martes, 20 de noviembre de 2012

“EN LA CASA”. ÉRASE UNA VEZ...

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François Ozon es un cineasta que a lo largo de su extensa filmografía ha buscado siempre ideas frescas y diferentes, rupturistas con los planteamientos cinematográficos canónicos e incisivas en lo referente a la representación de clases. Es por esto que la obra de teatro de Juan Mayorga “El Chico de la Última Fila” se convirtió en material perfecto para su inquietud artística. Esta historia, que también hubiese hecho las delicias de Claude Chabrol, aborda algunos de los temas recurrentes en la obra de Ozon, como la hipocresía de la clase burguesa francesa, su elitismo intelectual y un falso paternalismo que oculta las propias carencias y frustraciones.

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Germain es un escritor frustrado y un profesor desencantado, que juzga a los que le rodean de acuerdo a su autocomplaciente nivel intelectual. Nadie parece estar a su altura, ni sus alumnos, ni los padres de estos, ni los otros docentes del instituto, ni siquiera su propia mujer, marchante de arte. A todos los trata con condescendencia, mientras marca su canon a seguir de acuerdo a los logros literarios de los grandes autores franceses, especialmente, Gustav Flaubert. Este baremo es responsable también de su amargura, al verse incapaz él mismo de equipararse a sus maestros. Su vida gris y monótona cambia cuando lee un trabajo de clase de Claude, un alumno aparentemente más interesado en las matemáticas que en la literatura, pero en el que el profesor cree encontrar la chispa de genialidad que él nunca tuvo. La obsesión de Claude por la familia de un compañero de clase, Rapha Artole, lo que él considera una vulgar vida de clase media y, especialmente, por la madre de éste, Esther, una mujer vacía e insustacial, pero que incita el deseo del joven escritor, establece un viaje entre la realidad y la ficción, entre lo lícito y lo prohibido, en el que el viejo profesor se deja embaucar, llevado por la creciente morbosidad vouyerística que le produce adentrarse en las miserias y los fracasos que alberga las paredes de esa casa. Con este material de base, Juan Mayorga, primero, y Ozón, después, han construido una fábula moral de cazador cazado, un juego de seducción no sexual, sino intelectual, donde todos, personajes y público, nos dejamos cautivar por las apariencias, incluso a sabiendas del espejismo, porque estas resultan mucho más tentadoras que la verdad.

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Fabrice Luchini se las apaña para destacar de su personaje su actitud soberbia, pero también su patetismo, logrando la difícil tarea de componer un personaje caricaturesco, pero sin caer en una lectura bidimensional. Su dialéctica con el joven actor Ernst Umhauer es clave para el desarrollo de la película, estableciéndose una estupenda química entre ambos. A través de Umhauer podemos arañar algo de la información del personaje de Claude, que continuamente dramaturgo y guionista se esfuerzan en ocultar. No conocemos las verdaderas intenciones del embaucador, pero sí intuimos en él una huida de una realidad que le es ingrata y la necesidad de llamar la atención y captar el afecto de Germain. A destacar también el excelente trabajo de Kristin Scott Thomas y Denis Ménochet. La primera interpreta a la esposa del profesor, una mujer inteligente, culta, pero insegura, que atraviesa un momento de crisis profesional y no encuentra apoyo en su marido. El segundo es el padre de Rapha, un hombre vulgar, sin demasiadas luces, obsesionado con el deporte, quien intenta representar una imagen fuerte y segura de sí mismo frente a su mujer y su hijo, pero que afronta también un fracaso en la empresa en la que trabaja. En este sentido, la para coja de este reparto es Emmanuelle Seigner como Esther. Acostumbrada a papeles de cierta carga erótica, Seigner ha logrado cierta preponderancia en la industria francesa gracias a su matrimonio con Roman Polanski, pero nunca ha destacado como buena actriz, y cuando debe enfrentarse a un papel con matices, como es el caso, deja en evidencia sus limitaciones. En sus manos, Esther es un personaje plano, carente de esa atracción latente que Claude encuentra en ella.

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Ozon rueda la película de manera elegante y precisa, deleitándose con los detalles y los ambientes mientras acompaña a los personajes en su devenir. Ozon mantiene su frescura y su descaro a la hora de acercarse a la clase burguesa de su país, a la que él mismo pertenece y bajo cuyo seno se crió, aprovechando, con conocimiento de causa, para lanzar también, de manera complementaria, algunos dardos envenenados contra el sistema educativo o el mercado del arte francés. En todo esto resulta fundamental la dirección de fotografía de Jérôme Alméras, quien aporta a la imagen una textura refinada y aristocrática, y la partitura musical de Philippe Rombi, donde el predominio del piano da el tono intrigante y juguetón a la cinta, sin desatender los aspectos más ásperos de los personajes, marcados de manera sutil para apoyar el retrato psicológico de los protagonistas.

Con “En la Casa”, el espectador encuentra una película lúcida y compleja, de guion inteligente y desafiante, marcado por un fino humor y un excelente trabajo de personajes. Es, sin duda, un nuevo ejemplo del buen hacer cinematográfico del país vecino, que últimamente no hace más que deleitarnos con espléndidas películas, donde la inteligencia del espectador se pone a prueba, y no en duda.

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