El estreno de “Star Wars. Episodio
VII. El Despertar de la Fuerza” ha llegado con la sana intención de convertirse
en una nueva esperanza para el devenir de la franquicia. Después de haber
provocado el despertar de toda una generación de fans a finales de los 70 y
principios de los 80, la producción de las precuelas supuso un doloroso mazazo
a estos seguidores y trajeron el desprestigio a la saga. La salida de George
Lucas de la franquicia tras la venta de los derechos a Disney abrió un nuevo
espectro de posibilidades en un universo hasta entonces férreamente controlado
por su creador, pero no nos engañemos, la Disney no es la resistencia, no ha
llegado para liberar Star Wars de la tiranía del emperador Lucas. Sus intereses
son principalmente mercantilistas, como hemos podido comprobar con la
desbordante campaña de marketing que ha acompañado al estreno de esta séptima
entrega. Por delante no sólo nos quedan años de nuevos episodios y spin offs,
sino también todo un bombardeo de merchandising y publicidad, con el que Disney
espera que Star Wars supere la rentabilidad que le está proporcionando su
adquisición de Marvel. Como base de este plan maestro, el estudio ha aprendido
de los errores cometidos por Lucas, quien se ofuscó en vender una visión de la
franquicia alejada de lo que pedían los fans. Puestos a validar su adquisición
de la saga, la Casa del Tío Walt sabía que el enemigo a abatir era precisamente
esa deriva a la que su creador había llevado las películas, básicamente, las
precuelas. Disney ha tomado nota de lo que demandaba el público y ha armado una
película que se ajustara a ello con todas sus consecuencias. Que nadie busque
grandes innovaciones en la saga, ni en este primer episodio, ni en los que
están por venir. Disney ya tiene establecida la fórmula del éxito y, como ha
venido haciendo con las películas de Marvel, no tiene intención de apartarse
mucho del camino marcado. El público no quería una sobresaturación de efectos
digitales, no quería historias ni personajes infantiloides, cargados de
diálogos ridículos; había que regresar a la esencia original, al sentido de la
aventura y la magia, recuperar el carisma de los personajes originales y
extraer de su ADN las características de las nuevas incorporaciones, y eso,
para bien o para mal, es lo que han hecho.
Esta nueva entrega nos traslada 30
años después de la muerte del emperador, en una incipiente República, que tiene
como principal enemigo a la Primera Orden, reducto del viejo imperio, dirigida
por el Líder Snoke y capitaneada por el general Hux y Kylo Ren, maestro de la
orden de los caballeros de Ren, sociedad primigenia de la que surgieron tanto
los Jedi como los Sith. Combatiendo los avances de la Primera Orden se mantiene
la resistencia, con la generala (antes princesa) Leia Organa al frente. En este
contexto, se nos presentan nuevos personajes: Rey, una joven chatarrera de
pasado misterioso; Finn, un soldado de asalto desertor; Poe Dameron, un experto
piloto de X-Wing y BB-8, un androide heredero del espíritu de R2D2 y custodio
del plano que conduce a un desaparecido Luke Skywalker.
J.J. Abrams cumple con los dos
objetivos principales de la película marcados por Disney. El primero era
recuperar el tono de la primera trilogía, recreando aquel ambiente de fantasía
poblado por todo tipo de criaturas. Se vuelve a potenciar el uso de
maquillajes, prótesis y animatrónicos, frente al abuso de personajes digitales
de los Episodios I, II y III. Esto no implica que no se haga uso de ellos, pero
su peso en el conjunto del metraje es más reducido y bien integrado. Lo mismo
podemos decir de la recreación de los diferentes entornos y artefactos. Aquí
encontramos fusión de elementos físicos y digitales, dependiendo de las
necesidades de la escena. Ejemplo de esto lo tenemos en el Halcón Milenario,
cuya versión digital se emplea principalmente para las escenas de vuelo, con el
fin de darle un mayor dinamismo, frente a su presentación en tierra o el
interior, para lo que se emplean decorados reales. La dirección de fotografía
de Daniel Mindel, colaborador habitual de Abrams, mimetiza también el trabajo
realizado por Gilbert Taylor en 1977. En este sentido, con todos estos
elementos, Abrams quiere aprovechar al máximo el componente nostálgico en la
película, colocados estratégicamente para que los fans veteranos aplaudan los
guiños, y con la esperanza de que las nuevas generaciones puedan acercarse a la
mitología gracias a las nuevas incorporaciones.
