jueves, 16 de junio de 2011

“HANNA”. CAPERUCITA, EL LOBO Y LA CASITA DE CHOCOLATE


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Uno de los grandes males que tiene el cine comercial de Hollywood actual es que la mayor parte de las películas que llegan a las salas han sido creadas ajustándose a un patrón preestablecido con el fin de que la inversión tenga el menor riesgo posible, pero minimizando también la capacidad de sorpresa de la historia o los personajes. Si miramos la cartelera actual, películas como “Rio”, “Scream 4”, “Fast and Furious 5”, “Thor”, “Piratas del Caribe. En Mareas Misteriosas” o “X Men. Primera Generación” pueden ser mejores o peores, nos pueden gustar más o menos, pero lo que es incuestionable es que cada espectador ha ido al cine consciente del tipo de película que iba a ver. Los estudios necesitan contar con estos elementos de referencia para saber cómo promocionar sus productos y dirigirlos a los sectores demográficos que consideran más atractivos de cara a obtener un éxito comercial en taquilla. Sin embargo, en ocasiones, eso no sucede así, y podemos encontrarnos con películas que rompen los esquemas, situando a la audiencia en una inexplorada tierra de nadie cuando se sientan en su butaca. Con frecuencia, este riesgo supone estrenar una película irregular, descompensada, desconcertante para el espectador, insatisfactoria, pero también extrañamente sugerente. Ese es el caso de “Hanna”.
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Aparentemente, la cinta cuenta con elementos identificables y asequibles para el público general. Una joven adolescente ha sido adiestrada por su padre en un recóndito paraje para convertirla en una asesina implacable y que así pueda defenderse del ataque de una fría agente de la CIA que quiere eliminarlos. Sin embargo lo que comienza como una variante juvenil de Jason Bourne, pronto empieza a abandonar estas claves para derivar hacia otros caminos, ante el desconcierto del espectador quien, sin previo aviso, se encuentra súbitamente ante algo muy diferente de lo que tenía previsto.
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A priori, lo primero que choca de la película es la elección del director. Joe Wright no da el perfil de cineasta habitual en este tipo de géneros. Realizador británico, se dio a conocer en 2005 con la purista adaptación del clásico de la literatura “Orgullo y Prejuicio” de Jane Austen. A ésta siguieron “Expiación”, de nuevo basada en una notable novela obra de Ian McEwan, y su salto a Hollywood con el drama “El Solista”. Todas ellas eran películas ideadas para entrar en la carrera de los Oscars y apoyarse en el drama de sus historias y las notables interpretaciones de sus actores. Con estas cartas de presentación, Wright se definió como un director de poderosa puesta en escena, clasicista y preciosista a un mismo tiempo, y con un ritmo pausado a la hora de narrar la historia. Podemos decir que estos elementos siguen presentes en “Hanna”, donde la cinta se diferencia de otros productos con los que está emparentada gracias a una elaborada planificación y una extraordinaria labor de fotografía obra de Alwin Huchler (habitual del director Michael Winterbottom). Sin embargo, la cinta le suponía nuevos riesgos al director, sobre todo a la hora de llevar a cabo las escenas de acción. Su visión ajena al género le ha permitido buscar soluciones diferentes, basadas en el dinamismo y la contundencia de la violencia, destacando momentos como la huida de Hanna de la base de la CIA, el plano secuencia circular en la estación de metro de Berlín o la persecución en los muelles. Sin embargo, queda claro que el interés de Wright no está tanto en estas secuencias como en la presentación de los personajes principales o la ambientación de la historia, cada vez más alegórica y alucinada.
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Esto se puede deber al guión de partida escrito por Seth Lochhead y David Farr, que si bien no está carente de elementos de interés, sí adolece de coherencia y verosimilitud. A medida que avanza la historia la trama se va diluyendo y perdiendo sentido, la evolución de la acción se hace errática y los personajes se vuelven caricaturescos y desfigurados. Ante esto, en lugar de intentar esconder inútilmente las carencias del libreto, Wright apuesta por hiperbolizarlas, pasando del tono sobrio y frío del principio a uno desproporcionado y estrambótico, heredero del David Lynch de “Terciopelo Azul” o “Corazón Salvaje”. Como en éstas, los protagonistas se van desvistiendo poco a poco de sus características más realistas para convertirse en personajes de un cuento de hadas gótico, que se regodea en las estrías psicológicas de cada uno de ellos y donde la violencia implícita de aquellas historias para niños pasa a un primer plano. Para empezar la cinta comienza con un aclarativo “Once Upon a Time”, mientras que la realidad, tal y como la conoce la protagonista viene de la alternancia de la lectura de una enciclopedia (empirismo) y un cuento infantil (fantasía). Hanna se convierte en un remedo hipervitaminado y supermineralizado de Caperucita Roja, una criatura inocente aparentemente desamparada que tiene que emprender un adusto camino ante el acoso del Lobo. Que nuestra heroína lleve por regla general ropa con capucha no es, por lo tanto, baladí y, por si quedaba alguna duda, el clímax final deja patente la analogía de Marissa Viegler con El Lobo Feroz. Además, podemos encontrar guiños a otros cuentos, como “Hansel y Gretel”, ya que una de las escenas culminantes de la película tiene lugar en una reproducción de la Casita de Chocolate del famoso cuento de los Hermanos Grimm.
