La sobreexplotación de títulos en producción, un sistema de trabajo apresurado y una mala elección de escritores ha convertido a la industria del cine en un nicho de libretos carentes de inventiva, argumentos a medio desarrollar y personajes bidimensionales. Es por esto que la aparición de mentes creativas como Andrew Niccol son celebradas como oasis en un desierto de mediocridad. Desgraciadamente, como todo oasis, los buenos guionistas deben luchar contra un entorno hostil y nada propicio, que en última instancia puede acabar secando su inventiva y asimilándolos a la superficialidad imperante. Pese a haber participado en películas de características diferentes, como “El Show de Truman”, “Gattaca”, “La Terminal” o la reciente “In Time”, el cine de Andrew Niccol, ya sea sólo como guionista o también encargándose de la dirección, se ha caracterizado por una mirada inquisitiva a la realidad, disfrazada siempre con argumentos sobre entornos adocenados e ilusorios, donde, para alcanzar la libertad, sus protagonistas tienen que enfrentarse a unas reglas que les mantienen sometidos.
“EL SHOW DE TRUMAN”. EL GRAN HERMANO TE VIGILA
Andrew Niccol llegó a Estados Unidos a finales de los años 90, después de haber desarrollado en Londres una fructífera carrera en el campo de la publicidad, y lo hizo llevando bajo el brazo una ambiciosa carta de presentación, el guión de “El Show de Truman”, con el que inmediatamente captó la atención del productor Scott Rudin. La intención de Niccol era encargarse él mismo del apartado de dirección, sin embargo, pronto este proyecto empezó a crecer y adquirir dimensiones insospechadas. Jim Carrey se sintió atraído por la historia, viendo en ella una posibilidad de romper con su imagen de humorista histriónico y demostrar que tenía la capacidad de aceptar roles más complejos y dramáticos. Por otro lado, y en parte debido a la incorporación de la estrella en la producción, el presupuesto se elevó a los 60 millones de dólares, haciendo dudar a Rudin de poner a un realizador inexperto al frente de una película de este peso económico. Finalmente, el puesto de dirección recayó sobre Peter Weir, un cineasta de mayor fiabilidad, autor de títulos de prestigio como “El Club de los Poetas Muertos”, “Único Testigo” o “Matrimonio de Conveniencia”, todas ellas, además avaladas por un considerable éxito comercial.
“El Show de Truman” nos presentaba una especie de fábula futurista acerca del mundo de la televisión y las cada vez menores barreras morales a la hora de obtener un éxito de audiencia. En este caso, el protagonista es un hombre nacido y criado en un entorno absolutamente artificial y controlado para intentar replicar la evolución de una vida corriente ante las cámaras. A lo largo de su metraje la cinta adquiría diferentes lecturas, no sólo en referencia al mundo de la televisión, sino también a modo de distopía orwelliana, donde el Gran Hermano controla el destino de los personajes, o despertar Nietzscheano, en el que el Hombre es consciente de su situación de esclavo y debe revelarse contra su Creador para poder liberarse. El guión de Niccol combinaba una premisa novedosa, un desarrollo inteligente, diálogos solventes y una equilibrada interacción de drama, comedia, discurso y emoción. Esto, sumado a la inventiva visual de Weir, cuya puesta en escena empleaba todo tipo de ángulos y perspectivas para enfatizar esa idea de cámara invisibles que rodean en todo momento al protagonista, y una cuidada dirección de actores, pensada no sólo para el lucimiento particular de Jim Carrey, sino también para explotar los distintos registros de actores tan versátiles como Ed Harris, Laura Linney, Noah Emmerich o Natasha McElhone, dio como resultado una película fresca, diferente y estimulante.
“GATTACA”. HUMANISMO NEONOIR
El proceso de producción de “El Show de Truman” fue lento y laborioso, tardando dos años en llegar a la gran pantalla. En este tiempo, y tras aprender la lección de no presentar guiones demasiado ambiciosos o costosos si quería encargarse él de la dirección, Andrew Niccol ideó una nueva historia de realización más austera, pero que redundaba en esa visión humanista del individuo frente a las limitaciones de una sociedad evolucionada. Con un presupuesto de escasos 20 millones de dólares, Niccol tuvo la oportunidad de debutar como cineasta con “Gattaca”, una cinta de carácter más marcadamente futurista que “El Show de Truman”, en la que se nos presentaba una civilización donde los avances en la genética han desestabilizado aún más las diferencias sociales, creando diferentes castas y clases. En este futuro alternativo, el destino viene ya predeterminado por la genética, definiéndose desde la concepción de la persona sus capacidades y aspiraciones laborales. La película situaba como lo más bajo del escalafón a los denominados “hijos de Dios”, es decir, aquellos que no han sido modificados genéticamente, arrastrando, por lo tanto, una serie de taras naturales y hereditarias que les etiquetaban como no válidos para las aspiraciones más altas de este nuevo “Superhombre”. Una vez más, Niccol nos presenta un héroe extraordinario, un hijo de Dios que se rebela contra su destino y sacrifica toda su vida en pos de la búsqueda de un sueño, viajar a las estrellas, más allá de esa estructura social discriminadora, en la que se juzga a las personas por lo que tienen al nacer y no por lo que son capaz de lograr en la vida.
