domingo, 22 de marzo de 2020

“EL HOYO”. TODOS SOMOS CARACOLES.

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Conceptualmente, “El Hoyo” recuerda al debut de Vincenzo Natali allá por 1997 con “Cube”. Ambos son títulos rodados con muy bajo presupuesto, basados en la claustrofobia y la confrontación de un conjunto de personas encerradas en un espacio reducido, y donde toda la historia se rodó en un decorado único, pero haciéndolo pasar por distintas habitaciones. Este segundo largometraje de Galder Gaztelu-Urrutia adopta la apariencia de distopía futurista para convertirse en una metáfora de nuestra sociedad actual y lo que supone la distribución de la riqueza en el mundo. Su mirada hacia la brutalidad, el egoísmo y la zafiedad del ser humano es implacable. Su puesta en escena es feísta, desagradable y hasta obscena, en ocasiones. Desde luego, no es una propuesta para estómagos aprensivos. Gaztelu-Urrutia escenifica todo tipo de procesos fisiológicos, de manera cruda y sin paños calientes, desproveyendo y degradando el arte de la gastronomía, especialmente a medida que se va bajando de nivel, hasta convertirlo en deshechos. Lo mismo podemos decir de los personajes, empezando por el protagonista. Todo atisbo de civilización y humanidad se va perdiendo, cayendo en el primitivismo y el esperpento. No quedan mucho espacio para la esperanza y la positividad. Los intentos de raciocinio y civilización quedan sepultados y masacrados ante una visión esquizofrénica de los personajes. Para ello, el director deposita mucha confianza en sus actores, quienes, pese a que la atmósfera se prestaba a caer en la teatralidad, logran bordear esa posibilidad, al mismo tiempo que afrontan con entereza situaciones donde deben exponerse emocional y físicamente de formas muy poco embellecedoras. “El Hoyo” es una propuesta arriesgada que, afortunadamente, desemboca en buen término, aunque ello suponga dejar por el camino a un público acostumbrado a propuestas más complacientes.    

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