miércoles, 2 de marzo de 2016

“DEADPOOL”. WHAM!, CON EXCLAMACIÓN AL FINAL

En 1954, el psicólogo Frederic Wertham publicó su estudio titulado “La Seducción del Inocente”, donde arremetía contra diferentes formas de cultura popular, como los cómics, por pervertir y promover conductas inmorales entre los más jóvenes. Este libro tuvo un importante impacto en la sociedad de la época y originó la creación del Comic Code Authority, una asociación que regulaba el contenido de estas obras. Aquellas que no obtenían el sello de autorización de la CCA quedaban relegadas a una distribución underground, que si bien en los años 60 muchas se convirtieron en adalid de la contracultura, en los 50 esta censura destruyó comercialmente a editoriales como EC Comics, que basaban su popularidad en historias de terror truculentas. El terreno de los superhéroes, uno de los directamente señalados por Wertham, quedó subordinado a estas reglas de control, promoviendo una era de infantilismo que duró hasta los años 70. A partir de esta época y con la presión de los movimientos sociales, el código hizo diferentes revisiones de sus restricciones (especialmente en lo que se refería a las referencias raciales o a la homosexualidad); sin embargo, ya a finales de esta década, y especialmente en los 80 y 90, las editoriales empezaron a dedicar una línea editorial exclusiva para lectores adultos, donde aspectos como la violencia o la sexualidad era representado con más libertad. El boom de las adaptaciones de cómics de superhéroes al cine de los últimos años ha tenido la paradoja de intentar combinar ambos aspectos. El cine cuenta con una clasificación por edades y los estudios han intentado mantener las películas dentro de los márgenes del cine infantil y juvenil, pese a que muchas de estas historias tomaban como referencia el trabajo de autores que expandieron la concepción del cómic como un entretenimiento para menores. De ahí que la llegada de un personaje como Deadpool, con una representación de la violencia y la sexualidad en absoluto apta para un público infantil haya generado tanta polémica en las salas.
Afortunadamente, vivimos en una sociedad donde cada vez está más aceptado y proliferan más los lectores adultos de cómics de superhéroes (y por extensión espectadores de las películas). Muchos de ellos se criaron leyendo las aventuras de estos personajes y con la llegada de la madurez han mantenido esta afición, aunque eso sí, exigiendo una mirada más adulta. La base de la adaptación del personaje de Deadpool al cine viene precisamente con la intención de socavar y parodiar esa visión infantilista del género. Lejos de adecuarse a los códigos morales que presuponemos a los superhéroes, el personaje es un mercenario, deslenguado, procaz, violento, sexualmente promiscuo y totalmente irreverente hacia la posición de otros personajes de su mismo universo (especialmente el universo mutante Marvel). En su primera aparición cinematográfica (en 2009 con “Lobezno. Orígenes”), este superhéroe, creado por Fabian Nicieza y Rob Liefeld en 1991, fue francamente maltratado, algo que el actor que se encargó de interpretarlo originariamente, Ryan Reynolds, en alianza con el director Tim Miller, ha querido corregir con esta nueva versión. La película no sólo introduce toda la violencia, la mala uva y el contenido sexual que se le había vetado previamente, sino que además gran parte del humor de la película tiene un carácter metafictivo, con referencias directas no sólo a los personajes de la franquicia mutante, sino también a los actores que los interpretan, así como al estudio que ha producido las películas o la autoconsciencia de tratarse de una obra de ficción. A esto se suma también un amplio espectro de guiños cinéfilos que abarcan no sólo el cine reciente, sino también clásicos de los 80 y 90.
Si bien este humor negro e irreverente domina toda la función, no por ello Tim Miller se despreocupa a la hora de escenificar las escenas de acción. Con experiencia en el terreno de la publicidad y el videoclip, el cineasta ofrece una puesta en escena postmoderna, jugando con los ralentís, los planos imposibles, y la plasticidad que aportan los efectos digitales a la imagen para ofrecer unas impactantes secuencias de acción, vibrantes, originales y dinámicas. Al igual que sucediera con James Gunn en “Guardianes de la Galaxia”, la suya es una mirada excéntrica, independiente, anticanónica, del universo Marvel, lo que le da a la película un valor distintivo, frente al carácter formulario de otras producciones de más peso. Por su parte, Ryan Reynolds parece haber encontrado su mejor papel en este Wade Wilson. Si bien nunca ha sido un referente interpretativo, se aprecia que el actor disfruta con este papel y que le permite desplegar todo aquello que “Lobezno. Orígenes” o su lamentable encarnación de Linterna Verde no le dejaron hacer. A su lado destacar la sensualidad de Morena Baccarin, quien no se limita a interpretar a la partenaire del héroe; o Ed Skrein, al igual que Reynolds, más desenvuelto aquí que la última vez que lo vimos en la gran pantalla con “Transporter Legacy”.
“Deadpool” no busca ser la mejor película de superhéroes, pero sí es un maravilloso desahogo, una cinta pensada para aquellos que reclaman más agresividad y un sentido del humor más gamberro en las adaptaciones del cómic a la pantalla. Es posible que su éxito abra nuevas puertas a más producciones de superhéroes dirigidas a este público adulto, pero al menos de momento, su impacto en la taquilla sí ha demostrado que ambos enfoques pueden coexistir y que hay suficientes espectadores como para sustentar ambas tendencias.   

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