martes, 24 de noviembre de 2015

"SICARIO". EN TIERRA DE LOBOS

 
La filmografía de Dennis Villeneuve se ha caracterizado por representar un enfrentamiento continuo entre idealismo y violencia. Sus personajes parten de una posición moral para después enfrentarse a la disyuntiva entre ese optimismo quijotesco y lo corrupto de la realidad. En su último trabajo, “Sicario”, el cineasta lleva esa dicotomía al contexto de la lucha antidroga operante entre Estados Unidos y Latinoamérica en la frontera con México.

El personaje principal es Kate Marcer (interpretada por una soberbia Emily Blunt), una novata agente del FBI a la que destinan a un grupo de élite creado para combatir a los cárteles de la droga instalados en Ciudad Juárez. Allí no sólo se enfrentará al mundo de violencia del narcotráfico, sino también a la perversión del sistema de justicia americano. Tanto ella, como su compañero Reggie Wayne (al que da vida Daniel Kaluuya) y el (paradójicamente) policía corrupto Silvio (interpretado por Maximiliano Hernández) se convierten así en las víctimas de un sistema que establece una leyes, pero juega con otras diferentes, dictadas por la violencia y el ansia de poder y control. Frente a ellos encontramos dos bandos de lobos, depredadores agresivos. Por un lado, los cabecillas de ese cuerpo de élite, Alejandro (Benicio del Toro) y Matt Graver (Josh Brolin), quienes para poder acabar con el cártel de Juárez trasgreden los límites marcados por la ley y se rigen por un código de violencia descarnada con el que atemorizar y eliminar a sus enemigos, en un caso por venganza, en el otro por ambición. Por otro lado, tenemos la violencia callejera del cártel, liderada por el elegante, pero letal Manuel Díaz (Bernardo Saracino) y el Carnicero (Fausto Cedillo). Bajo la visión del guionista Taylor Sheridan y el director Dennis Villeneuve, esta confrontación parece ser una batalla perdida, donde la integridad de la protagonista tiene poco que hacer contra la corrupción del sistema, hasta el punto que esta mirada pesimista lleva al espectador a cuestionarse si realmente el idealismo moral que define a Marcer no es más que una postura ingenua e irreal, siendo la única salida la opción representada por Alejandro y Graver.

Para que esta confrontación tenga efecto, Villeneuve se esmera en la dirección de actores, especialmente en lo que se refiere a su trabajo con Emily Blunt y Benicio del Toro, entre cuyos personajes se genera un vínculo especial, contrapuestos, pero que saben reconocer el uno en el otro su posición a ambos lados del espejo moral de la historia. Blunt recoge el testigo de grandes papeles femeninos aguerridos, como la Jodie Foster de “El Silencio de los Corderos”, ofreciendo una interpretación seca e intensa, igual de eficaz en las secuencias físicas como en la representación introspectiva de un personaje obsesionado por su trabajo y desapegado del entorno social fuera del mundo criminal en el que se mueve. Del Toro, por su parte, vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de su generación, fusionando en su personaje calidez y ternura con una presencia amenazadora y agresiva. El resto del reparto vuela también a gran altura, destacando la falsa cordialidad de un manipulador Josh Brolin, la dualidad entre violencia e indefensión de John Berthal o la cotidianidad que destila los momentos de Maximiliano Hernández con su hijo en la ficción.
Villeneuve no sólo cumple a la perfección como director de actores, también ofrece una compacta escenificación de la violencia con poderosas set pieces donde la imagen refleja toda la tensión y brutalidad de la historia. Así destaca la frialdad y la limpieza narrativa con la que el cineasta coreografía momentos como el enfrentamiento en la aduana, con un asombroso uso de los planos aéreos, o la secuencia de la cueva, con esa integración de planos subjetivos de visión nocturna y otras fuentes de recursos visuales. Aquí juega un papel fundamental la labor de iluminación de Roger Deakins, quien repite con Villeneuve después de su fantástico trabajo en “Prisioneros” y que vuelve a demostrar aquí que es uno de los más extraordinarios director de fotografía del cine hollywoodiense actual. Existe en la película también una cierta jerarquía entre lo que se muestra y lo que se obvia. En muchas ocasiones el director opta por desterrar la acción fuera de plano, depositando en manos del espectador el visualizar los momentos más truculentos de la película. Así, pese a momentos demoledoramente explícitos, como la secuencia inicial, la puesta en escena del cineasta logra darle mayor intensidad a todo aquello que deposita en el campo de la elipsis. Otro colaborador habitual de Villeneuve es el compositor Jóhann Jóhannsson, más conocido por su luminosa partitura para “La Teoría del Todo” por la que fue nominado al Oscar el año pasado, pero que habitualmente transita por terrenos más tenebrosos como los de esta película. La partitura de “Sicario” confiere a la película una continua sensación de amenaza. Se trata de una composición obsesiva y feroz, casi ritual, dominada por las cuerdas, que sirve de advertencia al espectador de la proximidad del terror. 
“Sicario” se convierte así en un intenso thriller que hereda los modos de los años 70 y los adapta a las características del cine espectáculo actual, visualmente contundente, pero sin desatender el componente humano de los personajes y la historia, consiguiendo un espléndido equilibrio entre la pulsión comercial del cine de Hollywood con la mirada personal del cine de autor. El destino ha querido, además, que esta historia de confrontación de terror con terror que es “Sicario” llegara a las carteleras el mismo fin de semana del atentado terrorista en París, dos contextos aparentemente disociados, pero que ejemplifican a la perfección ese eterno retorno de violencia en el que convulsiona nuestra sociedad.    


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