lunes, 12 de agosto de 2013

“GUERRA MUNDIAL Z”. BRAD OF STEEL

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“Guerra Mundial Z” es el último ejemplo que nos ha llegado de cine zombi, en esta ocasión, una superproducción veraniega con el visto bueno de la industria demostrando, aunque suene paradójico, la buena salud con la que cuentan los muertos vivientes en este siglo XXI. Hay quien ha argumentado que el periodo de crisis en el que vivimos es un buen caldo de cultivo para este tipo de historias y que, al fin y al cabo, desde que George A. Romero marcara las pautas allá por 1968 con “La Noche de los Muertos Vivientes”, estas criaturas que anuncian el apocalipsis de la humanidad han ejercido siempre de metáfora para muchos de los problemas y excesos de nuestra sociedad (superpoblación, consumismo, militarismo, alienación, desastres ecológicos).

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La producción de “Guerra Mundial Z” reunió todo un compendio de catástrofes que parecían condenar la película al fracaso más absoluto. Ya desde su punto de partida, se optó por una novela muy difícil de llevar al cine. De trama coral y episódica, no respeta esa estructura narrativa clásica de la que a Hollywood le cuesta tanto prescindir. Además, los derechos fueron adquiridos por una de las principales estrellas de Hollywood, Brad Pitt, vencedor tras dura pugna con Leonardo DiCaprio, o lo que es lo mismo entre las productoras Plan B y Appian Way Productions. Se contrató a un director de prestigio, Marc Foster (“Monster’sBall”, “Descubriendo Nunca Jamás”), pero con casi nula experiencia en una producción a esta escala. Su único referente era su aportación a la saga de 007 con “Quantum of Solace”, cinta que no contentó ni a los seguidores de Foster ni a los de James Bond. El rodaje de la película estuvo plagado de rumores de enfrentamientos entre el director y la estrella/productor. En los mentideros abundaban comentarios sobre la incapacidad de Foster para controlar una producción de este calibre o que, con el rodaje ya avanzado, aún no se había definido qué aspecto iban a tener los zombis. La cinta tuvo que afrontar la marcha del director de fotografía Robert Richardson cuando ya estaba finalizando el rodaje, siendo sustituido por Newton Thomas Sigel. Llegados a la postproducción, las habladurías que apuntaban a que las secuencias rodadas no montaban se incrementaron cuando se retrasó el estreno de la película para reescribir partes del guion y, entre otras cosas, introducir todo un nuevo clímax final, con lo que ello implica de encarecimiento de la película y cambios en el equipo (algunos actores vieron sus personajes reducidos o eliminados del montaje final, como es el caso de Matthew Fox, además de la necesidad de incorporar un tercer director de fotografía, Ben Seresin).Con estos antecedentes, pocas esperanzas quedaban en que, de ese barullo, fuera a salir algo medianamente positivo y, pese a todo, cuando la película se estrenó en Estados Unidos no sólo hizo buenos números en taquilla, sino que además recibió críticas positivas. En nuestro país, su estreno ha supuesto un soplo de aire para los raquíticos ingresos de las salas de cine en una de las temporadas habitualmente de mayor tirón comercial del año.

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Comencemos el análisis de la película avisando a todos aquellos que se hayan leído el libro que deberían prescindir de cualquier comparación. El trabajo inicial de J. Michael Straczynski y Matthew Michael Carnahan (Drew Goddard y Damon Lindelof se incorporaron durante la etapa final para los arreglos y cambios que necesitó la película en postproducción) lejos de buscar la forma de aglutinar los diferentes componentes de la historia original en un guion cinematográfico, optó por un proceso de absoluta síntesis y simplificación. Del concepto coral de la novela pasamos a un protagonismo casi absoluto por parte de su principal estrella. Se mantiene el componente episódico (aquí estructurado en forma de elaboradas set pieces que sirven de desarrollo lineal de la acción) y el apartado reflexivo y de investigación queda reducido a la más mínima expresión. El personaje de Brad Pitt, el ex investigador de las Naciones Unidas Gerry Lane, especie de Jack Ryan que ha renegado del trabajo de campo, es un tipo de héroe a su pesar que sirve tanto para un roto y como para un descosido. Lo mismo se enfrenta a los zombis, que ayuda a pilotar un avión, que busca una solución a la pandemia interpretando las pistas que se va encontrando por el camino y dejándose llevar por endebles conjeturas. Todo ello manteniendo el tipo como padre coraje, prácticamente sin fatigarse y sobreviviendo milagrosamente a las situaciones más azarosas.

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Pese a esto, la película, como entidad independiente, sin referentes previos, cumple los objetivos que se espera de cualquier blockbuster veraniego: un presupuesto holgado, estrellas de cine, efectos especiales digitales, una historia sencilla, acción trepidante y un ritmo bien llevado para que el espectador no se pare a analizar lo que sucede en pantalla y mucho menos lance miradas aburridas el reloj. Si sobre el papel, el personaje de Gerry Lane no se sostiene, la presencia de Brad Pitt y su carisma a la hora de darle vida disfrazan perfectamente las deficiencias y simplezas de un guion que es claramente el apartado más insuficiente de la película, afectado por los desmanes de la producción. Como buen vehículo hecho a la medida de Brad Pitt, “Guerra Mundial Z” no deja que ningún otro personaje sobresalga y tenga posibilidades de eclipsar a la estrella, ni Mireille Enos (Karin Lane, esposa del protagonista cuyo protagonismo se esfuma una vez han superado la set piece de Filadelfia), ni Fana Mokoena (Thierry Umutoni, Secretario general adjunto de las Naciones Unidos), Elyes Gabel (el virólogo Andrew Fassbach aparente elemento clave en la resolución de la pandemia), James Badge Dale (como el Navy Seal Capitán Speke), Ludi Boeken (Jurgen Warmbrunn, líder del Mossad), Daniella Kertesz (la soldado de escolta israelí, Segen) o Pier Francesco Favino (como el médico líder de un equipo de la OMS). Todos ellos cumplen una función específica en la narración. Su participación es meramente instrumental (en la mayor parte de los casos delimitada al marco de la set piece concreta que les incumbe) y de apoyo a los logros del personaje principal, que se reserva para sí mismo las principales hazañas de la cinta. Afortunadamente, Pitt es un actor con gran peso en pantalla que lidia con soltura con esta responsabilidad, logrando que los excesos de su personaje queden minimizados y manteniendo incluso el estatus de Gerry como hombre corriente pese a lo extraordinario de la situación y su habilidad casi sobrehumana para salir indemne.

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En lo que se refiere a la descripción de los zombis, en la película podemos encontrar otra divergencia con respecto a la novela. Mientras Max Brooks se atenía a la característica original de los muertos vivientes con su caminar lento e irregular, la película se suma a la corriente moderna de títulos como “El Amanecer de los Muertos” de Zack Snyder, donde tienen la capacidad de correr hacia sus víctimas. Esta dicotomía fue matizada en su momento por el propio George A. Romero, quien precisó que los zombis no pueden correr ya que la putrefacción de su cuerpo haría que se desmembraran en el intento, distinguiendo a esta nueva variante cinematográfica con la etiqueta de “infectados”. El hecho además de que en “Guerra Mundial Z” se hable del apocalipsis zombi como un proceso vírico subraya aún más la adhesión de la película a esta corriente moderna. Como novedad, Foster añade nuevas características a sus muertos vivientes, como su habilidad para amontonarse unos encima de otros y superar obstáculos. A lo largo de la película se alterna también el uso de actores caracterizados con zombis digitales, esto último sobre todo para las escenas de masas. En este sentido, la película recuerda más a casos como “Soy Leyenda” que a “The Walking Dead”. Por otro lado, aunque sí visualizamos pústulas y otras putrefacciones, la cinta no ahonda en el lado gore del género, por lo que por esa parte podrá decepcionar a los seguidores más acérrimos del cine de zombis, pero también puede atraer a ese sector del público que hasta ahora no se había adentrado en él por lo explícito de su casquería.

