lunes, 25 de abril de 2016

“OBJETIVO: LONDRES”. BARRAS Y ESTRELLAS

¿Por qué será que, independientemente de la ideología de cada uno, nos resultan tan atrayentes los justicieros fascistoides en el cine? Ya estén interpretados por Clint Eastwood, Charles Bronson, Chuck Norris, Sylvester Stallone o Steven Seagal, hay un placer culpable en observar a esos machos alpha matar sin ningún tipo de traba moral a todo tipo de malhechores, ya sean meros rateros callejeros o terroristas internacionales. Uno de los últimos en sumarse a este prestigioso clan ha sido Gerald Butler con el personaje el Mike Banning. Presentado en “Objetivo: La Casa Blanca”, este agente del servicio secreto a cargo de la protección del presidente de los Estados Unidos de América, regresa con la misma mala uva en su segunda parte, “Objetivo: Londres”, donde, siguiendo las reglas no escritas de las secuelas de acción, el espectro de acción de la historia amplía su círculo geográfico. Si en la anterior todo transcurría dentro de la Casa Blanca, aquí los protagonistas van a tener que desplazarse por la ciudad de Londres, donde los villanos de la historia no sólo tendrán entre sus objetivos a los dirigentes del G-8, sino también, al más puro estilo Roland Emmerich, algunos de los enclaves icónicos de la capital británica.
“Objetivo: La Casa Blanca” fue una cinta que sorprendió gracias sobre todo a la estupenda puesta en escena de Antoine Fuqua y al trabajo de Gerard Butler al frente de un heterodoxo reparto. La cinta apostaba por recuperar el esquema argumental de “La Jungla de Cristal”, manteniendo el mismo tono de acción directa y humor irónico que definió la cinta de John McTiernan y, por extensión, a gran parte del actioner de los 80. A esto se sumaba unas altas dosis de nacionalismo americano, con esos planos enfáticos de la bandera y la apología del modo de vida estadounidense que hacían sus protagonistas a la hora de afrontar el ataque de un grupo terrorista coreano. Si en esta primera entrega se avalaba el papel imperialista e intervencionista de los Estados Unidos, la nueva aventura de Mike Banning se enarbola directamente como una apología de algunos de los rasgos más cuestionables de la política exterior del país. Tras un arranque en el que somos testigos de la capacidad del ejército estadounidense para eliminar a distancia a sus enemigos (en este caso un terrorista y traficante de armas) sin importarle llevarse de por medio a civiles inocentes, la película no duda en un instante en dejar clara su opinión sobre los aliados del mundo libre a los que describe de manera caricaturesca y ridícula antes de eliminarlos de un plumazo. Sólo los británicos (al fin y al cabo, histórica, política y culturalmente emparentados con los estadounidenses) se salvan de la quema, aunque dejando claro que el fallo de seguridad les corresponde a ellos. Una vez metidos en acción, la forma de actuar de Banning y su desprecio hacia sus enemigos nos dibujan un protagonista con altas capacidades en el cuerpo a cuerpo o con el uso de las armas, prácticamente invulnerable, pero moralmente controvertido. Como sucediera con la proliferación de los John Rambo en el cine de los 80 en plena era Reagan, aquí tenemos un héroe más acorde a los postulados abanderados por Richard Trump que de la era Obama (a pesar de que la representación que se hace del presidente de los Estados Unidos intenta ser más moderada, frente a la falta de remilgos de Banning). Afortunadamente, nos encontramos ante una obra de ficción y no la vida real. Lo que fuera de la pantalla a nosotros particularmente nos parecería una actitud reprobable, en la película no deja de apelar a un cierto sentimiento primigenio y cavernario que aporta un toque lúdico y festivo a la cinta.
Si ya en la anterior entrega, el guion abusaba de situaciones inverosímiles y desproporcionadas (como el ataque inicial a la Casa Blanca), aquí el exceso adquiere niveles más descabellados, obligando al espectador a forzar su suspensión de incredulidad si quiere disfrutar de la película. La concatenación de aparatosas secuencias de acción, diálogos monolíticos y personajes estereotipados no permiten más que aceptar la película como lo que es, un divertimento ruidoso y exagerado, más cercano al lenguaje de videojuegos bélicos de última generación que a aquel guiño al actioner de los 80 de la primera parte. La puesta en escena de Babak Najafi es vibrante en las secuencias de acción, con algunos momentos notables, como la persecución automovilística por las calles de Londres o el tiroteo del clímax final. Sin embargo, no resulta tan diestro (tampoco el libreto se lo permite) en los momentos de descanso entre traca y traca, cuando los personajes ponen el seguro a las armas y rompen la tensión con diálogos de escaso peso dramático. Ahí depende del carisma de intérpretes como Gerarld Butler, Aaron Eckhart o Morgan Freeman para salvar los muebles y defender el rancio discurso ideológico de la cinta.
Llama la atención en una cinta de acción de estas características la pobreza de los efectos digitales. Es cierto que “Objetivo: Londres” se ha tenido que conformar con un presupuesto inferior a su predecesora, pero algunas composiciones digitales, cuyo objetivo es aportar espectacularidad a la cinta, parecen sacadas más bien de alguna de las chapuceras producciones de Asylum. Afortunadamente, son pocos los momentos en los que se recurre a estos efectos y se apuesta más por la acción física, ya sea automovilística o con coreografías de combate cuerpo a cuerpo. Como en la anterior entrega, la partitura musical vuelve a recaer en manos de Trevor Morris, quien ofrece un ejercicio potente, recuperando el leitmotiv nacionalista de la primera entrega y aportando con la orquesta una enérgica sonoridad a la película. De esta manera, al igual que en “Objetivo: La Casa Blanca”, la música, sin ser una obra especialmente memorable, sí se convierte en uno de los principales aliados de la narración, aportando un trasfondo emocional a los personajes e incrementando  la espectacularidad de la acción.

A todos los niveles, esta nueva aventura de Mike Banning resulta un producto inferior a la película original, pero desde una perspectiva desprejuiciada y meramente lúdica, puede suponer un agradable entretenimiento para los amantes del cine de acción.

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