viernes, 18 de octubre de 2013

“JOBS” / “BEHIND THE CANDELABRA” / “RUSH”. EL REVERSO TENEBROSO DE LA GENIALIDAD

BIOPICS

Como es habitual una vez entramos en la recta final del año, nos llega la temporada de premios, con los Goya (por parte del cine nacional) y los Oscars (en lo que se refiere a las producciones hollywoodienses) como objetivo final. Los últimos estrenos en nuestro país parten con aspiraciones a colocarse en esta carrera, llamando la atención la importante cantidad de biopics que nos irán llegando próximamente. Aunque generalmente esté considerado como una categoría agradecida por parte del público y las candidaturas de premios, sobre todo en lo referente al apartado interpretativo, el biopic es un género difícil en cuanto a su preocupante tendencia a un tratamiento convencional y meramente ilustrativo. Pocas son las cintas integradas dentro de esta etiqueta que verdaderamente han supuesto un aporte importante al arte cinematográfico, siendo obras que, por regla general, tienden a caer rápidamente en el olvido. De los múltiples títulos que nos llegarán en los próximos meses veremos cuántos serán capaces de sobrevivir más allá de su etapa comercial en los cines y su campaña inicial en formato doméstico.

“jOBS”. EL MUNDO EN SUS MANOS

jOBS-06 Vivimos en una sociedad cada vez más determinada por la tecnología, donde la introducción de componentes informáticos en los objetos más cotidianos les está dando una nueva vida y una nueva dimensión. Hoy en día pocas son las cosas que no podamos hacer ya desde nuestro smart phone y, sin embargo, somos auténticamente ignorantes de lo que se nos avecina. Los avances son cada vez más rápidos y lo que ayer era revolucionario, mañana estará obsoleto. Uno de los principales responsables de esta vorágine en la que nos encontramos fue Steve Jobs y su empresa Apple. Reconocidos como referentes y modelos a seguir o imitar, la polémica no está ausente de la biografía de este idealista. Fallecido hace dos años, víctima de un cáncer de páncreas, su biopic llevaba forjándose desde mucho antes, siempre con la idea de centrarse más en el periodo de su juventud y sus años de garaje antes de fundar una de las más importantes empresas de informática del mundo. La particular personalidad de Jobs, su visión a la hora de aplicar la tecnología a la vida cotidiana del ciudadano medio, las luchas internas dentro de la empresa y las traiciones que marcaron la trayectoria de Apple eran sin duda material dramático de primer orden a la hora de construir una película biográfica. La controversia definió también el trabajo de los cineastas detrás de este proyecto, sobre todo ante la imposibilidad de tocar determinados aspectos de la vida del protagonista. Sin embargo, estos obstáculos no son ápices para justificar el resultado final.

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Si Steve Jobs fue, efectivamente, una figura revolucionaria en el mundo de la informática y la tecnología se debió, entre otras razones, por buscar siempre un camino diferente e innovador en cada proyecto que emprendía. Es por esto que resulta tan lamentable que su biopic haya resultado ser una película tan vulgar y anodina. Tampoco es que uno esperara mucho de un director como Joshua Michael Stern, entre cuyos créditos lo más destacado había sido “El Último Voto”, una olvidable comedia protagonizada por Kevin Costner, cuyo único mérito era la presencia siempre efectiva de actores como Kelsey Grammer, Dennis Hopper, Nathan Lane o Stanley Tucci. Con su último trabajo, este director tenía la oportunidad de ahondar en la vida de alguien que cambió la sociedad tal y como la conocíamos, sin embargo, se limitó a rodar un melodrama televisivo de sobremesa, insípido y formulario. Nada en su puesta en escena es digno de mención. Se trata de una película que parece rodada con desgana, sin fuerza narrativa, sin carga dramática más allá del conjunto de clichés habituales y agotados. La dirección de actores busca únicamente que los intérpretes mimeticen a los referentes reales, como si una caracterización clónica pudiera sustituir a la indagación psicológica de los personajes.

