El cine de Cesc Gay se ha
caracterizado por narrar historias cercanas y humanas, contemporáneas y
cosmopolitas, donde sus personajes se enfrentan a situaciones cotidianas que
ponen en la balanza conceptos como la amistad, la sinceridad o la lealtad.
Siguiendo en esta misma senda, su último trabajo, “Truman”, aboga también por
un trabajo introspectivo, donde el drama existencial se conjuga con una
subversiva carga de humor, que ayuda al cineasta a sortear los estereotipos y
lugares comunes propios de este tipo de historias. La cinta se centra en la
relación de dos amigos, Julián y Tomás, largo tiempo distanciados, y que se
reúnen con motivo de la enfermedad terminal de uno de ellos (Julián). En sus
últimos días juntos, bajo la excusa (macguffin en toda regla) de buscar a
alguien que cuide de Trumán, el perro del protagonista, tras su muerte, vivirán
momentos, anécdotas, sencillas y aparentemente irrelevantes, pero a las que la
proximidad de la muerte cargan con un significado más profundo. Y es que, al
igual que en otras películas de Cesc Gay, nos encontramos ante una sucesión de
situaciones en las que aparentemente no pasa nada, pero que, sin ceñirse a los
patrones canónicos de la narrativa cinematográfica, sí sirven al cineasta para
desarrollar las temáticas propias de su cine.
Tres son los conceptos básicos sobre
los que se construye la película: la amistad, la sinceridad y la muerte. Ésta
última sobrevuela toda la película, en muchas ocasiones incluso haciéndose referencia
a ella de manera directa y explícita, pero sin caer nunca en el morbo o el
sentimentalismo de mostrar en pantalla el sufrimiento agónico del protagonista.
Lo que si percibimos ante todo es cómo marca la forma en que el resto de los
personajes se relacionan con Julián. “Truman” es, ante todo, una película sobre
la amistad, donde los añadidos románticos son secundarios y prescindibles. La
amistad queda reflejada principalmente en la estrecha relación entre los dos
protagonistas, aparentemente antagónicos, pero complementarios. Mientras Julián
es extrovertido, desafiante y egoísta, Tomás es tímido, mediador y generoso. En
este sentido, la aportación que se hacen mutuamente queda perfectamente
reflejada en la secuencia en la que se confiesan qué habían aprendido el uno
del otro. Tomás tiene una vida ordenada, tradicional, económicamente acomodada,
es una persona confiable, disponible cuando hace falta su ayuda; mientras que
Julián ha preferido un estilo de vida más epicúreo, dejándose llevar por sus
instintos, disfrutando de los placeres más básicos y arriesgándose a romper
cualquier conformismo con tal de sentirse vivo, aunque eso en ocasiones le haya
llevado a actuar de manera mezquina e ingrata con los que están a su alrededor.
En cierta forma, a pesar de la enfermedad que le está corroyendo, es Julián
quién se siente más vivo y quien mejor ha asimilado la cercanía de la muerte.
La sombra de la muerte descubre también la sábana de las apariencias. Julián,
acompañado de Tomás a modo de fiel escudero, se convierte así en adalid de la
verdad, destapando las hipocresías que le rodean y abanderando la sinceridad
como armadura para terminar de cerrar los cabos sueltos de su vida.
Cesc Gay rueda esta historia con su
sentido habitual de cercanía y cotidianidad. La historia fluye de manera
sencilla y sin aspavientos, evitando artificios narrativos, manteniendo el
objetivo en los personajes y recreándose en las localizaciones de Madrid, para
dar al conjunto un ritmo pausado y ameno. Hay que destacar la excelente
dirección de fotografía de Andreu Rebés, que consigue dar una cálida
luminosidad a la imagen. El cineasta evita que su puesta en escena llame la
atención del espectador y deposita el atractivo de la función en el trabajo
interpretativo, especialmente en la soberbia labor de los dos actores
protagonistas, Ricardo Darín y Javier Cámara, quienes, al igual que sus
personajes, saben complementarse el uno al otro y darse la vez para que, lejos
de generarse un duelo interpretativo, lo que presenciemos sea un trabajo de
equipo. En labores de reparto, destacar la participación de Dolores Fonzi,
Eduard Fernández, Àlex Brendemühl, Elvira Mínguez o José Luis Gómez, entre
otros. La naturaleza episódica de la narración permite que cada uno de ellos
tenga su momento de lucimiento, pequeñas apariciones, pero con suficiente peso
dramático como para tener una esencia propia.
Con “Truman”, Cesc Gay nos ofrece un
trabajo a la altura de su excelente trayectoria cinematográfica, consiguiendo
además una obra más cercana al público, gracias precisamente a la calidez de la
historia y lo humano de sus personajes principales. Se trata de una obra sin
grandes pretensiones, pensada para ser saboreada despacio por el espectador,
regodeándose en cada situación, en unos diálogos ingeniosos y frescos, y dejándole
partir con una reconfortante sensación de optimismo y felicidad.
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