¡OJO, CONTIENE SPOILERS!
Queen es, sin duda, leyenda de la música del siglo XX y
la figura de Freddie Mercury, un verdadero icono del rock. Su
canciones y su historia son ampliamente conocidas por sus seguidores
y el anuncio, hace en torno a 10 años, de una película contando sus
vivencias atrajo enseguida la atención del público. Diferentes
directores y artistas pasaron por el proyecto antes de que se hiciera
realidad. Los que estuvieron más cerca de llevarlo a cabo antes de
la llegada de Bryan Singer y Rami Malek fueron Stephen Frears y Sacha
Baron Cohen. Sí, el humorista, que por aquel entonces era famoso
gracias a la película “Borat”, fue durante una temporada la
apuesta fuerte para encarnar Mercury. Finalmente, su visión del
proyecto no recibió la aprobación de Brian May y Roger Taylor,
particularmente por la forma cruda y explícita en que querían
tratar en pantalla la vida privada de Freddie Mercury. La elección
de Singer tampoco estuvo libre de polémicas. Los problemas legales
del cineasta, el miedo a que el caso de Kevin Spacey pudiera destapar
nuevas acusaciones de abuso sexual hacia el director y las continuas
ausencias del set propiciaron que el estudio le despidiera cuando aún
quedaba rodaje por delante. Su sustituto fue Dexter Fletcher, más
conocido por su faceta de actor y quien posteriormente ha pasado
también a dirigir “Rocketman”, el biopic de Elton John.
“Bohemian Rhapsody” abarca el periodo histórico
desde que Mercury conoce a Roger Taylor y Brian May, siendo estos aún
miembros de la banda Smile, y cómo tras la partida del cantante Tim
Staffell los tres se animaron a crear Queen, hasta el triunfal éxito
obtenido con su actuación en el Live Aid de 1985. La cinta trata
también la importante relación del cantante con Mary Austin, su
salida del armario, su intento de carrera en solitario, su promiscua
vida sexual, su relación con las drogas y el descubrimiento de que
era seropositivo, todo esto acompañado por una extensísima
selección de temas musicales del grupo. El nivel de guiños y huevos
de pascua dirigidos a los connoisseur de la mítica de Queen y
la música rock de la época es extensísimo, aunque se echa de menos
más cameos de otros artistas de la época, especialmente David Bowie
(la ausencia de Montserrat Caballé queda justificada por ser
posterior al margen temporal que aborda la película). En este
sentido, la cinta se convierte en una montaña rusa de emociones,
pensada para arrastrar al espectador durante dos horas y veinte
minutos, sin que sienta el peso del metraje y salga de la sala con
los pelos de punta y lágrimas en los ojos. Si eres amante de la
música de Queen (¿alguien no?) resulta extremadamente difícil
mantenerte en la butaca sentado y no aplaudir al final. Pero seamos
sinceros, esto se debe más a la música que a las cualidades
cinematográficas de la película (en nuestra opinión, bastante
deficientes y espinosas).
En el apartado interpretativo destaca principalmente la
espectacular labor de Rami Malek mimetizando y dramatizando al
personaje de Freddie Mercury, pero en general no podemos poner pegas
al reparto. No sólo no hay ni una interpretación que chirríe en el
conjunto, sino que además, el parecido físico entre los actores y
sus referentes es casi sobrenatural (Gwilym Lee es casi
indistinguible del verdadero Brian May, delatándose únicamente
cuando toca la guitarra). En esto ayuda muchísimo la labor de
vestuario. La fortuna de llevar a la pantalla a un grupo como Queen
es que la documentación audiovisual es extensísima, lo que ayuda a
recrear mejor indumentarias, pero también la forma de hablar, cantar
y moverse de los personajes. El aspecto negativo aquí lo ponen las
pelucas y protésicos, que rompen la apariencia de verosimilitud de
la imagen. La dirección de Singer/Fletcher es correcta, con algunos
momentos notables y lo suficientemente enfática como para subrayar
aquellos componentes dramáticos que van a tener importancia y
prolongación en la película (por ejemplo, la relación del
protagonista con su padre); sin embargo, en ningún momento, la
puesta en escena logra destacar más allá de su valor mimético,
cayendo bastante a menudo en el regodeo melodramático (como por
ejemplo su vergonzoso y manipulador uso del tema “Who Wants to Live
Forever” en un momento determinado de la película; un tema, por
otro lado, cuya autoría se sale del marco temporal que abarca la
película).
Al igual que cualquier película histórica o basada en
hechos reales, todo biopic requiere de cierta ficcionalización de
personajes y situaciones. La vida real no sigue una estructura
clásica de guion cinematográfico, de ahí que algunas cosas deban
alterarse o perfilarse para ajustarse a las necesidades del relato
cinematográfico. Hasta ahí, todo correcto y asumido. Pero, ¿qué
sucede cuando los autores de una película deciden reinterpretar la
historia para amoldarla a su discurso? A los conocedores de la
cronología de Queen le chirriará el desorden temporal en la
introducción de las canciones. Algunas de manera arbitraria, otras
para intentar dar una relación dramática entre un acontecimiento y
la temática de la letra. El guion de Anthony McCarten (con
participación en el desarrollo del argumento de Peter Morgan) busca
crear un arco argumental de superación personal, éxito, caída en
desgracia y redención con el que darle al espectador un patrón
dramático que pueda identificar y que le suponga emocionante y
excitante, aunque, por otro lado, la cinta ignora por completo al
resto de la banda. La información que recibimos de Brian May, Roger
Taylor y John Deacon es totalmente anecdótica y subordinada por
completo a la estela de Mercury.
