lunes, 28 de noviembre de 2011

“EL PISITO” / “CINCO METROS CUADRADOS”. CINCUENTA AÑOS NO ES NADA.

CARATULA

Por mucho que esté considerado como un medio de evasión, el cine, como la cultura en general, se alimenta de la sociedad en la que le ha tocado vivir. A través de sus imágenes se evidencian los anhelos y necesidades de sus ciudadanos, sirviendo de denuncia, pero también de documento histórico para la posteridad. Esto precisamente lo encontramos al poner nuestra mirada en dos títulos separados por aproximadamente 50 años en su realización, pero que tratan un mismo tema, la problemática de la vivienda. En “El Pisito”, Marco Ferreri y Rafael Azcona dibujaban un esperpéntico Madrid abatido por la postguerra y el franquismo; hoy, en “Cinco Metros Cuadrados”, el cineasta Max Lemcke habla del periodo de crisis económica que sufrimos, tomando como punto de partida el estallido de la burbuja inmobiliaria y sus consecuencias.

“EL PISITO”. ESPAÑA NEGRA.

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En 1959 “El Pisito” llegó a las carteleras españolas para sumarse a lo que había sido una década prodigiosa de películas de fuerte contenido crítico y corrosivo a la hora de reflejar la sociedad de la época. Fue el advenimiento de autores como Luis García Berlanga, José María Forqué o Juan Antonio Bardem, pero faltaba aún una figura que se desvelaría decisiva para el desarrollo del cine español, el guionista Rafael Azcona. El origen de “El Pisito” se encuentra en la novela original del propio guionista, a su vez integrada en una trilogía literaria que se completaría con “El Cochecito” (adaptada justo a continuación también por Marco Ferreri) y “Los Muertos no se Tocan, Nene” (esta última acaba de ser llevada al cine de la mano de José Luis García Sánchez, quien trabajó con el afamado guionista en títulos como “Belle Epoque”, “Suspiros de España (y Portugal)” o “Siempre Hay un Camino a la Derecha”). Para esta primera historia, Azcona se basó en una dramática situación real, el incremento de la demanda de viviendas en Madrid durante los años 50, motivado por el éxodo hacia la capital de los habitantes de las zonas rurales, en busca de mejores condiciones para vivir. La extrema pobreza de esta España posterior a la Guerra Civil obligaba a muchas familias a vivir hacinados en pequeños pisos de alquiler, soñando con poder acceder a una vivienda propia. Los protagonistas de la historia son Rodolfo (José Luis López Vázquez) y Petrita (Mari Carrillo), una pareja de eternos novios que no se han podido casar precisamente por no tener un lugar a donde mudarse tras el matrimonio. Su esperanza está en poder heredar el piso de alquiler donde vive Rodolfo, propiedad de Doña Martina (Concha López Silva), una anciana enferma que pone como única condición que cuiden de sus pertenencias y de los otros inquilinos que cohabitan ahí: Meri (Celia Conde), una mujer de vida ligera y buen corazón y Dimas (José Cordero “El Bombonero”), un matasanos charlatán. Para asegurarse la herencia, Rodolfo acabará casándose con la anciana, quien, animada por su nuevo estado, se resiste a morir. A pesar del trasfondo dramático de la historia y las miserias que reflejaba, Azcona apostó por un tono esperpéntico, logrando con su característico humor corrosivo y lo afilado de los diálogos suavizar la crudeza de sus imágenes.

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La adaptación de la novela fue escrita a cuatro manos con el director de la película, Marco Ferreri, quien trajo con sí una puesta en escena heredada del neorrealismo italiano. Así frente a las escenas de interior, donde el costumbrismo teatral adquiere un mayor protagonismo, encontramos numerosas escenas rodadas en los espacios reales de Madrid, con la ciudad representada prácticamente en ruinas. Ferreri empleó también numerosos extras y actores secundarios no profesionales, gente de la calle que aportaban a la cinta un carácter documentalista y que aumentaba la verosimilitud de las circunstancias de los personajes principales. De manera paralela, Ferreri mostraba el desarrollo incipiente de esta sociedad que empezó a levantar la cabeza a partir de la década de los 60, aunque destinado principalmente a las clases más pudientes, a través de los edificios en construcción en el centro de Madrid, inaccesibles para humildes trabajadores como Rodolfo, o la notable prosperidad de la empresa en la que trabaja el protagonista, para mayor beneficio del empresario, Don Manuel (Gregorio Saugar).

