martes, 15 de noviembre de 2011

“SACRIFICIO” / “MELANCOLÍA”. EL APOCALIPSIS LLEGÓ DEL ESTE.

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INTRODUCCIÓN

La conexión del cine de Lars Von Trier con la filmografía de Andrei Tarkovski ha quedado patente en múltiples ocasiones en la carrera del cineasta danés, siendo el ejemplo más cercano su anterior película, “Anticristo”; sin embargo, con “Melancolía” esta referencia ha ido más allá de lo estético o lo filosófico, estableciéndose un vínculo especial hacia uno de los títulos concretos de la carrera del director ruso, “Sacrificio”.

DEMIURGOS

Tarkovski

Al igual que Jean Luc Godard o Ingmar Bergman, Andrei Tarkovski es mucho más que un cineasta europeo. Más allá de la (extraordinaria) calidad de sus obras encontrábamos un planteamiento crítico y filosófico sobre lo que debía ser el cine como forma artística. Para Tarkovski la realización de una película era un ejercicio de arte integral donde debían conjugarse los más altos valores del teatro, la fotografía, la pintura o la arquitectura en pos de un tempo narrativo que ayudara a la imagen a trascender lo físico y a alcanzar su cenit espiritual. Esta teoría la fue desarrollando a lo largo de su carrera, en las décadas de los 60 y 70, con películas como “La Infancia de Iván”, “Andrei Rublev”, “Solaris”, “El Espejo” o “Stalker”; sin embargo, es en “Sacrificio” donde todo esto cobra un mensaje especial. Canto del cisne de Tarkovski, la película fue realizada durante los últimos años del director, mientras éste combatía contra el cáncer que finalmente acabó con su vida. En ella encontramos una visión desencantada de la vida y la sociedad, con un cineasta hastiado de la hipocresía y la pasividad del ser humano, sin embargo, pese a todo, subyace en la cinta un último aliento de esperanza. Rodada en Suecia, “Sacrificio” se estrenó en 1986 pocos meses antes del fallecimiento del director y contó con un gran número de colaboradores habituales del cine de Ingmar Bergman (como el actor Erland Josephson o el director de fotografía Sven Nykvist), por el que Tarkovski sentía una especial predilección.

Sweden Lars Von Trier Melancholia

Lars Von Trier es un cineasta perteneciente a una generación posterior a la de Tarkovski y Bergman que siempre ha tenido que lidiar con la sombra de estos grandes cineastas, pero que además se ha tenido que enfrentar a una etapa cinematográfica donde aquellos elementos que permitieron el florecimiento de una Edad de Oro del Cine Europeo se han ido extinguiendo, priorizándose las leyes del mercado y la industria que prioriza lo comercial sobre lo artístico. Von Trier ha sido de esos pocos cineastas que ha conseguido trascender en este entorno y lo ha hecho convirtiendo el escándalo, la polémica y una continua reinvención de las leyes del cine en sus principales armas. Si en “Europa” hacía del artificio una herramienta narrativa, con la llegada del Dogma (“Rompiendo las Olas”, “Los Idiotas”) reivindicó junto con otros cineastas un regreso a la austeridad, siendo el primero en romper las reglas con títulos como “Bailar en la Oscuridad”. Con el díptico formado por “Dogville” y “Manderlay” llegó a prescindir de los decorados y en “Anticristo” jugó a la provocación con imágenes de violencia y sexualidad de fuerte impacto en el espectador. Por otro lado, sus declaraciones públicas suelen obtener siempre los titulares de la prensa, especialmente cuando se autoproclama el mejor director que existe o provoca al personal con sus apologías del nazismo. Sin embargo, pese a todos estos giros y contrastes en su carrera, no podemos obviar la coherencia y el carácter íntimamente personal que define a cada una de sus películas. Al igual que “Anticristo”, “Melancolía” nace como un método para exorcizar sus propios demonios y combatir su tendencia a la depresión. Si en la anterior, el género de terror se convertía en una excusa para hablar de la enfermedad, aquí, ésta adquiere la forma de un gigantesco planeta de poético nombre que se aproxima a la Tierra, amenazando con destruirlo todo. Para ello, Trier se ha rodeado una vez más de un importante reparto de actores, donde destacan las dos actrices protagonistas, Kristen Dunst y Charlotte Gainsbourg.