“Gattaca” es una película tremendamente estilizada, pensada para situar al espectador en un futuro cercano (a través de la propia premisa o el diseño industrial de los edificios y los coches), pero diseñada de acuerdo a los patrones estéticos del cine negro clásico de los años 50 (con esa trama detectivesca, sobre el asesinato de un personaje que sirve de motor del argumento, o la caracterización de los personajes). La frialdad de la puesta en escena y la desafectada interpretación de los actores (unos excelentes Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law) contrasta con el subtexto emocional de la cinta (la historia de los dos hermanos, el creciente romance entre los dos protagonistas, la relación de amistad de Vincent y Jerome o el clímax final, esperanzador y trágico a un mismo tiempo), consiguiendo extraer una gran sensibilidad de esos breves instantes en los que los personajes dejan entrever su frustración interior y sus deseos de liberación. Curiosamente, “Gattaca” se estrenó en 1997, un año antes de “El Show de Truman”, de manera que cuando ésta llegó a los cines, Andrew Niccol era celebrado ya como uno de los más estimulantes nuevos directores del panorama hollywoodiense.
“S1M0NE”. HA NACIDO UNA ESTRELLA
Tras un debut tan sonado con dos películas prácticamente consecutivas, el tercer trabajo de Andrew Niccol se hizo esperar. Por esta época, ya el director y guionista había tenido la posibilidad de estudiar a la industria desde dentro, desarrollando un guión que ahondaba en las bambalinas del sistema, poniendo el ojo crítico en algunos de los temores y esperanzas que acechan en la industria, en especial en lo referente al divismo de las estrellas o el progresivo perfeccionamiento de los efectos especiales. La trama nos presentaba a un director en decadencia, quien tiene la posibilidad de generar a la primera actriz virtual, S1m0ne (abreviación de “Simulation 1”). S1m0ne se convierte en la intérprete ideal, capaz de seguir a la perfección las instrucciones del director, sin tener que soportar por ello las excentricidades o los caprichos de las estrellas de cine. Sin embargo, S1m0ne se transforma en algo más, tras el éxito de la presentación de la actriz, ésta pasa a convertirse en depositaria de todas las inseguridades y resentimientos del protagonista, en un arma con la que éste apunta inconscientemente a su propia cabeza.
“S1m0ne” abandona el tono solemne y grave de las dos películas anteriores para decantarse por la comedia amarga e irreverente, destacando la interpretación de Al Pacino en el papel principal, pero sobre todo la de Rachel Roberts como S1m0ne, con un punto de artificiosidad que llega incluso a hacernos creer que se trata realmente de una recreación virtual. De hecho, esa fue la intención inicial. Tras ver el nivel de fotorealismo de “Final Fantasy. La Fuerza Interior”, los productores se llegaron a plantear realmente que el personaje fuera generado por ordenador, pero finalmente la idea fue desechada. Sin embargo sí se llegó a insinuar antes del estreno que el papel estaba interpretado realmente por una creación virtual y en los títulos de crédito aparecía como tal. Roberts firmó un acuerdo de confidencialidad que la comprometía a no revelar el papel que estaba interpretando realmente en la película y no fue hasta la edición en DVD que se corrigieron los créditos y se introdujo el nombre de la actriz en el lugar que le correspondía. Pese a todo esto, la cinta supuso un ligero descenso en el alto listón marcado previamente por Niccol, sin que ello suponga ni mucho menos una obra fallida. La puesta en escena del cineasta es más plana que en “Gattaca”, pero no por ello carente de interés, destacando sobre todo la representación de las películas dentro de la película, la premisa sigue siendo inteligente y diferente y consigue buenos registros por parte de todos los actores.
