Publicada en 1813, “Orgullo y
Prejuicio” no sólo supone el ejemplo más representativo de la obra de su
autora, Jane Austen (responsable también de otros hitos literarios como
“Sentido y Sensibilidad”, “Emma” o “Persuasión”), sino también uno de los
grandes títulos de la literatura británica universal. Construida a modo de
sátira romántica, donde la autora deconstruía las claves de los patrones
sociales de la clase alta de la época y establecía un discurso crítico hacia el
elitismo imperante y la delicada posición de la mujer en la sociedad, la novela
ofrecía además una de las más releídas y queridas historias de amor que nos ha
dejado la letra impresa, la protagonizada por Elisabeth Bennet y Fitzwilliam
Darcy. La modernidad de las historias de Jane Austen la ha convertido también
en una de las autoras más adaptadas al cine o la televisión, profusamente
reinterpretada por esos juegos metafictivos propios del postmodernismo. En cine
hemos encontrado adaptaciones canónicas de su obra, como “Orgullo y Prejuicio”
de Joe Wright, y reescrituras como “Bodas y Prejuicios” de Gurinder Chadha (que
contaba la historia de Elisabeth Bennet con formato del cine de Bollywood) o “Fuera
de Onda” de Amy Heckerling (traslación
de la historia de “Emma” al contexto juvenil de un instituto estadounidense de
los años 90 del siglo XX). Pese a este afán por modernizar y recontextualizar
la obra de Jane Austen, no podemos negar que transformar una obra de la
literatura universal como “Orgullo y Prejuicio” en un relato de apocalipsis
zombi fue, como mínimo, una apuesta osada por parte del escritor Seth
Grahame-Smith, de igual manera que convertirla, tras el éxito de la novela, en
una película fue un paso previsible. Sin embargo, Hollywood siempre se ha
caracterizado por ser mucho más conservador que el mercado editorial y
trasladar esta historia a la gran pantalla requería la audacia de llevar el
concepto al límite del pastiche y la psicotronía, algo que lamentablemente no
ha sucedido.
De acuerdo con la novela de Grahame-Smith,
la película nos sitúa en una Gran Bretaña asolada por los efectos colaterales
de la Peste Negra, esto es, un levantamiento de los muertos que acaba
recluyendo a los vivos en pequeños bastiones de resistencia, eso sí,
lujosamente decorados y manteniendo un microcosmos social marcado por el
elitismo de las clases altas. De esta manera, al igual que la novela en la que
se basa, la película sigue de manera más fiel de lo que cabría esperar el
esquema narrativo de Jane Austen, incluyendo la delicada situación económica de
los Bennet, el choque de personalidades entre Elisabeth y Darcy, el romaticismo
naïf de Jane y Bingley, el idealismo artificioso de Wickhan o las bufonadas del
señor Collins. Sin embargo, mientras que la obra de Austen se caracterizaba por
la sutilidad y su forma delicada de tratar importantes cuestiones sociales con
el formato aparentemente ligero de una trama amorosa, la obra de Grahame-Smith
apostaba por la truculencia y el trazo grueso, algo que la adaptación
cinematográfica no ha sabido (o no ha querido) capturar en toda su extensión.
Empecemos por los aspectos, a nuestro
entender, más destacables de la película. Ahí tendríamos que aplaudir la
excelente labor de casting, con unos espléndidos Lily James y Sam Ripley, que
se ajustan tanto a la descripción austeniana de Elisabeth Bennet y el Sr. Darcy
como a las coreografías de acción post-Matrix; Matt Smith roba la función cada
vez que entra en escena con su juguetona representación del Sr. Collins; y las
apariciones de Charles Dance y Lena Headey, aunque breves, aportan un notable
caché interpretativo a la cinta. Encontramos en la película también una
excelente labor de diseño de producción, especialmente de vestuario. Si bien,
el punto de partida es la parodia del género, lo cierto es que estos apartados
han sido desarrollados de manera rigurosa, de modo que se enfatiza así el
contraste entre los componentes decimonónicos y la introducción del elemento
fantástico con la presencia de los zombis.
Si bien hay quien se podría rasgar
las vestiduras por esta representación paródica del universo de Jane Austen y
la “desacralización” de una obra maestra de la literatura universal, nosotros
no podemos más que ponernos en el otro extremo, igual de indignados, pero no
por los excesos de la película sino por su recato. La producción se sabe
potencialmente iconoclasta, pero, en nuestra opinión, ante el riesgo de perder
espectadores, prefiere no quemar todas sus naves y se encalla en tierra de
nadie. Demasiado insustancial para Jane Austen y muy poco salvaje para un
apocalipsis zombi. El resultado tiene destellos de lo que podría haber sido,
pero hubiese necesitado una mayor valentía a la hora de cumplir con sus
objetivos y un director más heterodoxo que Burr Steers, quien se desenvuelve con
pulcritud, pero es incapaz de aportar el toque de exceso e irreverencia que
requería la película. En nuestra opinión, a la cinta le falta un tono más
folletinesco, le falta sangre y, sobre todo, le faltan zombis (dudamos que
George A. Romero estuviera de acuerdo en definir como tales lo que sale en
pantalla).
Al final, ya sea por exceso o por
defecto, lo cierto es que nos encontramos ante una cinta fallida, a la que no
le podemos negar aspiraciones bienintencionadas, pero que posteriormente no se
atreve a acometer, desperdiciando así las bonanzas de su reparto y su diseño de
producción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario