miércoles, 24 de marzo de 2010

EL LIBRO DE ELI


Hasta ahora la carrera de los hermanos Hughes ha sido más prometedora que verdaderamente destacada. Sus primeras películas “Menace 2 Society” y “Dead Presidents” ayudaron a que estos dos realizadores llamaran la atención gracias a su estética de la violencia. Después vendría el título que supuestamente les iba a encumbrar, la adaptación de la novela gráfica de Alan Moore “From Hell. Desde el Infierno”, sin embargo este título quedaría a medio camino de lo que ambicionaba, y por supuesto, muy, muy alejado de los logros de la compleja obra de Moore. Si bien la película funcionaría de manera satisfactoria en taquilla, y las críticas, pese al varapalo, no ponían en duda la habilidad visual de los cineastas, lo cierto es que desde 2001 hasta la fecha, los hermanos Hughes no habían estrenado ninguna obra en la gran pantalla (en televisión sí tendrían un breve deambular como productores de la serie “Touching Evil”).


Ahora regresan con “El Libro de Eli”, una cinta de ciencia ficción que nos sitúa en un futuro desolado, a medio camino entre el existencialismo del Cormac McCarthy en “La Carretera” y el espagueti western futurista de “Mad Max”. Sin embargo, las referencias no quedan ahí. Los Hughes, siguiendo la línea de otros hermanos, los Wachowski, han creado una obra en la que confluyen fuentes de lo más variopintas, desde el cine japonés (con especial fijación por el chambara, o cine de espadachines) hasta la literatura distópica de mediados del siglo XX (con “Fahrenheit 451” a la cabeza), pasando por el mundo del comic, la religión (el tema de la Fe es fundamental en esta película) u otros títulos cinematográficos (el líder de los secuaces de Gary Oldman tiene la costumbre de silbar la música de Ennio Morricone para “Érase una vez en América”).


Los Hughes han aprovechado también las posibilidades visuales que propiciaba una historia de este calibre, ofreciendo un conjunto de planos desoladores que muestran una civilización ya en plena decadencia, todo ello acompañado por una fría banda sonora de carácter industrial, compuesta por Atticus Ross. La presentación de carreteras destruidas, territorios en ruinas, o vehículos abandonados ayuda a subrayar esa visión del futuro como un territorio yermo y sin esperanza.


En lo que se refiere al apartado de interpretación, la cinta está dominada por el enfrentamiento entre el personaje de Denzel Washington, Eli, y el de Gary Oldman, Carnagie, quedando en resto en un apartado segundo plano (incluyendo a Mila Kunis, quien cuenta con más presencia en pantalla, pero acaba ejerciendo de comparsa del protagonista). Washinton ofrece una interpretación sobria, cuidando mucho los movimientos de su personaje, mientras que Oldman, sin llegar al histrionismo de anteriores papeles suyos (“Leon, EL Profesional”, “El Quinto Elemento”, “Air Force One”), se luce con un villano que oscila entre la caricatura cómica y la amenaza velada.

Otro plato fuerte de la película es la escenificación de las escenas de acción, evitando en todo momento repetir conceptos. Así nos encontramos con secuencias de lucha cuerpo a cuerpo a contraluz al principio (de nuevo en referencia al chambara) o más explícitas, en la escena de la llegada de Eli al bar de Carnagie, y tiroteos cercanos al western (por las calles del pueblo de Carnagie) o atronadores secuencias de carácter casi bélico, (como es el caso del asedio en la casa, donde la cámara se desenvuelve entre los dos fuegos con una soltura apabullante). Sin embargo, curiosamente, la película lejos de ofrecer el típico enfrentamiento final violento entre los dos antagonistas, opta por una resolución diferente.

Todos estos componentes hacen que “El Libro de Eli” ofrezca al espectador un entretenimiento de alto nivel, una cinta que sabe aunar una puesta en escena potente con un apartado expositivo (la presentación de ese futuro apocalíptico) realmente subyugante. Es cierto que se echa de menos un guión un poco más elaborado, y que, a medida que la cinta avanza, el argumento se va apartando de los senderos de la lógica, reclamando al espectador un considerable nivel de suspensión de incredulidad. Sin embargo, esto queda compensado por un notable sentido de la narrativa audiovisual y la labor de los dos actores protagonistas, que saben meterse el público en el bolsillo.

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