La recuperación de los personajes
clásicos (en mayor medida, Han Solo y Chewbacca) resulta también un acierto,
una excelente manera de establecer el puente entre las películas originales y
esta nueva entrega. Particularmente, los nuevos personajes nos parecieron
atractivos y bien interpretados, con especial mención a Daisy Ridley, que se
come la pantalla en su papel de Rey; en lo que se refiere a John Boyega, Adam
Driver y Oscar Issac, consideramos que defienden bien sus personajes, aunque
estos se ven más afectados por las deficiencias de un guion que, como
comentaremos, no está a la altura de las circunstancias. En cualquier caso, es
innegable que ninguno puede hacer sombra al carisma de Harrison Ford. Mucho se
ha debatido sobre el desorbitado salario de la estrella frente a sus compañeros
de reparto. En nuestra opinión, ha sido dinero bien invertido. Él solo carga
con la película a sus espaldas y ayuda a dar peso a otros personajes. Si bien
la participación de Carrie Fisher queda en entredicho por la desgana de la
actriz, Ford consigue que los momentos juntos de Han y Leia (enaltecidos por la
espléndida recuperación por parte de John Williams del tema de amor que acuñó
en “El Imperio Contraataca”) están cargados de ternura y de historia, de igual
manera que la camaradería entre el mercenario y su ayudante wookie.
El segundo objetivo alcanzado por
Abrams es ofrecer una película trepidante y dinámica, repleta de acción y
emoción. En este sentido, Disney ha preferido sacrificar el misticismo de Lucas
en favor de ofrecer un entretenimiento de primer orden, vibrante y emocionante,
con secuencias verdaderamente épicas, como los dos ataques del ejército de la
Primera Orden a Jakku o la llegada del escuadrón de las X Wings al planeta
Takadona. No hay en ella espacio para la reflexión, sino puro espectáculo
cinético. Apenas hay tiempos muertos en las dos horas y cuarto de metraje de la
película, las secuencias de acción se van encadenando una detrás de otra, sin
que exista la sensación de que el director intente dilatar la narración, aunque
sí es cierto que algunas pueden resultar un tanto gratuitas, como la lucha
contra los Rathtars. También se respeta una de las características básicas de
la space opera, que es el concepto de viaje y visitar varios planetas. “El
Despertar de la Fuerza” nos permite visitar varios escenarios nuevos, aunque
algunos de ellos (de acuerdo a ese componente nostálgico en la estética de la
película) rememoren otros antiguos, como es el caso del planeta Jakku, que
parece un remedo de Tatooine, o el planeta donde la Primera Orden oculta la
base Starkiller, un lugar helado que recuerda al planeta Hoth. El humor es
también un componente esencial, acompañando a los momentos de tensión y
ayudando a aliviar la intensidad de la acción.
Si bien en lo referente al tono y la
estética, la cinta cumple sus objetivos, el principal hándicap con el que
cuenta la película radica en su guion. Durante la producción de la cinta se
enfatizó como rasgo positivo y garantía de confianza de cara al fan clásico, el
regreso de Lawrence Kasdan a la saga. Kasdan no sólo firmó algunos de los
mejores momentos de la trilogía clásica, sino que además ayudó a George Lucas
con otro de sus personajes clásicos, Indiana Jones. Su retorno al universo Jedi
prometía una mayor solidez literaria a la historia, sin embargo esto no ha sido
así. Es cierto que, desde sus inicios, la saga siempre ha contado con muchas
deficiencias e incongruencias argumentales, que aumentaron de manera
exponencial con la llegada de las precuelas, sin embargo, esto no justifica que
nos encontremos con una trama tan débilmente hilvanada, con agujeros de guion
tan evidentes, conceptos carentes de explicación o mal expuestos y situaciones
resueltas de manera facilona o poco verosímil, hasta el punto de que da la
impresión de que quien está detrás del guion no es Lawrence Kasdan, sino Damon
Lindelof. Por otro lado, no todo lo referente a ese factor nostálgico que
mencionábamos antes es positivo y es que el libreto bebe en exceso de las
referencias a la primera película de la saga, “Episodios IV. Una Nueva
Esperanza”, hasta el punto de que, más que una secuela, el resultado parece un
remake escondido. La estructura argumental es calcada, los giros y
características de los personajes muy similares. Esto da a la película una incómoda
sensación de deja vú, provocando que los principales giros argumentales se
vuelven previsibles, restando originalidad y sorpresa al desarrollo de la
historia.
Si bien, estas deficiencias que hemos
comentado nos supusieron una decepción con respecto a las expectativas
depositadas en la película, en general, nos dejamos llevar más por su sentido
del espectáculo y su carácter nostálgico. “Star Wars. Episodio VII. El
Despertar de la Fuerza” no es la mejor película de la franquicia, tampoco
creemos que ese fuera su objetivo. Afortunadamente, tampoco es la peor (en nuestra opinión, este demérito pertenece a "Star Wars. Episodio II. El Ataque de los Clones"). Para nosotros, consigue remontar los lastres dejados por George Lucas, pero
por el camino pierde también su discurso, dejando como resultado un ejemplo
perfecto de blockbuster hollywoodiense actual (sin ir más lejos, el caso de “Jurassic
World”): visualmente desbordante, nostálgicamente clónico, pero argumentalmente
hueco.
Excelente crítica Manu.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mijo.
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