jueves, 2 de septiembre de 2010

M. NIGHT SHYAMALAN / CHRISTOPHER NOLAN. DOS DEMIURGOS POSTMODERNOS. PARTE I

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1. INTRODUCCIÓN. CINE DE AUTOR CON ENVOLTORIO COMERCIAL

Ante la crisis de ideas que atraviesa Hollywood, donde un alto porcentaje de los nuevos estrenos son secuelas, precuelas, remakes o reboots de éxitos anteriores, cada vez es mayor la necesidad de cineastas que opten por vías originales, con un enfoque personal e intransferible, y que, además, estén respaldados por el apoyo del público en la taquilla. Dos nombres que encarnan esta descripción en el cine actual son M. Night Shyamalan y Christopher Nolan, dos autores que además este verano nos han ofrecido sus últimos trabajos, “Airbender. El Último Guerrero” y “Origen”.

A simple vista, la filmografía de ambos directores parece poblada de thrillers (“Memento”, “Insomnia”), películas de terror (“El Sexto Sentido”, “Señales”, “El Bosque”), de acción (“Batman Begins”, “El Protegido”, “El Caballero Oscuro”, “Origen”) o de fantasía en general (“La Joven del Agua”, “Airbender. El Último Guerrero”), sin embargo no hace falta rascar mucho la envoltura para darse cuenta de que, como diría Hitchcock, todo eso no es más que el McGuffin, la excusa argumental que permite a estos dos autores indagar en temas específicos y desarrollar su verdadero discurso. De hecho la mención a Alfred Hitchcock no es gratuita, ya que para ambos el mago del suspense es un referente capital, no sólo en lo referente a esa dualidad entre cine comercial y cine de autor, sino también en aspectos más específicos como la puesta en escena de las historias.

2. EQUIPO HABITUAL

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Como veremos a continuación, M. Night Shyamalan y Christopher Nolan son dos realizadores cuya obra está repleta de guiños internos, de autorreferencias e ideas que se van desarrollando y articulando de manera continuada película tras película. El control total que ambos mantienen sobre su obra es fundamental para que ese discurso se produzca, pero también es necesario contar con un equipo de su plena confianza que caminen en la misma dirección que el director y estén en conjunción con sus ideas.

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Esto es especialmente notable en el caso de Christopher Nolan, un autor que ha desarrollado un verdadero sentido de familia en sus películas, empezando por su propio hermano, Jonathan Nolan (quien suele ayudarle en las labores de guión de la mayor parte de sus películas) o su mujer (Emma Thomas, quien se encarga de la producción). A esto se suma la dirección de fotografía (siempre a cargo de Wally Pfister), la edición (en sus primeras películas realizada por Dody Dorn, quien fue sustituido por Lee Smith, a partir de “Batman Begins”), la música (David Julyan, para sus trabajos más independientes, como “Memento” o “El Prestigio”, Hans Zimmer en las superproducciones “Batman Begins”, “El Caballero Oscuro” y “Origen”) y, por supuesto, la interpretación (Michael Caine, Christian Bale o Cillian Murphy son algunos de los rostros recurrentes de su cine).

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El caso de Shyamalan es un tanto diferente. Aquí nos encontramos también ante un cineasta que intenta abarcar el mayor número de facetas posibles (guionista, director, productor y hasta actor puntual en la mayor parte de sus trabajos), sin embargo si es más proclive a barajar a diferentes profesionales en otros apartados de acuerdo a las necesidades de cada proyecto (además su andadura por diferentes estudios en los últimos años también ha debido afectar también a la continuidad del equipo). En cualquier caso, dentro de su equipo recurrente destacan el productor Samuel Mercer o el músico James Newton Howard.

3. INICIOS E INFLUENCIAS

Con apenas una semana de diferencia en su nacimiento (Christopher Nolan nació el 30 de julio de 1970 y M. Night Shyamalan el 6 de agosto de ese mismo año), ambos artistas son claramente dos autores de fuerte formación audiovisual. Ambos se criaron ya en una cultura donde el cine era uno de los principales y más populares medios de expresión, experimentando en plena adolescencia el auge de la era del blockbuster a finales de los 70, principios de los 80.

