martes, 6 de noviembre de 2012

“BLANCANIEVES”. TOREROS Y FLAMENCAS

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Hay que reconocer que el destino le ha jugado una mala pasada a Pablo Berger con su adaptación de “Blancanieves”. Lo que hace ocho años, cuando el proyecto empezó a gestarse, hubiese sido un compendio de originalidad, hoy en 2012 se estrena a la estela del éxito de “The Artist” y convirtiéndose en la tercera adaptación que nos llega este año del famoso cuento infantil. Pese a esto hay que reconocer que el resultado es una película distinta de las anteriores, con una personalidad y un estilo visual únicos e intransferibles y apoyada en un notable elenco interpretativo.

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Tras probar las mieles de Bollywood o convertirse en princesa guerrera en las dos versiones hollywoodienses, esta tercera encarnación de Blancanieves salta ahora a la España cañí de los años 20 del pasado siglo, un país de toreros y flamencas, donde la fiesta nacional se convierte en lo único que comparten los ricos y los harapientos, un terreno abonado para las leyendas, pero también para lo grotesco y la tragedia. Y es que la España de Berger es una España de esperpento, más cercana a la pluma de Valle Inclán que a la de los Hermanos Grimm. Cualquiera diría que esta historia de un ilustre matador que, tras una cogida en el ruedo, se enamora de la enfermera que le cuida y donde ésta pasa a convertirse en la odiosa madrastra de su hija, erigiéndose la niña en la Princesa del Pueblo frente al desprecio de aquella, la sacó el director de las páginas de las revistas de la prensa rosa nacional. Sin embargo, esto no es más que la anécdota. De esta película podemos destacar mucho más, como esa relación con la abuela gitana, la añoranza por el padre ausente, la inocencia perdida por un gallo llamado Pepe, el patetismo trágico de la despedida de la niña de su progenitor, el mefistofélico mundo de la farándula, el peculiar príncipe azul, la siniestra muerte de la bruja o ese poético final donde el director opta por cambiar de cuento y de princesa.

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Berger también evidencia una exquisita cinefilia, como ya hiciera con su anterior trabajo, “Torremolinos 73”, donde utilizaba la excusa del porno amateur en la España del tardofranquismo para homenajear al cine de Ingmar Bergman. Ahora se mantiene fiel a los parámetros del cine mudo, respeta el formato cuadrado de la imagen, los intertítulos, incluso la mezcla de imágenes se hace de acuerdo a las limitaciones técnicas de la época. Sin embargo, mientras “The Artist” ponía su mirada en el cine Hollywoodiense, esta “Blancanieves” está más influenciada por cineastas de Europa del este como Eisenstein, Epstein, Pabst, Stroheim o Dreyer, mientras que de los pioneros de la Meca del cine bebe más de nombres de influencia europeísta como David Griffith, Abel Gance, Todd Browning o, incluso, Orson Welles, y del cine nacional, los referentes van desde Val del Omar hasta Luis Buñuel, pasando por Florián Rey. Aquí es indispensable el trabajo de fotografía realizado por Kiko de la Rica, quien lleva a cabo una gozosa labor en blanco y negro, jugando con los claroscuros y sacando partido a los contrastes, y la milimétrica edición de Fernando Franco, quien no sólo establece la cadencia adecuada a la historia, sino que demuestra un profundo estudio de las teorías del montaje de los formalistas rusos.