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Para ser justos, también hay que aclarar que Joshua Michael Stern tampoco tenía mucho que hacer con el rudimentario guion del principiante Matt Whiteley, quien nos presenta una versión recortada y simplificada, un reader’s digest de baratillo, de la biografía de Steve Jobs, centrándose en su relación con Apple, pero desestimando muchos elementos clave en su vida. A penas existe un tratamiento interno del personaje, las elipsis dejan descolgado componentes dramáticos y emocionales necesarios para comprenderlo mejor e incluso a la hora de ilustrar su faceta profesional se queda muy corto. Eso en lo que se refiere al protagonista, si ya nos fijamos en los secundarios, nos encontramos con que la inmensa mayoría de ellos cumple una función meramente testimonial, entrando y saliendo de la acción prácticamente sin dejar huella. Salvo Jobs, sólo hay dos personajes dignos de cierto interés, el compañero de éste en los orígenes de Apple, Steve Wozniak, interpretado por Josh Gad, y Mike Markkula, el primer ejecutivo que apostó por la genialidad de nuestro protagonista, al que da vida el siempre efectivo Dermot Mulroney.

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Al final la película se lo juega todo a una carta, la interpretación de Ashton Kutcher, mediocre actor, cuya mayor aportación al papel es el gran parecido físico con el verdadero Steve Jobs. Desgraciadamente, Kutcher, ansioso de demostrar que puede ser un actor serio y alejarse así del tipo de comedietas románticas de medio pelo que suele interpretar en el cine, se dedica toda la película a mimetizar la forma de andar y los gestos de su personaje. Es tal el esfuerzo que pone en estos detalles, que su interpretación resulta excesiva y forzada, en muchas ocasiones rayando la parodia.

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En definitiva, “jOBS”, la película, es “un quiero y no puedo”, una película muy limitada y rutinaria que se queda a años luz de lo que su protagonista se merecía. No es que no podamos compararla con el espléndido biopic de Mark Zuckerberg que realizó David Fincher en “La Red Social”, es que también queda en evidencia ante aquel primer acercamiento televisivo a los orígenes de Apple y Microsoft que fue “Los Piratas de Sillicon Valley”, protagonizada por Noah Wyle y Anthony Michael Hallen 1999. Y es que hasta la entrada de Wikipedia sobre Steve Jobs resulta más ilustrativa y emocionante que la película perpetrada por Joshua Michael Stern.

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“BEHIND THE CANDELABRA”. EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES

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Si decíamos que “jOBS” es una cinta estrenada en cine, pero que evidenciaba una narrativa propia de melodrama televisivo de sobremesa, la siguiente cinta que queremos tratar aquí representa todo lo contrario. A nadie se le escapa que la televisión es un medio que se encuentra en medio de una revolución creativa, ofreciendo algunos de los mejores trabajos de la ficción actual. Mientras el cine parece anquilosado en fórmulas reiterativas, pensadas para atraer al público juvenil y sacrificando a los espectadores adultos, la pequeña pantalla está acogiendo a toda esa audiencia que ha preferido quedarse en casa ante la falta de propuestas interesantes de la cartelera. Es más, algunos de los principales artistas que están viendo cómo sus proyectos cinematográficos se van aplazando sine die debido a la falta de financiación y a la poca confianza que tienen en ellos los grandes estudios, están encontrando su lugar en canales privados como HBO, dispuestos a arriesgarse con propuestas más provocativas e interesantes. Hace relativamente poco, en referencia a su película “Lincoln”, Steven Spielberg comentó que fue tal la dificultad para levantar esta producción, que el legendario cineasta se planteó reconvertirla en una miniserie televisiva y estuvo en un tris de llevar a cabo su amenaza. Otro Steven, Soderbergh, pertenece también a ese grupo de artistas desencantados con las presiones económicas marcadas por la industria cinematográfica y que ha amenazado repetidamente con abandonar el cine.

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“Behind the Candelabra” fue también un proyecto que nació con intención de llegar a la gran pantalla, sin embargo, el romance entre dos gays no parecía generar buenas expectativas en los estudios, por mucho que uno de los personajes fuera Liberache, popular artista, conocido por sus excesivos trajes, sus afiladas bromas en el escenario y su habilidad con el piano. Tampoco supuso motivo suficiente para dar luz verde a la producción que los dos personajes principales fueran a estar interpretados por estrellas del calado de Michael Douglas y Matt Damon. Así que harto de luchar contra molinos de viento, Steven Soderbergh optó por trasladar todo el proyecto a la pequeña pantalla, con el apoyo también de HBO, que con este telefilm ha sumado a su extenso expediente uno de los títulos estrella de la temporada, presentada en el Festival de Cannes, donde optó a la Palma de Oro, nominada a 15 premios EMMY y ganadora de 11 de ellos, incluyendo Mejor película, Mejor dirección y Mejor Actor Principal para Douglas en las categorías de Miniserie o Telefilm. Sí hay que advertir antes de empezar que “Behind the Candelabra” no está interesada en la carrera profesional de Liberace. Si bien algunas secuencias escenifican parte de sus conciertos, esto tiene la función principal de ayudar a la descripción del personaje principal, especialmente su personalidad narcisista y egocéntrica, pero en ningún momento valorar o definir su valor artístico. La cinta adapta la autobiografía de quien fuera la pareja del músico entre 1976 y 1982, Scott Thorson, tomando el punto de vista de éste desde un primer momento. El encargado de escribir el guion ha sido Richard LaGravenese, escritor especializado en dramas de corte amoroso con un importante peso psicológico, destacando especialmente títulos como “Los Puentes de Madison” o “El Hombre que Susurraba a los Caballos”, y entre los que “Behind the Candelabra” gozará también de un puesto privilegiado.

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A lo largo del metraje podemos apreciar la evolución del personaje protagonista, desde la inocencia inicial, su fascinación por el artista, la seducción que se establece entre ambos, así como una extraña relación que oscilaba entre el sexo, el paternalismo (Liberace prometió en repetidas ocasiones su intención de adoptarle, a pesar de que Thorson era ya mayor de edad) e incluso narcisismo (a instancias del pianista, el protagonista se sometió a una operación de cirugía estética para asimilar sus rasgos a los de su amante, generándole posteriormente un problema de drogadicción debido a una fuerte medicación recetada por el cirujano para mantenerse delgado y en forma). Esta dependencia, sumado a la promiscuidad del artista, fueron minando la relación, una vez se apagó la pasión y la pareja fue cayendo en la monotonía. La película dista mucho de hacer un retrato embellecedor de los dos personajes, aunque justifica sus acciones en base a las carencias afectivas de ambos y la necesidad de recibir atención del otro.

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Soderbergh filma esta historia con su habitual narrativa sobria y distante, elegante y esterilizada, delegando el énfasis emocional en la historia y los actores, mientras que él se dedica a captar minuciosamente cada detalle, recreándose sobre todo en lo excesivo del estilo de Liberace. En este sentido, la película deposita también mucha importancia en el diseño de producción. Los decorados, el vestuario, el maquillaje y la peluquería ayudan a definir a los personajes muchas veces que mejor el propio guion, ofreciendo una estética de rococó kitsch, donde el lujo y lo hortera conviven sin medida. Michael Douglas y Matt Damon destilan una química excepcional, arriesgándose con papeles en los que están muy expuestos y con los que las dos estrellas demuestran su habilidad para desprenderse de su imagen masculina habitual. En este sentido, hay que destacar especialmente el rol de Douglas, quien no sólo establece una magnífica recreación de Liberace, sino que no duda en mostrar un cuerpo envejecido y flácido, frente al joven y fornido Damon. No podemos olvidar tampoco las espléndidas apariciones en papeles secundarios de intérpretes de lujo como Scott Bakula, Debbie Reynolds, Dan Aykroyd o un prácticamente irreconocible Rob Lowe.

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Que “Behind the Candelabra” nos haya llegado a través de la pequeña pantalla no quita para que sea una de las propuestas más interesantes que nos ha llegado este año por parte del cine estadounidense. Si esto es lo que nos propone Hollywood como alternativa para llevar a cabo un tipo de cine de autor valiente y sin cortapisas, bienvenido sea, pero que luego no se quejen si algunos sustituimos definitivamente las salas comerciales por nuestra sala de estar.

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“RUSH”. DOS HOMBRES Y UN DESTINO

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Siguiendo en el terreno del biopic, tenemos también ya en cartelera desde hace varias semanas “Rush”, acercamiento a la rivalidad existente entre los pilotos de Fórmula 1 James Hunt y Nikki Lauda en la década de los 70 del pasado siglo. Dirigida por Ron Howard, supone la segunda ocasión en la que este cineasta se alía con el guionista y dramaturgo Peter Morgan tras “El Desafío. Frost contra Nixon”, y, junto con ésta, también la quinta oportunidad que ha tenido el director de acercarse a una historia verídica, tras “Apollo 13”, “Una Mente Maravillosa”, “Cinderella Man. El Hombre que no se Dejó Tumbar”. Como es habitual en la mayor parte de los biopics, hay que decir que Morgan y Howard reinterpretan los hechos reales a su conveniencia, introduciendo elementos de ficción, modificando datos o exagerando situaciones para ayudar al impacto dramático de la película. Pese a esto la cinta ha contado con el visto bueno de Nikki Lauda, quien a su vez asesoró al actor Daniel Brühl a la hora de interpretarle, y en la producción se ha hecho un intenso esfuerzo para reproducir con fidelidad la época en la que se desarrolla la historia, así como la recreación de las carreras de Fórmula 1.

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A nivel argumental el principal interés de director y guionista ha sido precisamente marcar un momento de cambio en la filosofía de este deporte, empleando la figura de Hunt y Lauda como excusa para exponer dos puntos de vistas opuestos. En este sentido, podemos entender que se mediatice la relación entre los dos pilotos, convirtiéndola prácticamente en una rivalidad de tintes épicos. James Hunt representa en toda su plenitud la frivolidad imperante hasta aquel momento dentro del mundo de la Fórmula 1, donde los pilotos actuaban a modo de estrellas del rock o toreros, utilizando el hálito de muerte que les acompañaba para desarrollar un estilo de vida marcado por el exceso y la búsqueda de lo epicúreo. Sexo, drogas, alcohol y velocidad eran, sin duda, una combinación destructiva y obsesiva. Por su parte, Lauda abría una puerta a un estilo diferente de afrontar el deporte, intentando minimizar los riesgos, estudiando minuciosamente las pistas para acortar los tiempos, preparando el coche con sumo cuidado para incrementar velocidad y seguridad al volante. Sin embargo, esto lleva al personaje a una desafección total tanto del deporte como de las personas que le rodean y que acaban convirtiéndose en meros números, estadísticas y posibilidades. La cinta se interesa por las luces y las sombras de ambas personalidades, sin decantarse por ninguna de las dos en concreto. En este sentido, la cinta se apoya en un cuidado guion que busca continuamente equilibrar, como sucedía en la pistas de carrera, esa confrontación vital entre los dos protagonistas, y también en una espléndida dirección de actores. La caracterización de Chris Hemsworth y Daniel Brühl busca mimetizar el aspecto físico de sus referentes reales, pero no se queda ahí, Howard trabaja con esmero en los actores el trasfondo psicológico. Es en esto último donde sí encontramos un evidente desequilibrio, motivado especialmente por las habilidades interpretativas de los dos actores principales. Brühl demuestra ser un intérprete más formado y disciplinado, con más tablas y meticuloso a la hora de desarrollar su papel (de ahí también que haya sido tan buena elección para encarnar a Nikki Lauda), mientras que Hemsworth se esfuerza pero no logra sacarle todo el partido a su personificación de Hunt. El Thor cinematográfico sabe lucirse en los apartados más superficiales de su personaje, pero cuando se trata de ahondar en su mundo interior se muestra torpe y carente de recursos para afrontar el reto con éxito.

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Donde también hay que aplaudir a la película es en la magnífica recreación de las secuencias de carreras. La puesta en escena de Howard resulta vibrante y sabe captar toda la tensión, velocidad, intensidad y peligro de cada competición. Con una narrativa más acorde a las retransmisiones televisivas actuales, dando ritmo a la acción a través de un montaje rápido y planos cortos, imperando el uso de planos detalle sacados del uso de micro cámaras en el vehículo. Ese lenguaje postmoderno contrasta con la detallista recreación de los coches, recuperando su estructura y colores para satisfacer hasta el espectador más exigente. Sin embargo, a nuestro entender, el aspecto crucial para el buen éxito de estas secuencias radica en el uso del sonido. Los motores rugen e introducen al espectador en la pista a través del oído, conduciéndolo con potencia y fidelidad para que éste se sienta dentro de la cabina del coche y no a salvo en la butaca del cine. A esto hay que sumar la espléndida banda sonora de Hans Zimmer, quien tras decepcionar con su acercamiento a “El Hombre de Acero” y jugar sobre seguro en “El Llanero Solitario”, se ha marcado aquí su mejor partitura cinematográfica para este año 2013. El que ya fuera autor de la partitura musical de “Días de Trueno”, aplica aquí una potente mezcla de orquesta y electrónica que hace despegar la intensidad de las escenas de carreras, pero que también sabe marcar de manera minimalista el carácter autodestructivo de los dos protagonistas.

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En nuestra opinión, Ron Howard ha logrado con “Rush” su mejor película en muchos años y ha demostrado que su tándem con el guionista Peter Morgan puede dar lugar a importantes películas en el futuro.

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