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Todo el peso de la cinta recae sobre los hombros de la joven actriz Saorsie Ronan, quien, al igual que Wright, está poco habituada a este tipo de producciones. Si bien en su filmografía podemos encontrar títulos como “City of Ember”, han sido papeles como los de “Expiación”, “The Lovely Bones” o “Camino a la Libertad” los que han definido su carrera cinematográfica hasta la fecha, especializándose en personajes de apariencia frágil e inocente, pero de una gran resistencia y madurez interior. Estas características pueden servir para definir a Hanna, y la experiencia de la actriz ayuda a expresar mejor ese carácter inocente y cándido de su protagonista; sin embargo, al igual que Wright, el reto lo tiene a la hora de afrontar las escenas de acción, que resuelve de manera contundente y eficaz, resultando creíble incluso a la hora de enfrentarse a contrincantes de físico más amenazador que el suyo.
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Erik Bana interpreta a Erik Heller, padre de Hanna y el verdadero guardián de todos las intrigas de la historia. En este personaje encontramos una interesante dualidad. A primera vista se nos presenta como alguien frío y calculador, casi carente de emociones, cuyo objetivo es llevar a Hanna a su misterioso objetivo; sin embargo, bajo esa coraza, se puede apreciar el afecto y la preocupación que siente por su hija. Bana consigue introducir esos matices en su interpretación, consiguiendo que un personaje a priori difícil y antipático se gane la empatía del espectador. Por otro lado, el actor participa también de la acción, refrendando la contundencia física mostrada en películas como “Troya” o “Munich”.
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El personaje de la villana de la función, Marissa Viegler, interpretado por Cate Blanchett, es un ejemplo de cómo superar las insuficiencias de un guión. Sobre el papel encontramos un personaje muy plano, no se aporta demasiada información sobre él, salvo, de manera superficial, su confrontación con Erik Heller. Es a través de la interpretación de la actriz y el diseño de vestuario que se definen mejor sus características, especialmente su carácter compulsivo (la pulcritud de su ropa, su obsesión con el calzado, la higiene dental). Todo esto ayuda a revelar y explicar un comportamiento que traspasa lo patológico y justificar su malsana obsesión con Hanna. Una lectura materno-filial ayuda también a enriquecer al personaje. La tensión sexual que se genera con Erik y esa nociva búsqueda de Hanna pueden llevar a una interpretación más personal de las motivaciones del personaje, aunque nunca se llega a ahondar explícitamente en ello.
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En un segundo nivel tenemos a Isaacs y sus secuaces, un grupo de matones contratados por Marisa para localizar y eliminar a Hanna. Aquí destaca sobre todo el trabajo de composición de Tom Hollander, siendo uno de los primeros elementos que marcan el cambio de tono de la película. La ambigüedad sexual del personaje, su llamativa apariencia con el pelo teñido y ropa de colores extravagantes, su histrionismo, su sádico placer por la violencia y esa cantinela que silba en todo momento nos puede retrotraer a los esbirros del cine de espionaje de los años 60 y 70, pero también al Harry Powell interpretado por Robert Mitchum en “La Noche del Cazador”. Podemos decir que Isaacs es la expresión de aquello que Marissa quiere esconder de sí misma.
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Sophie y su familia cumplen también una función secundaria pero importante a la hora de definir a la protagonista. Ellos son el primer y único contacto real de Hanna, ayudando a nuestra heroína a experimentar lo que es la amistad. En cualquier caso, tampoco nos encontramos con personajes convencionales, sino caricaturescos. La imparable dialéctica de Sophie la define como una adolescente redicha y pedante (no muy alejado del papel que la actriz, Jessica Barden, ya interpretara en “Tamara Drewe” de Stephen Frears), mientras que sus padres se presentan como una pareja liberales New Age que quieren darle a sus hijos una enseñanza alternativa, sin restricciones que coarten su curiosidad y sus impulsos naturales.
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A nivel técnico, debemos resaltar también el excelente trabajo a nivel de sonido y música, con una excelente integración de ambos componentes, hasta el punto de que en ocasiones es difícil discernir cuándo es uno y cuándo es otro. Si es cierto que a nivel musical (con una partitura obra de The Chemical Brothers), hay algunos temas reiterativos que ejercen de leitmotifs (el tema de Hanna, que subraya la inocencia del personaje, y la musiquilla que silba de manera insistente Isaacs, alternando una funcionalidad extra e intradiegética a lo largo de la cinta), por regla general, nos encontramos con una serie de incómodas texturas electrónicas estridentes y monótonas, que se funden con los efectos de sonido hasta formar un híbrido que aporta nerviosismo y turbación a la acción.

Como decimos, “Hanna” es una película imperfecta, descompensada, que, en su búsqueda de ofrecer algo diferente al espectador, no termina de encontrar su camino, ni una personalidad sólida y definida. Sin embargo, simplemente por su vocación de intentar evitar los caminos ya trillados del cine de género se merece nuestro beneplácito en esta crítica. A parte de eso, dentro de esa disparidad de la que hace gala, es de recibo reconocerle una puesta en escena contundente, un magnífico trabajo de sonido y fotografía y la labor de sus actores principales a la hora de dar una mayor profundidad e interés a sus personajes.
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