martes, 26 de agosto de 2014

IN MEMORIAM. MENAHEM GOLAN, ROBIN WILLIAMS, LAUREN BACALL, RICHARD ATTENBOROUGH

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Lamentablemente, se ha vuelto a cumplir esa regla no escrita en el mundo del cine de que los fallecimientos no llegan solos. En este sentido, el mes de agosto ha sido especialmente catastrófico, con la muerte de cuatro importantes personalidades del mundo del cine. Este funesto ciclo dio comienzo el viernes 8 de agosto con la pérdida del director y productor Menahem Golan, uno de los nombres clave del actioner de los 80 y artífice de un estilo que ayudó también a impulsar la era del videoclub de esa década. Dolorosa por violenta e inesperada ha sido también la muerte el 11 de agosto de Robin Williams, todo un icono de la comedia estadounidense desde mediados de los 70 y un artista que con su trabajo supo ganarse el corazón de generaciones de espectadores, como ha quedado demostrado con las muestras de afecto que la noticia ha desatado en todo el mundo. El martes 12 decíamos adiós a toda una diva del cine, Lauren Bacall, icono del cine clásico de Hollywood, recordada sobre todo por su relación laboral y profesional con Humphrey Bogart, pero cuya carrera se expandió mucho más allá de ahí. Finalmente, este domingo 24 de agosto nos llegaba la noticia del fallecimiento de otro grande del cine tanto delante como detrás de la cámara, Richard Attenborough. Este querido artista comenzó su carrera en el cine como actor, participando en multitud de películas que luego han pasado a convertirse en clásicos del cine. Sin embargo, aunque menos prolífica, las experiencias más gratificantes como artista las obtuvo como director, donde se especializó en dramas de época, especialmente en el campo del biopic.

MENAHEM GOLAN. EL BRAZO FUERTE DEL ACTIONER

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Junto a su primo Yoram Globus, Menahem Golan fue el artífice de una productora que definió el espíritu del cine de acción de los años 80. Cinéfilo desde la infancia, el mundo del cine era el sueño de este director y productor y a través de su compañía Cannon Films, logró hacerlo realidad. Su primer contacto con la industria lo hizo a través de Roger Corman, de quien absorbió su sentido de la producción, la comercialidad y explotación de las modas cinematográficas. De origen israelí, su primera experiencia como director y productor tuvo lugar en su país de origen, con trabajos destinados al consumo interno, destacando su saga juvenil “Polo de Limón” y la cinta de 1977 “Operación Relámpago”, basada en la misión de rescate de rehenes israelíes en Uganda y con la que obtuvo una nominación a los Oscar. Ahí fue donde empezó a definir su estilo hasta que en 1979 los dos primos compraron Cannon Films y dieron el salto a la industria de Hollywood. Para levantar su imperio, Golan y Globus emplearon las claves del éxito de Roger Corman, es decir, producciones de bajo presupuesto, con propuestas de tirón comercial y buscando su propio star-system gracias a los cuales lograron medirse con las propuestas de los grandes estudios.

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En su momento, el cine de la Cannon fue denostado por la crítica, acusando la pobreza de sus medios, los defectos de realización y, sobre todo, su mensaje reaccionario. Sin embargo, al público le entusiasmaban estas películas, convirtiendo en estrellas a actores como Charles Bronson (quien gracias a la saga “Yo Soy la Justicia” forjó su imagen de icono republicano), Chuck Norris (quizás la estrella más fulgurante del universo Cannon), Michael Dudikoff (con las dos entregas de “El Guerrero Americano”) o Jean Claude Van Damme (con “Contacto Sangriento”, “Kickboxer” o “Cyborg”). Convertido ya en estrella, Sylvester Stallone tampoco pudo resistirse a formar parte de la familia Cannon con “Yo, el halcón” y “Cobra, el brazo fuerte de la ley”. La productora era famosa por mantener un ritmo de producción extraordinario, con unas 25 películas al año. La base de su éxito fue el cine de acción, copando las carteleras, pero sobre todo el mercado doméstico. Los 80 fue la década dorada de los videoclubs, y Golan y Globus supieron sacarle partido a esto. Sin embargo también probaron suerte con otros géneros. Fan del musical, Golan aprovechó su instinto empresarial para canibalizar las modas en el sector discográfico con películas como “Breakdance 2”, “Lambada, el Baile Prohibido” o “Salsa”. También tendió la mano a Tobe Hooper tras el éxito de “La Matanza de Texas” para que rodara títulos como “Lifeforce”, “La Mantanza de Texas 2” o “Invasores de Marte”. No todo era cine palomitero, Cannon también apoyó al cine de autor en títulos como “El Tren del Infierno” y “Ansias de Vivir”, ambas de Andrei Konchalovsky, “Locos de Amor” de Robert Altman, “Otello” de Franco Zeffirelli, “El Borracho” de Barbet Schroeder o la extravagante adaptación del “Rey Lear” de Jean-Luc Godard. Su olfato no siempre fue infalible, y en su haber cuenta con títulos que resultaron verdaderos desastres en lo artístico y lo comercial, especialmente cuando se adentró en el mundo del cómic, como “Superman 4. En Busca de la Paz”, “Capitán América” o “Los Masters del Universo”.

