miércoles, 27 de enero de 2016

“LOS ODIOSOS OCHO”. INFIERNO BLANCO

En el universo de Quentin Tarantino no hay lugar para las buenas personas, para los inocentes, para los honestos. El suyo es un cine sin brújula moral, sin mensaje educativo, más allá de la representación de lo que supone una sociedad absolutamente corrupta y depredadora. Sus personajes se caracterizan por dos elementos básicos: su elocuencia verbal y su violencia seca y explícita. Con “Los Odiosos Ocho” nos encontramos a un cineasta que mira a sus orígenes y reproduce una situación cercana a la que fuera su primera película, “Reservoir Dogs”. Nos volvemos a encontrar con una historia que se desarrolla en espacios cerrados (en este caso, dos únicos espacios, la diligencia y el local de Minnie), con un conjunto de personajes de diferente pelaje atrapados en su interior y cuyo único punto en común es la desconfianza que se inspiran entre sí, una manada de lobos solitarios dispuestos a devorarse los unos a los otros.
Segundo western de Tarantino tras “Django Desencadenado”, en esta ocasión la etiqueta genérica atañe meramente a la ambientación, ya que esas mismas características argumentales podrían localizarse en el contexto de un thriller, una cinta de terror, o una fantasía futurista postapocalíptica. De hecho, en su habitual juego cinéfilo, el cineasta ha citado como una de sus principales fuentes de inspiración a la hora de desarrollar el guion, la película “La Cosa” de John Carpenter, con la que mantiene muchos puntos de conexión: el espacio claustrofóbico, la desconfianza en la naturaleza de los personajes, la nieve, Kurt Russell y una partitura musical de Ennio Morricone (es más, el propio compositor aportó a la banda sonora algunos temas rechazados de la cinta de 1982). Otras referencias confesas son “El Gran Silencio” de Sergio Corbucci (precisamente el autor del Django original), “La Diligencia” de John Ford, el guiallo “El Pájaro de las Plumas de Cristal” de Dario Argento, “Cayo Largo” de John Huston, el wuxia “Dragon Inn” de King Hu o la novela “Los Diez Negritos” de Agatha Christie.
Con una duración final de 167 minutos y estructurada en forma de seis capítulos, la cinta se apoya principalmente en el trabajo de los actores y el diálogo, concentrando toda la acción en los dos últimos, y explosivos, capítulos. Esto no implica que Tarantino haya reducido el nivel de violencia en sus películas, ya que, como es habitual en él, todos los diálogos tienen una gran carga de agresividad. Si bien las pistolas y rifles se mantienen fríos durante gran parte de la función, los personajes no paran de dispararse réplicas los unos a los otros, buscando la forma de prender la llama y liberar toda la tensión acumulada. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en el fantástico monólogo que Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) le espeta al General Sandy Smithers (Bruce Dern) y que brilla como uno de los momentos estelares de la película. Los personajes parten de patrones estereotipados, para posteriormente ir desarrollándose a medida que avanza la acción y vamos profundizando en algunos de ellos. A nivel interpretativo, nos encontramos con una película en estado de gloria. La espléndida labor literaria de Tarantino a la hora de elaborar sus diálogos conecta con un excelso casting y una férrea labor de dirección de actores. Resulta complejo destacar a un intérprete por encima de otro y, si bien, los elogios que se han generado en torno al trabajo de Jennifer Jason Leigh, Samuel L. Jackson o Kurt Russell son, sin duda, merecidos, no menos extraordinaria nos parece la labor, por ejemplo, del veterano Bruce Dern.
Desgraciadamente, si bien la película cuenta con los beneficios del sello Tarantino en lo que se refiere a diálogos, puesta en escena o dirección de actores, también sufre de los excesos del cineasta. Las películas de Tarantino, especialmente de “Kill Bill” en adelante adolecen de elefantiasis narrativa. Su estructura resulta desproporcionada y necesitada de mayor capacidad de síntesis. En el caso de “Los Odiosos Ocho”, el cineasta se excede en todo el tramo de presentación de personajes y situaciones, a lo que se suma una cadencia pausada de la narración y el extenso metraje de la película. Es cierto que “Malditos Bastardos” o “Django Desencadenado” eran también películas extensas y descompensadas, pero el dinamismo de sus historias aligeraba el peso del metraje. Aquí nos encontramos con una narrativa más sopesada y contenida. El ritmo que Tarantino le da a la cinta es también muy pausado y sobrio, que junto con las limitaciones de espacio y la preponderancia del diálogo aportan a la conjunto una cadencia más teatral que cinematográfica. En este caso, no es sólo que la película “sea larga”, sino que el concentrar toda la acción en un único espacio y dilatar de esa manera el suspense y la relación de los personajes acaba provocando que el espectador sienta más el peso del metraje. Esto no resta méritos a la película, pero sí es cierto que acaba repercutiendo en el espectador, que debe esperar más de dos horas para que se desate la acción física (eso sí, una vez se desata éste resulta monumental).
La participación de Ennio Morricone supone un sueño cumplido para el director, quien ya había intentado previamente sin suerte atraer al maestro italiano para que compusiera la partitura de una de sus película. De esta manera, un cineasta que convirtió en sello personal el uso de música preexistente en sus películas consigue en su octava película su primera partitura original. Morricone, quien definiera las claves del espagueti western en los años 60 y 70, especialmente con sus colaboraciones con Sergio Leone, regresa así al género que le dio la fama 35 años después de su última composición para una cinta ambientada en el oeste americano. Sin embargo, no encontramos aquí los elementos clásicos de aquellas partituras, como el uso de la voz femenina o los silbidos. La música de “Los Odiosos Ocho” es tensa, agresiva, pausada y amenazante, tal y como  es la película, más cercana a los referentes sonoros del thriller y el suspense y con la firma indeleble de su compositor. Curiosamente, el haber contado con un músico por primera vez en su carrera ha hecho que la música en la cinta no haya tenido un papel tan protagonista como en anteriores títulos de Quentin Tarantino. Morricone emplea la música de manera muy calculada y por lo general en un segundo plano, ayudando a enturbiar el ambiente y la tensión entre los personajes.
Con su octava película, Quentin Tarantino se sigue erigiendo como un cineasta de fuerte personalidad y vigor narrativo, aunque aún incapaz del necesario proceso de autocrítica y filtrado de su obra para poder podar excesos que siguen lastrando el resultado final. “Los Odiosos Ocho” no desmerece a la filmografía anterior del director, pero tampoco supone un avance en su carrera, manteniendo ese impasse en el que se encuentra desde “Kil Bill”.

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