domingo, 10 de abril de 2011

SIDNEY LUMET Y EL CINE DE JUICIOS.

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INTRODUCCIÓN. SIDNEY LUMET Y EL NUEVO HOLLYWOOD

Este 9 de abril fallecía tras una larga lucha con la enfermedad el director Sidney Lumet, uno de los principales representantes de la Generación de la Televisión que dio un giro a la narrativa audiovisual a principios de los años 50. Nacido en Filadelfia, el 25 de junio de 1924, sus inicios artísticos se produjeron en el mundo del teatro con tan sólo cuatro años. Actor primero que director, fueron también los escenarios los que le dieron la oportunidad de dejar la interpretación para poder llevar a cabo una visión más global y determinante del drama. Fue durante este periodo cuando Lumet se codeó con lo mejor y más selecto de la nueva dramaturgia americana, desarrollando un instinto crítico hacia la historia y los personajes y adquiriendo una conciencia del arte como medio de denuncia y protesta. Esa misma filosofía la llevó al mundo de la pequeña pantalla, donde durante una década trabajó sin descanso, ayudando a crear toda una nueva cultura y un lenguaje distintivo, que no era teatro, pero tampoco cine. Él y sus contemporáneos vieron en este nuevo medio una excusa para romper con los patrones implantados por los estudios de Hollywood. Cuando la Meca del Cine se dio cuenta de la competencia, quiso absorber a los autores que les restaban espectadores, sin percatarse de que la llegada de la sangre nueva iba a abrir grietas en el férreo sistema de estudios y lo iba a transformar desde dentro. Algunos de estos autores tuvieron éxito y mantuvieron su independencia, otros acabaron doblegándose ante la maquinaria de Hollywood.

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Sidney Lumet fue un cineasta que supo aprovechar los resquicios y los clichés de los géneros para darle un toque contemporáneo y realista a las historias, de ahí que se le suela vincular principalmente con dos géneros cinematográficos. Sus relatos policíacos eran historias duras marcadas por la corrupción del ser humano, deudoras de una época donde los ciudadanos buscaban romper con un círculo vicioso de hostilidad y decadencia; sin embargo, fue en sus incursiones en el territorio de los juzgados donde realmente marcó escuela. La suya fue una carrera irregular, donde no siempre su vena más mordaz y crítica pudo elevarse sobre los requisitos de la industria, pero cuando lo hizo ofreció obras maestras irreductibles, como “Doce Hombres Sin Piedad”, “Serpico”, “Tarde de Perros”, “Network. Un Mundo Implacable”, “El Príncipe de la Ciudad” o “Veredicto Final”. El suyo era un tipo de cine urbano, ambientado por regla general en las calles de Nueva York y alejado del ambiente más frívolo de Hollywood.

“DOCE HOMBRES SIN PIEDAD”. EL PODER DE LA VOZ DISCORDANTE

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Sidney Lumet debutó en la gran pantalla en 1957 con una película nacida para la posteridad, “Doce Hombres sin Piedad”. Basada en la obra original de Reginald Rose, la película respetaba por completo sus orígenes netamente teatrales, aportando a la narrativa una dinámica cinematográfica. Toda la acción se desarrollaba dentro de una única habitación, durante una calurosa tarde de verano, en la que un conjunto de variopintos personajes debían decidir la vida o la muerte de un joven acusado de asesinato. Lumet, gracias a un excepcional grupo de actores, supo coger cada arquetipo inicial y aportar humanidad a los personajes. Frente a los prejuicios y el conformismo imperante, la película apostaba por la conciencia y mirada crítica como método de análisis de la realidad, así como por la importancia de la voz del individuo como motor de cambio de la sociedad. “Doce Hombres sin Piedad” se convirtió en un modelo a seguir. Con una producción austera, sin grandes despliegues en cuestión de puesta en escena y con un reparto (salvando la presencia de Henry Fonda) prácticamente carente de estrellas, pero logrando que cada plano, cada movimiento de cámara, cada mirada contara, Lumet definió las claves de la nueva industria, aquella que debía recoger el testigo del Hollywood Dorado, a punto de recibir la puntilla final tras el descalabro económico de “Cleopatra” en 1962.