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El imperio de la Cannon llegó a su fin en 1989, cuando la empresa entró en bancarrota, dejando en el limbo decenas de producciones ya rodadas y otras en proceso de producción. Debido al ritmo de trabajo de la compañía, su caída supuso un duro golpe para la industria y tras ser adquirida por Pathé ya nada volvió a ser igual. Golan y Globus acabaron enemistados y el primero acabó regresando a Israel donde siguió trabajando como productor tanto en cine como teatro. Resulta llamativo que el fallecimiento de Menahem Golan a sus 85 años de edad haya coincidido con el estreno de “Los Mercenarios 3”, cinta que homenajea y recupera a las principales estrellas de un género que él ayudó a forjar.

ROBIN WILLIAMS. PAGLIACCI

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La noticia del fallecimiento del actor Robin Williams ha sido posiblemente la que más titulares ha acaparado en las últimas semana en lo que a actualidad cinematográfica se refiere. El actor nos decía adiós de manera sorpresiva y violenta, devastando a toda una legión de fans que encontraban en sus interpretaciones no sólo momentos de comedia delirante, sino también una honestidad que traspasaba la pantalla. Aunque recordado como humorista, gracias sobre todo a su capacidad para crear multitud de personajes o de imitar otros fácilmente reconocibles por el espectador, también contó con una soberbia trayectoria dramática, a través de la cual dio vida a algunos de sus personajes más queridos. Las primeras noticias del fallecimiento del actor apuntaban a un posible suicidio por asfixia, algo que quedó confirmado posteriormente por la policía, precisando que la estrella había intentado primero cortarse las venas sin éxito, para finalmente ahorcarse con su cinturón, un cierre trágico a una vida que escondía una personalidad depresiva y compleja. La personalidad extrovertida del actor, su desbordante habilidad para convertirse en el centro de atención gracias a su histrionismo, era la respuesta a un alma atormentada. Ya en los años 70, esta dualidad le llevó al alcoholismo y la drogadicción, enfrentándose a sus demonios tras la muerte de su amigo John Belushi, víctima de una sobredosis. Williams confesó que, lejos de recurrir a la bebida y las drogas para levantarse el ánimo, las necesitaba para poder relajarse y descansar, sin embargo, el miedo a correr la misma suerte que su compañero y la cercanía de la paternidad, le impulsó a entrar en un programa de desintoxicación y seguir luchando contra esta faceta de su vida hasta el final. Así, en 2006, volvió a someterse a un tratamiento cuando el estrés le condujo una vez más a la bebida y hace escasos meses nos llegaban noticias de que había sufrido una recaída. Tras su fallecimiento, su viuda confirmó que el motivo del suicidio no habían sido las drogas, sino una profunda depresión al encontrarse en las primeras fases de la enfermedad de Parkinson. El payaso alegre que veíamos en la gran pantalla resultó ser una máscara con la que olvidar sus problemas personales. Al igual que uno de sus personajes emblemáticos, Patch Adams, Williams creía en el poder curativo de la risa y usaba el humor no sólo para hacer feliz a los demás, sino también para enfrentarse a su tristeza interna.

