Desde sus orígenes, la
relación de los hermanos Coen con el género de la comedia ha sido siempre
bastante peculiar y, por lo general, poco valorada en una primera instancia.
Tras su aplaudido debut con “Sangre Fácil”, el particular humor absurdo de “Arizona
Baby” rompió los esquemas de los espectadores y la película fue un rotundo
fracaso. En la actualidad, se trata de un título de culto, muy apreciado entre
los cinéfilos. Lo mismo sucedería años después con “El Gran Salto”. Si bien “El
Gran Lebowski” y “O Brother” tuvieron una mejor recepción inicial, no es menos
cierto que ha sido el paso del tiempo lo que les ha aportado una mayor
valoración por parte del público y la crítica. “Crueldad Intolerable”, “The
Ladykillers” (a nuestro entender, la película más floja de su filmografía),
“Quemar después de Leer” o “Un Tipo Serio” han sido otros ejemplos de
aproximaciones al género por parte de los hermanos que no han obtenido la misma
repercusión que títulos más serios, como “Fargo”, “No Es País para Viejos” o
“Valor de Ley”. Tras el aplauso conseguido con “A Propósito de Llewyn Davis”,
los Coen se animaron a lo que podría ser su comedia definitiva, “Ave, César”,
un homenaje al cine de los años 50 y con un reparto repleto de estrellas.
No es la primera vez que
los Coen se acercaban a la Edad de Oro del cine hollywoodiense. En “Barton
Fink”, el protagonista era un dramaturgo contratado por un gran estudio
(Capitol Films, el mismo donde se desarrolla “Ave, César”) para escribir una
película de lucha libre, “El Gran Salto” era su particular homenaje al cine de
Frank Capra y “O Brother” bebía del cine de Preston Sturges; sin embargo, ésta
era la primea ocasión en que la industria del cine era protagonista absoluta de
la historia. El argumento nos lleva a acompañar a Eddie Manix, cuyo trabajo
consiste en solucionar los múltiples problemas que surgen día a día en el
estudio y mantener los desmanes y excesos de las estrellas bajo control para
que la cadena de producción no se detenga. La desaparición de la principal
estrella del estudio en medio del rodaje de una ambiciosa película sobre la
figura de Jesucristo, y la oferta de un trabajo más lucrativo, estable y que le
permitiría recuperar su vida familiar se convierten en el principal conflicto
del día, donde además encontramos a una actriz de musicales acuáticos que ha
quedado embarazada, los problemas de una joven promesa del western, con mucho
encanto y poco talento, para adaptarse a la producción de un elegante romance
aristocrático, la amenaza de la prensa de desvelar turbios secretos sexuales de
algunos actores o la sombra del comunismo que se extiende por la industria y
amenaza con socavar el modo de vida hollywoodiense.
Los guiños a verdaderas
estrellas o personalidades relacionadas con el cine de la época como Esther
Williams, Charlton Heston, Lawrence Olivier, Gene Kelly o Carmen Miranda, entre
otros, es continuo, de la misma manera que los Coen juegan también con la
contradicción entre la fachada moralista que daba la industria frente a los
excesos y la frivolidad que imperaba entre bastidores. La labor de casting resulta
ideal, consiguiendo que el espectador vea perfectamente reflejado en actores
como George Clooney, Ralph Fiennes, Scarlett Johansson o Channing Tatum ecos de
las estrellas del cine clásico aludidas en la trama. Todo ello cincelado con el
humor paródico y absurdo habitual de los cineastas; sin embargo, si bien hay
sketches y guiños ingeniosos y muy divertidos para el espectador cinéfilo, la
película, en su conjunto y como obra autónoma, carece de peso narrativo. El
argumento principal resulta pobremente desarrollado, dando la sensación de que
la película carece de un rumbo concreto y que se alimenta más de sus pequeñas
subtramas, que en el fondo no son más que guiños cinéfilos, anecdóticos e insustanciales.
Sólo en el epílogo final, los Coen pretenden dar una cierta coherencia al
conjunto a través de la figura de Eddie Manix, pero esto no corrige lo
deslavazado y precipitado del conjunto. El trabajo de los actores es
espléndido, pero salvo la presencia de Josh Brolin, Alden Ehrenreich y, de manera
más lejana, George Clooney, la labor del resto del reparto supera levemente la
categoría de cameo. Viniendo de unos directores como los Hermanos Coen, quienes
incluso en sus trabajos más irrelevantes, siempre habían conseguido dar cierta
trascendencia a todos sus historias, en este caso, no podemos evitar la
sensación de estar ante un trabajo trivial, incapaz de elevarse más allá de la
categoría de chiste alargado y cuyo mayor interés radica en el ejercicio de
cinefilia del espectador para detectar las multiples referencias
cinematográficas tanto al Hollywood clásico como a la propia filmografía de los
cineastas.
Quizás, como sucediera
con algunas de sus comedias anteriores, en el futuro tengamos que desdecirnos y
celebremos esta “Ave, César” dentro del conjunto de películas de culto de los
Coen, pero, a fecha de hoy, en nuestra opinión, se trata de una oportunidad
perdida y un título impropio de sus creadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario