lunes, 11 de abril de 2016

“KIKI. EL AMOR SE HACE”. EN LA VARIEDAD ESTÁ EL GUSTO

Decía Patricia Highsmith que una de las influencias clave en su literatura había sido el libro “La Mente Humana” del psiquiatra Karl Menninger, obra que descubrió a la tierna edad de 8 años y que le abrió los ojos a todo tipo de perturbaciones de la psique. Posteriormente, utilizaría las características de muchos de aquellos traumas para definir y dar motivaciones a los personajes de sus novelas de misterio y crímenes. Da la impresión de que con su última película, “Kiki. El Amor Se Hace”, el actor y director Paco León ha seguido un procedimiento parecido, pero enfocado hacia las filias sexuales. La cinta está estructurada en base a cinco historias paralelas que se van alternando a lo largo del metraje, cada una de ellas definida por algún tipo de fetichismo sexual poco habitual, que sitúa a los personajes en contextos, cuando menos, chocantes e irreverentes.
En la primera de las historias, una joven (Natalia de Molina) confiesa a su novio (Álex García) que sufre de harpaxofilia, es decir, que se excita cuando la atracan, y que había experimentado el mayor orgasmo de su vida durante un robo en una gasolinera. En el relato protagonizado por Paco León, Ana Katz y Belén Cuesta, una pareja que no acaban de conectar sexualmente deciden abrirse a nuevas experiencias con el fin de avivar la pasión. Candela Peña y Luis Callejo interpretan a un matrimonio que lleva años intentado infructuosamente tener hijos y que esto puede venir motivado por la anorgasmia de la mujer, hasta que ella descubre que es dacrifilica (es decir, que se excita al ver a alguien llorar). En la cuarta historia, un cirujano plástico (Luis Bermejo) se ve continuamente rechazado por su mujer (Mari Paz Sayago), quien tras un accidente que la dejó parapléjica no deja que él se le acerque, ni que le toque. Por último, Alexandra Jiménez interpreta a una mujer con problemas auditivos y con un fetiche por la seda (Elefilia o atracción por los tejidos). A estas tramas principales se unen otras filias secundarias, que abren aún más el abanico de los particularismos sexuales de los personajes de la película.
Con esta atípica recopilación de intereses sexuales, Paco León, lejos de querer llevar a cabo una película erótica (aunque no exenta de picardía), lo que pretende es plantear un discurso sobre el amor en el ser humano y las diferentes formas y combinaciones que tiene de producirse, así como criticar la tendencia conservadora y homogeneizadora de nuestra sociedad a la hora de catalogar y juzgar las relaciones amorosas. Todos los personajes de la película guardan en secreto sus deseos y sienten vergüenza de aquello que les provoca placer sexual. Es la capacidad de desprenderse de estos tabúes lo que les permite alcanzar la felicidad y desarrollar una relación sentimental y sexual plena. Todo ello presentado con un formato fresco, ligero y divertido. El guion de Paco León y Fernando Pérez, basado en la película “The Little Death” de Josh Lawson, busca en todo momento la complicidad del espectador a través del humor y riéndose más de nuestros propios prejuicios que de lo peculiar de las filias sexuales de los personajes. Como sucediera en sus trabajos anteriores, nos encontramos ante un libreto basado más en pequeñas situaciones que en un arco argumental bien hilvanado y complejo. En este sentido, la escritura, aunque más estructurada que con sus películas sobre Carmina, se evidencia aún tosca, pero también por esto mismo abierta a la improvisación por parte de los actores. Un mayor trabajo de guion, perfilando mejor las historias y limando algunos diálogos hubiesen beneficiado a la película, sin embargo, esto queda compensado por el tono desprejuiciado y lúdico de la narración.
Como director, León sigue apostando por una puesta en escena funcional y directa, sin florituras, ni esteticismos. Al igual que sucede con el guion, una mano más experimentada en el trabajo de planificación hubiese ayudado a la película, pero también a riesgo de restarle esa frescura y cercanía que desprende. Es en la dirección de actores donde verdaderamente se luce el cineasta. Se aprecia una gran confianza entre actores y director (más cuando él mismo es uno de ellos), y también la libertad que se les ha dado para hacer suyos sus personajes e improvisar, permitiendo una mayor naturalidad en el trabajo actoral. Como curiosidad, encontramos con que muchos personajes comparten nombre de pila con el actor que los interpreta, un recurso que sirve para generar una mayor identificación no sólo del actor con su papel, sino, sobre todo, del espectador hacia el actor y el personaje. A la frescura que comentamos sobre el tono de la narración y las interpretaciones, hay que añadir también la aportación de la música, especialmente en lo referente a la selección de canciones, que ayudan también a trasmitir esa sensación de divertimento y humor que traspiran el resto de los componentes de la película.   
“Kiki. El Amor Se Hace” se salda como una cinta modesta, sin ambiciones, pero con las ideas muy claras de lo que quiere trasmitir al espectador y el tipo de historias que quiere contar. Aquí juegan un papel fundamental los actores, que ofrecen trabajos cercanos y cotidianos a pesar de las peculiaridades de su tipología sexual, permitiendo que el espectador no sólo pase un rato divertido y agradable en la sala, sino que además sea capaz de empatizar con unos personajes con los que podríamos coincidir a la vuelta de cualquier esquina. Es, precisamente, ese componente de cercanía y cotidianidad lo que confiere a la película el empeño de romper con tabúes y prejuicios implantados en nuestra sociedad supuestamente moderna y progresista, pero aún pacata y recelosa en lo que a relaciones sexuales se refiere.   

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