Robin Williams y Pam Dawber protagonizan Mork & Mindy, 1978-1982. Robin Williams: 10 papeles inolvidables

Como muchos humoristas, la carrera de Robin Williams comenzó sobre los escenarios, gracias a su habilidad para la improvisación y para generar todo tipo de personajes e imitaciones. Eso le permitió dar sus primeros pasos en televisión, en programas de humor como “The Richard Pryor Show” en 1977. Sin embargo fue su papel de Mork en dos episodios de la serie “Días Felices” lo que le proporcionó su primer atisbo de popularidad. Nadie mejor que Williams para interpretar a un extraterrestre desconocedor de las costumbres humanas. Lo que iba a ser un papel puntual acabó generando un spin off, convirtiendo a su protagonista en una estrella de la televisión. “Mork And Mindy” se emitió entre 1978 y 1982, cancelándose la serie cuando Robin Williams decidió abandonarla por miedo al encasillamiento. Posteriormente siguió colaborando de manera puntual en algunas series, como sus papeles en “Homicidio” o “Ley y orden: Unidad de Víctimas Especiales” o su cameo junto a Billy Crystal en “Friends”. No fue hasta 2013 que regresó de manera regular al medio, con la serie “The Crazy Ones”. Desgraciadamente, este regreso fue efímero, ya que el show fue cancelado tras su primera temporada.

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El salto al cine lo hizo de la mano de Robert Altman con un papel que pocos actores, por no decir ninguno, podían haber encarnado mejor que él, “Popeye”. El popular marinero creado por Elzie Crisler Segar en 1919 no tuvo mucha suerte en la gran pantalla y la cinta está considerada como el gran fracaso en la carrera de Altman. Más fortuna tuvo la participación de Robin Williams en “El Mundo Según Garp”, adaptación de la popular novela de John Irving, a cargo del cineasta George Roy Hill. La inocencia que irradiaba el actor fue decisiva para dar credibilidad a esta peculiar película que oscilaba entre el agridulce territorio del drama y la comedia. Posteriormente, el actor siguió probando fortuna con otros cambios de registro en cintas como “Sufridos Ciudadanos”, “Un Ruso en Nueva York” o “Seize the Day”, sin embargo su fama anterior y éxitos como la alocada "Club Paraíso” seguían manteniendo esa imagen del actor como prioritariamente una estrella del género de la comedia, un perfil que a pesar de sus numerosas huidas hacia otros géneros, se mantuvo hasta el final de su vida. Dentro de su faceta como comediante, podemos destacar su trabajo en películas como “Toys”, “Sra. Doubtfire” o “Una Jaula de Grillos”. En ellas siempre buscaba ir más allá del gag, y aunque en pantalla su histrionismo lo absorbía todo, en sus películas procuraba tocar temas que le concernían personalmente, sobre todo relacionados con la infancia y las relaciones paternofiliales en una sociedad con un concepto de familia cambiante, como podemos comprobar en la muy reivindicable “El Mejor Padre del Mundo”, una de las últimas grandes interpretaciones del actor. De espíritu peterpanesco, nadie mejor que él hubiese podido interpretar a la versión adulta del personaje de Jame Barrie en la cinta de Steven Spielberg “Hook”, o ese niño atrapado en el cuerpo de un adulto con envejecimiento acelerado en la cinta de Francis Ford Coppola “Jack”. Sus personajes por regla general se iban a los extremos, o inmaduros incapaces de sentar la cabeza o adultos extremadamente responsables, que han perdido su capacidad para imaginar o jugar.

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Robin Williams no sólo destacaba por sus papeles de niño grande, sino que también supo hacerse un hueco importante en el cine infantil y juvenil, especialmente en la década de los 90. Desde que en 1992 participara en la cinta de animación “Ferngully”, su voz se volvió habitual en el género de animación, siendo su desbordante interpretación del Genio en “Aladdin” uno de los grandes papeles de su carrera. Después llegarían otros como su Fender de “Robots” o Ramón y el Dr. Amor de las dos entregas de “Happy Feet”. El género de fantasía y aventura tampoco le fue ajeno, aunque siempre mezclado con esos elementos de humor y emoción que caracterizaban sus otras películas. Así, además de en “Hook”, también pudimos verle como jugador aguerrido en “Jumanji”, como inventor despistado en “Flubber y el Profesor Chiflado” o como robot con ansias de humanidad en “El Hombre Bicentenario”.