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Esto sin duda son elementos que deleitarán al ojo cinéfilo bien afinado, pero la película no se queda ahí tampoco. Por encima de ese contexto de cine serio y reflexivo, visualmente muy meditado, la película logra enganchar al espectador general con un cuento grotesco, siniestro y ácido, pero también repleto de ternura, de lágrimas y de romanticismo. En esto juega un papel decisivo la excelente labor de casting, logrando que hasta el personaje más secundario resulte característico a los ojos de la audiencia, y que todos ellos cuenten con un actor capaz de darle esencia y humanidad. Es cierto que los papeles de los villanos resultan los más arquetípicos, los más caricaturescos, especialmente con esa relación sadomasoquista entre Encarna, la madrastra, y Genaro, su chofer y amante. Sin embargo, ahí sin duda juega un papel determinante la labor de Maribel Verdú y Pere Ponce, especialmente la primera, quien como es habitual en ella, alcanza las cuotas interpretativas más altas de la cinta, aunque con cuidado de no restar con su carisma presencia en pantalla a las verdaderas protagonistas y los dos grandes descubrimientos de la cinta, Sofía Oria y Macarena García, como las dos encarnaciones de Carmen, la Blancanieves particular de la película.

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Cada una por separado aporta una gran luminosidad e inocencia a la cinta y de manera conjunta consiguen abarcar todo el espectro del personaje, resultando verosímiles como las dos etapas de Carmen. Pese a su juventud, Oria afronta con entereza los aspectos más amargos de su papel, mientras que García consigue hacer la transición de la inocencia a la madurez sin perder ese halo luminoso del personaje y llenando la pantalla en todo momento. Junto a ellas hay que destacar también a un excelso Daniel Giménez Cacho, como Antonio Villalta, el padre de Carmen, la magnífica Ángela Molina como Doña Concha, la abuela, Ramón Barea o José María Pou.

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Para dar voz a esta cinta muda, en sustitución al inicialmente previsto Alberto Iglesias, se escogió al músico Alfonso Vilallonga, quien ha afrontado aquí el reto más delicado y ambicioso de su carrera cinematográfica, ofreciendo un partitura ecléctica y compleja, fundamentada en la música popular, con pasodobles, saetas, música circense y cabaret, pero reservando un lugar privilegiado a la descripción musical de la protagonista, representada por dos temas, la canción “Blancanieves”, interpretada por Silvia Pérez Cruz, y un leitmotiv lento y melancólico que subraya la parte más trágica de la historia.

Con estos ingredientes es difícil no rendirse ante esta película, cuyo aspecto más delicado va íntimamente relacionado con el que le da identidad: la representación de esa tradición española construida alrededor del mundo taurino. Berger ensalza con su película la tradición de la fiesta nacional, convirtiendo a los toreros(ya sean matadores expertos como Antonio de Villalta, caricaturescos como los enanitos toreros, o simbólicos como la propia Blancanieves) en los héroes de este cuento de hadas, al mismo tiempo que escenifica algunas escenas de corridas de toros, necesarias por la temática de la película, y rodadas con buen gusto, sin recrearse en la tortura hacia el toro. Sin embargo, esto no quita que estas imágenes, el ensalzamiento de la fiesta nacional y sus participantes y el hecho de haber montado auténticas corridas para la realización de la película, suponga un serio obstáculo para ese sector del público contrario a esta celebración, como es nuestro caso.

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¿Invalida esto a la película? Objetivamente no, como decíamos antes forma parte intrínseca de su identidad y la estética establecida, así como de la cultura de nuestro país. Por ello, objetivamente, estamos ante una película superlativa, visualmente cuidada y elaborada, con un exquisito trabajo de actores. Sin embargo, subjetivamente, esta “Blancanieves” nos supone una objeción de conciencia.

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2 comentarios:

  1. Echad un vistazo a este vídeo:

    http://www.youtube.com/watch?v=u33B2UV1agQ

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  2. Evidentemente ensalzar la tortura animal en un momento donde una gran parte de la ciudadanía española pugna por salir de este negro marasmo y la otra aboga por patrocinar esta miseria sangrienta de la tauromaquia y elevarla a la categoría de arte, me resulta cuanto menos, repugnante. Para realizar este film se ejecutaron nueve animales y esto en si mismo, es un delito. Esta es la excelencia de un director. Su calidad como cineasta. A mi me parece una snuff movie donde le han arrancado los gritos y la sangre de las víctimas. Es una burla completa.

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