Pocos personajes han tenido un
vínculo tan estrecho y longevo con el actor que les interpreta como Rocky
Balboa con Sylvester Stallone. El boxeador nació de la imaginación de aquel
actor en ciernes que buscaba hacerse un hueco en la industria del cine como
metáfora de su propia situación personal. Pero si Sylvester Stallone convirtió
a Rocky en un icono del cine moderno, Rocky lanzó al estrellato la carrera de
Stallone. Más tarde llegaría John Rambo, otro personaje decisivo en la carrera del
actor y, gracias a estos dos referentes cinematográficos, pasó a convertirse en
uno de los principales integrantes del llamado actioner de la década de los 80
y los 90. Es cierto que con la popularización de Stallone, el arraigo social de
sus personajes fue perdiendo fuelle en favor de un carácter más comercial y
estereotipado, de igual manera que su reputación como actor se derrumbó (no
podemos decir que de manera inmerecida); sin embargo, ya fuera con estos dos iconos
cinematográficos, como con otros personajes posteriores, la firma de la
estrella se mantuvo y todos ellos conservaron algunas señas de identidad
cercanas a la sensibilidad del actor: un individualismo romántico, un código de
honor anacrónico, un carácter introspectivo y meditabundo, generalmente producto
de algún trauma pasado y condenados a la violencia pese a su voluntad de llevar
una vida discreta y tranquila. Algunos obtuvieron más éxito que otros, pero
ninguno logró equipararse a la importancia de Rocky Balboa, ya sea a nivel
profesional o emocional. Durante treinta años, Stallone regresó de manera
recurrente a su personaje insignia y con cada entrega, bajo aquella pátina
comercial, no sólo resituaba a Rocky con respecto a la sociedad que le rodeaba,
sino que reflexionaba sobre su propia evolución personal y profesional. La
última cita que habíamos tenido los espectadores con el boxeador fue en 2006,
donde el tono crepuscular apuntaba ya a una despedida. Con esta entrega
Stallone quiso resarcirse de errores anteriores y dar un final adecuado a su
vínculo con el personaje. Para muchos (entre los que nos incluimos), lo
consiguió y, a cambio, Rocky volvió a regalarle a Stallone un impulso a una
carrera que ya parecía condenada tras demasiados fracasos. El regreso de Balboa
con “Creed”, a priori, podía parecer arriesgado e innecesario, más producto de
una operación comercial que porque realmente hubiese una historia que contar.
El cierre de la saga había sido el adecuado y recuperar al personaje podría dejarle
de nuevo huérfano de una despedida honorable. Tampoco la propuesta argumental
parecía demasiado prometedora. Rocky reconvertido en entrenador del hijo de
Apollo Creed nos traía a la memoria aquella fallida “Rocky V”; sin embargo,
este spin off ha logrado triunfar allí donde la quinta entrega fracasó, no sólo
ofreciendo un emotivo tributo a la cinta original de 1976, sino aportando,
desde esa perspectiva nostálgica, una visión moderna de la historia y
recuperando las mejores cualidades interpretativas de Sylvester Stallone.