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Curiosamente, pese a esa imagen de humorista que comentábamos, algunos de sus personajes más queridos y populares los interpretó en cintas más cercanas al drama. Es cierto que, fiel a la filosofía del artista, sus personajes de Adrian Cronauer en “Good Morning Vietnam” o del Sr. Keating en “El Club de los Poetas Muertos” intentaban aportar esperanza y liberación a través del humor, permitiendo al actor desatar su vena más exuberante, sin embargo, la tragedia imperaba en las historias y el entorno en el que se enmarcaban estas historias. Lo mismo podemos decir de su Parry en la cinta de Terry Guilliam “El Rey Pescador”, una personalidad caótica, liberada y divertida que contrarrestaba con la personalidad depresiva del protagonista, y sin embargo, al igual que sucedía con el propio actor, ese histrionismo, esa locura, no era más que la máscara del dolor interno de su personaje ante el trauma de la muerte de su mujer. Fundamental también en esta trayectoria y sintomático de la filosofía del actor fue su papel en “Patch Adams”, cinta en la que coincidió con otro inmenso actor trágicamente desaparecido en este 2014, Phillip Seymour Hoffmann. El Oscar que no recibió por su papel de profesor de literatura en “El Club de los Poetas Muertos” sí lo obtuvo por su profesor de matemáticas Sean Maguire en “El Indomable Will Hunting”, un reconocimiento no sólo por su interpretación en la cinta de Gus Van Sant, sino en compensación también por los desplantes anteriores de la Academia. Otros trabajos destacados de Williams en el género de drama son “Despertares”, junto a Robert DeNiro o “Más Allá de los Sueños”.

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Como contraste a sus papeles más amables y cercanos, el actor también era capaz de sacar en ocasiones su lado más oscuro y demostrar que su versatilidad interpretativa también tenía espacio para el suspense y el terror. En 2002 rompió con su imagen tradicional con la excelente “Retratos de una Obsesión” a las órdenes de Mark Romanek, cineasta hasta ese momento especializado en videoclips. Después rodó con Christopher Nolan “Insomnio”, dándole la réplica a Al Pacino e interpretando a un nuevo psicópata en su catálogo de personajes. Con estos dos títulos pudimos descubrir a un Robin Williams más inquietante y aterrador, aunque sin perder de vista el componente emocional y los traumas propios que habían conducido a estos personajes a esa condición. Otros títulos dentro de la filmografía del actor que ahondaban en esta faceta más oscura son “La Memoria de los Muertos” y “Voces en la Noche”.

Por último, Williams no era reacio a aceptar pequeños papeles. Su desbordante personalidad servía también para dar entidad a personajes secundarios o meros cameos. Ya en 1988 con “Las Aventuras del Barón Munchausen” le hizo un gran favor a Terry Guilliam al interpretar al Rey de la Luna, apareciendo en los créditos como Ray D. Tutto. Para Kenneth Branagh aceptó también dos pequeños roles en “Morir Todavía” de 1991 y “Hamlet” en 1996. Se trataba de dos trabajos meramente anecdóticos, pero que, por ejemplo, en la primera resultaba fundamental para descifrar el misterio de la película. Su habilidad humorística resultaba lo más refrescante de la anodina “Nueve Meses”, mientras que Woody Allen le convocó para una de las pequeñas historias de su cinta “Desmontando a Harry”. En 2001 tuvo un pequeño reencuentro con Steven Spielberg en “A.I. Inteligencia Artificial”, prestando su voz al Dr. Know, el holograma con apariencia de Albert Einstein que sirve de oráculo al protagonista. También empleó sus habilidades miméticas para interpretar a dos presidentes de los Estados Unidos. En 2006 y 2009, encarnó a la figura de cera de Theodor Roosevelt en las dos primeras entregas de “Noche en el Museo”, papel que retomó en una nueva secuela que llegará a las pantallas de manera póstuma. Por último, una de las últimas ocasiones que hemos tenido para ver al actor en la gran pantalla fue en 2013 con “El Mayordomo”, como Dwight D. Eisenhower.

