miércoles, 3 de febrero de 2016

“JOY”. LA VIDA ES UN CULEBRÓN

Las películas de David O. Russell ofrecen una visión distorsionada de la realidad. Ya estén inspiradas en hechos reales (“The Fighter”, “La Gran Estafa Americana” o “Joy”) o narren historias ficticias (“Tres Reyes”, “Extrañas Coincidencias”, “El Lado Bueno de las Cosas”). Si bien sus tramas suelen lidiar con situaciones altamente dramáticas y emotivas, el punto de vista del director las distorsiona y las dirige más hacia el terreno de la comedia y lo grotesco. Todo ello suele venir acompañado por un estilo visual ostentoso y artificial que distancia al espectador de empatizar con los personajes y sus circunstancias. Todo esto conforma una apuesta complicada, pero que con el tiempo se ha ido asentando como un sello de autor. En su último trabajo, “Joy”, Russell enfatiza aún más incluso estos rasgos, construyendo su biopic sobre la vida de Joy Mangano a modo de culebrón televisivo, con sus relaciones tempestuosas, traiciones familiares, alianzas inesperadas y giros dramáticos de intensidad desproporcionada.
La película arranca precisamente con una recreación de uno de estos melodramas televisivos y marca desde el primer momento el tono que el director quiere inocular a su historia. Cuando su realidad se derrumba, la madre de la protagonista se refugia en este mundo de ficción, con el que la propia Joy crece también. Este juego intertextual se mantendrá a lo largo de todo el metraje generándose ecos entre los obstáculos que nuestra heroína va encontrando en su camino, con los giros de trama que la telenovela va generando para mantener la atención de los espectadores. De esta manera, el cineasta, más que jugar con los esquemas de las películas biográficas, las subvierte, desvelando sus raíces genéricas y, de manera irreverente, vinculando un tipo de cine con prestigio crítico (al fin y al cabo los biopics suelen ser material de premio, como lo es la propia “Joy”) con uno de los formatos más repudiados de narración televisiva. A esto hay que añadir otro juego metafictivo dentro de la propia película, el formato de los programas de teletienda. Russell desvela también el carácter artificioso y hortera con el que se potenciaba el consumismo para convencer al espectador de lo perfecta y lujosa podía ser su vida con esos artículos, generando así mismo otro constructo de ficción del que bebe la trama principal.
Con esta base establecida, David O. Russell se da carta blanca a sí mismo para desarrollar los juegos narrativos que tanto le gustan. La cámara desempeña un papel protagonista, con una planificación elaborada y ostentosa, jugando con el montaje y la música (un rasgo heredado de Martin Scorsese y compartido por otros directores coetáneos como Quentin Tarantino). Aquí una vez más la línea divisoria entre realismo y artificio se vuelve difusa. El tono visual marcado por la dirección de fotografía y el diseño de producción distorsiona la verosimilitud de la trama, de la misma manera que la dirección de actores (especialmente espléndidos secundarios como Robert De Niro, Virginia Madsen o Isabella Rossellini) aportan un matiz caricaturesco a los personajes. Sólo la protagonista queda liberada de esta descripción grotesca y tragicómica, marcando así una distancia entre su lucha y la rémora que suponen estos personajes para lograr sus sueños. Jennifer Lawrence lleva a cabo aquí una interpretación esforzada y compleja, con un personaje fuerte y emprendedor, pero que debe atravesar diferentes procesos de maduración a lo largo del metraje.
Desgraciadamente, una ventaja que tiene el culebrón televisivo sobre el biopic cinematográfico es su dilatación en el tiempo. Mientras que en la pequeña pantalla se cuenta con infinidad de capítulos para poder trabajar con los personajes y establecer cambios y fluctuaciones en sus relaciones, el cine debe acomodarse a una duración determinada, en el caso de “Joy” poco más de dos horas. Russell tiene que echar mano de las elipsis temporales para abarcar un amplio periodo de tiempo, dando una sensación de precipitación en el desarrollo dramático de los personajes (saliendo algunos mal parados como el Neil Walker interpretado por Bradley Cooper, que es visto y no visto), y finalmente se ve limitado a una porción determinada de la vida de la protagonista, su lucha por alcanzar el éxito. “Joy” se convierte así en una película de superación personal frente a las adversidades familiares y socioeconómicas, pero cierra el telón justo cuando la vida de la protagonista alcanza verdadero interés. Probablemente en Estados Unidos, donde la figura de Joy Mangano es extraordinariamente popular y su presencia en televisión se prolongó durante décadas, esta etapa de éxito sea largamente conocida, sin embargo, para el resto de los espectadores, lo que Russell nos cuenta no pasa de ser el primer tercio de una historia mayor.
Con esta nueva película, David O. Russell se mantiene como un cineasta peculiar y de lenguaje propio, con una mirada distintiva y arriesgada, con una capacidad para dirigir actores que sigue marcando uno de los principales atractivos de su cine; sin embargo, “Joy” queda lejos de ser uno de sus trabajos más celebrados. Su capacidad para jugar con diferentes estratos textuales dota de un atractivo especial a la película, pero éste no puede medirse con títulos más notables como “The Fighter” o “El Lado Bueno de las Cosas”.    

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