jueves, 3 de marzo de 2016

“AVE, CÉSAR”. SI NO FUERA ALGO TAN SIMPLE

Desde sus orígenes, la relación de los hermanos Coen con el género de la comedia ha sido siempre bastante peculiar y, por lo general, poco valorada en una primera instancia. Tras su aplaudido debut con “Sangre Fácil”, el particular humor absurdo de “Arizona Baby” rompió los esquemas de los espectadores y la película fue un rotundo fracaso. En la actualidad, se trata de un título de culto, muy apreciado entre los cinéfilos. Lo mismo sucedería años después con “El Gran Salto”. Si bien “El Gran Lebowski” y “O Brother” tuvieron una mejor recepción inicial, no es menos cierto que ha sido el paso del tiempo lo que les ha aportado una mayor valoración por parte del público y la crítica. “Crueldad Intolerable”, “The Ladykillers” (a nuestro entender, la película más floja de su filmografía), “Quemar después de Leer” o “Un Tipo Serio” han sido otros ejemplos de aproximaciones al género por parte de los hermanos que no han obtenido la misma repercusión que títulos más serios, como “Fargo”, “No Es País para Viejos” o “Valor de Ley”. Tras el aplauso conseguido con “A Propósito de Llewyn Davis”, los Coen se animaron a lo que podría ser su comedia definitiva, “Ave, César”, un homenaje al cine de los años 50 y con un reparto repleto de estrellas.
No es la primera vez que los Coen se acercaban a la Edad de Oro del cine hollywoodiense. En “Barton Fink”, el protagonista era un dramaturgo contratado por un gran estudio (Capitol Films, el mismo donde se desarrolla “Ave, César”) para escribir una película de lucha libre, “El Gran Salto” era su particular homenaje al cine de Frank Capra y “O Brother” bebía del cine de Preston Sturges; sin embargo, ésta era la primea ocasión en que la industria del cine era protagonista absoluta de la historia. El argumento nos lleva a acompañar a Eddie Manix, cuyo trabajo consiste en solucionar los múltiples problemas que surgen día a día en el estudio y mantener los desmanes y excesos de las estrellas bajo control para que la cadena de producción no se detenga. La desaparición de la principal estrella del estudio en medio del rodaje de una ambiciosa película sobre la figura de Jesucristo, y la oferta de un trabajo más lucrativo, estable y que le permitiría recuperar su vida familiar se convierten en el principal conflicto del día, donde además encontramos a una actriz de musicales acuáticos que ha quedado embarazada, los problemas de una joven promesa del western, con mucho encanto y poco talento, para adaptarse a la producción de un elegante romance aristocrático, la amenaza de la prensa de desvelar turbios secretos sexuales de algunos actores o la sombra del comunismo que se extiende por la industria y amenaza con socavar el modo de vida hollywoodiense.
Los guiños a verdaderas estrellas o personalidades relacionadas con el cine de la época como Esther Williams, Charlton Heston, Lawrence Olivier, Gene Kelly o Carmen Miranda, entre otros, es continuo, de la misma manera que los Coen juegan también con la contradicción entre la fachada moralista que daba la industria frente a los excesos y la frivolidad que imperaba entre bastidores. La labor de casting resulta ideal, consiguiendo que el espectador vea perfectamente reflejado en actores como George Clooney, Ralph Fiennes, Scarlett Johansson o Channing Tatum ecos de las estrellas del cine clásico aludidas en la trama. Todo ello cincelado con el humor paródico y absurdo habitual de los cineastas; sin embargo, si bien hay sketches y guiños ingeniosos y muy divertidos para el espectador cinéfilo, la película, en su conjunto y como obra autónoma, carece de peso narrativo. El argumento principal resulta pobremente desarrollado, dando la sensación de que la película carece de un rumbo concreto y que se alimenta más de sus pequeñas subtramas, que en el fondo no son más que guiños cinéfilos, anecdóticos e insustanciales. Sólo en el epílogo final, los Coen pretenden dar una cierta coherencia al conjunto a través de la figura de Eddie Manix, pero esto no corrige lo deslavazado y precipitado del conjunto. El trabajo de los actores es espléndido, pero salvo la presencia de Josh Brolin, Alden Ehrenreich y, de manera más lejana, George Clooney, la labor del resto del reparto supera levemente la categoría de cameo. Viniendo de unos directores como los Hermanos Coen, quienes incluso en sus trabajos más irrelevantes, siempre habían conseguido dar cierta trascendencia a todos sus historias, en este caso, no podemos evitar la sensación de estar ante un trabajo trivial, incapaz de elevarse más allá de la categoría de chiste alargado y cuyo mayor interés radica en el ejercicio de cinefilia del espectador para detectar las multiples referencias cinematográficas tanto al Hollywood clásico como a la propia filmografía de los cineastas.
Quizás, como sucediera con algunas de sus comedias anteriores, en el futuro tengamos que desdecirnos y celebremos esta “Ave, César” dentro del conjunto de películas de culto de los Coen, pero, a fecha de hoy, en nuestra opinión, se trata de una oportunidad perdida y un título impropio de sus creadores.   

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