En el universo de Quentin Tarantino
no hay lugar para las buenas personas, para los inocentes, para los honestos.
El suyo es un cine sin brújula moral, sin mensaje educativo, más allá de la
representación de lo que supone una sociedad absolutamente corrupta y
depredadora. Sus personajes se caracterizan por dos elementos básicos: su
elocuencia verbal y su violencia seca y explícita. Con “Los Odiosos Ocho” nos
encontramos a un cineasta que mira a sus orígenes y reproduce una situación
cercana a la que fuera su primera película, “Reservoir Dogs”. Nos volvemos a
encontrar con una historia que se desarrolla en espacios cerrados (en este
caso, dos únicos espacios, la diligencia y el local de Minnie), con un conjunto
de personajes de diferente pelaje atrapados en su interior y cuyo único punto
en común es la desconfianza que se inspiran entre sí, una manada de lobos
solitarios dispuestos a devorarse los unos a los otros.
Segundo western de Tarantino tras
“Django Desencadenado”, en esta ocasión la etiqueta genérica atañe meramente a
la ambientación, ya que esas mismas características argumentales podrían
localizarse en el contexto de un thriller, una cinta de terror, o una fantasía
futurista postapocalíptica. De hecho, en su habitual juego cinéfilo, el
cineasta ha citado como una de sus principales fuentes de inspiración a la hora
de desarrollar el guion, la película “La Cosa” de John Carpenter, con la que
mantiene muchos puntos de conexión: el espacio claustrofóbico, la desconfianza
en la naturaleza de los personajes, la nieve, Kurt Russell y una partitura
musical de Ennio Morricone (es más, el propio compositor aportó a la banda
sonora algunos temas rechazados de la cinta de 1982). Otras referencias
confesas son “El Gran Silencio” de Sergio Corbucci (precisamente el autor del
Django original), “La Diligencia” de John Ford, el guiallo “El Pájaro de las
Plumas de Cristal” de Dario Argento, “Cayo Largo” de John Huston, el wuxia
“Dragon Inn” de King Hu o la novela “Los Diez Negritos” de Agatha Christie.
Con una duración final de 167 minutos
y estructurada en forma de seis capítulos, la cinta se apoya principalmente en
el trabajo de los actores y el diálogo, concentrando toda la acción en los dos
últimos, y explosivos, capítulos. Esto no implica que Tarantino haya reducido
el nivel de violencia en sus películas, ya que, como es habitual en él, todos
los diálogos tienen una gran carga de agresividad. Si bien las pistolas y
rifles se mantienen fríos durante gran parte de la función, los personajes no
paran de dispararse réplicas los unos a los otros, buscando la forma de prender
la llama y liberar toda la tensión acumulada. Un buen ejemplo de esto lo
encontramos en el fantástico monólogo que Mayor Marquis Warren (Samuel L.
Jackson) le espeta al General Sandy Smithers (Bruce Dern) y que brilla como uno
de los momentos estelares de la película. Los personajes parten de patrones
estereotipados, para posteriormente ir desarrollándose a medida que avanza la
acción y vamos profundizando en algunos de ellos. A nivel interpretativo, nos
encontramos con una película en estado de gloria. La espléndida labor literaria
de Tarantino a la hora de elaborar sus diálogos conecta con un excelso casting
y una férrea labor de dirección de actores. Resulta complejo destacar a un
intérprete por encima de otro y, si bien, los elogios que se han generado en
torno al trabajo de Jennifer Jason Leigh, Samuel L. Jackson o Kurt Russell son,
sin duda, merecidos, no menos extraordinaria nos parece la labor, por ejemplo, del
veterano Bruce Dern.
Desgraciadamente, si bien la película
cuenta con los beneficios del sello Tarantino en lo que se refiere a diálogos,
puesta en escena o dirección de actores, también sufre de los excesos del
cineasta. Las películas de Tarantino, especialmente de “Kill Bill” en adelante
adolecen de elefantiasis narrativa. Su estructura resulta desproporcionada y
necesitada de mayor capacidad de síntesis. En el caso de “Los Odiosos Ocho”, el
cineasta se excede en todo el tramo de presentación de personajes y
situaciones, a lo que se suma una cadencia pausada de la narración y el extenso
metraje de la película. Es cierto que “Malditos Bastardos” o “Django
Desencadenado” eran también películas extensas y descompensadas, pero el
dinamismo de sus historias aligeraba el peso del metraje. Aquí nos encontramos
con una narrativa más sopesada y contenida. El ritmo que Tarantino le da a la
cinta es también muy pausado y sobrio, que junto con las limitaciones de
espacio y la preponderancia del diálogo aportan a la conjunto una cadencia más
teatral que cinematográfica. En este caso, no es sólo que la película “sea
larga”, sino que el concentrar toda la acción en un único espacio y dilatar de
esa manera el suspense y la relación de los personajes acaba provocando que el
espectador sienta más el peso del metraje. Esto no resta méritos a la película,
pero sí es cierto que acaba repercutiendo en el espectador, que debe esperar
más de dos horas para que se desate la acción física (eso sí, una vez se desata
éste resulta monumental).
La participación de Ennio Morricone
supone un sueño cumplido para el director, quien ya había intentado previamente
sin suerte atraer al maestro italiano para que compusiera la partitura de una
de sus película. De esta manera, un cineasta que convirtió en sello personal el
uso de música preexistente en sus películas consigue en su octava película su
primera partitura original. Morricone, quien definiera las claves del espagueti
western en los años 60 y 70, especialmente con sus colaboraciones con Sergio
Leone, regresa así al género que le dio la fama 35 años después de su última
composición para una cinta ambientada en el oeste americano. Sin embargo, no
encontramos aquí los elementos clásicos de aquellas partituras, como el uso de
la voz femenina o los silbidos. La música de “Los Odiosos Ocho” es tensa,
agresiva, pausada y amenazante, tal y como
es la película, más cercana a los referentes sonoros del thriller y el
suspense y con la firma indeleble de su compositor. Curiosamente, el haber
contado con un músico por primera vez en su carrera ha hecho que la música en
la cinta no haya tenido un papel tan protagonista como en anteriores títulos de
Quentin Tarantino. Morricone emplea la música de manera muy calculada y por lo
general en un segundo plano, ayudando a enturbiar el ambiente y la tensión
entre los personajes.
Con su octava película, Quentin
Tarantino se sigue erigiendo como un cineasta de fuerte personalidad y vigor
narrativo, aunque aún incapaz del necesario proceso de autocrítica y filtrado
de su obra para poder podar excesos que siguen lastrando el resultado final.
“Los Odiosos Ocho” no desmerece a la filmografía anterior del director, pero
tampoco supone un avance en su carrera, manteniendo ese impasse en el que se encuentra
desde “Kil Bill”.
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