SERPICO

En los años siguientes a su debut en la gran pantalla, Lumet probó suerte en todo tipo de producciones. Se mantuvo en el teatro y la televisión, pero también hizo del cine un medio de denuncia con películas como “El Prestamista”, “Punto Límite” o “La Colina”. Se incorporó al cine sucio de los años 70 con dos obras maestras protagonizadas por Al Pacino, “Serpico” y “Tarde de Perros”, y ofreció uno de sus discursos más críticos en “Network. Un Mundo Implacable”, evidenciando el peligroso camino iniciado por el medio televisivo. Sin embargo, al mismo tiempo era capaz de alternar estos títulos con trabajos más comerciales y alimenticios como “Supergolpe en Manhattan” (producción al servicio estelar de Sean Connery), “Asesinato en el Orient Express” (adaptación de una de las más populares novelas de Agatha Christie, con un deslumbrante reparto coral) o “El Mago” (versión afroamericana de “El Mago de Oz”, con Diana Ross y Michael Jackson en los papeles principales).

“VEREDICTO FINAL”. CAMINO A LA REDENCIÓN.

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En 1982, Sidney Lumet regresó al cine de juicios con una nueva película que marcaría uno de los puntos álgidos de este subgénero, “Veredicto Final”. A nivel de macrohistoria, se trataba de un nuevo alegato sobre lo inhumano de las instituciones y las grandes empresas, donde la película denunciaba el mercadeo en que se había convertido la justicia, así como el carácter corporativista y desalmado de los hospitales, dispuestos a utilizar toda la maquinaria judicial para aplastar la legítima reclamación de las víctimas de sus negligencias. En la microhistoria, encontrábamos el viaje de redención de un abogado fracasado (un inconmensurable Paul Newman), absorbido, masticado y escupido por el sistema, refugiado en el alcohol y casos de poca monta, quien para ganar el juicio debe también subsanar por el camino sus propios asuntos personales. En ambos casos nos encontramos con la fábula bíblica de David contra Goliat. El abuso del poderoso queda en entredicho cuando el más débil abre una brecha y establece el precedente de que la victoria es posible. Lumet dirigió la película con sencillez y de manera directa, como era su estilo, sin grandes artificios ni juegos tramposos en la narrativa. Si bien el guión saca lustre a todos y cada uno de los clichés de este tipo de películas, una vez más la dinámica de la historia no está en la acción y el desarrollo de los acontecimientos, sino en los personajes y cómo la cámara retrata a estos de manera íntima pero distante.

“Un-Lugar-en-Ninguna-Parte”

Tras el estreno de “Veredicto Final”, la década de los 80 fue testigo de la entrada en decadencia de la carrera de Lumet. Títulos como “A la Mañana Siguiente”, “Un Lugar en Ninguna Parte” o “Negocios de Familia” mantenían las características básicas del cineasta, pero carecían de la fuerza y el arrojo de sus títulos más combativos. Para la llegada de los 90, su futuro en el cine estaba prácticamente sentenciado. El director se prodigaba poco en la gran pantalla y es en este periodo donde podemos encontrar algunos de sus trabajos más anodinos como “Una Extraña entre Nosotros” (variación femenina de “Único Testigo”), “En Estado Crítico” (comedia nuevamente ambientada en el terreno médico y judicial, pero carente del interés de “Veredicto Final”) o “Gloria” (innecesario y chabacano remake de una de las películas insignia de John Cassavetes, hecha para el mero lucimiento de su protagonista, Sharon Stone).

“EL ABOGADO DEL DIABLO” Y “LA NOCHE CAE SOBRE MANHATTAN”. DOS CARAS DE UNA MONEDA.

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Precisamente en medio de este contexto llegó la que posiblemente sea la peor película de este director, “El Abogado del Diablo”. Surgida a partir del éxito de “Instinto Básico” y con un guión del guionista, productor y director Larry Cohen (responsable de títulos de culto de serie B como “El Padrino de Harlem”, la trilogía de “Está Vivo” o “La Serpiente Voladora”), la película presenta la candente confrontación de una abogada con un seductor cliente que la utiliza para quedar libre de la acusación de haber matado a su mujer. La película supone un despropósito de principio a fin, con un guión inverosímil, una puesta en escena artificiosa y carente de tensión y una pareja de actores sin nada de química (a pesar de los esfuerzos de Rebecca de Mornay, la película estaba pensada como vehículo de lucimiento para un Don Johnson incapaz de aportarle al personaje el carisma o la ambigüedad que requería). Al contrario que en otros títulos judiciales aquí mencionados, la película carece de trasfondo alguno. La mirada crítica de Lumet brilla por su ausencia y da la impresión de que el cineasta se limitó a poner la cámara y cobrar el cheque.

