Desgraciadamente, la violencia de
género sigue siendo a fecha de hoy una de las principales lacras de nuestra
sociedad. Si bien hemos experimentado avances en este terreno, aún hay mucho
camino que recorrer en materia educacional, social y judicial. Por de pronto,
sigue sin existir un verdadero consenso con respecto a la terminología con la
que nos referimos a estos casos (violencia de género, violencia contra las
mujeres, violencia familiar). Si bien cada vez son más los casos que se
denuncian y que salen a la luz y cada vez las víctimas tienen menos miedo a
hablar, sigue siendo un tema tabú y sigue existiendo una cierta tendencia
intentar justificar las acciones del maltratador. Precisamente, de eso trata la
cinta de 2013 “La Por (El Miedo)”, escrita y dirigida por Jordi Cadena, a
partir de la novela original de Lolita Bosch, proyectada el pasado viernes 9 de
octubre en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, como parte
de su programación de Otoño Cultural y a la que acudieron su director, dos de
sus protagonistas, Ramón Madaula y Roser Camí, así como la juez titular del
Juzgado de Violencia de Género de Santa Cruz de Tenerife, Emilia Salto.
“La Por (El Miedo)” es una película
pequeña, modesta, realizada con pocos medios y con un reparto reducido, que
sitúa su punto de vista dentro de un hogar escenario de esta violencia, pero no
tanto desde la perspectiva de la víctima directa o del maltratador, sino del
hijo mayor de la familia. Precisamente, la novela en la que se basa, “M”, es
una obra dirigida a un público juvenil, donde el entorno en el que se
desarrolla la historia está definido por la mirada de un adolescente; sin
embargo, las decisiones estilísticas de puesta en escena la convierten en una
película más digerible por un público maduro. Se trata de un trabajo que se
apoya más en los silencios, en las situaciones intuidas y en las emociones
acalladas que en una representación explícita del problema. Cadena busca ante
todo la cotidianidad de los actos, representar la vida de los personajes con un
día a día donde esa situación de maltrato, aunque anómala y definitoria de la
psicología de los personajes, no interrumpe la apariencia de normalidad de la
familia. De esta manera, argumenta que nos encontramos ante una problemática
que no involucra únicamente a dos individuos (víctima y maltratador), sino que
también resulta lesiva para los hijos del matrimonio.
Codina presenta una cinta intensa,
dura, dolorosa; sin embargo, no escenifica la violencia, prácticamente no hay
una representación física de sus efectos (salvo algún plano aislado de los
hematomas de la madre protagonista y el contundente clímax final). Se habla de
huir, pero nunca de la necesidad de denunciar, a pesar de que el director sí
trasmite esta idea de manera subliminal pero constante. El entorno social de
los protagonistas permanece ignorante de lo que sucede, con un muro de silencio
que lo separa de la realidad familiar, como en la vida real, donde estos casos
están repletos de pequeñas pistas (comportamientos erráticos, pequeños brotes
de violencia, ausencias torpemente justificadas) que desgraciadamente muchas
veces no se pueden decodificar hasta que ya se ha producido la tragedia. Ante
este acallamiento, Codina logra un excelente trabajo de los actores, quienes
con poco (pequeños gestos, un lenguaje corporal repleto de tensión y
distanciamiento) logran expresar mucho. En este sentido, los momentos más
expresivos de la película tienen lugar en tres planos concretos en los que las
tres víctimas rompen la cuarta pared y miran directamente a la audiencia, en
una clara llamada de auxilio y como augurio de un aciago desenlace.
Pocos son los diálogos con los que
cuenta el guion, y menos aun los que tratan directamente la problemática. En
este sentido, resulta más expresivo el uso del sonido ambiente, metáfora de la
rutina y la cotidianidad, que desde un principio se impone a la violencia
silenciada. Lo mismo sucede con el apartado musical. Salvo el sencillo tema a
piano que escuchamos en los créditos iniciales y finales, no hay partitura
original y el resto de la música es preexistente e intradiegética que
corresponde a las canciones con las que le protagonista intenta acallar los
ataques de su padre a su madre o su propia conciencia. De la misma manera que la
voz de los personajes está apagada por
el miedo, la imagen aparece difuminada en muchos de los planos de la cinta. Nos
encontramos, por lo tanto, ante una realidad difusa, deformada, donde la
violencia sugerida afecta a la representación de lo que la rodea. La
planificación se apoya sobre todo en planos detalle, en un encuadre parcial de
esa realidad cotidiana, que objetivamente está desprovista de ningún síntoma de
violencia, pero en el que subyace un ambiente enrarecido, ilustrado con
pequeñas miradas esquivas y silencios expresivos. Con claras cercanías con el
cine de Michael Haneke y la forma seca y contundente con que éste representó la
violencia en trabajos como “El Vídeo de Benny” o “Funny Games”, Cadena dilata
el tiempo de la acción y se apoya en planos largos que aportan a su mirada un
componente más intimista e introspectivo y que cargan la película de una gran
violencia implícita y contenida.
“La Por (El Miedo)” resulta una cinta
valiente, dura y sincera, que ante la imposibilidad de aportar respuestas, se
esfuerza en generar preguntas en el espectador que le permitan reflexionar
sobre esta problemática. Para ello utiliza un lenguaje sencillo y directo, pero
sin caer en la obviedad ni el maniqueísmo en el discurso, al mismo tiempo que
se apoya en un excelente trabajo interpretativo, que se aparta de cualquier
histrionismo. El resultado es un trabajo notable, poderoso en su mensaje, pero
también comprometido en su construcción cinematográfica.
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