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El fallecimiento del actor ha dejado pendiente de estreno dos nuevas películas. A parte de la ya mencionada tercera entrega de “Una Noche en el Museo”, nos llegará también “A Merry Friggin' Christmas”, una comedia de nuevo con temática familiar. La que parece haber quedado afectada por su muerte es “Absolutely Anything”, una cinta de ciencia ficción basada en una obra de Terry Jones, donde Williams había prestado su voz al perro del protagonista, un trabajo que, parece ser, dejó incompleto y para el que ahora tendrá que ser sustituido por otro intérprete.

LAUREN BACALL. LA NUEVA EVA

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Cada vez son menos las estrellas de la época dorada de Hollywood que permanecen a este lado de la pantalla. Casos como los de Kirk Douglas o Maureen O'Hara son, lamentablemente, cada vez más excepcionales. Lauren Bacall era una de esas supervivientes hasta su fallecimiento el 12 de agosto a la edad de 89 años (a apenas un mes de cumplir los 90). Sin embargo, al contrario que otros compañeros, sí era una actriz aún en activo que tenía previsto participar en breve en el rodaje de una nueva película, una cinta policíaca titulada “Trouble Is My Business”, y hacía poco había prestado su voz para la serie de animación “Padre de Familia”. Los suyos eran personajes de fuerte personalidad, independientes, de verbo rápido, mirada desafiante y sensualidad a flor de piel. Eso la convirtió en un rostro indispensable del cine negro, especialmente en aquellos títulos donde compartió protagonismo con su primer marido Humphrey Bogart, que la convirtieron en ejemplo de femme fatale.

Humphrey Bogart and Lauren Bacall in The Big Sleep

Inicialmente los sueños de la futura actriz estaban más dirigidos al terreno del baile, pero nunca pudo hacerlo realidad. Sin llegar a la mayoría de edad, ya ejercía como modelo, siendo una foto suya para Harper's Bazar lo que llamó la atención a la mujer de Howard Hawks. A partir de ahí el veterano director la convocó para ofrecerle un papel en el cine, debutando en 1944 con la cinta “Tener y No Tener”, basada en el relato de Ernest Hemingway. Bacall encarnaba a la perfección el ideal de mujer de Hawks (sexy, inteligente, independiente y dura de carácter, capaz de hacer frente a un hombre). Se dice que el director quedó prendado de la debutante, pero fue finalmente el actor protagonista, Humphrey Bogart, quien logró conquistarla. A partir de ahí surgieron otros títulos clave para la historia del cine: “El Sueño Eterno”, “La Senda Tenebrosa” y “Cayo Largo”. Un año después del estreno de “Tener y No Tener” se casaron, demostrando que a pesar de la diferencia de edad, tenían muchas cosas en común (por ejemplo, los dos fueron figuras clave a la hora de combatir contra la caza de brujas del senador McCarthy).

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Junto a su imagen de Femme Fatale, Bacall (siguiendo el modelo de su amiga Katharine Hepburn) supo también ser la encarnación de la nueva Eva, la mujer liberada de los años 50, dispuesta a ocupar su puesto en la sociedad sin tener que subordinarse a ningún hombre. Su vena dramática la explotó en películas como “El Rey del Tabaco”, “El Mundo es de las Mujeres” o “Escrito sobre el Viento”. Dentro de la llamada Guerra de Sexos, la actriz protagonizó comedias como “Cómo Conquistar a un Millonario” (junto a Marilyn Monroe y Betty Grable) o “Mi Desconfiada Esposa”, formando una deliciosa pareja romántica con Gregory Peck. Este título, dirigido por Vincente Minnelli, se estrenó en 1957, mismo año del fallecimiento de Humphrey Bogart, víctima de un cáncer de garganta.

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Aún de luto, la actriz trabajó en “Sombra Enamorada”, que resultó ser un fracaso en taquilla. Mientras intentaba recomponer su vida personal, decidió alejarse temporalmente de Hollywood y probar fortuna en los escenarios. Su experiencia en Broadway le abrió nuevas experiencias como actriz, al igual que le sucedió con la televisión. En los siguientes años, ver a Lauren Bacall en la gran pantalla se convirtió en algo excepcional, escogiendo cuidadosamente los proyectos en los que se embarcaba. Al igual que sus personajes, Bacall no se dejaba intimidar por la maquinaria de la industria y prefería controlar ella el itinerario que seguía su carrera interpretativa. Así, en 1964 la pudimos ver junto a Tony Curtis y Henry Fonda en “La Pícara Soltera”, en 1966 trabajó con Paul Newman en “Harper, Detective Privado”, y a mediados de los 70, ya mostraba su madurez en títulos como “Asesinato en el Orient Express” o “El Último Pistolero” (reencuentro con John Wayne 20 años después de haber protagonizado juntos “Callejón Sangriento”). Por esta época, Bacall ya era un reflejo de una época dorada, perdida ante la irrupción del Nuevo Hollywood implantado tras el éxito de “Bonny & Clyde” (¿acaso no era Faye Dunaway una heredera del espíritu de Bacall, de la misma manera que en los 80 lo sería Kathleen Turner?) o “Easy Rider”.

