El género fantástico se
nutre de la realidad. Al fin y al cabo nuestras pesadillas no son otra cosa que
una versión distorsionada y monstruosa de lo que nos atemoriza en la vida real.
Y no hay periodo de nuestras vidas más inestable y existencialista que la
adolescencia, cuando empezamos a cuestionar todo aquello en lo que nos
enseñaron a creer de pequeños. R.L. Stine supo sacar partido de todo ello y,
apropiándose de los patrones clásicos del género de terror, generó todo un
conjunto de historias de fantasía y terror dirigidas al público juvenil,
adornando esas claves con un envoltorio que resultara cercano y conocido para
sus lectores. No fue el primero en hacerlo, y no ha sido el último, pero sí lo
llevó a cabo con éxito y atrayendo a un gran número de seguidores hacia sus
historias, jóvenes que encontraron entrelíneas una lectura con la que se podían
identificar y que además de monstruos del más allá, también indagaba en los
temores más cercanos. En el cine, también podemos encontrar muchas películas
ideadas para un público juvenil, donde aquellos que se sienten rechazados o
discriminados acaban transformándose en los únicos héroes capaces de salvar al
mundo, por encima de cualquier adulto o de los más populares del instituto,
aunque para ello primero deban enfrentarse a sus miedos e inseguridades
internas.
La versión
cinematográfica de “Pesadillas”, al igual que las historias de RL Stine, sólo
pretende ser un entretenimiento ligero, capaz de jugar con los lugares comunes
del cine de fantasía y ligarlos con ese naíf existencialismo adolescente,
construyendo una trama episódica que alcanza la cúspide con un totum revolotum
a modo de grand finale. En medio, introduce las dosis adecuadas de romance
juvenil, humor y acción para mantener a los espectadores atentos en la butaca.
Ahí es donde el director Rob Letterman cumple su misión, ofreciendo una
película dinámica, entretenida y llena de efectos especiales y fantasía. Esta
libre adaptación de la serie de novelas bebe de aquella rebeldía juvenil,
presentando una versión ficcionalizada del propio Stine, interpretada por Jack
Black, que ha construido todo un bestiario en su sótano a partir de esos miedos
e inseguridades de un adolescente introvertido frente a la sociedad y que ante
su incapacidad por superar esa fase vital, ha acabado convertido en un adulto
agrio y solitario. Junto a él tenemos a un trío de adolescentes que se encuentran precisamente en una
situación similar (el recién llegado marcado por el divorcio de sus padres, el
inadaptado deseoso de establecer relaciones sociales y la joven atractiva y
simpática, pero atapada en un secreto familiar) y que buscan su lugar en el
mundo. La liberación de todo un ejército de monstruos dispuestos a destruir la
ciudad no es más que un detonante para afrontar definitivamente esos miedos.
Los jóvenes actores
cumplen su papel, no resultan demasiado repelentes y permiten a espectadores de
todas las edades suficiente empatía como para que se preocupen por su fortuna,
aunque ésta sea fácilmente previsible. Jack Black ejerce aquí de mentor,
reservándose algunos de los mejores momentos, pero sin ensombrecer a sus
jóvenes compañeros de reparto, verdaderos protagonistas de la función, mientras
que el resto de secundarios queda en un muy lejano lugar. En cuanto a los monstruos, abordar toda la producción de Stine en una sola película era imposible. En la película optan por destacar algunos de ellos (el Yeti, el Hombre Lobo, los gnomos de jardín, el niño invisible, la mantis religiosa gigante, y sobre todo, el inquietante Slappy), mientras que el resto pasan a hacer pequeños cameos en la vorágine final. Es cuestión de preferencias y seguramente los lectores de las novelas echarán de menos a muchos de sus personajes favoritos (o al menos, verlos más en pantalla). En los apartados técnicos, la cinta no luce precisamente lo
último en tecnología digital, pero el uso de la infografía es lo suficientemente
atractivo como para ayudarnos a entrar en ese mundo de fantasía, de igual
manera que la partitura musical de Danny Elfman tampoco entra entre los
principales highlights del compositor, pero sí funciona a la hora de dar un
tono ligero y divertido a las imágenes. La dirección de fotografía corre a cargo del español Javier Aguirresarobe, profesional demasiado valioso para una producción de estas características, y que juega con la luz para acercar la imagen al colorido identificativo de las carátulas originales de las novelas, a cargo de Tim Jacobus.
“Pesadillas” nos es otra
cosa que una película de temporada (aunque a nuestro país ha llegado con un mes
de retraso), demasiado intrascendente como para tomarla en serio, pero sí lo
suficientemente entretenida como para situarla por encima de las expectativas.
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