EL FIN DEL MUNDO

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En la película de Tarkovski, el fin del mundo viene determinado directamente por la acción del ser humano. Llegando ya casi al culmen de la Guerra Fría que había mantenido a Oriente y Occidente cuarenta años bajo la amenaza de una destrucción nuclear, el director escenificaba esos miedos a través de un pequeño grupo de personajes y cómo reaccionaban ante este desastroso final. Junto a esta representación del pánico y la capitulación de los protagonistas, el director insertó pequeños flashes de destrucción, que reforzaban el mensaje apocalíptico de la película. Sin embargo, al tratarse precisamente de un Apocalipsis generado por el hombre, Tarkovski se guardaba un último as en la manga, la voz de un sólo individuo capaz de apelar a la voluntad divina con su sacrificio para poder salvar a la humanidad, aunque ello suponga una renuncia personal de la razón, el amor o la sabiduría.

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Por su parte, Von Trier es inexorable en su Apocalipsis, su fin del mundo no viene determinado por el ser humano, sino por una causa externa, inevitable, sentenciando el futuro del ser humano desde el mismo principio de la película, aunque los protagonistas no lo sepan. Sin embargo, para este director la tragedia no es tal. Más allá del miedo o el dolor, no parece haber pena por la destrucción del ser humano, sino más bien un sentimiento de liberación final que libera a los protagonistas de sus miserias particulares. Frente al fracaso de la razón y el orden, encarnados respectivamente por los personajes de Kiefer Sutherland y Charlotte Gainsboug, Trier deja reinar nuevamente al caos y reivindica el carácter destructivo de la melancolía y la depresión como alternativas vitales.

NATURALEZA MUERTA

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Como hemos comentado, ambas películas establecen un detonante para su Apocalipsis particular, una guerra nuclear o la colisión con un planeta, sin embargo, estos elementos más que causas son efectos de algo subyacente. Tarkovski presenta una sociedad desbordada en su autocomplacencia, demasiado ensimismados en esa saturación de elementos y sentimientos que ha ido acumulando con el paso del tiempo y la han convertido en un dinosaurio, demasiado pesado para moverse con la agilidad de antaño. El director denuncia la pasividad de una especie humana a la que le sobran las palabras, pero le faltan las acciones. Para ello, con la excusa de la celebración de un cumpleaños, aísla a unos pocos personajes en un espacio aparentemente idílico, pero muerto, anquilosado en una tradición de la que ni pueden ni quieren escapar. Al igual que la casa en la que se desarrolla la acción, los protagonistas son seres inertes, atrapados en esa bellísima arquitectura que han construido y que, en última instancia, se convierte en su mausoleo. Frente al artificio de esa cultura generada por el ser humano, Tarkovski antepone el mundo natural, ejemplificando su mensaje con dos parábolas, contadas por Alexander, el protagonista de la cinta: la historia del árbol seco, que remite a la teoría del Eterno Retorno de Nietzsche, y la historia del jardín de la madre del protagonista, con la que el cineasta establece que toda creación procedente del ser humano, incluso las más altas y hermosas, es un acto de violencia que arremete contra el orden natural. Sólo la destrucción de todo ese peso muerto acumulado y el regreso a un estado primario y natural puede salvar a la humanidad.

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“Melancolía” toma también como punto de partida una celebración, en este caso una boda, sirviendo de excusa al director para describir una sociedad corrompida por la hipocresía y el egoísmo. Al igual que hiciera Thomas Vinterberg en la primera película del movimiento Dogma, “Celebration”, Trier dibuja, bajo una patina de felicidad y afecto familiar, todo un entrelazado de envidias, rencores, intolerancias y odios con el que busca destilar lo más atroz del ser humano. Al igual que en la cinta de Tarkovski, se trata de una Naturaleza Muerta, una sociedad que se ha ido matando a sí misma aprisionándose en unos convencionalismos que asfixian el espíritu del individuo. Al final, muerto ese aliento interior sólo permanecen unas vacías ceremonias. A continuación, en la segunda parte de su historia, centra la acción en la dicotomía entre los dos personajes principales: Claire, la hermana mayor, de vida asentada y cómoda, siempre velando por el bienestar de su hermana; y Justine, la verdadera protagonista de la historia, un personaje caótico, depresivo, inseguro (y que el propio Lars Von Trier ha definido como su alter ego en la película). La primera representa un orden social, arraigado en la mansión donde se desarrolla la acción, mientras que la segunda mantiene una relación más directa con ese planeta externo que rompe la armonía establecida, un vínculo que queda definitivamente patente en la escena en la que el personaje de Claire descubre a Justine desnuda en el bosque tendida a la luz de Melancolía. Durante la mayor parte de la película existe un predominio de la primera sobre la segunda, sin embargo, inevitablemente, la falsa apariencia y fortaleza de ese orden social artificial acabará cayendo ante la evidencia tomando el relevo la parte caótica de la naturaleza que representa Justine.