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Su reputación se mantuvo, permitiéndole aparecer como secundaria en diferentes producciones. La suya seguía siendo una presencia poderosa en pantalla, como lo demostraron títulos como “Misery”, “El Retrato” (su reencuentro crepuscular con Gregory Peck) o “Pret-a-Porter”. Después de tantos años, la carrera de Lauren Bacall seguía sin tener un Oscar, pero tampoco lo necesitaba. Su filmografía era lo suficientemente icónica como para no necesitar de ninguna estatuilla que le diera más validez. Sin embargo, tras su trabajo en “El Amor Tiene Dos Caras” de Barbra Streisand, se abrió una poderosa campaña para conseguirle el premio a la actriz. Todo el mundo estaba convencido de que Hollywood iba, por fin, a reconocer su legendaria trayectoria. Fue entonces cuando Bacall ofreció la peor interpretación de su carrera al ser incapaz de simular el disgusto y el enfado cuando el premio fue a parar a manos de Juliette Binoche por “El Paciente Inglés”. La Academia rectificó y tres años más tarde le entregó un Oscar honorífico al conjunto de su carrera.

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Abierta a nuevos retos, Bacall trabajó en nuestro país en la cinta de 1999 “El Celo”, revisión del relato de Henry James “Una Vuelta de Tuerca” y posteriormente, la pudimos ver en el díptico sobre Estados Unidos de Lars Von Trier formado por “Dogville” y “Manderlay”. Entre sus últimos trabajos podemos destacar también “Reencarnación” de Jonathan Glazer o “The Walker” de Paul Schrader. Además, prestó su voz a las versiones estadounidenses de cintas de animación como “El Castillo Ambulante” o “Ernest y Célestine”.

RICHARD ATTENBOROUGH. EL FACTOR HUMANO

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Pasión y honestidad marcan los 65 años dedicados al cine de Sir Richard Attenborough, ya fuera como actor, director o productor. Su porte británico le permitió destacar sobre todo como secundario en multitud de producciones, donde rápidamente conseguían eclipsar al protagonista de la cinta. Su rostro es recordado especialmente por trabajos como “La Gran Evasión”, “El Vuelo del Fénix”, “El Yang Tsé en Llamas”, “El Extravagante Doctor Dolittle”, “El Estrangulador de Rillington Place” o “Parque Jurásico”. Por regla general, sus personajes se caracterizaban por su capacidad de mantener la sangre fría en situaciones violentas y pese a la larga lista de personajes ambiguos que pueblan su filmografía, lo cierto es que el público le recuerda como alguien cercano y bonachón gracias a algunos de sus últimos personajes, el de John Hammond para el film de Steven Spielberg y el Kris Kringle del remake de “Milagro en la Ciudad”.

