miércoles, 18 de mayo de 2011

“CARTA BLANCA” / “MEDIANOCHE EN PARÍS”. DOBLE SESIÓN CON OWEN WILSON

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INTRODUCCIÓN

En las últimas semanas hemos encadenado en la cartelera de nuestro país dos títulos protagonizados por el humorista estadounidense Owen Wilson, dos películas que no por pertenecer al mismo género pueden ser más diferentes y dirigidas a espectadores de expectativas prácticamente contrapuestas. Wilson es un intérprete que se ha labrado una imagen en la ficción de sinvergüenza con buenos sentimientos, pero incapaz de avanzar en la vida o en sus relaciones sentimentales por culpa de un agudo síndrome de Peter Pan. Sus trabajos junto a Ben Stiller en títulos como “Los Padres de Ella”, “Zoolander” o “Starsky & Hutch” le han proporcionado popularidad, mientras que a las órdenes del director Wes Anderson en “Academia Rushmore”, “Los Tenenbaum. Una Familia de Genios”, “Life Aquatic” o “Viaje a Darjeeling” ha demostrado que bajo esa imagen frívola existe también un actor de carácter que aún no ha empezado a demostrar de lo que es realmente capaz. Precisamente esta dualidad vuelve a quedar patente en los dos títulos que aquí nos ocupan, “Carta Blanca” de los Hermanos Farrelly y “Medianoche en París” de Woody Allen.

“CARTA BLANCA”. SUEÑOS HÚMEDOS

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“Carta Blanca” supone un nuevo intento por parte de los Hermanos Farrelly de regresar a su periodo de esplendor de títulos como “Dos Tontos muy Tontos” o, sobre todo, “Algo Pasa con Mary”. Tras el varapalo económico que les supuso intentar moverse a otros campos con “Amor en Juego” en 2005, y sin obtener con “Matrimonio Compulsivo” el éxito que esperaban (ni siquiera repitiendo con su actor más taquillero, Ben Stiller), ahora han preferido mantenerse en territorio conocido con esta comedia romántica de humor grueso, acerca de la rutina del matrimonio y los pensamientos eróticos con los que fantasean los hombres. La película mantiene bastantes patrones en común con su cine anterior, es decir, personajes masculinos patéticos y obsesionados con el sexo opuesto; mujeres de fuerte carácter destinadas a tener que soportar a hombres que sólo razonan con el bajovientre; situaciones de marcado tono escatológico o grotesco; y una confianza ciega en que, pese a todo, el amor acabará triunfando. Y es que bajo todos sus chistes de caca, culo, pedo, pis, los hermanos Farrelly son dos románticos de dimensiones almidonadas.

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Owen Wilson interpreta a Rick, un personaje gris y mediocre, para el que el mayor estímulo del día es conseguir acostar pronto a los niños e intentar tener una sesión de sexo con su mujer antes de que ésta se quede dormida en la cama, y Jason Sudeikis a Fred, un patético calzonazos, dominado por su mujer, que guarda fotos mentales de toda mujer con la que se cruza para rememorarlas en sus sesiones nocturnas de onanismo en el coche. Ambos personajes están sumidos en una vida rutinaria y sin alicientes, y su única evasión es intercambiar comentarios procaces sobre las mujeres de su entorno, ya sean sus propias esposas, las de sus amigos y vecinos, o la dependienta del lugar donde van a tomar café. Cuando sus mujeres le dan permiso (la famosa carta blanca) para poder llevar a cabo durante una semana esas fantasías sin que ello interfiera en su matrimonio, la euforia inicial da paso al pánico, al darse cuenta de que son un par de amebas sociales, incapaces de establecer contacto con ninguna mujer sin caer en el mayor de los ridículos. Ambos intentan dar una imagen más sofisticada entre sus amigos, compuesto por otros individuos igualmente desesperados e inadaptados, por lo que la carta blanca se convierte en una excusa y una necesidad para demostrar a su grupo y a ellos mismos que no son unos fanfarrones.