“LA TERMINAL”. EN TIERRA DE NADIE
Hay encargos que son imposibles de rechazar y la oferta de participar en una película de Steven Spielberg en Hollywood es uno de ellos. En 2004, Andrew Niccol pasó a formar parte del equipo de guionistas que elaboró el libreto de “La Terminal”, inspirándose (lejanamente) en un hecho real: la historia de Merhan Nasseri, un refugiado iraní que desde 1998 tuvo como lugar de residencia el aeropuerto Charles DeGaulle, siendo incapaz de entrar en territorio estadounidense o europeo por cuestiones burocráticas, pero tampoco pudiendo regresar a su país natal. Niccol fue el encargado, junto a Sacha Gervasi, de desarrollar el argumento de la historia, mientras que el libreto definitivo fue elaborado entre este último y Jeff Nathanson. Éste ha sido hasta la fecha el único caso en el que Niccol no se ha encargado en solitario del apartado literario de las películas en las que ha participado, sin embargo, pese a que su participación fue muy acotada, es ineludible encontrar su huella en la experiencia vital de Viktor Navorski en el aeropuerto JFK de Nueva York.
Bajo su apariencia de comedia ligera, al servicio de las habilidades cómicas de Tom Hanks (espléndidas, por otro lado), “La Terminal” presenta una reflexión sobre temas como la inmigración, las fronteras internacionales, la burocracia o la inestabilidad política tras los acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos. Estos elementos van a cobrar mucha más importancia para Spielberg y su equipo de guionistas que la historia particular de Merhan Nasseri. En este sentido, la cinta presenta algunas características intrínsecas al cine de Andrew Niccol. En primer lugar un entorno regido por una burocracia feroz que anula la lógica humana. El aeropuerto JFK pasa a convertirse en un microcosmos repleto de historias particulares que habitan en un espacio de tránsito para el resto del a humanidad. Tomando como hilo conductor la presencia de Navorski, la conjunción de todas estas experiencias humanas contrastan con la figura de Frank Dixon, regidor de ese particular orden social, quien se ciñe a acatar una serie de normas preestablecidas, siendo incapaz de reaccionar adecuadamente cuando un caso excepcional no queda definido por ningún perfil burocrático. Es en este momento en el que la norma se antepone a la persona y que lo que fue ideado como un modelo utópico desemboca en una distopía a pequeña escala, aunque no muy diferente a la que ya nos presentaran “El Show de Truman” o “Gattaca”. Por el contrario, Viktor Navorski pasa a recoger el testigo de héroes “Niccolianos” como Truman Burbank o Vincent Freeman, guiándose de manera un tanto ingenua, desprejuiciada, por un inspirador idealismo basando en fuertes pilares humanistas. En su momento, “La Terminal” fue recibida con cierta dureza por parte del público y la crítica, quienes no vieron con buenos ojos que una premisa tan actual e incisiva fuera tratada de manera tan ligera y amable por parte de Steven Spielberg. Sin embargo, si bien estas críticas no están carentes de fundamento, la película no se limita únicamente a eso, y bajo esa patina de ingenuidad y buenos sentimientos, encontramos también un mensaje preocupado por los efectos de unas políticas basadas en la desconfianza y la paranoia.
“EL SEÑOR DE LA GUERRA”. LA MANO QUE DOMINA EL MUNDO
Hasta este momento, los trabajos cinematográficos de Andrew Niccol habían contado con cierto elemento fabulador, donde incluso su historia de corte más realista, “La Terminal”, se fundamentaba más en la metáfora y la cuentística que en ser un reflejo verosímil de la realidad. Por otro lado, todos sus personajes habían sido héroes intachables, incorruptibles al desaliento y rebeldes contra una sociedad adversa. Además, tras dos películas de recepción menos halagüeña que los títulos con los que había debutado, Niccol seguía necesitando reafirmar las buenas expectativas generadas a finales de los 90. Todo esto cambió en 2005 con “El Señor de la Guerra”. Para esta película, el guionista y director llevó a cabo un extenso proceso de documentación, llegando a contactar con verdaderos traficantes de armas, quienes posteriormente participaron en la película en materia de supervisión.
