lunes, 18 de abril de 2016

“LAS CRÓNICAS DE BLANCANIEVES. EL CAZADOR Y LA REINA DEL HIELO” O CÓMO INTENTAR SALVAR UNA FRANQUICIA CONDENADA.

En plena moda de revisión de los personajes clásicos de los cuentos populares, en el año 2012 coincidieron en nuestras pantallas tres versiones diferentes de “Blancanieves”. La versión pergeñada por Universal buscaba apartarse de la estética creada por Walt Disney para el que fuera su primer largometraje de animación y apostar por un mundo de fantasía heredero del universo Tolkieniano establecido por Peter Jackson para su trilogía de “El Señor de los Anillos” y otras múltiples referencias cinematográficas. Con un presupuesto de 170 millones de dólares y una recaudación cercana a los 400 millones, no es de extrañar que el estudio haya querido seguir rentabilizando aquella “Blancanieves y La Leyenda del Cazador”, reconvirtiéndola en el inicio de una franquicia. El mayor obstáculo era que para la segunda entrega no iba a poder contar ni con su protagonista (Kristen Stewart), ni con el director (Rupert Sanders). Para solventar esto se introduce un argumento paralelo, se le concede todo el protagonismo al personaje del Cazador, se generan nuevos personajes y, ya de paso, se rescata a una Charlize Theron en el papel de la malvada reina Ravenna, responsable de las mejores críticas de la anterior película.
“Las Crónicas de Blancanieves. El Cazador y la Reina del Hielo” vuelve a aprovecharse del éxito de otra adaptación de un cuento tradicional de la Disney, aunque en este caso la referencia es más cercana en el tiempo. Si la casa del tío Walt ha encontrado una nueva gallina de los huevos de oro con “Frozen”, esta secuela toma prestado también al personaje de las Reina de las Nieves del cuento de Hans Christian Andersen para crear a Freya, hermana de Ravenna (y de la que no habíamos sabido nada en la anterior entrega, igual que en ésta se ignora por completo al personaje de Finn, el otro hermano de la Reina al que daba vida Sam Spruell). Si en la anterior película el tema principal era el miedo a envejecer y a ser sustituida por una mujer más joven de Ravenna, aquí el conflicto lo genera el bloqueo emocional de Freya ante el dolor por la pérdida de sus seres queridos. La reina del hielo no sólo congela todo rasgo afectivo en su interior, sino que busca también extinguir cualquier apego amoroso entre los que la rodean.
La cinta no puede ocultar su naturaleza de secuela forzosa. Esa localización temporal de la historia, a medio camino entre precuela y continuación, reconstruyendo la historia para ajustarla a las características del nuevo argumento y forzando una explicación que justifique la ausencia de Blancanieves es un condicionante que se impone al espectador pese a tratarse de un recurso facilón y tramposo. No sólo se impone la presencia de una hermana de la que previamente no se había hecho ninguna mención, sino que se fuerza también toda la trama romántica del Cazador, subvirtiendo aquellos elementos que se habían narrado en la primera película, y se busca una justificación absurda y carente de antecedentes para explicar el regreso de Ravenna. De esta manera, la película tarda en encontrar su ritmo, al verse abocada a una doble introducción que alarga el inicio de la película. Tampoco es que el resto del guion se luzca por su brillantez. Tal vez consciente del salto de fe que le exige al espectador, el resto de la película transita por caminos ya conocidos y trillados, repitiendo clichés y sin demasiado interés por llevar a los personajes más allá del estereotipo y lo previsible. Sin duda había mucho más donde rascar en el cuarteto protagonista, que acaba ampliamente desaprovechado, especialmente todo lo referente al personaje de Freya. Afortunadamente, como contrapeso a esto, la cinta cuenta con un reparto de actores capaces de sostener sobre sus hombros y dar presencia a sus exiguos personajes.    
Chris Hemsworth sigue revelándose como un actor con carencias interpretativas, pero se sabe desenvolver con soltura en este registro aventurero y socarrón, así como en las secuencias de acción. Por otro lado, sustituir a Kristen Stewart por Emily Blunt y Jessica Chastain no puede haber sido mejor idea. La protagonista de “Crepúsculo” era uno de los principales lastres que sufría la anterior película, mientras que aquí las dos actrices resultan imprescindibles para levantar a sus personajes más allá de lo esbozado en el guion. Blunt interpreta a Freya con convicción y le aporta ese componente fatalista y afligido que los guionistas no han sabido desarrollar en el libreto, mientras que Chastain resulta convincente en su rol de guerrera y se esfuerza por marcar la dualidad emocional que divide al personaje de Sara. Eso sí, una vez más, el premio lo obtiene una Charlize Theron maquiavélica y desbocada, que, pese a contar con poco tiempo en pantalla, logra recuperar aquellos elementos que convirtieron a Ravenna en la gran villana de la anterior entrega. La actriz logra que nos olvidemos de lo insulso de su justificación en pantalla y se dedica a trasmitir maldad en cada uno de sus planos. Finalmente, los personajes de los enanos, interpretados por Nick Frost (de nuevo en la piel de Nion, el único de los amigos de Blancanieves que repite en esta segunda parte), Rob Brydon, Sheridan Smith y Alexandra Roach, se encargan de cubrir el apartado humorístico, ganándose así un puesto en la historia y aportando una ligereza que ayuda a que la cinta sea más entretenida (aunque más allá de ahí no proporcionen mucho más a la película).  
Cedric Nicolas-Troyan recoge el testigo de Rupert Sanders, ofreciendo una puesta en escena igual de funcional y despersonalizada. El realizador consigue que la película resulte visualmente atractiva, que cuente con secuencias de acción bien rodadas y donde los efectos especiales están bien integrados (no por nada, aparte de director de segunda unidad, fue también el responsable del apartado visual de la entrega anterior). Sí se aprecia que para esta secuela se ha contado con un presupuesto notablemente inferior. Si bien, la cinta sigue luciendo como una producción de fantasía de Hollywood, no puede ocultar unas orígenes más modestos. Si la anterior apelaba al tono épico, aquí se suavizan las ansias de trascendencia de la historia y los personajes y nos quedamos con un relato meramente aventurero. La realización de Nicolas-Troyan tampoco ambiciona ese despliegue visual que ostentaba Sanders, aunque esto acaba resultando en favor de la película. La falta de pretensiones de la cinta conlleva un nivel de exigencia menor y el resultado final acaba más cercano de las expectativas depositadas en el espectador. El estupendo diseño de producción (a destacar, como en la anterior, el espléndido trabajo de vestuario de Colleen Atwood), el ajustado, pero bien empleado, uso de los efectos digitales y una partitura sinfónica de corte aventurero por parte de James Newton Howard ayudan también a que como público nos dejemos llevar por el tono sencillo y festivo de la película, llegando casi a atenuar la fruslería de su guion.   

“Las Crónicas de Blancanieves. El Cazador y la Reina del Hielo” es una película para ver y olvidar, un entretenimiento fatuo y sin pretensiones. ¿Deberíamos exigir más? Sí, pero para un día tonto nos vale.  

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