A nivel argumental, “Creed” no se
distancia mucho de la cinta original, hasta el punto de que la línea entre spin
off y reboot resulta difusa. Como sucediera con “Star Wars. Episodio VII. El
Despertar de la Fuerza” parece que la nostalgia en Hollywood debe llevar
acarreada cierta reiteración de esquemas y argumentos, aunque también es cierto
que todas las entregas de Rocky mantuvieron un patrón argumental similar, y si
bien las condiciones vitales de Adonis Creed son diferentes a las de aquel
Rocky Balboa primigenio, esta repetición de moldes acaba resultando positiva a
la hora de establecer esa conexión emocional entre boxeador y entrenador. A
priori, podemos ver que existe un abismo social que separa ambos personajes. Rocky
era alguien sin futuro, lo que en terminología anglosajona se conoce como
“White Trash” (basura blanca). Sin dinero, sin estudios, cuyo único ingreso
económico lo obtenía como matón de un mafioso de medio pelo, encuentra en el
boxeo la manera de superar sus condicionamientos sociales y demostrar que es un
campeón. Adonis, por su parte, tiene un estilo de vida diferente. Aunque fruto
de una relación adúltera y avocado en sus primeros años a una vida de
delincuencia, ha crecido en un hogar opulento, tiene una educación superior, un
trabajo con perspectivas de futuro, sin embargo, la sangre llama y su destino
está en el ring. Paradójicamente, para cumplir su sueño debe afrontar un importante
obstáculo social. El boxeo no es un deporte de niños ricos, sino de gente como
Rocky que debe pelear para sobrevivir, por lo que sufre una discriminación
inversa. Curiosamente, esta diferencia social, lejos de distanciar a los dos
protagonistas, les sitúa en un escenario similar, donde deben superar los
prejuicios de los demás para validar su puesto en el ring.
Michael B. Jordan tenía aquí el reto
de no sólo tomar el testigo de Sylvester Stallone como protagonista, sino
también el de Carl Waethers, el Apollo Creed original, y lo hace con talento,
esfuerzo y carisma. Físicamente responde a la perfección al nombre de su
personaje. Con una musculatura que parece tallada en mármol, el actor cubre a
la perfección los desafíos físicos que demandaba el papel, dosificando además
esa evolución de Adonis a medida que va progresando con el entrenamiento. Sin
embargo, no se queda simplemente ahí, sino que dota al personaje de un
quebradizo mundo interior. Jordan logra interiorizar los conflictos que definen
al protagonista (su ansías por boxear, su necesidad de estar a la altura de su
legado, pero también su búsqueda de una identidad propia, lejos de la sombra de
su padre), al mismo tiempo que comparte una espléndida química con Sylvester
Stallone. Éste, por su parte, cede elegantemente todo el protagonismo a Jordan,
no buscando en ningún momento hacerle sombra con su presencia en pantalla, pero
al mismo tiempo demostrando el gran cariño que tiene hacia su personaje. En
esta película tenemos una visión diferente de Rocky de la que ya conocíamos.
Sigue siendo un personaje noble y luchador, pero sus años de boxeador han
quedado atrás. Es la primera vez que gran parte del peso del personaje no recae
en el componente físico (de hecho, se ha tenido que llevar a cabo un trabajo de
caracterización del actor para envejecerle y disimular su musculatura bajo
capas de ropa), sino que Stallone debe construir a su personaje por completo
desde el interior. Afortunadamente, no se trata de un personaje cualquiera,
sino de Rocky Balboa, y la interpretación se alimenta de esa extensa tradición
que durante cuarenta años se ha ido estrechando entre ambos. Lo que vemos es
pantalla no es sólo una interpretación, sino el recorrido de actor y personaje
que aquí llega a su punto crepuscular, un componente emocional en el que el
espectador se ve también irremediablemente inmerso y cómplice.
Una de las principales diferencias
con respecto al “Rocky” original está en la historia de amor o, más
concretamente, en el perfil del personaje femenino. Mientras que Adrian era un
personaje frágil, inseguro, que no creía ser merecedora del cariño de nadie,
Bianca es todo lo contrario. Es un personaje moderno, independiente, luchador,
que afronta con entereza los obstáculos que le ha puesto la vida y que, al
igual que Adonis, está dispuesta a cumplir sus sueños. Tessa Thompson le aporta
esa entereza y determinación, además de una sensualidad que se hace
especialmente patente a través de su relación con la música. Para interpretar a
los diferentes contrincantes a los que se enfrenta Adonis, se ha escogido a
verdaderos boxeadores, sin experiencia interpretativa previa. Esto fue algo que
ya intentó Stallone, sin éxito, en “Rocky V” con Tommy Morrison. Es cierto que
esto aporta verismo en las escenas de combate y que cada uno de ellos exuda
amenaza física con la mirada, sin embargo, estamos acostumbrados por las
películas anteriores a que los contrincantes de Rocky muestren también un
físico musculado, bien definido y fibroso, mientras que aquí Tony Bellew, con
una importante carrera deportiva en Reino Unido se evidencia bajo de forma en
comparación con Michael B. Jordan.
