martes, 12 de abril de 2016

“ORGULLO ­+ PREJUICIO + ZOMBIS”. NI AUSTEN, NI ROMERO

Publicada en 1813, “Orgullo y Prejuicio” no sólo supone el ejemplo más representativo de la obra de su autora, Jane Austen (responsable también de otros hitos literarios como “Sentido y Sensibilidad”, “Emma” o “Persuasión”), sino también uno de los grandes títulos de la literatura británica universal. Construida a modo de sátira romántica, donde la autora deconstruía las claves de los patrones sociales de la clase alta de la época y establecía un discurso crítico hacia el elitismo imperante y la delicada posición de la mujer en la sociedad, la novela ofrecía además una de las más releídas y queridas historias de amor que nos ha dejado la letra impresa, la protagonizada por Elisabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy. La modernidad de las historias de Jane Austen la ha convertido también en una de las autoras más adaptadas al cine o la televisión, profusamente reinterpretada por esos juegos metafictivos propios del postmodernismo. En cine hemos encontrado adaptaciones canónicas de su obra, como “Orgullo y Prejuicio” de Joe Wright, y reescrituras como “Bodas y Prejuicios” de Gurinder Chadha (que contaba la historia de Elisabeth Bennet con formato del cine de Bollywood) o “Fuera de Onda” de  Amy Heckerling (traslación de la historia de “Emma” al contexto juvenil de un instituto estadounidense de los años 90 del siglo XX). Pese a este afán por modernizar y recontextualizar la obra de Jane Austen, no podemos negar que transformar una obra de la literatura universal como “Orgullo y Prejuicio” en un relato de apocalipsis zombi fue, como mínimo, una apuesta osada por parte del escritor Seth Grahame-Smith, de igual manera que convertirla, tras el éxito de la novela, en una película fue un paso previsible. Sin embargo, Hollywood siempre se ha caracterizado por ser mucho más conservador que el mercado editorial y trasladar esta historia a la gran pantalla requería la audacia de llevar el concepto al límite del pastiche y la psicotronía, algo que lamentablemente no ha sucedido.     
De acuerdo con la novela de Grahame-Smith, la película nos sitúa en una Gran Bretaña asolada por los efectos colaterales de la Peste Negra, esto es, un levantamiento de los muertos que acaba recluyendo a los vivos en pequeños bastiones de resistencia, eso sí, lujosamente decorados y manteniendo un microcosmos social marcado por el elitismo de las clases altas. De esta manera, al igual que la novela en la que se basa, la película sigue de manera más fiel de lo que cabría esperar el esquema narrativo de Jane Austen, incluyendo la delicada situación económica de los Bennet, el choque de personalidades entre Elisabeth y Darcy, el romaticismo naïf de Jane y Bingley, el idealismo artificioso de Wickhan o las bufonadas del señor Collins. Sin embargo, mientras que la obra de Austen se caracterizaba por la sutilidad y su forma delicada de tratar importantes cuestiones sociales con el formato aparentemente ligero de una trama amorosa, la obra de Grahame-Smith apostaba por la truculencia y el trazo grueso, algo que la adaptación cinematográfica no ha sabido (o no ha querido) capturar en toda su extensión.
Empecemos por los aspectos, a nuestro entender, más destacables de la película. Ahí tendríamos que aplaudir la excelente labor de casting, con unos espléndidos Lily James y Sam Ripley, que se ajustan tanto a la descripción austeniana de Elisabeth Bennet y el Sr. Darcy como a las coreografías de acción post-Matrix; Matt Smith roba la función cada vez que entra en escena con su juguetona representación del Sr. Collins; y las apariciones de Charles Dance y Lena Headey, aunque breves, aportan un notable caché interpretativo a la cinta. Encontramos en la película también una excelente labor de diseño de producción, especialmente de vestuario. Si bien, el punto de partida es la parodia del género, lo cierto es que estos apartados han sido desarrollados de manera rigurosa, de modo que se enfatiza así el contraste entre los componentes decimonónicos y la introducción del elemento fantástico con la presencia de los zombis.
Si bien hay quien se podría rasgar las vestiduras por esta representación paródica del universo de Jane Austen y la “desacralización” de una obra maestra de la literatura universal, nosotros no podemos más que ponernos en el otro extremo, igual de indignados, pero no por los excesos de la película sino por su recato. La producción se sabe potencialmente iconoclasta, pero, en nuestra opinión, ante el riesgo de perder espectadores, prefiere no quemar todas sus naves y se encalla en tierra de nadie. Demasiado insustancial para Jane Austen y muy poco salvaje para un apocalipsis zombi. El resultado tiene destellos de lo que podría haber sido, pero hubiese necesitado una mayor valentía a la hora de cumplir con sus objetivos y un director más heterodoxo que Burr Steers, quien se desenvuelve con pulcritud, pero es incapaz de aportar el toque de exceso e irreverencia que requería la película. En nuestra opinión, a la cinta le falta un tono más folletinesco, le falta sangre y, sobre todo, le faltan zombis (dudamos que George A. Romero estuviera de acuerdo en definir como tales lo que sale en pantalla).
Al final, ya sea por exceso o por defecto, lo cierto es que nos encontramos ante una cinta fallida, a la que no le podemos negar aspiraciones bienintencionadas, pero que posteriormente no se atreve a acometer, desperdiciando así las bonanzas de su reparto y su diseño de producción.     

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