sábado, 29 de octubre de 2011

“LA VOZ DORMIDA”. DISCURSO Y NARRACIÓN.

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El estreno de una película como “La Voz Dormida” vuelve a poner sobre el tapete las distinciones entre discurso y narración. El primero se construye a través del posicionamiento de una idea, quedando todos los elementos de la historia subordinados a la ilustración y defensa de ésta. El segundo se sustenta en el desarrollo del relato y los personajes, dejando que sean estos los que expresen cualquier mensaje que se quiera trasmitir al espectador. La cinta de Zambrano nada entre estas dos aguas, pero tiene claro el tipo de película que quiere ser, priorizando los elementos de discurso sobre la construcción narratológica. Esto, cuando se trata de una historia que ahonda en una herida aún doliente como es la Guerra Civil y la Posguerra española, mediatiza la recepción que va a tener la película por parte del público. Sin embargo, no es nuestra intención aquí continuar con el debate ideológico e historicista que se ha generado alrededor de esta película, sino centrarnos en lo que es puramente cinematográfico.

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Benito Zambrano debutó de manera espectacular en 1999 con la cinta “Solas”, donde ya dejaba claro cuáles iban a ser las coordenadas de su cine: historias de corte intimista, social, con especial preponderancia de los personajes femeninos y, sobre todo, con un tratamiento contenido, pero conmovedor, del drama. Trabajos posteriores, como la miniserie “Padre Coraje” o “Habana Blues”, no ofrecieron resultados tan acertados como su opera prima, pero sí revalidaron la promesa de un tipo de cine comprometido y personal. “La Voz Dormida” nos llega después de seis años de silencio por parte del cineasta y nos devuelve las excelencias que encontramos en “Solas”, especialmente en lo referente a la dirección de actores. Por otro lado, se trata de una película que le ha supuesto nuevos retos, ya que se trata de la primera vez que el director se adentra en el cine de época, con el esfuerzo que ello supone en cuestión de ambientación histórica, superado con nota gracias al excelente trabajo de dirección artística de Javier Fernández y de vestuario de María José Iglesias. El trabajo de Zambrano tras la cámara busca evitar el artificio y se pega a los personajes, especialmente a Pepita, su protagonista, cuya mirada inocente nos servirá en muchas ocasiones de parapeto contra las atrocidades de las que es testigo. Esto no quiere decir que el director prescinda del énfasis o el sentimentalismo, necesario para toda película de discurso que se precie, pero éstos son empleados de manera muy económica, sin caer en la saturación.

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“La Voz Dormida” es, ante todo, la historia de dos hermanas marcadas por la Guerra Civil y víctimas de la posguerra. Hortensia es la hermana combativa, la idealista, que no duda en sacrificar su vida para luchar contra la dictadura. Por su parte, Pepita es un alma cándida, alguien quiere poner la vista en el futuro y no en el pasado, pero a la que las circunstancias la obligarán a partido. Como decíamos antes, una de las principales bazas del cine de Benito Zambrano es su habilidad para la dirección de actores y, especialmente, actrices. Esto se corrobora en “La Voz Dormida” donde consigue extraer excelentes registros de María León e Inma Cuesta. La primera, a su vez, ejemplifica perfectamente esa idea de que no hay nada mejor que un cómico para dar entidad y humanidad a un papel dramático. Por su parte la segunda tiene el reto de sacar adelanto un personaje más contestatario y evitar que caiga en lo meramente panfletario. Las dos actrices se reparten el protagonismo de la cinta, con mayor responsabilidad para María León, pero están bien arropadas por la excelente labor de Marc Clotet, Daniel Holguín, Ana Wagener, Myriam Gallego o Jesús Noguero. Todos ellos ajustados a su papel, pero con mucha menor presencia en la película.

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En este sentido podemos decir que todos los aspectos de la producción están meticulosamente cuidados, demostrando un excelente saber hacer a nivel artístico y técnico. Como película de discurso, la película cumple a la perfección su labor. Denuncia con dureza la situación de las mujeres detenidas y condenadas por su relación (directa, indirecta o casual) con el bando republicano, exalta el sacrificio de aquellos que no se rindieron tras el fin de la guerra y continuaron luchando por erradicar el franquismo de nuestro país y condena la labor de la Iglesia como cómplice y verdugo junto con el Régimen de estas injusticias. Sin embargo, a nivel narratológico esto provoca una definición maniquea y bidimensional de los personajes integrantes del bando nacionalista. Salvo la excepción del personaje de Mercedes (Ana Wagener) y, de manera tangencial, Doña Amparo (Myriam Gallego), el resto no son más que villanos de opereta, deshumanizados, fanáticos e incluso caricaturescos (como la Sor Serafines interpretada por Susi Sánchez o La Zapatones, a la que da vida Berta Ojea). Por supuesto, a nivel de discurso, esto le sirve al director para generar en el espectador la sensación de desprecio y rabia que necesita, sin embargo, consideramos que, si bien en otros aspectos se aprecia un esfuerzo por no caer en la vía fácil, aquí los guionistas, el propio Zambrano e Ignacio del Moral, han pecado de efectistas, restándole verosimilitud a unos personajes en favor de otros. Estos mismos resultados se podría haber conseguido con un mayor trabajo de esos personajes del bando fascista y la película no se hubiese visto lastrada por esa descripción artificiosa y partidista.

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Debido a esto, la película funcionará con precisión de relojero entre ese público objetivo al que está destinada la historia, al que conmoverá con la dureza de su clímax final, pero se dejará por el camino a otros espectadores, a los que se les trunca la posibilidad de disfrutar de las virtudes (muchas) de la película y que saldrán de la sala reiterando esa imagen del Cine Español como el coto privado de intelectuales y activistas de izquierdas.

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