En 1973 el director William Friedkin
revolucionó el género de terror con “El Exorcista”. El impacto de esta
extraordinaria película generó desgraciadamente devastadores efectos
colaterales. Después de Regan, muchas han sido las películas que han intentado
infructuosamente repetir el éxito de Friedkin. Ni las secuelas generadas
posteriormente, ni todos los títulos sobre exorcismos que se han producido con
posterioridad han llegado al nivel de terror y de impacto en el espectador y la
historia del cine que aquella cinta fundacional. Es más, la mayor parte de
ellas ni siquiera han sido buenas películas de terror. El último intento viene
de la mano del director Mark Neveldine con “Exorcismo en el Vaticano”.
Neveldine tiene en su haber otras
cuatro películas, todas codirigidas junto a Brian Taylor, siendo ésta su
primera cinta en solitario. El punto de partida es un guion escrito en 2009 por
Christopher Borrelli y Michael C. Martin, a partir de una historia original
ideada por el propio Borrelli junto al productor Chris Morgan (responsable también de la franquicia de "A Todo Gas"). Sobre el papel
nos encontramos ante una historia no especialmente original, que intenta
inútilmente establecer un contraste entre ciencia (a través de los intentos por buscar una explicación científica y racional en el hospital o el centro psiquiátrico donde internan a
la protagonista) y fe (el verdadero trasfondo religioso y demoníaco de la
trama). Además, fuera de lo puramente sobrenatural, plantea un cierto conflicto entre los personajes, utilizando
para ello las fricciones en la relación del padre de la protagonista y la
pareja sentimental de ésta. Ideas que a priori podrían parecer interesantes,
pero que son desarrolladas de manera precipitada y chabacana. Neveldine, por su
parte combina narración tradicional con el formato found
footage para intentar dar a la acción sobrenatural una mayor cercanía con
el espectador y cierto toque de realismo, sin embargo, la puesta en escena es
tan torpe y desnortada que más que inquietud lo que genera en el espectador es
sopor y vergüenza ajena. El reparto cuenta con intérpretes competentes, algunos
de ellos incluso con prestigio a sus espaldas (como Dougray Scott, Michael Peña
o Djimon Hounsou), sin embargo, la dirección de actores es tan nefasta que
todos parecen sacados de algún grupo de teatro amateur.
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