Si bien la historia que nos presenta es ficticia, sí está inspirada en personajes auténticos, de ahí que el protagonista, Yuri Orlov, esté basado principalmente en el traficante ruso Viktor Bout, aunque también toma elementos de otros cuatro referentes reales. La película puede ser vista principalmente como una crítica al impacto y la globalización del mercado de las armas, pero también como una denuncia del reverso oscuro que existe en la política internacional (apoyando a criminales como Yuri, como en el pasado se dio bendición institucional a la piratería) y del desequilibrio social que causa (las armas son fabricadas y vendidas por las grandes potencias del mundo, sin embargo, sus víctimas son de mucha menor escala, como los niños soldados de África). La impunidad ante la ley, el enriquecimiento rápido que se consigue con este tipo de negocios ilegales o la dilapidación moral que produce el poder en el ser humano son otros de los temas que van confluyendo en la trama a medida que avanza el metraje. “El Señor de la Guerra” es otro ejemplo de la ambición literaria de Niccol, aunando una obra dinámica, atractiva, no exenta de humor y con una apuesta narrativa sólida y contundente con un carácter denunciante que atacaba a diferentes estamentos de poder en Estados Unidos. En esta ocasión, la crítica volvió a alabar el excelente trabajo del cineasta y su empeño por ofrecer obras de aspiraciones comerciales, pero que se salieran de la norma y los patrones imperantes; sin embargo, a nivel de distribución y taquilla, la cinta se vio afectada por las reticencias de los estudios a la hora de dar salida a una historia de temática tan controvertida, sobre todo en lo referente al mercado estadounidense, donde la venta de armas es un negocio tan fructífero y rentable. Esto afectó negativamente a la carrera comercial de la película y, por extensión, a la carrera de Niccol, quien ha tardado seis años en regresar a la gran pantalla.
“IN TIME”. EL PRECIO DE LA VIDA
Todo lo anterior es fundamental para poder comentar una película como “In Time”, coherente a rasgos generales con el estilo de su autor, pero que al mismo tiempo establece un peligroso punto de inflexión en su carrera. Si nos atenemos a la premisa de su argumento, podemos decir que no nos encontramos muy lejos del terreno establecido en 1997 con “Gattaca”. Nos volvemos a encontrar en un futuro distópico, donde la genética ha acrecentado las distinciones sociales entre ricos y pobres, y donde los más desafortunados se ven atrapados en un sistema sin salida y desolador. También encontramos a un héroe idealista a quien un giro del destino le pone en situación de equilibrar la balanza, aunque ello suponga enfrentarse al orden social establecido. Niccol no escatima las lecturas contemporáneas de su guión, hasta el punto de vincularlo con la crisis económica actual y los recientes movimientos sociales de denuncia y ocupación. “In Time” ofrece también una cuidada propuesta estética a la hora de mostrar un futuro alternativo particular, pero cercano, como ya hicieran otros títulos del género como “Blade Runner”, “Días Extraños” o la propia “Gattaca”. No hay naves espaciales, ni pistolas láser, pero sí automóviles y arquitectura de diseño industrial y anticipatorio. Sin embargo, desde el inicio la película evidencia una pretensión comercial poco habitual en el cine de Niccol, y más predispuesta a hacer concesiones de cara al estudio. Esto no quita para que durante la primera mitad de metraje, la cinta nos resulte estimulante y atractiva.
Desgraciadamente, una vez se han establecido las bases de su argumento, éste desemboca en un mero thriller persecutorio, en el que los protagonistas se dedican a robar bancos de tiempo y a huir de las autoridades. Se deja en la estacada los aspectos más interesantes de la trama, apenas existe desarrollo de personajes, quedan muchas lagunas por cubrir y se opta por una resolución facilona y sin interés. Todos estos elementos van en contra del tipo de cine que hasta ahora había definido a Andrew Niccol como cineasta. En este sentido, “In Time” parece el producto de un escarmiento. Tras por una obra tan arriesgada como “El Señor de la Guerra” da la impresión de que Niccol ha tenido que plegarse a la industria y ha dirigido su última película con miedo a salirse de la norma, más atento a adecuarse a los patrones del thriller y el cine de acción que a crear una obra con identidad propia. Como película de género al uso, se trata de un producto aceptable, entretenido, con actores que saben salir al paso de sus personajes y algunos apuntes argumentales de interés. Sin embargo, ateniéndonos a la trayectoria de su autor, el resultado es bastante insatisfactorio y poco cuidadoso, realizado con desinterés o socavado en postproducción para intentar asegurar un mejor recorrido comercial.
Teniendo en cuenta el antecedente que marca “In Time”, temor nos produce el próximo trabajo de Andrew Niccol, “The Host”, adaptación de una novela de Stephenie Meyers, creadora de la saga “Crepúsculo”. Lo que en un principio se presentaba como un punto de confianza hacia esta producción puede pasar a ser la confirmación de la rendición de un autor a la vorágine de la industria. Esperemos que no sea así, y que “In Time” se quede como un desliz dentro de la carrera de este interesante cineasta.
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