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Si realmente hubo descontrol e impericia por parte de Marc Foster a la hora de realizar la película, no es perceptible en el resultado final. La puesta en escena y el diseño del conjunto global son modélicos. Cada bloque episódico está concebido con unas características bien definidas y distintivas, que hacen que la película sea dinámica y novedosa a cada paso que da la narrativa. El arranque en Filadelfia apuesta por el caos ante la sorpresa del ataque. La tensión de los planos cortos donde vemos la estupefacción de los personajes se alterna con grandes planos generales que reflejan la anarquía de una gran ciudad del Primer Mundo. Foster aprovecha para apuntar un cierto mensaje sobre la caída del sistema capitalista con la secuencia del supermercado que sirve además como guiño al clásico de Romero “Zombi”. En el episodio de Corea, el director juega con la falta de visibilidad para crear una situación de suspense. En este caso, más que mostrar busca sugerir e inquietar al espectador que no sabe por dónde van a salir los infectados. El bloque israelí presenta a la amenaza zombi como un ataque en masa. Gracias sobre todo a los efectos digitales, se abandona la idea del muerto viviente como individuo y se les presenta como una masa devoradora que sigue creciendo a medida que sus víctimas pasan a incorporarse a la avalancha colectiva. Aquí de nuevo Foster saca provecho de los grandes planos generales, con un impactante uso de los planos aéreos. En el siguiente episodio, regresamos al uso de espacios reducidos y claustrofóbicos, insertando la amenaza zombi en el recinto sin salida de un avión en pleno vuelo. En esta ocasión, más incluso que el propio ataque Z, el componente conflictivo es la propia localización como “cul-de-sac”. Foster juega con la anticipación de la llegada de los infectados y su planificación se recrea sobre todo en el suspense y la claustrofobia que genera la falta de vía de escape para los protagonistas. Tras desechar el clímax previsto inicialmente, con una guerra masiva contra los zombis en Rusia, la cinta concluye con un regreso a los orígenes. Para el bloque galés, en las dependencias de la OMS, se devuelve el carácter individual a los infectados, al mismo tiempo que las características físicas y particulares de cada uno de los zombis recuperan su componente aterrador (se prescinde del CGI como componente principal y se regresa al trabajo actoral y el maquillaje). Ya no estamos ante una masa indistinguible, sino que cada muerto viviente es una amenaza independiente y definida a superar dentro de un espacio cerrado.

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Tenemos que destacar también la espléndida labor de montaje realizada por Roger Barton y Matt Chesse, no sólo por la complejidad interna de cada set piece, sino también el modo en que se establece un ritmo global que proporciona a la película la virtud de mantener al espectador atento a la pantalla y clavado a la butaca a lo largo de los 116 minutos de metraje de la película. La puesta en escena de Foster, el trepidante montaje de Barton y Chesse y el carisma de Pitt son los principales responsables a la hora de conseguir que el espectador pase por alto las incongruencias de un guion ensamblado a retazos. A estos elementos es de recibo añadir una partitura musical a cargo de Marco Beltrami, quien vuelve a demostrar que es un compositor alejado de los patrones actuales de la música para el cine de Hollywood y plantea soluciones más creativas y sugerentes a la hora de acompañar a las imágenes. La suya es una composición angustiosa y apabullante, que se apoya en la orquestación y, especialmente, en la percusión y las cuerdas para generar ansiedad en el espectador, al mismo tiempo que subraya los elementos de ritmo del montaje.

“Guerra Mundial Z” se convierte gracias a estos elementos en una cinta francamente entretenida, dinámica y atractiva, un perfecto pasatiempo para estas fechas estivales, que si bien carece de cargas de profundidad que aporten una lectura más compleja de la trama, sí logra con creces su objetivo de atrapar al espectador y conducirlo por una auténtica montaña rusa de suspense, tensión y frenesí.

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1 comentario:

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