lunes, 12 de octubre de 2015

“LA POR (EL MIEDO)”. VIOLENCIA SILENCIADA

Desgraciadamente, la violencia de género sigue siendo a fecha de hoy una de las principales lacras de nuestra sociedad. Si bien hemos experimentado avances en este terreno, aún hay mucho camino que recorrer en materia educacional, social y judicial. Por de pronto, sigue sin existir un verdadero consenso con respecto a la terminología con la que nos referimos a estos casos (violencia de género, violencia contra las mujeres, violencia familiar). Si bien cada vez son más los casos que se denuncian y que salen a la luz y cada vez las víctimas tienen menos miedo a hablar, sigue siendo un tema tabú y sigue existiendo una cierta tendencia intentar justificar las acciones del maltratador. Precisamente, de eso trata la cinta de 2013 “La Por (El Miedo)”, escrita y dirigida por Jordi Cadena, a partir de la novela original de Lolita Bosch, proyectada el pasado viernes 9 de octubre en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, como parte de su programación de Otoño Cultural y a la que acudieron su director, dos de sus protagonistas, Ramón Madaula y Roser Camí, así como la juez titular del Juzgado de Violencia de Género de Santa Cruz de Tenerife, Emilia Salto.
“La Por (El Miedo)” es una película pequeña, modesta, realizada con pocos medios y con un reparto reducido, que sitúa su punto de vista dentro de un hogar escenario de esta violencia, pero no tanto desde la perspectiva de la víctima directa o del maltratador, sino del hijo mayor de la familia. Precisamente, la novela en la que se basa, “M”, es una obra dirigida a un público juvenil, donde el entorno en el que se desarrolla la historia está definido por la mirada de un adolescente; sin embargo, las decisiones estilísticas de puesta en escena la convierten en una película más digerible por un público maduro. Se trata de un trabajo que se apoya más en los silencios, en las situaciones intuidas y en las emociones acalladas que en una representación explícita del problema. Cadena busca ante todo la cotidianidad de los actos, representar la vida de los personajes con un día a día donde esa situación de maltrato, aunque anómala y definitoria de la psicología de los personajes, no interrumpe la apariencia de normalidad de la familia. De esta manera, argumenta que nos encontramos ante una problemática que no involucra únicamente a dos individuos (víctima y maltratador), sino que también resulta lesiva para los hijos del matrimonio.
Codina presenta una cinta intensa, dura, dolorosa; sin embargo, no escenifica la violencia, prácticamente no hay una representación física de sus efectos (salvo algún plano aislado de los hematomas de la madre protagonista y el contundente clímax final). Se habla de huir, pero nunca de la necesidad de denunciar, a pesar de que el director sí trasmite esta idea de manera subliminal pero constante. El entorno social de los protagonistas permanece ignorante de lo que sucede, con un muro de silencio que lo separa de la realidad familiar, como en la vida real, donde estos casos están repletos de pequeñas pistas (comportamientos erráticos, pequeños brotes de violencia, ausencias torpemente justificadas) que desgraciadamente muchas veces no se pueden decodificar hasta que ya se ha producido la tragedia. Ante este acallamiento, Codina logra un excelente trabajo de los actores, quienes con poco (pequeños gestos, un lenguaje corporal repleto de tensión y distanciamiento) logran expresar mucho. En este sentido, los momentos más expresivos de la película tienen lugar en tres planos concretos en los que las tres víctimas rompen la cuarta pared y miran directamente a la audiencia, en una clara llamada de auxilio y como augurio de un aciago desenlace.
Pocos son los diálogos con los que cuenta el guion, y menos aun los que tratan directamente la problemática. En este sentido, resulta más expresivo el uso del sonido ambiente, metáfora de la rutina y la cotidianidad, que desde un principio se impone a la violencia silenciada. Lo mismo sucede con el apartado musical. Salvo el sencillo tema a piano que escuchamos en los créditos iniciales y finales, no hay partitura original y el resto de la música es preexistente e intradiegética que corresponde a las canciones con las que le protagonista intenta acallar los ataques de su padre a su madre o su propia conciencia. De la misma manera que la voz  de los personajes está apagada por el miedo, la imagen aparece difuminada en muchos de los planos de la cinta. Nos encontramos, por lo tanto, ante una realidad difusa, deformada, donde la violencia sugerida afecta a la representación de lo que la rodea. La planificación se apoya sobre todo en planos detalle, en un encuadre parcial de esa realidad cotidiana, que objetivamente está desprovista de ningún síntoma de violencia, pero en el que subyace un ambiente enrarecido, ilustrado con pequeñas miradas esquivas y silencios expresivos. Con claras cercanías con el cine de Michael Haneke y la forma seca y contundente con que éste representó la violencia en trabajos como “El Vídeo de Benny” o “Funny Games”, Cadena dilata el tiempo de la acción y se apoya en planos largos que aportan a su mirada un componente más intimista e introspectivo y que cargan la película de una gran violencia implícita y contenida.
“La Por (El Miedo)” resulta una cinta valiente, dura y sincera, que ante la imposibilidad de aportar respuestas, se esfuerza en generar preguntas en el espectador que le permitan reflexionar sobre esta problemática. Para ello utiliza un lenguaje sencillo y directo, pero sin caer en la obviedad ni el maniqueísmo en el discurso, al mismo tiempo que se apoya en un excelente trabajo interpretativo, que se aparta de cualquier histrionismo. El resultado es un trabajo notable, poderoso en su mensaje, pero también comprometido en su construcción cinematográfica.

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