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Nacido en La India, pero criado en Filadelfia (lugar donde se desarrollan la mayor parte de sus películas), M. Night Shyamalan se inició como director amateur a la tierna edad de 8 años, gracias a una cámara Super-8 que le regalaron sus padres. Por ese entonces, el joven cineasta ya era un ferviente admirador de las películas de George Lucas y Steven Spielberg, manteniéndolos a día de hoy, especialmente a éste último, como sus principales referentes artísticos. Entre sus primeros trabajos con la cámara se podían encontrar homenajes a las películas de Indiana Jones, donde el propio Shyamalan se enfundaba el látigo y el sombrero Fedora de su héroe.

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Su carrera profesional arrancó en 1992, cuando se encargó de escribir, producir, dirigir y protagonizar el drama semiautobiográfico “Praying with Anger”, basado en sus experiencias en La India en su adolescencia. La cinta pasó completamente desapercibida por crítica y público, tardando el director 6 años en volver a ponerse tras la cámara con “Los Primeros Amigos”. Se trataba nuevamente de una cinta de fuerte carga emocional, situada en el periodo de adolescencia de sus personajes, aunque, en esta ocasión, ya sin la lectura autobiográfica de su opera prima. La presencia de algunos rostros conocidos no salvó del fracaso a la película, de manera que, pese a contar con dos películas como guionistas, productor y director, en 1999 Shyamalan era aún un auténtico desconocido para la mayor parte del público.

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En los orígenes de Christopher Nolan podemos encontrar muchos puntos en común con M. Night Shyamalan. Criado en Londres, su infancia quedó marcada también por películas como “La Guerra de las Galaxias” o “En Busca del Arca Perdida”, y sus primeros pasos en la dirección también tuvieron lugar a la edad de 8 años gracias a una cámara Super 8. Sin embargo, los apetitos cinéfilos de Nolan y sus referentes cinematográficos iban a divergir ligeramente con respecto a los del director de “El Sexto Sentido”. Como cineasta, Nolan siempre ha confesado una mayor afinidad con la obra de autores como Stanley Kubrick o Ridley Scott, de ahí el carácter más cerebral de sus películas.

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Licenciado en Literatura Inglesa en la Universidad de Londres, empezó a realizar sus primeros cortos semiprofesionales en 1996, adquiriendo cierta notoriedad gracias a su trabajo “Doodlebug”. En 1998 rodó su primer largometraje, “Following”, implicando para ello a familiares, amigos y vecinos (el rodaje llevó todo un año, ya que sólo podían rodar los fines de semana). A pesar de la carencia de medios, la película llamó la atención dentro de los circuitos de cine independientes gracias a su desasosegante atmósfera persecutoria. Este éxito le abrió las puertas para poder afrontar su primer trabajo profesional como director, “Memento”.

4. “EL SEXTO SENTIDO” (1999) / “MEMENTO” (2000). FANTASMAS DEL PASADO

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El despegue profesional de ambos cineastas tuvo lugar en el paso de un milenio a otro, marcando en cierta manera parte de la nueva identidad del cine para el siglo XXI. “El Sexto Sentido” y “Memento” coincidieron en ser dos títulos que jugaban con la perspectiva de los personajes y presentaban sendas historias donde la realidad no es lo que parece y todo está mediatizado por la perspectiva con que se mire. Esto producía además un particular juego narrativo, basado en la fragmentación y cierto engaño y trampa al espectador, con el fin de sorprenderle en su giro final. De la misma manera que los protagonistas de sus historias viven engañados y desconocen su propia naturaleza, ambos directores establecen unas bases en el arranque de sus historias que luego resultan ser claramente ilusorias e irreales. Para ello, los dos juegan también con los patrones genéricos del thriller, presentando sus películas como si fueran historias detectivescas, haciendo creer al público que el propósito de todo es la resolución de un caso, cuando en realidad, hay motivaciones dramáticas más concretas e íntimas en cada personaje.

