miércoles, 17 de febrero de 2016

“PESADILLAS”. FANTASÍA PUBESCENTE

El género fantástico se nutre de la realidad. Al fin y al cabo nuestras pesadillas no son otra cosa que una versión distorsionada y monstruosa de lo que nos atemoriza en la vida real. Y no hay periodo de nuestras vidas más inestable y existencialista que la adolescencia, cuando empezamos a cuestionar todo aquello en lo que nos enseñaron a creer de pequeños. R.L. Stine supo sacar partido de todo ello y, apropiándose de los patrones clásicos del género de terror, generó todo un conjunto de historias de fantasía y terror dirigidas al público juvenil, adornando esas claves con un envoltorio que resultara cercano y conocido para sus lectores. No fue el primero en hacerlo, y no ha sido el último, pero sí lo llevó a cabo con éxito y atrayendo a un gran número de seguidores hacia sus historias, jóvenes que encontraron entrelíneas una lectura con la que se podían identificar y que además de monstruos del más allá, también indagaba en los temores más cercanos. En el cine, también podemos encontrar muchas películas ideadas para un público juvenil, donde aquellos que se sienten rechazados o discriminados acaban transformándose en los únicos héroes capaces de salvar al mundo, por encima de cualquier adulto o de los más populares del instituto, aunque para ello primero deban enfrentarse a sus miedos e inseguridades internas.
La versión cinematográfica de “Pesadillas”, al igual que las historias de RL Stine, sólo pretende ser un entretenimiento ligero, capaz de jugar con los lugares comunes del cine de fantasía y ligarlos con ese naíf existencialismo adolescente, construyendo una trama episódica que alcanza la cúspide con un totum revolotum a modo de grand finale. En medio, introduce las dosis adecuadas de romance juvenil, humor y acción para mantener a los espectadores atentos en la butaca. Ahí es donde el director Rob Letterman cumple su misión, ofreciendo una película dinámica, entretenida y llena de efectos especiales y fantasía. Esta libre adaptación de la serie de novelas bebe de aquella rebeldía juvenil, presentando una versión ficcionalizada del propio Stine, interpretada por Jack Black, que ha construido todo un bestiario en su sótano a partir de esos miedos e inseguridades de un adolescente introvertido frente a la sociedad y que ante su incapacidad por superar esa fase vital, ha acabado convertido en un adulto agrio y solitario. Junto a él tenemos a un trío de adolescentes  que se encuentran precisamente en una situación similar (el recién llegado marcado por el divorcio de sus padres, el inadaptado deseoso de establecer relaciones sociales y la joven atractiva y simpática, pero atapada en un secreto familiar) y que buscan su lugar en el mundo. La liberación de todo un ejército de monstruos dispuestos a destruir la ciudad no es más que un detonante para afrontar definitivamente esos miedos.
Los jóvenes actores cumplen su papel, no resultan demasiado repelentes y permiten a espectadores de todas las edades suficiente empatía como para que se preocupen por su fortuna, aunque ésta sea fácilmente previsible. Jack Black ejerce aquí de mentor, reservándose algunos de los mejores momentos, pero sin ensombrecer a sus jóvenes compañeros de reparto, verdaderos protagonistas de la función, mientras que el resto de secundarios queda en un muy lejano lugar. En cuanto a los monstruos, abordar toda la producción de Stine en una sola película era imposible. En la película optan por destacar algunos de ellos (el Yeti, el Hombre Lobo, los gnomos de jardín, el niño invisible, la mantis religiosa gigante, y sobre todo, el inquietante Slappy), mientras que el resto pasan a hacer pequeños cameos en la vorágine final. Es cuestión de preferencias y seguramente los lectores de las novelas echarán de menos a muchos de sus personajes favoritos (o al menos, verlos más en pantalla). En los apartados técnicos, la cinta no luce precisamente lo último en tecnología digital, pero el uso de la infografía es lo suficientemente atractivo como para ayudarnos a entrar en ese mundo de fantasía, de igual manera que la partitura musical de Danny Elfman tampoco entra entre los principales highlights del compositor, pero sí funciona a la hora de dar un tono ligero y divertido a las imágenes. La dirección de fotografía corre a cargo del español Javier Aguirresarobe, profesional demasiado valioso para una producción de estas características, y que juega con la luz para acercar la imagen al colorido identificativo de las carátulas originales de las novelas, a cargo de Tim Jacobus.
“Pesadillas” nos es otra cosa que una película de temporada (aunque a nuestro país ha llegado con un mes de retraso), demasiado intrascendente como para tomarla en serio, pero sí lo suficientemente entretenida como para situarla por encima de las expectativas.

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