Los casos de abusos sexuales dentro
del ámbito de la Iglesia se han convertido en uno de los mayores escándalos que
han implicado a esta institución en su historia reciente. Las múltiples
acusaciones de pederastia en diferentes partes del mundo y la forma en que se
ha gestionado este problema desde dentro han abierto una caja de Pandora en el
seno del catolicismo que ha indignado a creyentes y no creyentes. En ocasiones,
la forma en que se han tratado estos hechos por parte de los medios u otros
medios, como el cine, tampoco ha sido precisamente ejemplar, cayendo más en el
amarillismo y lo sensacionalista. Afortunadamente, ese no ha sido el caso de
“Spotlight”, cinta que narra el proceso de investigación de un grupo de de periodistas
del Boston Globe, galardonados con el Premio Pulitzer, entorno a varios casos
de pederastia.
Thomas McCarthy es un cineasta
inteligente y sensible, ajeno a los efectismos y estereotipos melodramáticos
habituales del cine. Experimentado en historias pequeñas, siempre ha preferido
volar de manera discreta dentro de la industria del cine, contando sus
historias de manera honesta y sin aspavientos. Estas características, sin duda,
le avalan como el director ideal para esta trama que, desde un primer momento,
deambula por terrenos delicados y conflictivos, fácilmente dados a la polémica,
los mensajes tendenciosos y los prejuicios moralistas. De acuerdo a la propia
filosofía de Spotlight, la sección de periodismo de investigación del rotativo
que investigó el caso, la película evita los discursos precipitados y opta más
por una exposición de los hechos serena y paulatina. El tono interpretativo,
incluso de un actor con tendencia al histrionismo como Michael Keaton, es
calmado y analítico, sustentado en el diálogo y la definición de personajes,
que desde un primer momento se alejan del estereotipo y adquieren un perfil
tridimensional. Se evita también convertir a la película en una caza de brujas introduciendo
personajes con diferentes rangos de creencias, a los que la propia
investigación genera un dilema moral y religioso, distinguiendo la cinta en
todo momento fe y valores cristianos de lo que es claramente un comportamiento
abominable y criminal. McCarthy en ningún momento suaviza su denuncia, pero consigue
eludir un discurso generalizador, agresivo u ofensivo y erigirse juez, jurado y
verdugo. Su objetivo es, sobre todo, analizar el impacto social de este caso,
ya sea desde la perspectiva de los periodistas, las víctimas, algunos de los
agresores o las propias instituciones sociales y políticas que participaron en
el encubrimiento de esta situación. Al mismo tiempo, el cineasta aboga por una
recuperación del verdadero espíritu del periodismo, reivindicando su valor
social e integridad y mostrando lo que, para él, debería ser el cuarto poder,
cada vez más diluido entre el sensacionalismo, las presiones comerciales, el
intrusismo o la cada vez más rápida sucesión de noticias, sin contrarrestar, ni
analizar.
Si bien McCarthy establece algunos
juegos dramáticos para dar mayor ritmo a la cinta y mantener el interés del
espectador, por lo general la puesta en escena es pulcra y sencilla, directa, casi
documentalista, pero manteniendo un cierto clasicismo narrativo, sin manipular
el mensaje, ni imponiendo la imagen a la trama. El montaje se plega también
totalmente a la narración, jugando con acciones simultáneas para desarrollar
las diferentes líneas de investigación de los protagonistas, pero evitando malabarismos
postmodernos y concentrándose en que la historia llegue lo más directa y
claramente posible al espectador. En este sentido, nos encontramos con una
película que parece anacrónica frente a los montajes espídicos y la multirreferencialidad
de la imagen en el cine de las últimas décadas, y tal vez su ritmo resulte
demasiado pausado para el gusto del público actual; sin embargo, en nuestra
opinión, lo que McCarthy nos ofrece es auténtico cine, íntegro, comprometido,
con un inteligente tratamiento literario y un extraordinario reparto coral (con
especial mención para Keaton, Rachel McAdams y Mark Ruffalo). Si el caso de
Spotlight se presenta como un ejemplo de profesionalidad e integridad dentro
del campo periodístico, esta película de Thomas McCarthy debería ser un modelo
a seguir como ejercicio narrativo o a la hora de tratar temas tan
controvertidos.
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