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En el caso de “El Sexto Sentido”, Bruce Willis interpreta al Dr. Malcolm Crowe, un psiquiatra infantil, traumatizado por un fracaso anterior, que encuentra en la figura de un niño con capacidad extrasensorial, Cole Sear, la oportunidad para redimirse. La presentación de Crowe ya se emparenta claramente con la del detective. Es un personaje solitario, cerebral, enfundado en una sempiterna gabardina, que utiliza sus conocimientos y las habilidades de Cole para esclarecer algunas muertes (el ejemplo más evidente lo tenemos en el caso de Kyra Collins, la niña envenenada por su madre).

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Sin embargo, tanto el apartado sobrenatural como el detectivesco de la historia son meras excusas para tratar los verdaderos temas que le interesan al director, centrados principalmente en el concepto de familia a diferentes niveles. La angustia existencial de Cole no se produce tanto porque “en ocasiones, vea muertos”, sino por esa relación distante que mantiene con su madre. Ella, madre soltera, procura cuidar lo mejor posible de su hijo, sin percatarse que en su esfuerzo por darle una estabilidad, está desatendiendo los aspectos emocionales, creando un niño con claras carencias afectivas que le impiden socializar con las personajes que le rodean (en el colegio, en las fiestas de cumpleaños). Por su parte, la historia de Malcolm y su mujer, en primera instancia, refleja la ruptura de un matrimonio, la falta de comunicación y el distanciamiento de la pareja, para, en la resolución final, mutar en la dificultad de romper los lazos afectivos ante la muerte. La presencia de los fantasmas sirve para introducir otro tema que será recurrente en la filmografía de Shyamalan, la naturaleza del miedo. Lo que inicialmente se presenta como una cinta de terror, donde figuras fantasmagóricas se dedican a acosar a un niño indefenso, pasa a convertirse en la necesidad de afrontar nuestros propios miedos para poder avanzar en nuestro desarrollo individual.

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Con este trabajo, Shyamalan se presentaba también como un extraordinario narrador, dando muestra de una virtuosa puesta en escena, que adquiere una mayor dimensión cuando se trata de adentrarse en temas más intimistas. Dada la naturaleza de la historia que quiere contar, en un principio nos encontramos con una narración basada en el secretismo y el suspense a través de una estructura fragmentada que aporta únicamente aquella parte de información que el cineasta considera necesaria para que la historia avance (de nuevo el juego con el género detectivesco). El efecto sorpresa de la revelación final, con todas sus trampas, obligaba al público a “releer” la película para percatarse de la verdadera intención del cineasta, convirtiéndole automáticamente en un autor cinematográfico, por encima de la mera artesanía a la hora de jugar con los géneros.

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En “Memento” partimos también de una excusa detectivesca, la necesidad del protagonista, Leonard, de encontrar a los responsables de la muerte de su mujer. La película arranca con su resolución final y bloque a bloque nos va poniendo en antecedentes. Si el protagonista sufre una grave enfermedad que no le permite crear nuevos recuerdos desde el trauma del asesinato de su mujer (lo que le convierte desde un primer momento en un detective singular y claramente manipulable), nosotros como espectadores tampoco contamos con material al que agarrarnos sino aquellas piezas de información que poco a poco van rellenado nuestras lagunas de manera retrospectiva.

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A simple vista, Nolan emplea un artificio narrativo para jugar con la perspectiva del espectador y de esta manera llevarle al terreno que él quiere. Sobre el papel nos encontramos, al igual que con “El Sexto Sentido”, con una cinta tramposa, que aprovecha el desconocimiento del público para engañarle y sorprenderle con cada nueva revelación que modifica la imagen que teníamos previamente de la historia o los personajes. Sin embargo, quedarse en este nivel de lectura de la película supone no sólo menospreciarla, sino también malograr su verdadero potencial. “Memento” no es un thriller detectivesco, sino un drama sobre la necesidad de la mentira y el autoengaño en la sociedad moderna. Vivimos en la época de la información, donde estamos rodeados por elementos que, como los tatuajes de Leonard, nos indican cuál es nuestro lugar en el mundo y qué es lo que tenemos que hacer. Confiamos en la veracidad de esta información (al igual que confiamos en lo que nos va contando una película), porque tenemos miedo del caos que supondría lo contrario. Leonard es una persona que dada su enfermedad tiene que agarrarse a un clavo ardiendo ya que su personalidad gravita en torno a la resolución del crimen, antes de evaporarse una y otra vez. No es el mejor camino, pero sí el más fácil y el que ofrece una cierta confortabilidad a corto plazo. El problema surge cuando la mentira es revelada y tiene que enfrentarse a la verdadera realidad. Entonces, a Leonard sólo le quedan dos opciones, el abismo, ante la falta de perspectivas, o el autoengaño, reedición y prolongación de la farsa. En “Memento” podemos encontrar también el tema del miedo (en este caso, trasladado a los terrenos de la paranoia) como eje central. El miedo a lo desconocido nos lleva a dudar de las intenciones de quienes nos rodean y la paranoia los convierte en amenazas potenciales. En ese continuo virar de la historia, Nolan desarrolla esta idea cambiando la percepción que el espectador tiene de los personajes a su antojo, sin que por ello la película pierda coherencia.

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Parte de la peculiaridad de la película radica en su estructura narrativa. Con esa construcción a base de continuos flashbacks, Nolan consigue que sea tan relevante la historia como la forma en la que se está contando (en la edición especial de la película en DVD existe la posibilidad de ver la película ordenada cronológicamente, lo que nos permite comprobar lo mucho que depende la efectividad de la cinta de la ordenación temporal escogida). Al narrar la historia de manera retrospectiva, además de ofrecer al público una perspectiva nueva y original, se consigue una mayor sincronía entre el espectador y el protagonista, a lo que hay que sumar un excelente manejo del tiempo fílmico por parte del director (algo que será también decisivo en trabajos posteriores como “El Truco Final”, “El Caballero Oscuro” u “Origen”). Por otro lado, la propia puesta en escena del director aboga por una narrativa contundente, sin concesiones, donde se evitan las licencias emocionales en favor de un acercamiento más frio y cerebral.

5. “EL PROTEGIDO” (2000)/ “BATMAN BEGINS” (2005). REALISMO SUPERHERÓICO

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Si algo ha caracterizado al cine de Hollywood de la primera década del siglo XXI ha sido la moda de las adaptaciones de superhéroes al cine. A finales de los 90, la relación del cómic y el cine estaba pasando un pequeño impasse. El descalabro de películas como “Batman y Robin” dejaba en entredicho el futuro de las viñetas en la gran pantalla. Posteriormente, la llegada de “Spiderman” y los “X-Men” devolvería la fe en el Noveno Arte. Dentro de este nuevo periodo, los dos directores que tratamos en este reportaje han jugado un papel fundamental, consiguiendo que el concepto del superheroismo posara sus pies en la tierra y se acercara más al común de los mortales.

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Tras el inesperado éxito de “El Sexto Sentido”, M. Night Shyamalan se convirtió en uno de los directores de moda en Hollywood. Mientras todo el mundo esperaba que continuara por la vía del terror, el director de Filadelfia prefirió cambiar de tercio y homenajear al mundo del cómic con “El Protegido”. Contando un vez más con Bruce Willis para el papel protagonista, nos encontramos ante la historia de David Dunn, un agente de seguridad, frustrado y a punto de divorciarse de su mujer, que se convierte en el único superviviente de un devastador accidente de tren. A partir de este momento, y con la guía del enigmático Elijah Price, descubrirá que su verdadero destino es convertirse en una especie de superhéroe y proteger a los demás.

