martes, 19 de noviembre de 2013

“DON JON”. AMOR Y SEXO EN EL SIGLO XXI

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Llama la atención como en los últimos años han proliferado las historias acerca de la adicción al sexo, en relación con la proliferación de la pornografía a través de Internet. La última en incorporarse a esta tendencia ha sido “Don Jon”, debut en la dirección de Joseph Gordon Levitt, quien nos presenta una historia donde reflexiona sobre las relaciones sentimentales en el siglo XXI y el modelo de sociedad que está dibujando el desarrollo de los medios virtuales.

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El título de la película supone una referencia directa a la figura de Don Juan Tenorio, partiendo de ella como cliché, pero marcando algunos nexos en común con su referente literario (en este sentido, podemos encontrar mayor afinidad con la versión de Zorrilla que con “El Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina). El protagonista es también un seductor, interesado exclusivamente en satisfacer sus más bajas pasiones, sin lazos ni responsabilidades. Eso sí, este Don Jon no es un soldado, ni aristócrata, ni un poeta, es un proletario sin estudios, carne de barriada, un Tony Manero del siglo XXI obsesionado con moldear su cuerpo para atraer a sus presas. Su universo falocéntrico cambia al conocer a Barbara, su Doña Inés particular, quien le recrimina sus excesos sexuales y, en especial, sus experiencias onanistas con vídeos pornográficos, pero que, en este caso, no es aquella joven inocente y pura, desconocedora de las cosas de la vida, sino más bien todo lo contrario, una mujer manipuladora y consciente del efecto que causa en el género masculino, algo que aprovecha para manejar al protagonista a su antojo.

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La personalidad machista y agresiva de Jon surge de su entorno, concretamente de su familia, donde sus padres marcan un contexto conservador y represivo. Mientras su padre es un fracasado que únicamente se sabe relacionar con su hijo de manera violenta, su madre vuelca su vacío existencial en la demanda a su hijo de una perpetuación de ese mismo modelo patriarcal que la tiene esclavizada. El único elemento discordante es la hermana menor, Mónica, ausente y pasiva ante el ambiente reaccionario que se vive en las reuniones familiares de los domingos. Además, habría que destacar también el personaje de Esther, una mujer madura, con un grave conflicto emocional interno, pero que supone todo un desafío para el protagonista, al romper con todos sus patrones sobre el género femenino.

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Y después está el sexo. Internet se ha convertido en un cajón de sastre donde el internauta puede encontrar todo aquello que busca, no sólo pornografía, de una manera fácil y rápida. Esta sobreexposición de estímulos a la que nos vemos sometido tiene un importante efecto psicológico y social. Como individuos hemos desarrollado un comportamiento egocéntrico, donde todo se gira alrededor de nuestros deseos y apetencias, así como un rápido desafecto hacia esos elementos que hemos obtenido sin esfuerzo. A nivel social, esto desemboca en una sociedad cada vez más individualista, incomunicativa y superficial, incapaz de alcanzar la felicidad al no entablar relaciones afectivas más profundas, más complejas que la satisfacción del estímulo inmediato. Jon ha entrado en esta espiral, el vacío existencial de su vida lo llena con ese sexo rápido que encuentra en los sitios web pornográficos que visita, construyendo en su cerebro una visión de la sexualidad desproporcionada e inalcanzable que marca el listón que exige a sus relaciones de pareja.

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En su debut tras la cámara, Joseph Gordon Levitt no peca de ambicioso. La suya es una modesta opera prima de seis millones de dólares, contenida, sincera, sin grandes aspavientos, centrada más en los personajes y su entorno que en complejos giros argumentales o una sofisticada puesta en escena, y precisamente eso pasa a ser una de sus principales virtudes. No genera grandes expectativas y todo está presentado con sencillez y claridad diáfana, pero aportando suficiente calado a la historia y los personajes como para cautivar al espectador. Así, por ejemplo, el cineasta juega con el carácter reiterativo y rutinario de la vida de su protagonista para rehacer una misma situación (sus visitas a la iglesia, a la casa de sus padres, al gimnasio, a la discoteca) en diferentes momentos temporales, ayudando de esa manera a apreciar la evolución del personaje.

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Tampoco se complica con una alambicada definición psicológica de los personajes. Estos juegan dentro de unos márgenes un tanto elementales, para que el público enseguida pueda clasificarlos. Es posteriormente, gracias al excelente trabajo de dirección de actores, que estos personajes pasan a tener más entidad en pantalla. Ahí hay que aplaudir cómo juegan con los clichés los dos protagonistas. Tanto Gordon Levitt como Scarlett Johansson disfrutan con los estereotipos que representa Jon y Barbara, (él marcando cachas, ella con sus vestidos ajustados y su sempiterno chicle se presentan como dos personajes construidos desde la apariencia hacia el interior), pero son los secundarios los que dan riqueza a la cinta. La recuperación de actores como Tony Danza o Glenne Headly es maravillosa, y Julianne Moore es una actriz con un magnetismo que aporta mucho carisma a su personaje.

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A la hora de reflejar en pantalla este mundo de pornografía en el que vive el protagonista, Gordon Levitt no se anda con chiquitas ni busca falsear lo que circula por la red. El cineasta acude a las fuentes directas y emplea material pornográfico auténtico, aunque siempre jugando con el montaje para no mostrar más allá de los establecido para el cine mainstream, y utilizando estas imágenes como modelo idealizado que contrasta con los encuentros sexuales reales del protagonista. Sin embargo, esta referencia va más allá, quedando especialmente patente en el lenguaje empleado por el protagonista, quien continuamente emplea un leguaje explícito y vulgar, con profusión de términos relacionados con posturas o prácticas sexuales del cine pornográfico.

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Con estos ingredientes, Gordon Levitt consigue alcanzar su objetivo que es ofrecer una cinta pequeña, modesta, pero interesante, capaz de entretener al público y ofrecer una reflexión abierta sobre el estado actual de nuestra sociedad, pero sin resultar pretencioso o dogmático.

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