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Todo el peso de la película recae precisamente en la química existente entre los dos actores protagonistas. Wilson se desprende de esa postura de galán canallesco de otros títulos suyos para interpretar a un hombre absolutamente corriente, ni especialmente atractivo, ni especialmente inteligente, pero sí honesto y de buenos sentimientos, que vive una vida sencilla, y al que le hubiese gustado que su existencia le hubiese deparado experiencias más excitantes. Por su parte, Sudeikis aprovecha la ocasión que se le brinda para robar cada escena aprovechando el patetismo inherente a su personaje. Wilson es la estrella, tiene más escenas y la historia gira en torno a su personaje, pero los gags más grotescos y bochornosos están reservados para él.

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Como es habitual en el cine de los Farrelly, los personajes femeninos, al menos los principales, son descritos con respeto y afecto, aunque sólo sea por la pandilla de inmaduros que suelen poner a su lado. Esa misma insatisfacción que sienten los dos protagonistas la sufren también sus mujeres, Maggie y Grace, interpretadas por Jenna Fischer y Christina Applegate. Ambas se sienten decepcionadas por la actitud infantil de sus maridos y que está provocando el distanciamiento en su matrimonio, eso les lleva a hacer uso de la carta blanca, para hacerles ver que la vida de solteros no es ese harem que ellos creen recordar. Para su desgracia, su semana de libertad se verá también amenazada por clichés de fantasías femeninas, concretamente un adolescente deportista y fibroso y un madurito comprensivo y seductor, que en el fondo siguen escondiendo dos nuevos ejemplares de hombres obsesionados con el sexo.

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Entre los personajes femeninos hay que destacar también a Leigh, interpretada por Nicky Whelan, la dependienta de la cafetería con la que Rick fantasea continuamente. Al igual que sucedía con el personaje de Cameron Díaz en “Algo Pasa con Mary”, se trata de la idealización de la mujer según los Farrelly. Es atractiva, simpática, sexualmente activa y sabe ver la belleza interior del protagonista, pero todo esto también la convierte en el objetivo de hombres con carencias afectivas y sexuales de niveles patológicos, en este caso Bret, su compañero de trabajo en la cafetería. Y es que en el cine de los Farrelly, debajo de las distintas apariencias de los personajes masculinos yace el mismo sustrato.

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Desgraciadamente, el problema de “Carta Blanca” es precisamente ese, que no puede quitarse la losa del ya manido esquema del cine de los Hermanos Farrelly. No le vamos a negar buenos gags, porque los tiene (aislados, pero los tiene), como el rescate en el jacuzzi o las lecciones de seducción de Coakley, interpretado por un sorprendente Richard Jenkins, alejado de sus habituales personajes reflexivos e introspectivos. Sin embargo, sí encontramos muchas situaciones que hubiesen necesitado un guionista que les sacara más partido y un director que supiera darle ritmo al gag, y los Farrellys fracasan en lo uno y en lo otro. Los actores defienden sus personajes como pueden, pero la sensación final es de más de los mismo, pero peor.

“MEDIANOCHE EN PARÍS”. EL DISCRETO ENCANTO DE LA NOSTALGIA

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A Woody Allen se le suele considerar el más europeo de los directores americanos actuales, un cineasta que siempre ha cultivado el gusto por la cultura del viejo mundo y entre cuyos autores favoritos se citan nombres como Ingmar Bergman o Federico Fellini, pero que también se debe al cine clásico de su país y que es un enamorado de las calles de Nueva York y del baseball. Durante años, esta dualidad convertía a Allen en un director respetado en Estados Unidos, pero cuya carrera se sustentaba gracias a los ingresos de sus películas en Europa. Con una industria del cine cada vez más dirigida a los resultados económicos, Allen vio como la inversión en sus películas por parte de los estudios de Hollywood era cada vez más exiguos, obligándole a expatriarse si quería seguir haciendo cine. Desde 2005, sus trabajos han estado sustentados por productoras europeas y rodadas en territorio británico, español y, ahora francés. La única excepción ha sido “Si la Cosa Funciona”, donde regresó a su idolatrado Manhattan. Resulta, por lo tanto, curioso que su última película, “Medianoche en París”, haga referencia a la Generación Perdida, un grupo de artistas estadounidenses que durante los años 30 abandonaron su país desencantados por cómo iban las cosas en su país, para desarrollar su carrera desde el exilio en París, que gracias a esto se convirtió en la cuna del arte durante este periodo de entreguerras.

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Allen siempre ha confesado que Paris es una de sus ciudades europeas favoritas, junto con Londres y Venecia. Hasta ahora había rodado algunas escenas de películas suyas allí, concretamente “Todos dicen I Love You”, donde había aprovechado para hacer un guiño particular al musical de Vincente Minnelli “Un Americano en París”, sin embargo, ésta es la primera vez que rueda una obra suya íntegramente en la Ciudad de las Luces. Al igual que sucediera con el Londres de “Match Point”, Allen se muestra como en casa rodando por las calles parisinas, aunque en “Medianoche en París” podemos encontrar una veneración que no existía en la capital inglesa. A esto ayuda la dirección de fotografía de magnífico Darius Khondji y que ya queda patente en el mismo arranque de la película, un montaje de imágenes de París que recuerda al mítico inicio de “Manhattan” con la música de George Gershwin. Allen se recrea en los diferentes ambientes de la ciudad, la sofisticación de sus hoteles y museos, la elegancia de Versalles, los acogedores mercadillos y sobre todo la calidez de sus estrechos paseos adoquinados que nos retrotraen al pasado.

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Y precisamente de eso trata “Medianoche en París”, de un viaje en el tiempo a través del cual el director, o en este caso su alter ego interpretado por Owen Wilson, rememora esa ambiente de alta cultura y libertad de la Edad de Oro de los años 30, donde en esas mismas calles se daban cita nombres como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, Cole Porter, Pablo Picaso, Henry Miller, T.S. Eliot, Dalí, Man Ray o Luis Buñuel. Como ya hiciera en “La Rosa Púrpura del Cairo” o “Alice”, Allen hace uso de un recurso de fantasía que rompe con el insatisfactorio ambiente tradicionalmente realista de su cine. Las necesidades vitales del protagonista, sumado a su falta de conexión con las personas de su entorno, especialmente su prometida y su familia, le permiten fugarse de la realidad y viajar allí a donde él cree pertenecer, codearse con sus iguales y descubrir que ellos mismos también tenían añoranza de un tiempo pasado. La nostalgia se convierte de esta manera en una respuesta al inconformismo. Esa realidad mágica e idealizada sirve de tránsito existencial hasta que el protagonista es capaz de conocerse a sí mismo y descubrir qué es lo que quiere hacer con su vida.

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Al mismo tiempo este choque de realidades le sirve al director para proponer algunos de los mejores gags de su cine reciente, recuperándonos al Woody Allen chispeante, culto e inteligente de su periodo más laureado. Con esto no queremos decir que estemos ante una obra del calibre de “Hannah y sus Hermanas”, “Delitos y Faltas” o la ya mencionada “La Rosa Púrpura del Cairo”, pero sí, junto con “March Point”, ante la película más estimulante y fresca del director en lo que llevamos de siglo XXI. No se trata de una comedia abierta a un público general, ya que la mayor parte de sus momentos de humor, necesita de un conocimiento previo de los referentes y personajes que entran en juego en la acción, pero teniendo en cuenta la cartelera, el contar con una película que abogue por el humor inteligente y culto es de agradecer. Teniendo en cuenta además que, en su primer fin de semana, la cinta ha sido capaz de desbancar del ranking de recaudación a títulos pesados como “Fast and Furious 5” y “Thor”, podemos albergar la esperanza de que no todo esté perdido en la taquilla de nuestro país.

CONCLUSIÓN

Como decíamos en la presentación, resulta llamativo que dos títulos tan contrastados como “Carta Blanca” y “Medianoche en París”, estrenados además casi de manera simultánea en nuestro país (sólo con una semana de diferencia), cuenten con el mismo actor protagonista, especialmente cuando éste se muestra tan cómodo en ambos registros. Esperamos que Owen Wilson siga contando con la fortuna de protagonizar títulos de tirón comercial como “Carta Blanca” o sus tándems con Ben Stiller (por favor, ¿para cuándo ese reencuentro entre Hansel y Derek Zoolander?), pero sobre todo esperamos que esto no le impida seguir alternando con películas más estimulantes como “Medianoche en París” o sus trabajos que su amigo y cómplice Wes Anderson.

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