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Una vez más tenemos que olvidarnos de los conceptos genéricos de este tipo de obras si queremos comprender realmente el trabajo de Shyamalan. Si bien se trata de una historia de orígenes, de cómo el protagonista descubre sus poderes y decide transformarse en un héroe, aquí no vamos a encontrar llamativos uniformes de spandex (más bien un chubasquero un tanto roñoso), ni grandes artilugios que le ayuden en la lucha contra el crimen. El interés principal del director se centra en describir la vida cotidiana del protagonista, lo gris de su existencia al no estar llevando a cabo su verdadero destino y la situación de ruptura de su familia, producida precisamente por su frustración. Al igual que sucedía en “El Sexto Sentido”, el componente fantástico de la historia se introduce en un contexto corriente, siendo el principal conflicto el escepticismo de Dunn a la hora de aceptar su verdadera naturaleza. Al contrario que otras historias de superhéroes, a Shyamalan no le interesa un argumento de conflictos externos, sino de debates introspectivos. Pese a todo, se las apaña para mantener elementos esenciales de los comics, como el uso de dicotomías (la dualidad entre el bien y el mal, la inteligencia y la fuerza bruta, la dureza y la fragilidad) o la debilidad del héroe ante algún elemento (en este caso, el agua). Al igual que en “El Sexto Sentido”, “El Protegido” se guardaba también una revelación final que obligaba al espectador a revisar y reinterpretar la película, aunque en este caso el efecto no fue tan bien recibido, marcando ya una maldición al cineasta, la aparente obligación de cerrar todas sus obras con un final sorpresa.

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El cambio de estilo con respecto a “El Sexto Sentido” también fue perjudicial en el momento del estreno de la película. Si bien “El Protegido” funcionó muy bien en taquilla (recaudó cerca de 250 millones de dólares en todo el mundo), el estudio quiso promocionarla como si se tratara de una cinta de terror, dejando perplejos y desilusionados a muchos espectadores que esperaban más de lo mismo. Afortunadamente, poco a poco esa respuesta inicial fue modificándose y un creciente grupo de admiradores empezaron a reivindicar las virtudes del film. Éstas estaban no sólo en su enfoque original o en el tratamiento del guión, sino también en una prodigiosa puesta en escena, donde se podía apreciar el cuidado y la delicadeza con los que el director había mimado cada plano (abundan intimistas planos-detalle que aportan información emocional de los personajes) y cada movimiento de cámara (especialmente memorable resultaba el sutil travelling que acompaña a Dunn mientras sube en brazos a su esposa a la habitación, resaltando la fuerza, pero también ternura del héroe). Shyamalan apostó por una narrativa clasicista (salvo en la escena en la estación de metro donde el héroe descubre cómo funcionan sus poderes), con un gran trabajo de fotografía por parte de Eduardo Serra (todo lo relacionado con el protagonista tiene tintes verdes, mientras que Elijah Price se identifica más con los violetas, no por casualidad colores opuestos en el círculo cromático).

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El fracaso de “Batman y Robin” (personajes pertenecientes a la editorial DC) y el éxito de “X Men” y “Spiderman” (ambos de Marvel), llevó a DC a ponerse las pilas con respecto a las adaptaciones de sus personajes al cine. Mientras la recuperación de Superman pasaba por las manos de diferentes cineastas (materializándose finalmente en 2006 bajo la dirección de Bryan Singer), para Batman se barajaron dos alternativas. Una adaptación de la novela gráfica de Frank Miller “Batman: Año Uno”, que iba a estar dirigida por Darren Aronofsky (“Requiem por un Sueño”, “La Fuente de la Vida”), y otro reboot avalado por Christopher Nolan. Ambos proyectos tenían muchos puntos en común (de hecho, “Batman Begins” bebe en gran medida de la obra de Miller) y finalmente Aronofsky prefirió abandonar su versión y dejar el camino libre a Nolan.

