“El Hombre de Mimbre (The Wicker Man)”, en su versión del año 1973, aglutina diferentes etiquetas dentro de la historia del cine. Por un lado es un clásico fundamental del cine de terror británico, esto a su vez la ha convertido en una película de culto, con multitud de fans que peregrinan a las localizaciones donde se rodó, y finalmente, debido a las complicaciones de su producción, está considerada también como una película maldita, no pudiéndose ver hasta 2001 el montaje inicial de su director, mucho más explícito en cuanto a la personalidad de su protagonista.
El origen de la película coincidió con el principio del fin de uno de los períodos más fructíferos del cine de género británico. A principios de los 70 la productora Hammer, máxima representante del cine de terror por estos lares, estaba ya empezando a mostrar su declive. Por su parte, Christopher Lee, una de sus principales estrellas, gracias especialmente a su papel del Conde Drácula, estaba también hastiado del encasillamiento al que se veía sometido y necesitaba cambiar de aires. Esto se lo confesó el actor al dramaturgo Anthony Shaffer durante una conversación en al que ambos hablaban sobre la necesidad de buscar un nuevo enfoque al cine de terror, que no estuviera tan determinado por los clichés que venía arrastrando desde la literatura decimonónica.
Shaffer sugirió abandonar los conceptos cristianos y sumergirse en las antiguas religiones. Esto le llevó a documentarse sobre los cultos celtas, interesándose especialmente por la novela de David Pinner, “Ritual”. La primera intención de Shaffer fue adaptar la novela al cine, adquiriendo los derechos para ello. Sin embargo a medida que avanzaba con la preparación del guión fue desarrollando ideas propias, obsesionándose con el concepto de “sacrificio”. Finalmente, el dramaturgo escribió un guión original, donde aún quedaban algunos reductos de la novela de Pinner. Para dirigir la película se contrató a Robin Hardy, quien debutó de esta manera en el cine, convirtiéndose ésta prácticamente en la única obra de su filmografía. Hardy se apartó de los recursos habituales del género de terror, con una puesta en escena que oscilaba entre la comedia, el musical y un terror malsano que se va generando poco a poco a medida que avanza la historia.
Shaffer presentó una historia con varias lecturas, donde principalmente podemos apreciar la referencia a los cultos paganos en contraste con la religión cristiana, pero también podemos apreciar, por ejemplo, el choque social y cultural que se estaba produciendo desde finales de los 60, quedando clara la referencia al movimiento hippie en la actitud de los habitantes de la isla. El protagonista de la historia, el sargento Howie, es, por un lado, un hombre de firmes convicciones morales, incapaz de aceptar las creencias de quien no opina como él. Por otro es un agente de la ley y por lo tanto representante de la represión del estado y del conservadurismo de la sociedad frente a los nuevos modelos. Frente a él encontramos a Lord Summerisle, el patriarca de la secta, al que da vida Christopher Lee. Summerisle es mucho más carismático, epicúreo y seductor. Su sentido de comunión con la naturaleza y su postura liberal, casi libertina, con respecto al sexo le convierten en un personaje adorado por sus súbditos, mostrando hacia él tanto respeto como desprecio y burla les inspira el Sargento Howie. Posteriormente el propio Christopher Lee ha confesado que considera a Lord Summerisle como su personaje favorito de su repertorio.
Ya desde el principio la cinta mostró problemas en su producción. En primer lugar la relación entre el productor, el director y el guionista no fue del todo positiva y cada uno tenía una imagen diferente de lo que debía ser la película, trasmitiendo esa sensación de competitividad al resto del equipo. Los actores, especialmente las actrices, tampoco guardarían buen recuerdo del rodaje. La acción de la película se sitúa en Mayo, pero el rodaje tuvo lugar en octubre y noviembre de 1972, por lo que el reparto pasó bastante frío, principalmente en las escenas de desnudos.
Quien peor lo pasó fue la actriz sueca Britt Eckland, por esa época ya considerada una sex symbol del cine europeo. La actriz tuvo que negociar las condiciones de su papel, especialmente en lo referente a las partes de su cuerpo que se podrían mostrar en pantalla. Al final, entre su agente y el productor acordaron que, para la escena de seducción del protagonista, la actriz enseñaría los pechos, manteniéndose un plano de cintura para arriba. Sin embargo, una vez Eckland abandonaba el rodaje, y sin conocimiento suyo, se rodaban escenas más explícitas con una doble de cuerpo, algo que no hizo mucha gracia a la actriz cuando vio la película. Para colmo de males, todos sus diálogos fueron doblados por Annie Ross, ya que el marcado acento sueco de la actriz no era del gusto del director. La estancia de Eckland en las localidades de Dumfries y Galloway en Escocia, donde se rodó la película, supuso también un problema a la producción después de que la actriz comentara a la prensa que era el lugar más aburrido de la tierra. Esto enervó los ánimos de los habitantes de la zona, viéndose obligados los productores a dar una disculpa pública por esos comentarios con el fin de poder finalizar el rodaje.
Cuando la película estuvo acabada, el montaje inicial de Hardy no fue respetado por ninguna distribuidora, existiendo diferentes versiones de la película, todas incompletas, dependiendo del lugar donde se estrenara. Secuencias enteras, como el inicio de al película, donde se define el carácter obsesivamente religioso del protagonista, fueron eliminadas, no pudiéndose recuperar hasta hace relativamente poco, en el año 2001, cuando por fin se consiguió recuperar una versión íntegra del montaje inicial. Pese a esto, la película pasó a ser un fenómeno de culto, el carácter inquietante de esa misteriosa comunidad de Summerisle y el brutal clímax final, sorprendieron al público, hasta el punto de que aún hoy en día se conservan los restos del hombre de mimbre que se construyó para la secuencia final, y los fans de la película suelen viajar a Escocia para visitarlos, por no hablar de la profusión de festivales en los que se recrean los rituales escenificados en la película.
En 2006, se inició la producción de un remake de “The Wicker Man”, dirigido por Neil LaBute y con Nicholas Cage de protagonista. LaBute se encargó de revisar el guión de Anthony Shaffer, adaptándolo a su estilo. Uno de los principales cambios fue reconvertir la comuna hippie de la original por una secta de orden matriarcal, ideada con estructura de colmena, donde Christopher Lee era sustituido por Ellen Burstyn. Sin embargo, más allá de algunos planteamientos iniciales prometedores, la película rápidamente cae en el desastre absoluto. Lo que en la cinta de Hardy era un crescendo paulatino en la sensación de desasosiego del espectador y un enrarecimiento de los personajes que pululaban por la isla, en la versión de LaBute todo es inconsistencia y ridiculez. El personaje de Nicholas Cage está muy mal definido, no dejando claro sí es un héroe o un bufón, si el actor lo está interpretando en serio o si es una parodia. De manera que cuando llegamos al clímax final, todo lo que en la original era un despliegue de violencia inesperado, en el remake resulta más predecible, evidente y vulgar, carente de fuerza alguna.
Curiosamente, en la actualidad, tras décadas sin ponerse tras la cámara, el director Robin Hardy se encuentra finalizando la película “The Wicker Tree”, especie de secuela tardía de la original, con la que el cineasta promete recuperar aquellos elementos que hicieron que “The Wicker Man” fuera bautizada como el “Ciudadano Kane” del cine de terror.
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