El primer problema de esto es la manera en la que se
tergiversa la historia real para meter con calzador los clichés
dramáticos con los que emocionar al espectador. Por ejemplo, Queen
no se disolvió por el interés de Mercury de emprender una carrera
en solitario, simplemente se tomaron un tiempo para poder desarrollar
todos proyectos en solitario (Roger Taylor sacó dos discos en
solitario, en 1981 y 1984, y Brian May hizo también sus pinitos por
su cuenta con Star Fleet Project en 1983); por otro lado, se anticipa
el diagnóstico de la enfermedad a 1985, para hacerlo coincidir con
la reunión del grupo y el éxito del Live Aid, añadiendo un empuje
emocional a todo el clímax final, cuando en realidad, Mercury no
supo de su enfermedad hasta 1987. Cerrar la trama en este concierto
es también un recurso forzado, máxime cuando a la banda aún le
quedaban por publicar otros tres álbumes tan importantes como “A
Kind of Magic” (1986), “The Miracle” (1989) e “Innuendo”
(1991). Precisamente toda la elaboración de este último disco, con
un Freddie Mercury al borde de sus fuerzas y dispuesto a despedirse
por todo lo alto, suponía un clímax dramático extraordinario y que
queda aquí totalmente ignorado. En su lugar, se ha preferido hacer
una reproducción prácticamente íntegra de su participación en el
concierto del Live Aid, sin duda, la mejor parte de toda la película
y un cierre espectacular, pero, una vez más, gracias al peso de la
música, no por sus valores cinematográficos (desafortunado ese efecto pantalla que genera el croma con las imágenes desde el escenario del estadio y el público.).
Como decíamos antes, la alteración de los hechos
reales, la cronología o el disfraz de algunas situaciones es terreno
común y asumido de los biopics, pero, en nuestra opinión, aquí
esto provoca lecturas más espinosas y desafortunadas. En primer
lugar, la cinta da muchísimo valor a la relación entre Mercury y
Mary Austin (justificado, ella fue sin duda una figura fundamental en
su vida y hasta ahora esto no se había reivindicado lo suficiente) y
al mismo tiempo se pasa muy de puntillas por sus relaciones
homosexuales, tocando de manera colateral sus famosas orgías o su
consumo de drogas y más de manera implícita que explícita. El
regreso a la familia (Queen, la reconciliación con su padre y el
regreso de Mary a su vida) junto con el inicio de una relación
estable (homosexual, pero estable) con Jim Hutton abre las puertas a
la redención del personaje. Al mismo tiempo, anticipar el
diagnóstico de la enfermedad le da a la cinta un carácter moralista
conservador, devolviendo al SIDA a ese peligroso puesto que creíamos
ya superado de castigo divino a los homosexuales por su pecaminosa
forma de vida (sorprende que este mensaje forme parte de una película
de Bryan Singer).
Encontramos en la película también un peligroso
carácter revanchista. En algunos casos, a modo de puya sarcástica,
como en el caso de Tim Staffell (quien llevado por su ambición dejó
en la estacada a May y Taylor y que posteriormente no llegó a nada
frente al éxito de Queen) o Ray Foster (personaje ficticio en el que
se resumen todos esos ejecutivos que no creyeron en la banda en sus
orígenes, eso sí, con un espléndido Mike Myers haciendo un guiño
maravilloso a su película “Wayne's World”), pero en el caso de
Paul Prenter (quien falleció en 1991, por lo que no puede defenderse
de la imagen que da la película de él), los guionistas encuentran
al villano perfecto para la película: es él quien saca a Mercury de
Queen y quien le introduce en un mundo sórdido de orgías, drogas y
prostitución. No vamos a convertirnos aquí en defensores de
Prenter, quien además, jugó un rol muy vengativo al sacar a la luz
la vida privada del cantante; sin embargo, en la película se
convierte en el cabeza de turco para poder exculpar a Mercury del
estilo de vida que llevó entre finales de los 70 y el primer lustro
de los 80. Éste pasa así de ser protagonista de la película a un
elemento pasivo que se deja llevar por un pérfido maestro de
marionetas que le enfrenta con todos los pilares positivos de su vida
y, por ende, responsable último de que contraiga el SIDA.
“Bohemian Rhapsody” es una película muy disfrutable
si lo que queremos es conmemorar la música de Queen. Tiene también otros
valores muy positivos, como la interpretación de Rami Malek, y como
viaje emotivo lleva al espectador allí a donde quiere, pero las
herramientas que emplea para ello no nos parecen honestas y, en
nuestra opinión, queda lejos de ser la película que esperábamos
sobre la banda de rock o sobre Freddie Mercury. Afortunadamente,
siempre nos quedará la música.
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