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La idea del director era alejarse del ambiente gótico-circense de Tim Burton y de la psicodelia homoerótica de Joel Schumacher, para situar al personaje en un marco más realista, profundizando en las aristas psicológicas del vigilante y su trauma infantil (en este sentido se hace fundamental el trabajo de interpretación de Christian Bale, que sabe jugar con la dualidad de su personaje). “Batman Begins” cedía gran parte de su metraje al proceso de formación y maduración de Bruce Wayne, no mostrando al héroe enmascarado hasta la mitad de la película. Si bien, en esta primera aventura, el héroe se enfrentaba a dos villanos de larga tradición en los comics (El Espantapájaros y Ra’s Al Ghul), el mayor conflicto radicaba en la lucha interna de Wayne (su particular “ser o no ser” shakesperiano). En este sentido, Nolan escogió al más adecuado de los héroes de DC, no sólo por su oscura psicología, sino también por su carencia de poderes suprahumanos (habrá qué ver qué enfoque utilizará en su reboot de la franquicia de Superman, ahora en preproducción). Si bien Bruce Wayne cuenta a su favor con una inagotable fortuna que le permite todo tipo de artilugios, en el fondo es un ser humano como los demás, con sus mismos fallos y conflictos. Su sacrificio personal a favor de la justicia en Gotham lo convierte en un héroe, pero su inestabilidad psicológica hace que bordee peligrosamente la línea que le separa de la psicopatía. Esto nos lleva, una vez más, a encontrarnos con el tema del miedo. Wayne escoge la figura del murciélago como tótem precisamente para causar terror en los criminales, pero él también tiene que enfrentarse a sus propios temores (principalmente a no ser digno del legado de su padre, un prohombre de Gotham que dedicó su vida y gran parte de sus recursos a ayudar a los desfavorecidos por la recesión económica). Que uno de los primeros de los enemigos de Batman en participar en esta nueva andadura cinematográfica del personaje sea El Espantapájaros tampoco es baladí. “Batman Begins” es una cinta claramente influenciada por el atentado a las Torres Gemelas de Septiembre de 2001 y en ella se refleja el sentimiento de paranoia y alarma de la sociedad estadounidense, algo que, como veremos, el propio Nolan desarrollará más ampliamente en “El Caballero Oscuro”.

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Otro elemento significativo en la película es la importancia que Nolan le da a los personajes secundarios. Es cierto que la excusa amorosa (con una cursi y sosa Katie Holmes) resulta lo más endeble del conjunto, pero el apoyo que recibe el protagonista por parte de su mayordomo Alfred (un soberbio, como casi siempre, Michael Caine), Lucius Fox (excelente Morgan Freeman) y el Sargento Jim Gordon (un atípico Gary Oldman) complementa el perfil psicológico del héroe. Por otro lado, la lectura paterno-filial que se crea entre Wayne y Henri Ducard/ Ra’s Al Ghul apoya ese vínculo necesario entre superhéroe y villano que proclamaba Elijah Price en “El Protegido”.

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Nolan le dio a la película un hálito de cinta épica (incluso shakesperiana, como apuntábamos antes), algo que se podía apreciar también en su ambiciosa puesta en escena. El personaje de Batman no es tomado a broma y las escenas de acción resultaban eficaces y contundentes, optando por el montaje rápido de planos cortos para reflejar la forma de lucha del héroe, amparándose más la oscuridad y la sorpresa para producir terror a los criminales (como podemos ver en la modélica primera aparición de Batman en pantalla). “Batman Begins” resultó un éxito económico para el estudio y para Christopher Nolan (no al nivel que alcanzaría después con la secuela, “El Caballero Oscuro”, pero sí recaudando lo suficiente como para doblar en su recaudación internacional los costes de producción). Además, el enfoque utilizado por el director recibió el aplauso del público y la crítica que vieron con buenos ojos la desaparición de la estética guiñolesca anterior y la implantación de ese mayor realismo.

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