película recae sobre el trabajo de su actriz protagonista, Meryl Streep, intérprete con méritos para la que un papel de estas características se convierte en un halagador caramelo, pero también viceversa, sin alguien de un peso actoral de este calibre (y en lo referente a interpretación femenina hay pocas que se le puedan equipar) un personaje de esta importancia sería prácticamente inviable. Streep tiene una larga trayectoria demostrando su mimetismo a la hora de llevar a buen puerto este tipo de papeles biográficos, y en cuanto ala particularidad de escoger a una actriz americana para interpretar a un icono británico, también es legendaria su habilidad vocal para reproducir todo tipo de acentos y rasgos lingüísticos definitorios. Aquí es necesario distinguir dos construcciones por parte de la actriz. La primera es la Margaret Thatcher anciana, más desligada de la imagen pública que el espectador pueda tener del personaje. Si bien se respetan algunos rasgos físicos, esta faceta de la protagonista permite a la actriz desarrollar su trabajo más libremente y apoyada en valores más emocionales. Es en este apartado donde la actriz luce mejor y da un mayor naturalismo a su interpretación (apoyada en el elaborado trabajo de maquillaje, peluquería y vestuario, extraordinario y capital a lo largo de toda la película). La otra faceta, la de política y Primera Ministra cuenta con el hándicap de partir de unos particularismos que se convirtieron en definitorios y que durante el periodo de gobierno de Margaret Thatcher llegaron incluso a caer en la caricatura. Steep demuestra haber hecho lo deberes y haber estudiado a fondo los gestos y expresiones de su referente, reproduciéndolos de manera ejemplar,aunque artificiosa. Es imposible no reconocer a Margaret Thatcher en la interpretación de la actriz, hasta el punto de generar duda si en algunos planos donde se combinan imágenes de archivo se ha mantenido a la verdadera Dama de Hierro o si es Streep quien da la réplica. Desgraciadamente, la actriz quiere darle tanto énfasis y convicción a esos rasgos distintivos del personaje que no puede evitar reproducir la caricatura, perdiendo naturalidad y evidenciando el artificio de su interpretación. Esto provoca que “La Dama de Hierro” no ascienda al Olimpo de las mejores interpretaciones de Meryl Streep, pero sí la coloca en una posición aventajada para ganar su tercer Oscar a Mejor Actriz Principal en la próxima ceremonia de los premios de la Academia de Hollywood (por de pronto ya le ha permitido conseguir su octavo Globo de Oro).

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A lo largo de todo el metraje, Streep lleva sobre sus hombros todo el peso de la película. Dado que en este drama el papel de protagonista y antagonista recae en el mismo personaje, el 99% de los secundarios tienen muy poca entidad, siendo la única excepción la notable labor de Jim Broadbent como Denis Thatcher. Este personaje se convierte en el contrapunto del papel principal, evidenciando y liberando todo el componente emocional que ésta se guarda para sí. Si bien en la vida real la figura de Denis Thatcher siempre quedó en un muy segundo plano, hasta el punto de llegar a ser el hazmerreir de su país, tachado de calzonazos frente a la fuerte personalidad de su esposa, en la película Lloyd y Morgan se esfuerzan por dar entidad a su importancia en la vida de Margaret Thatcher, convirtiéndolo en el depositario de la confianza de la mandataria, y por lo tanto el único interlocutor válido a la hora de acceder a la verdadera personalidad de la Primera Ministra. Esta relación entre ambos conforma, sin duda, los momentos más destacados de la película. No sólo esta historia de amor gana mucho más peso que todo el apartado historicista y político de la trama, sino que además la excelente química entre los dos actores hace que la relación fluya de manera natural y afectiva. Broadbent vuelve a demostrar su alta valía como intérprete en las escenas donde tiene que darle la réplica a Meryl Streep y su construcción del personaje hace del histrionismo una válvula de escape frente a la afección y el rictus severo de su co-protagonista. No es baladí que uno de los aspectos reiterados en la película sea el guiño a la cinta “El Rey y Yo”, especialmente al famoso “Shall We Dance?” que unía a Yul Brinner y a Deborah Kerr en un delicioso baile. Este drama intimista que nos ofrece “La Dama de Hierro” no hace sino invertir los términos, dando el papel de gobernante terca e inflexible a Margaret Thatcher, mientras que el personaje que logra atravesar esa imagen impasible de manera afectiva cae en manos de su marido.

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Si bien “La Dama de Hierro” funciona a la perfección en este apartado intimista (en gran parte, como hemos indicado, gracias a los actores, pero por otro lado apoyados por una delicada puesta en escena de Phyllida Lloyd), es en el aspecto más goloso de la trama, la vida política de Margaret Thatcher, donde la película se derrumba y pierde interés. En un intento de abarcar un extenso periodo temporal, la película pasa casi de puntillas por los principales conflictos de la carrera política de Margaret Thatcher, fracasando también a la hora de intentar justificar la intransigente personalidad de la mandataria. La juventud del personaje (con esa fascinación por la voz política de su padre y la frustración ante el desprecio de las otras chicas de su edad), su ascenso dentro del partido conservador (luchando contra los prejuicios machistas del resto de sus compañeros y opositores políticos), las crisis de su gobierno (la huelga de mineros, los atentados terroristas del IRA, la Guerra de las Malvinas) y su destitución final son escenificadas de manera banal y superficial. Lloyd compone cada uno de estos momentos combinando imágenes de archivo a las que se inserta algún que otro plano que sitúe a la Margaret Thatcher interpretada por Meryl Streep en ese contexto; sin embargo, no sólo no profundiza en estas situaciones y su importancia política y social durante la década de los 80 en el Reino Unido, sino que además no se preocupa de que los diferentes formatos empleados se encadenen de manera fluida y coherente, subrayando de manera artificiosa esos insertos hasta niveles bochornosos e incluso hilarantes. Personajes clave en la evolución política de Margaret Thatcher como Edward Heath (John Sessions), Airey Neave (Nicholas Farrell), Geoffrey Howe (Anthony Head), Michael Foot (Michael Pennington), John Nott (Angus Wright) o Michael Heseltine (Richard E. Grant) apenas tienen una participación testimonial, mientras que la relación de la Primera Ministra con los líderes políticos de otros países queda como una mera anécdota (su amistad con Ronald Reagan y su emblemático baile en la Casablanca en 1984) o es directamente ignorada en este biopic.

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En “La Dama de Hierro” encontramos dos películas en una. En primer lugar ese drama intimista y crepuscular tremendamente emotivo y, en segundo lugar, una docuficción que hace una breve panorámica por los puntos calientes de la política británica de la década de los 80. Sinceramente opinamos que si la película hubiese prescindido del peso del referente político cuya vida quiere narrar y se hubiese centrado en esa pequeña historia de una mujer anciana cuya enfermedad está devorando sus recuerdos hubiese ganado varios enteros. Lo segundo, ya sea por impericia, desgana o mala elección, queda demasiado superfluo y mal realizado, desaprovechando las posibilidades que ofrecía el material de partida.

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