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Quizás en compensación por un trabajo tan espantoso, Lumet regresó al cine de juicios apenas tres años más tarde, con “La Noche Cae Sobre Manhattan”. Protagonizada por Andy García y Richard Dreyfuss e inspirada en un caso real, la película se convierte en un nuevo escenario para exponer la denuncia del director contra la corrupción del sistema legal, político y policial de Nueva York. Rodada con pulso preciso e incisivo, construyendo una excelente atmósfera y reproduciendo de manera realista el escenario neoyorquino, la trama se centra más en el conflicto familiar, donde el interés del cineasta radica, una vez más, en marcar las zonas grises de sus personajes, frente a lo que podría haber sido una caracterización maniquea y estereotipada en manos de otro realizador. El resultado es una nueva muestra de saber hacer y contención que, aunque no alcanza los méritos de “Doce Hombres sin Piedad” o “Veredicto Final”, sí resulta una película lo suficientemente valiente y honesta como para engrosar el exquisito legado fílmico de su director.

“DECLARADME CULPABLE”. BE A CLOWN!

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Tras el paupérrimo balance de la década de los 90 y las malas críticas recibidas con el remake de “Gloria”, la reputación del director estaba en los niveles más bajos de toda su carrera. Pese a esto, la Academia de Hollywood, después de haberle nominado como director en cinco ocasiones (por “Doce Hombres sin Piedad”, “Tarde de Perros”, “Network. Un Mundo Implacable”, “El Príncipe de la Ciudad” y “Veredicto Final”) y nunca haberle entregado un Oscar, decidió entregarle en 2006 un Premio Honorífico al conjunto de su carrera. Llegados a este punto, con su carrera aparentemente dando sus últimos estertores y con la industria rindiéndole tributo por sus méritos pasados, la realización de una cinta de las características de “Declaradme Culpable” parecía ser el suicidio artístico definitivo de Sidney Lumet. Una nueva película de juicios, inspirada en hechos reales, pero rodada en formato de comedia, con la estrella de acción Vin Diesel como principal protagonista no albergaba buenos pronósticos. Sin embargo, el veterano director supo sorprender al personal con un título que sabía salirse por la tangente y reflotar las mejores características de su cine. El tono caricaturesco de comedia burda no ocultaba el discurso de denuncia habitual de Lumet acerca de la corrupción de las instituciones y del ser humano, su habilidad como director de actores consiguió sacar una lucida interpretación y un notable cambio de registro de Diesel y, sobre todo, pese a sus años, el cineasta demostró una frescura y una jovialidad envidiables. De nuevo, no nos encontrábamos ante una obra maestra, pero sí ante buen cine, capaz de compaginar entretenimiento y mensaje.

EPÍLOGO

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“Declaradme Culpable” fue la última película de juicios de Sidney Lumet, pero el veterano cineasta aún se guardaba un as en la manga. En 2007 estrenaba “Antes que el Diablo Sepa que Has Muerto”, un último ejercicio de narrativa de suspense, avalado por un pulso firme y seguro, un relato crudo y violento, las excelentes interpretaciones de Phillip Seymour Hoffmann, Ethan Hawke, Albert Finney y Marisa Tomei y una extraordinaria labor de ambientes. La degradación del ser humano, su tendencia a la violencia, la corrupción y la traición, las relaciones familiares conflictivas y la necesidad de redención de unos personajes condenados fueron los temas de este canto del cisne de Sidney Lumet. Tras este éxito, el director se despidió por la puerta grande del cine con el tipo de historias que a él le gustaba contar y haciéndolo de manera absolutamente personal e intransferible. Ahora se ha despedido de nosotros, devolviéndonos a la memoria con su muerte que la voz de un sólo hombre puede ser decisiva para combatir las injusticias de nuestra sociedad.

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