Si bien ha contado con Sylvester
Stallone en el apartado interpretativo, “Creed” es la primera película de Rocky
donde la estrella no ha controlado el proceso creativo. Por primera vez no
firma el guion y cede la dirección a Ryan Coogler, algo que sólo había sucedido
con John G. Avildsen en la primera y quinta entrega. A pesar de esto, la cinta
se integra perfectamente a la saga. Coogler devuelve el carácter urbano inicial
a la película, su descripción del carácter marginal de los personajes y las
zonas más empobrecidas de Philadelphia, aunque en este caso, no centrándolo
tanto en la comunidad italiana, sino en la afroamericana, donde no sólo el
boxeo, sino también la música o las carreras callejeras marcan el devenir de
sus habitantes. Sí le podemos achacar al guion una estructura demasiado
episódica, con el protagonista quemando etapas rápidamente en favor del
crescendo dramático de la trama, pero que va dejando elementos atrás sin
terminar de cerrar algunos hilos. La puesta en escena de Coogler es fresca,
dinámica y moderna, aunque se conceda algunos tributos a Avildsen y la herencia
de la saga. Por lo general, el director se muestra bastante comedido, no
cargando las tintas en las escenas más dramáticas, sólo cayendo en una ocasión
en el exceso (ese guiño a una de las secuencias más recordadas de “Rocky”, aquí
aderezada con una, a nuestro parecer, un tanto desproporcionada incursión de
motocicletas). En lo que se refiere a los combates, Coogler ofrece un trabajo
excepcional, planificando cada pelea de manera diferente, jugando con la cámara
para dar fuerza y dinamismo a los enfrentamientos, e introduciendo al
espectador en medio de los golpes. En este sentido el uso del (trucado) plano
secuencia en la pelea contra Sportino es de un gran virtuosismo, mientras que
el combate final contra Conlan supone unos intensos y emocionantes 20 minutos
que merecen situarse con honor en la tradición de la saga.
La música de esta entrega corre a
cargo de Ludwig Goransson, un joven compositor de origen sueco, con una larga
experiencia sobre todo en televisión, y que ha llegado a la saga gracias a su
relación anterior con Ryan Coogler. Para Goransson, recoger el testigo de Bill
Conti tampoco era tarea fácil. El leitmotiv de “Rocky” es uno de los temas
universales del cine, y la partitura original estaba plagada de temas
excepcionales que definían perfectamente a los personajes. Para esta nueva
entrega, el compositor busca crear un trabajo original, pero que beba del ADN
de la música de Conti. Para ello crea el tema de Creed, “Fighting Hard”, que es
un claro homenaje a aquel “Flying High”, aunque para el resto de la partitura
el músico adopta una influencia del hip hop que se extiende también al uso de
las canciones. Ahí Goransson hace también su propia aportación, componiendo las
canciones de Briana, en especial “Breathe”, que ejerce de tema de amor de la
película. La principal diferencia entre Goransson y Conti está, sin embargo, en
el empleo del tema principal. Mientras que Conti evitaba desplegar el tema
principal hasta que el personaje estaba listo para representarlo, Goransson
tiene que someterse al esquema actual de la música para el cine, menos paciente
y que necesita que la partitura defina de manera más inmediata al protagonista.
A partir de ahí, el leitmotiv se vuelve recurrente, fluctuando entre versiones
más intimistas y otras más épicas, pero dominando en todo momento el discurso
musical. Afortunadamente es un tema emocionante y retentivo, sin embargo, su
uso en la película acaba resultado excesivo.
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