En plena moda de
revisión de los personajes clásicos de los cuentos populares, en el año 2012
coincidieron en nuestras pantallas tres versiones diferentes de “Blancanieves”.
La versión pergeñada por Universal buscaba apartarse de la estética creada por
Walt Disney para el que fuera su primer largometraje de animación y apostar por
un mundo de fantasía heredero del universo Tolkieniano establecido por Peter
Jackson para su trilogía de “El Señor de los Anillos” y otras múltiples
referencias cinematográficas. Con un presupuesto de 170 millones de dólares y
una recaudación cercana a los 400 millones, no es de extrañar que el estudio
haya querido seguir rentabilizando aquella “Blancanieves y La Leyenda del
Cazador”, reconvirtiéndola en el inicio de una franquicia. El mayor obstáculo
era que para la segunda entrega no iba a poder contar ni con su protagonista
(Kristen Stewart), ni con el director (Rupert Sanders). Para solventar esto se
introduce un argumento paralelo, se le concede todo el protagonismo al
personaje del Cazador, se generan nuevos personajes y, ya de paso, se rescata a
una Charlize Theron en el papel de la malvada reina Ravenna, responsable de las
mejores críticas de la anterior película.
“Las Crónicas de
Blancanieves. El Cazador y la Reina del Hielo” vuelve a aprovecharse del éxito
de otra adaptación de un cuento tradicional de la Disney, aunque en este caso
la referencia es más cercana en el tiempo. Si la casa del tío Walt ha
encontrado una nueva gallina de los huevos de oro con “Frozen”, esta secuela
toma prestado también al personaje de las Reina de las Nieves del cuento de Hans
Christian Andersen para crear a Freya, hermana de Ravenna (y de la que no
habíamos sabido nada en la anterior entrega, igual que en ésta se ignora por
completo al personaje de Finn, el otro hermano de la Reina al que daba vida Sam
Spruell). Si en la anterior película el tema principal era el miedo a envejecer
y a ser sustituida por una mujer más joven de Ravenna, aquí el conflicto lo
genera el bloqueo emocional de Freya ante el dolor por la pérdida de sus seres
queridos. La reina del hielo no sólo congela todo rasgo afectivo en su
interior, sino que busca también extinguir cualquier apego amoroso entre los
que la rodean.
La cinta no puede ocultar
su naturaleza de secuela forzosa. Esa localización temporal de la historia, a
medio camino entre precuela y continuación, reconstruyendo la historia para
ajustarla a las características del nuevo argumento y forzando una explicación
que justifique la ausencia de Blancanieves es un condicionante que se impone al
espectador pese a tratarse de un recurso facilón y tramposo. No sólo se impone
la presencia de una hermana de la que previamente no se había hecho ninguna
mención, sino que se fuerza también toda la trama romántica del Cazador,
subvirtiendo aquellos elementos que se habían narrado en la primera película, y
se busca una justificación absurda y carente de antecedentes para explicar el
regreso de Ravenna. De esta manera, la película tarda en encontrar su ritmo, al
verse abocada a una doble introducción que alarga el inicio de la película.
Tampoco es que el resto del guion se luzca por su brillantez. Tal vez
consciente del salto de fe que le exige al espectador, el resto de la película
transita por caminos ya conocidos y trillados, repitiendo clichés y sin
demasiado interés por llevar a los personajes más allá del estereotipo y lo
previsible. Sin duda había mucho más donde rascar en el cuarteto protagonista,
que acaba ampliamente desaprovechado, especialmente todo lo referente al
personaje de Freya. Afortunadamente, como contrapeso a esto, la cinta cuenta
con un reparto de actores capaces de sostener sobre sus hombros y dar presencia
a sus exiguos personajes.
Chris Hemsworth sigue
revelándose como un actor con carencias interpretativas, pero se sabe
desenvolver con soltura en este registro aventurero y socarrón, así como en las
secuencias de acción. Por otro lado, sustituir a Kristen Stewart por Emily
Blunt y Jessica Chastain no puede haber sido mejor idea. La protagonista de
“Crepúsculo” era uno de los principales lastres que sufría la anterior
película, mientras que aquí las dos actrices resultan imprescindibles para
levantar a sus personajes más allá de lo esbozado en el guion. Blunt interpreta
a Freya con convicción y le aporta ese componente fatalista y afligido que los
guionistas no han sabido desarrollar en el libreto, mientras que Chastain
resulta convincente en su rol de guerrera y se esfuerza por marcar la dualidad
emocional que divide al personaje de Sara. Eso sí, una vez más, el premio lo
obtiene una Charlize Theron maquiavélica y desbocada, que, pese a contar con
poco tiempo en pantalla, logra recuperar aquellos elementos que convirtieron a
Ravenna en la gran villana de la anterior entrega. La actriz logra que nos olvidemos
de lo insulso de su justificación en pantalla y se dedica a trasmitir maldad en
cada uno de sus planos. Finalmente, los personajes de los enanos, interpretados
por Nick Frost (de nuevo en la piel de Nion, el único de los amigos de
Blancanieves que repite en esta segunda parte), Rob Brydon, Sheridan Smith y
Alexandra Roach, se encargan de cubrir el apartado humorístico, ganándose así un
puesto en la historia y aportando una ligereza que ayuda a que la cinta sea más
entretenida (aunque más allá de ahí no proporcionen mucho más a la película).
Cedric Nicolas-Troyan
recoge el testigo de Rupert Sanders, ofreciendo una puesta en escena igual de
funcional y despersonalizada. El realizador consigue que la película resulte visualmente atractiva, que cuente con secuencias de acción bien rodadas y donde los efectos
especiales están bien integrados (no por nada, aparte de director de segunda
unidad, fue también el responsable del apartado visual de la entrega anterior).
Sí se aprecia que para esta secuela se ha contado con un presupuesto
notablemente inferior. Si bien, la cinta sigue luciendo como una producción de
fantasía de Hollywood, no puede ocultar unas orígenes más modestos. Si la
anterior apelaba al tono épico, aquí se suavizan las ansias de trascendencia de
la historia y los personajes y nos quedamos con un relato meramente aventurero.
La realización de Nicolas-Troyan tampoco ambiciona ese despliegue visual que
ostentaba Sanders, aunque esto acaba resultando en favor de la película. La
falta de pretensiones de la cinta conlleva un nivel de exigencia menor y el
resultado final acaba más cercano de las expectativas depositadas en el
espectador. El estupendo diseño de producción (a destacar, como en la anterior,
el espléndido trabajo de vestuario de Colleen Atwood), el ajustado, pero bien
empleado, uso de los efectos digitales y una partitura sinfónica de corte
aventurero por parte de James Newton Howard ayudan también a que como público
nos dejemos llevar por el tono sencillo y festivo de la película, llegando casi
a atenuar la fruslería de su guion.
“Las Crónicas de
Blancanieves. El Cazador y la Reina del Hielo” es una película para ver y
olvidar, un entretenimiento fatuo y sin pretensiones. ¿Deberíamos exigir más?
Sí, pero para un día tonto nos vale.
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