En 1823, el trampero Hugh Glass fue
atacado por una osa Grizzly, dado por muerto por sus compañeros de partida y se
arrastró gravemente herido durante más de 320 kilómetros de espesura en pleno
invierno. Esta historia de supervivencia se convirtió en uno de los mitos de la
conquista del oeste americano, inspirando todo tipo de literatura y baladas. El
cine tampoco ha sido impermeable a esta historia, que ya fue llevada a la gran
pantalla en 1971, bajo el título de “El Hombre de una Tierra Salvaje”, dirigida
por Richard C. Sarafian y protagonizada por Richard Harris (quien un año antes
había protagonizado también “Un Hombre Llamado Caballo”) y John Huston. Ahora,
el director Alejandro González Iñarritu, con la alianza de Leonardo DiCaprio
como protagonista, nos presenta una nueva versión de esta historia. “El
Renacido” compagina una recreación sucia e inclemente del contexto histórico de
la leyenda con un toque de misticismo a partir de la relación del protagonista
con el entorno, sus traumas familiares y la naturaleza agresiva y traicionera
de los colonos. De esta manera, Iñarritu convierte las montañas de Missouri en
un espacio de paranoia, donde la desesperación, la soledad y la violencia
sitúan a los protagonistas en la frontera de la cordura.
La cinta arranca con una prodigiosa
secuencia de 12 minutos con el ataque por parte de un grupo de indios Arikara a
un grupo de tramperos. Desde ese primer momento, Iñarritu deja patente las
claves de lo que va a ser su película: una prodigiosa puesta en escena,
construida en torno a planos largos y recreándose en los espacios naturales;
una visión poética y oscura de la naturaleza, con la espectacular fotografía
natural de Emmanuel Lubezki, que recuerda al trabajo previo del iluminador con
Terrence Malick (“El Nuevo Mundo”, “El Árbol de la Vida”); una representación
cruda y violenta de la vida en el estado de Missouri a principios del siglo
XIX; una poco convencional partitura musical postmoderna y experimental, con
ecos tribales, compuesta por Ryuichi Sakamoto y Alva Noto; y un profundo y
realista trabajo con los actores (sublimes Leonardo DiCaprio y Tom Hardy),
quienes construyen sus personajes a partir de su contacto con este hábitat
agreste. De esta manera, el cineasta logra también un impresionante ejercicio
de inmersión del espectador en la historia, quien empatiza en todo momento con
el dolor y las dificultades del protagonista. En todo esto juega un papel
determinante también la técnica. Aunque inicialmente, Iñárritu se planteó rodar
la película en celuloide, difícilmente una película de estas características
hubiese sido posible sin la tecnología digital. Se trata de la primera película
rodada con la cámara Arri Alexa 65, lo que ha permitido al director ese juego
con la duración de las tomas y le ha dado mayor libertad a la hora de trabajar
la planificación y el trabajo con los actores.
Con estos ingredientes, Iñarritu
compone una película prodigiosa, dura y densa, con una visión desoladora del
ser humano como ser social, aunque también entonando un canto épico a su
capacidad de supervivencia, a la que sólo le podemos achacar un exceso de celo,
una evidente necesidad de trascendencia, más allá de las necesidades narrativas
de la historia, que conlleva además un exceso de metraje. Tomando como
referencia títulos como “Dersu Uzala” de Akira Kurosawa, “Andrei Rublev” de
Andrei Tarkovski, “Fitzcarraldo” de Werner Herzog o “Apocalyse Now” de Francis
Ford Coppola, Iñarritu es consciente de estar saliéndose de los márgenes
habituales del cine hollywoodiense y se regodea en ello. Por otro lado, también
es cierto que sin ese acto de soberbia, posiblemente el conjunto perdería
capacidad de riesgo. Como sucediera con “Birdman” el año pasado, el cineasta
vuelve a establecer un provocador juego, donde se busca no sólo desafiar al
espectador con la crudeza de la historia, sino también con lo abrupto de las
formas.
“El Renacido” se convierte así en una
extraordinaria experiencia cinematográfica, atípica y exquisita, que demuestra
que el séptimo arte aún no ha alcanzado sus fronteras y que la incorporación de
los avances tecnológicos puede seguir abriendo puertas expresivas para el cine.
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