MEMENTO MORI. IMÁGENES DEL APOCALIPSIS

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El poder de la imagen juega un papel decisivo en ambas películas, como no puede ser menos viniendo de las manos de dos cineastas tan concienciados con el valor de la estética, por encima incluso de la narración. Tarkovski parecía construir sus películas a partir de grandes frescos, por los que deambulaba la cámara en extraordinarios planos secuencia, con pausados y elaborados travellings que extraían de la acción y el escenario toda su belleza y significación. “Sacrificio” no es una excepción en esto. La cinta abre con unos títulos de crédito ilustrados con el cuadro “La Adoración de los Reyes Magos” de Leonardo DaVinci, acompañada por el aria “Erbarme Dich Mein Gott” perteneciente a “La Pasión según San Mateo” de J.S. Bach, en referencia a la encarnación y el sacrificio de Cristo. Tras esto, encontramos un extenso plano secuencia de nueve minutos, en el que el autor ya deposita en boca de sus personajes todas las claves de su película. Esta predilección por los planos de larga duración sirve también para dejar tiempo a los actores para desarrollar emocionalmente a sus personajes, sin tener que apelar a recursos manipuladores para dirigir la mirada del espectador. Aquí podemos resaltar la portentosa escena del ataque de pánico del personaje de Adelaide ante el inminente final, dejando espacio a la actriz británica Susan Fleetwood, quien nos ofrece una asfixiante representación de esa angustia vital que inunda toda la película. Tarkovski utiliza la imagen también como elemento simbólico, insertando poderosas imágenes de carácter onírico de espacios vacíos o con los personajes cadavéricamente inmóviles, subrayando así el tono ominoso de la historia. El imponente prólogo de la cinta conecta de manera orgánica con el no menos prodigioso plano secuencia del final, dando a la película y a la existencia una naturaleza circular que evoca nuevamente a Nietzsche.

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Trier, por su parte, toma como referencia principalmente dos citas pictóricas, “Los Cazadores de la Nieve” de Pieter Brueghel el Viejo y “Ophelia” de John Everett Millais. La primera aparece directamente mencionada por el cineasta en pantalla en varias ocasiones, mientras que la segunda es recreada con el personaje de Justine en su vestido de novia. No serán las únicas referencias artísticas, en una de las secuencias, la protagonista, en un ataque de rabia, cambia los expositores de libros de su hermana, quitando las imágenes de belleza y orden elegidas por ésta en favor de otras de carácter tétrico y oscuro. Musicalmente, se impone el Preludio de “Tristán e Isolda” de Richard Wagner que suena de manera reiterada a lo largo de toda la cinta. Por otro lado, el director sitúa al principio de la cinta un extenso prólogo de siete minutos y medio, en el que escenifica una serie de cuadros vivientes con los que ya establece el tono apocalíptico y predispone al espectador para el clímax final de la película. Para la primera parte, con el desarrollo de la celebración de la boda, Trier utiliza la cámara en mano para dar un sentido de inmediatez y caos a la relación entre los personajes. Sin embargo, para los planos generales y, especialmente en la segunda parte de la película, prefiere planos estáticos con abundante uso del retoque digital en postproducción, lo que incrementa la sensación de fresco viviente de la puesta en escena. En estas imágenes, belleza y muerte se funden entre sí, hasta desembocar en el plano final de la película que cierra de manera sublime la historia.

CONCLUSIÓN

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En 1986, Andrei Tarkovski consiguió con “Sacrificio” trasladar el sentimiento existencialista que acompañaba al ser humano desde hacía varias décadas, legándonos una película que hoy en día, con esta situación de crisis internacional que nos desborda, parece ser más necesaria que nunca. Lars Von Trier se ha querido hacer eco también de esta misma preocupación, ofreciéndonos su película más equilibrada y minuciosa desde “Dogville”, ajena, pese al tema que trata, al tono agresivo y estridente de su anterior “Anticristo”. La combinación de las voces de estos dos grandes cineastas nos ofrecen un díptico dolorosamente actual y una mirada preocupada hacia el futuro de nuestra civilización.

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1 comentario:

  1. Gracias por tu análisis! Me sorprende no ver comentarios a 7 años de la realización de este post. Tarkovsky es mi director favorito y ver la admiración de Trier por su obra me trajo muchas ganas de meterme de lleno en la filmografía del danés.

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