lunes, 15 de febrero de 2016

“EL RENACIDO”. LA BALADA DE HUGH GLASS

En 1823, el trampero Hugh Glass fue atacado por una osa Grizzly, dado por muerto por sus compañeros de partida y se arrastró gravemente herido durante más de 320 kilómetros de espesura en pleno invierno. Esta historia de supervivencia se convirtió en uno de los mitos de la conquista del oeste americano, inspirando todo tipo de literatura y baladas. El cine tampoco ha sido impermeable a esta historia, que ya fue llevada a la gran pantalla en 1971, bajo el título de “El Hombre de una Tierra Salvaje”, dirigida por Richard C. Sarafian y protagonizada por Richard Harris (quien un año antes había protagonizado también “Un Hombre Llamado Caballo”) y John Huston. Ahora, el director Alejandro González Iñarritu, con la alianza de Leonardo DiCaprio como protagonista, nos presenta una nueva versión de esta historia. “El Renacido” compagina una recreación sucia e inclemente del contexto histórico de la leyenda con un toque de misticismo a partir de la relación del protagonista con el entorno, sus traumas familiares y la naturaleza agresiva y traicionera de los colonos. De esta manera, Iñarritu convierte las montañas de Missouri en un espacio de paranoia, donde la desesperación, la soledad y la violencia sitúan a los protagonistas en la frontera de la cordura.
La cinta arranca con una prodigiosa secuencia de 12 minutos con el ataque por parte de un grupo de indios Arikara a un grupo de tramperos. Desde ese primer momento, Iñarritu deja patente las claves de lo que va a ser su película: una prodigiosa puesta en escena, construida en torno a planos largos y recreándose en los espacios naturales; una visión poética y oscura de la naturaleza, con la espectacular fotografía natural de Emmanuel Lubezki, que recuerda al trabajo previo del iluminador con Terrence Malick (“El Nuevo Mundo”, “El Árbol de la Vida”); una representación cruda y violenta de la vida en el estado de Missouri a principios del siglo XIX; una poco convencional partitura musical postmoderna y experimental, con ecos tribales, compuesta por Ryuichi Sakamoto y Alva Noto; y un profundo y realista trabajo con los actores (sublimes Leonardo DiCaprio y Tom Hardy), quienes construyen sus personajes a partir de su contacto con este hábitat agreste. De esta manera, el cineasta logra también un impresionante ejercicio de inmersión del espectador en la historia, quien empatiza en todo momento con el dolor y las dificultades del protagonista. En todo esto juega un papel determinante también la técnica. Aunque inicialmente, Iñárritu se planteó rodar la película en celuloide, difícilmente una película de estas características hubiese sido posible sin la tecnología digital. Se trata de la primera película rodada con la cámara Arri Alexa 65, lo que ha permitido al director ese juego con la duración de las tomas y le ha dado mayor libertad a la hora de trabajar la planificación y el trabajo con los actores.  
Con estos ingredientes, Iñarritu compone una película prodigiosa, dura y densa, con una visión desoladora del ser humano como ser social, aunque también entonando un canto épico a su capacidad de supervivencia, a la que sólo le podemos achacar un exceso de celo, una evidente necesidad de trascendencia, más allá de las necesidades narrativas de la historia, que conlleva además un exceso de metraje. Tomando como referencia títulos como “Dersu Uzala” de Akira Kurosawa, “Andrei Rublev” de Andrei Tarkovski, “Fitzcarraldo” de Werner Herzog o “Apocalyse Now” de Francis Ford Coppola, Iñarritu es consciente de estar saliéndose de los márgenes habituales del cine hollywoodiense y se regodea en ello. Por otro lado, también es cierto que sin ese acto de soberbia, posiblemente el conjunto perdería capacidad de riesgo. Como sucediera con “Birdman” el año pasado, el cineasta vuelve a establecer un provocador juego, donde se busca no sólo desafiar al espectador con la crudeza de la historia, sino también con lo abrupto de las formas.  
“El Renacido” se convierte así en una extraordinaria experiencia cinematográfica, atípica y exquisita, que demuestra que el séptimo arte aún no ha alcanzado sus fronteras y que la incorporación de los avances tecnológicos puede seguir abriendo puertas expresivas para el cine.

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