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La carrera de Richard Attenborough comenzó en 1942 de manera especial, ni más ni menos que de la mano del cineasta David Lean y el dramaturgo Noel Coward con la película “Sangre, Sudor y Lágrimas”. En ésta interpretaba a un soldado desertor y durante un tiempo el actor (que combatió en la Segunda Guerra Mundial) se vio encasillado en papeles de cobarde. En 1947 alcanzó la fama con su papel de gangster en la cinta “Brighton Rock”, adaptación de la novela de Graham Greene guionizada por el propio novelista. A partir de ahí Attenborough consiguió alternar papeles en todo tipo de género, pasando de la comedia al drama, repitiendo con el cine bélico, el suspense o el terror. En todos ellos demostró una gran versatilidad, así como su capacidad para ofrecer siempre un trabajo comedido y ajustado a las necesidades de su personaje. Este saber hacer le sirvió para conseguir el reconocimiento de sus compañeros de profesión, obteniendo sendos Globos de Oro como Mejor Actor Secundario en 1967 y 1968 por “El Yang Tsé en Llamas” y “El Extravagante Doctor Dolittle”. Cada vez más interesado en su faceta como director, Attenborough abandonó su faceta de actor en 1979, tras protagonizar con Nicol Williamson y Derek Jacobi la cinta de Otto Preminger “El Factor Humano”. No volvió a ponerse delante de la cámara hasta 1993, cuando Steven Spielberg le convocó para “Parque Jurásico” y fue la admiración que tenía hacia éste lo que le llevó a aceptar el papel. A partir de entonces regresó de manera esporádica y en pequeños papeles a la interpretación, destacando especialmente su rol en “Milagro en la Ciudad”.

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La otra faceta por la que es especialmente recordado y admirado Richard Atenborough es la dirección. Su debut tras la cámara fue en 1969, con el musical bélico “¡Oh, Qué Guerra Tan Bonita!”, adaptación de un espectáculo de Broadway estrenado cinco años antes y ganador de un premio Tony en 1965. Sin embargo, si algo definió su carrera como director era su interés por historias reales, con peso social y político, como demostró con su segunda película tras la cámara, “El Joven Winston”, acerca de los años de juventud de Winston Churchill. Su experiencia en la guerra y como actor en el cine bélico quedó reflejada en “Un Puente Lejano”, donde además demostró su habilidad con grandes producciones, de marcado carácter coral. En 1978 dirigió una de sus cintas más atípicas, “Magic”, basada en la novela de William Goldman, poco valorada en su momento, pero considerada hoy en día un título de culto. Hasta aquí la labor como director de Richard Attenborough se había desarrollado de manera correcta y discreta. Su habilidad tras la cámara era reconocida, pero ninguno de estos títulos había logrado eclipsar su faceta como actor. Esto cambió en 1982 con el estreno de “Gandhi”. El biopic de Mohandas K. Gandhi había sido uno de los grandes proyectos del artista y gracias a él consiguió su máximo reconocimiento, incluyendo sendos Oscars a Mejor Director y Mejor Película. A mediados de los 80, tras la extraordinaria acogida de su anterior película, regresó al género del musical con “Chorus Line”, de nuevo adaptando una exitosa producción de Broadway, ganadora a su vez de un premio Pulitzer. Fiel a su vocación de denuncia a través del cine, Attenborough emprendió un proyecto candente con “Grita Libertad” y su adaptación de las experiencias del periodista Donald Woods y el activista Steven Biko en la Sudáfrica del Apartheid. El amor del artista por el cine quedó plasmado en su biopic “Chaplin”, donde aprovechaba para imbuirse del espíritu del Hollywood dorado. Sin embargo, fue en 1993 cuando Richard Attenborough llevó a cabo su verdadera obra maestra, “Tierras de Penumbra”. Si bien títulos como “Gandhi” o “Grita Libertad” le habían granjeado prestigio como director, lo cierto es que su cine era también criticado por su tendencia al sentimentalismo fácil. Para esta película supo desprenderse de todo artificio y centrarse en la compleja relación del escritor C.S. Lewis y la poeta Joy Gresham. Inteligente, contenida y conmovedora, esta película no contó con la popularidad de títulos anteriores suyos, pero con el paso del tiempo ha logrado acreditarse como su obra más madura.

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Tras “Tierras de Penumbra”, la carrera de Attenborough volvió a caer en el sentimentalismo y los clichés melodramáticos con “Entre el Amor y la Guerra”, acercándose a la vida de Ernest Hemingway en sus años en la Primera Guerra Mundial y en la experiencia que inspiró su obra “Adiós a las Armas”. Tampoco, sus dos últimas películas, “Búho Gris” y “Cerrando el Círculo”, son especialmente reseñables, aunque sí mantenían ese apego por la narrativa clásica que tanto le gustaba a su autor. Una apoplejía sufrida en 2009 dejó al actor y director al borde de la muerte y dependiente de una silla de ruedas. Sus últimos años los pasó un hogar para mayores en el oeste de Londres, donde falleció a apenas un mes de cumplir los 91 años.

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