martes, 14 de abril de 2015

“LA SAGA DIVERGENTE: INSURGENTE”. EL VALOR DEL ARTESANO.

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Resulta llamativo como en los últimos tiempos se ha puesto de moda la ciencia ficción distópica juvenil, casi como si fuera un eco del descontento de la población joven por las caducas políticas de las últimas décadas y que han creado diferentes movimientos sociales a nivel internacional reclamando un cambio en el sistema social y denunciando las injusticias de un sistema corrupto. No sabemos si esta coincidencia es meramente eso, una casualidad, si es un recurso de Hollywood para ofrecer una imagen impostada de modernidad o, por el contrario (desde una perspectiva conspiranoica), un medio para que estos jóvenes vean satisfechos sus sueños en la gran pantalla y no los busquen fuera de ella. Sea como fuere, lo cierto es que la libertad parece que ya no tiene la apariencia de una mujer de pecho descubierto como la representara en 1830 Eugène Delacroix (la calificación por edades de Hollywood no lo permitiría), sino la de Katniss Everdeen o, en el caso que nos ocupa, Tris Prior.

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En la primera entrega, el centro del conflicto estaba entre las facciones de Abnegación y Erudición, es decir, entre lo emocional y lo intelectual, quedando Osadía como herramienta violenta para imponer un orden dictatorial. En la segunda entrega, entran en juego nuevas facciones, que previamente habían quedado simplemente apuntadas, Verdad y Cordialidad, dos conceptos que en la trama quedan anulados cuando la cobardía ante se apropia de ellas. Recordando el poema de Martin Niemöller “Cuando los Nazis vinieron a por mí…”, una de las principales tramas de la cinta va relacionada con las consecuencias de no resistir las tiranías en los primeros intentos de su establecimiento, junto con la necesidad de la protagonista de perdonarse a sí misma y enfrentarse al sentimiento de culpabilidad por los sacrificio que su revolución ha ocasionado. Nos encontramos por los tanto con una Tris más madura que en la película anterior, pero también traumatizada por la violencia que marcó el clímax de la entrega anterior (como sucediera con Katniss en “Los Juegos del Hambre. En Llamas”, subrayando aún más la cercanía entre ambos personajes, y también el propósito de ambas sagas de dar un retrato más complejo de sus respectivas heroínas). Inicialmente, a la hora de llevar la trilogía “Divergente” de Veronica Roth al cine, la productora Summit Entertainment aspiraba a encontrar un filón juvenil que continuara la estela de “La Saga Crepúsculo”, pero intentando por el camino recabar un reconocimiento crítico más cercano a “Los Juegos del Hambre”. Para ello, al igual que con las aventuras de Katniss, para cuya primera entrega Lionsgate contó con un director con cierto prestigio autoral (Gary Ross, “Pleasantville”, “Seabiscuit, Más Allá de la Leyenda”), la adaptación de la primera novela de “Divergente” se quiso escudar en la reputación de un director de corte indie (Neil Burger, “El Ilusionista”, “Sin Límites”). El resultado fue un tanto apático. Esta primera entrega se regodeaba demasiado en la parte descriptiva y contemplativa de ese futuro distópico que nos presentaba la historia. Al conjunto le faltaba garra, una impronta más enérgica, y sobre todo una mano más experta a la hora de lidiar con las secuencias de acción.

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Conocedores de que con la segunda entrega se juegan la continuidad de aquellos espectadores que no forman parte del círculo se seguidores de la novela, la productora ha preferido prescindir de las ínfulas de trascendencia y optar por un director que sepa desenvolverse en el terreno del blockbuster y el cine de género, lo que comúnmente se denomina un artesano. Robert Schwentke ya había dado muestras de una dirección solvente y dinámica, aunque impersonal, en títulos como “Plan de Vuelo: Desaparecida” o “RED”, y aquí opta por insuflar savia nueva a la saga. Las bases siguen siendo las mismas y, desgraciadamente, la trama ideada originariamente por Veronica Roth apenas puede despegar del pastiche de los patrones marcados por la nueva literatura de fantasía juvenil. La química entre Shailene Woodley y Theo James mejora con respecto a la anterior película (tanto juntos como por separado), pero aún así están lejos de resultar convincentes y la incorporación de nuevos rostros como Octavia Spencer o Naomi Watts ayuda a dar un mayor caché interpretativo a la cinta, pero como sucediera con Kate Winslet en “Divergente”, su rol resulta demasiado secundario como para que ello ayude a inclinar la balanza a favor. Sin embargo, en las manos de Schwentke, los protagonistas parecen más humanos, ese Chicago futurista más atractivo visualmente y los componentes de fantasía y acción más dinámicos y sugerentes. “La Saga Divergente: Insurgente” es lo que es: un producto palomitero, destinado a un público juvenil, cuidadoso con la fidelidad a la letra de las novelas, y autoconsciente de su naturaleza de producto de moda (y por lo tanto, efímero), pero al menos gracias a este enfoque desprejuiciado, sí resulta un mejor entretenimiento, que al fin y al cabo es de lo que se trata, ¿no?

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