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Junto con el extraordinario guión y la puesta en escena de Ferreri, la película se sustenta en el conjunto de actores que la pueblan, capaces de aportar a sus personajes una humanidad que va más allá del retrato grotesco que hace Azcona de cada uno de ellos. No puede haber otro Rodolfo que no sea José Luis López Vázquez (por mucho que, en modernas adaptaciones teatrales de la obra, cómicos como Pepe Viyuela hayan intentado darle la réplica). Alejado de la imagen huraña que se convirtió en su seña de identidad en películas posteriores, en “El Pisito” refleja a la perfección esa imagen del español de la época, calzonazos y pusilánime, que se deja mangonear por todos los que pululan a su alrededor y que buscan sacar provecho de él, llegando a convertirse en una especie de gigoló para contentar las demandas de los demás. La picaresca impera en esta historia y todos los personajes, salvo Rodolfo (y en menor medida, Meri), buscan egoístamente su propio beneficio. Así Petrita, ante la dificultad de tener que abandonar la casa de su hermana donde vive, presiona a Rodolfo para que solucione de cualquier manera su situación, convirtiéndose poco a poco en un personaje tremendamente antipático y odioso que ambiciona una mayor posición social y, finalmente, se deja llevar por una falsa conciencia de clase. Mari Carrillo logra una triple dificultad, al marcar sutilmente esta evolución en el personaje, sin renunciar a transmitir el amor que Petrita sigue sintiendo por Rodolfo y el miedo de ésta a vivir en las mismas condiciones infrahumanas de su hermana. Doña Martina, sin perder nunca su halo de bondad e inocencia, acaba convirtiéndose en un personaje insufrible, no sólo porque su empeño en seguir viviendo se convierte en una constante angustia para el protagonista, sino por la transformación que ofrece tras la falsa boda, quijotescamente convencida de que su relación con Rodolfo es auténtica y comportándose como una adolescente que acaba de descubrir el amor verdadero.

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El orden de personajes secundarios ayuda a dar color y variedad a la película. Dimas, con sus chanchullos para poder mantener su consulta de callista, o el compañero de trabajo de Rodolfo, Sáez (Ángel Álvarez), disimulan de amistad lo que es realmente una relación interesada. El primero para comprometer al protagonista y así mantener sus privilegios en el pisito, el segundo como pelota de la empresa, poniendo siempre buena cara a todos, pero revelando su verdadera cara a las espaldas de los demás. Su amistad con Rodolfo queda en evidencia cuando prefiere piropear a las mujeres por la calle en lugar de llevarle hasta el lecho de muerte de la anciana. En cualquier caso, no encontramos verdadera malicia en los actos de ninguno de los dos, sino simple picaresca española, algo que Azcona siempre supo reflejar muy bien. Tampoco podemos acusar malevolencia en la hermana de Petrita (María Luisa Ponte) al querer deshacerse de su hermana, simplemente necesidad y miseria al tener que sacar adelante una familia numerosa en el pequeño espacio de su piso de alquiler. Don Manuel no sale tampoco beneficiado del retrato que se hace en la película del empresario de la época, más preocupado de las cuentas y el bienestar de su negocio, aunque en ningún momento se le demoniza, demostrando tener también, a desgana y no siempre bien orientado, un lado humano. Como decíamos antes, es en Mery en quien encontramos, junto con el protagonista, una mayor candidez. Entre chica de compañía y prostituta, su espíritu alegre y generoso contrasta con el carácter interesado del resto de los personajes secundarios, ganándose la simpatía del espectador en las pocas escenas en las que sale (se trata uno de esos casos en los que las triquiñuelas para esquivar la censura ayudan a la presentación del personaje).

“CINCO METROS CUADRADOS”. LA BURBUJA DE LA FELICIDAD

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La búsqueda de la felicidad a través de la vivienda es también el tema principal de la cinta de Max Lemcke “Cinco Metros Cuadrados”, situada en unas circunstancias distintas a las de “El pisito”, pero no menos dramáticas. La película habla de los engaños de la sociedad y sus consecuencias, de la España de apariencias que experimentamos durante dos décadas y la dura puesta al día con la que nos enfrentamos ahora. Los protagonistas de la cinta son una pareja de clase trabajadora, que, al igual que Rodolfo y Petrita, han ido postergando su matrimonio a la espera de poder contar con una casa propia en la que formar una familia. Sin embargo, Álex y Virginia viven en una España diferente, en la que falsamente se les hizo creer que la felicidad residía en el consumo, que debían aspirar a vivir en una cómoda urbanización, con piscina y una terracita de cinco metros cuadrados en la que poder descansar los fines de semana, y que la sociedad (la inmobiliaria, el banco) le iba a conceder los medios adecuados para poder acceder a todo esto sin un mayor sacrificio. La paralización de las obras y la pérdida de sus ahorros convierte a los protagonistas en dos nuevos quijotes luchando contra molinos para reclamar lo que se les había prometido, enfrentándose con idealismo y el honor a la avaricia y el pragmatismo, pero hundiéndose aún más en el abismo de la crisis. En este sentido, la cinta elude el oportunismo para denunciar aspectos como la especulación inmobiliaria, la corrupción política, la hipocresía y el desamparo ante los bancos, la inoperancia de la Justicia y, finalmente, la criminalización de la víctima.

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Con este segundo trabajo, el cineasta Max Lemcke y los guionistas, Daniel y Pablo Remón, buscan seguir la línea establecida con su Opera Prima, “Casual Day”, donde ya denunciaban la situación del mercado laboral. De esta manera, “Cinco Metros Cuadrados” se presenta como una obra comprometida que quiere erigirse como voz de los más desfavorecidos, dispuesta a poner sobre el tapete una situación de injusticia social que está afectando a muchas familias en nuestro país, a aquellos que, en su momento, se dejaron llevar por las promesas de prosperidad y ahora, al desplomarse el castillo de naipes, han descubierto que la banca nunca pierde y que, frente a los desmanes de constructoras y financieras, es a ellos a quienes les toca pagar la fiesta, mientras aquellos siguen lucrándose a su costa. Dicho esto, nadie pone en duda la relevancia de la cinta ni el compromiso de sus autores con la causa, sin embargo, contar con un tema de esta trascendencia no es sustento suficiente para construir una película. El guión evidencia un fatuo conformismo con la denuncia de su discurso y cojea a la hora de dar una mayor dimensión a las situaciones y los personajes. La acción avanza de manera torpe, enlazando secuencias de manera atropellada, incapaz de ahondar en ellas con el detenimiento que se merecen. A esto hay que sumar incongruencias o situaciones de escasa verosimilitud, como la disponibilidad con la que cuenta Álex de la furgoneta de la empresa para la que trabaja (especialmente en el último tramo de la película). Todo se sobredramatiza por acumulación, pero los autores se muestran incapaces de ir más allá del mero esbozo y el discurso maniqueo, con personajes que entran y desaparecen de la historia dejando líneas argumentales inconclusas y otros que, pese a contar con una mayor presencia en el metraje, se nos antojan prescindibles ante su falta de entidad. Un ejemplo de esto es el propio título, que hace referencia a las medidas de la terraza del piso, un elemento al que se le presupone una mayor importancia pero que a duras penas se menciona en la película. 

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A nivel interpretativo hay que aplaudir el trabajo realizado por Fernando Tejero, quien trasciende su imagen televisiva y consigue dar tridimensionalidad a su personaje sin que el espectador se vea tentado a identificarle con otras actuaciones anteriores más populares. Menos afortunado resulta el papel de Malena Alterio. Si bien la actriz se esfuerza para darle también entidad y la química con Tejero se mantiene inquebrantable, su personaje se convierten en una rémora para la historia. Resulta totalmente pasivo y, en los momentos en los que desaparece de la acción, el espectador no la echa de menos. Resulta un verdadero desperdicio de las capacidades del intérprete ver a un actor de la categoría de Emilio Gutiérrez Caba lidiando con un papel tan maniqueo y falto de entidad como el de Montañés, de la misma manera que el concejal de Urbanismo Arganda de Manuel Morón parece sacado de algún thriller de serie B. De entre los secundarios, sólo podríamos destacar a Jorge Bosch, quien sí logra dar cierta presencia a Toño, el compañero de desgracias de Álex, a pesar de que se trata de otro de esos personajes que aparece y desaparece de la historia al antojo de los autores.

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CONCLUSIÓN.

Resulta sintomático como pese a las distinciones entre ambas obras, el espacio transcurrido y los avances que ha desarrollado la sociedad, la vivienda siga marcando de manera tan dramática el devenir de sus personajes protagonistas, lo que viene a decirnos que, desgraciadamente, España no ha cambiado tanto como aparenta. Por otro lado, es una pena que donde sí comprobamos un cambio es en la creatividad a la hora de tratar un mismo tema y el ingenio a la hora de indagar y reflexionar sobre la realidad que nos rodea.

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