lunes, 28 de diciembre de 2015

“EL PUENTE DE LOS ESPÍAS”. MÚSICA PARA BARRAS Y ESTRELLAS

Desde que trabajaron por primera vez juntos, allá por 1974 con la película “Loca Evasión”, el tándem Steven Spielberg-John Williams ha sido uno de los más celebrados y famosos de la historia del cine. En estos más de 40 años de trabajo conjunto, sólo en dos ocasiones se ha roto esta alianza. La primera fue en 1984, con “El Color Púrpura”. Aquel era un proyecto arriesgado para Steven Spielberg, un director de origen judío, imagen del cine más comercial de Hollywood, quien se había empeñado en adaptar una obra de referencia dentro de la comunidad afroamericana. La elección de Quincy Jones como compositor, aunque no especialmente afortunada en lo musical, fue un recurso diplomático para suavizar las críticas de racismo. La segunda ha tenido lugar este año con “El Puente de los Espías”. Problemas de salud impidieron que John Williams se encargara de la música de la película, obligando a Spielberg a delegar en otro músico. Durante décadas los fans de la música para el cine hemos albergado la duda sobre quién sustituiría al maestro cuando éste se retirara. Curiosamente, de los compositores que se barajaron en los incontables debates al respecto, el nombre de Thomas Newman no contaba con demasiadas opciones. A pesar de eso, visto con perspectiva no resulta una opción tan lejana. La tradición musical que implica el apellido Newman para el cine, el vínculo de John Williams con esta saga de compositores, y la capacidad de Spielberg para reconocer artistas con voz propia justifican esta elección.
Hay que reconocer que la llegada de la edición discográfica, antes de poder comprobar el valor de la música con la imagen, no fue lo más afortunado para el músico. De manera aislada, la partitura sonaba apagada y dispersa, carente de la fuerza o la emoción que se presupone a la música de una película de Steven Spielberg. Todo el interés de la partitura se centraba en los últimos tres temas, por otro lado, los más extensos del disco, mientras que lo anterior resultaba casi anecdótico, irrelevante. Sin embargo, todas estas consideraciones carecían de fundamento hasta poder contrarrestar la música con las imágenes. Vista la película, el valor de la partitura cambia de manera diametral. Thomas Newman es un compositor que se caracteriza por la peculiar sonoridad de su música, sustentada en gran parte en un siempre exótico uso de la orquestación. Por otro lado, sus trabajos eluden los temas de larga duración, apoyándose más en pequeñas composiciones, generalmente de construcción incompleta, que rara vez superan el minuto, estableciendo una concepción de la partitura a largo plazo. Esto choca con el estilo de trabajo de Williams, a quien le gusta establecer las bases desde un principio para después ir desarrollando y variando los principales leitmotivs a lo largo del metraje de la película. En “El Puente de los Espías” se da el componente añadido de que Steven Spielberg no quería mucha música para la película, prefiriendo que todo el bloque introductorio se apoyara más en los sonidos de la ciudad, por lo que la presentación de los personajes principales rehúsa la identificación musical. El personaje de James Donovan, interpretado por Tom Hanks, no queda adscrito a un leitmotiv hasta que el espía ruso Rudolf Abel, Mark Rylance, no narra su historia del hombre firme. En ese momento Newman se permite uno de los pocos highlights de la partitura antes de entrar en el clímax final. Se trata de un tema que recuerda a la sonoridad de otras partituras de Newman, como “Camino a la Perdición”, con ese tono elegíaco, pero a la que se suma un componente de americana, representado por el uso de la trompeta, que tiene ecos también del estilo de Williams. No es la única vez que Newman cita a Williams en la partitura, y en gran parte, esa referencia viene unida al peso que tiene en la historia, y en la filmografía de Steven Spielberg, el componente nacionalista. Como Hansel y Gretel, Thomas Newman va dejando migas de pan a lo largo del metraje, de forma que la música no estorbe al discurso sonoro que el director quería para la película, pero que al mismo tiempo va preparando el terreno para el tercio final, cuando por fin Spielberg le da alas al compositor para alcanzar un mayor protagonismo. En ese ínterin encontramos algunas referencias a la música rusa, con predominio del coro masculino, o algún tema incidental para enfatizar las secuencias de acción o tensión (como por ejemplo el ataque al U2), pero esto son elementos colaterales, necesarios, pero que frente al discurso principal se vuelven casi anecdóticos. De esta manera, podemos decir que la partitura de Thomas Newman queda verdaderamente concentrada en dos extensas suites. En primer lugar, todo lo que acompaña a la secuencia en el Puente de Glienicke y, por otro, el epílogo final. La primera es un extraordinario trabajo de dominio de la tensión y el suspense a la hora de dilatar la atmósfera de la secuencia, al mismo tiempo que cierra el círculo de manera emotiva entorno a la relación de amistad y respeto entre los dos personajes principales. La segunda responde a ese homenaje al carácter nacionalista de la Americana, identificando en la figura del protagonista ese ideal nacional y familiar del héroe spielberiano. Se trata de una composición sencilla y cercana, apoyada en el piano solista, con las cuerdas y los vientos de apoyo para subrayar el componente patriótico. A modo de bonus, Newman ofrece un soberbio resumen final de su trabajo en los créditos finales, único tema de la partitura que se ve liberado de la dependencia de las imágenes.
Lejos de su primera impresión, la valoración de la partitura de Thomas Newman adquiere, como no podría ser de otra manera, una estimación mucho más positiva. En la película, la música funciona como un reloj, generando una simbiosis emocional con la historia y los personajes que enriquece ambos espectros (el visual y el sonoro). La película tiene la música que necesita, ni más, ni menos, y esta cumple a la perfección con su responsabilidad.           

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