Entre el año 2000 y 2002, tres fueron las películas que forjaron el estrellato de Vin Diesel, “Pitch Black”, “A Todo Gas” y “xXx”. El actor, que previamente había optado por títulos de diferente índole (“Salvar al Soldado Ryan”, “El Gigante de Hierro”, “El Informador”), pasó de la noche a la mañana a convertirse en una de las principales bazas del cine de acción en un momento en el que el modelo de actioner de finales del siglo XX estaba ya completamente devaluado. Si bien de todos ellos el que ha acabado siendo más rentable para el actor es el de Dom Toretto en la franquicia de “A Todo Gas”, lo cierto es que la estrella le guardar un mayor afecto al primero de todos, Richard B. Riddick, un asesino convicto, originario del planeta Fury, huido de la justicia y convertido en el gran mariscal del ejército de los Necrófagos la última vez que tuvimos ocasión de encontrarnos con él.
Pero empecemos por el principio. Cuando se estrenó en el año 2000, “Pitch Black” no las tenía todas consigo. Rodada con un presupuesto de escasos 23 millones de dólares, consiguió atraer la atención de la Universal en parte gracias a la reputación que se estaban ganando su director y su estrella. David Twohy era conocido más por su faceta de guionista gracias a su libreto para “El Fugitivo” (aunque previamente había guionizado también algunas cintas de fantasía como “Critters 2”, “Warlock el Brujo”) y su carrera como director le había proporcionado algún éxito discreto como la película de ciencia ficción “¡Han Llegado!”, protagonizada por Charlie Sheen. Interesando en la fantasía más pulp, con “Pitch Black” supo sacar fuerzas de flaqueza y sacar partido de las carencias de la producción para ofrecer un interesante survival espacial. El conflicto de personajes y la creación de suspense cogió a los espectadores por sorpresa y les condujo por una trama sencilla, pero trepidante. Con un metraje ajustado y un inteligente uso del ritmo y la concisión narrativa, la película acabó ingresando 53 millones de dólares en todo el mundo y adquiriendo la etiqueta de película de culto. En 2002 Vin Diesel estaba en la cresta de la ola, su filmografía iba viento en popa y tenía ante sí tres franquicias que se peleaban por contar con él. Con las secuelas de “Pitch Black”, “A Todo Gas” y “xXx” a la espera de su firma para obtener luz verde, Diesel se quedó con uno de sus tres hijos, Riddick, rechazando participar en las otras dos. “A Todo Gas 2” pasó a estar protagonizada por su otra estrella, Paul Walker, e introducir un nuevo personaje, Roman Pearce, interpretado por Tyrese Gibson; mientras que “xXx 2: Estado de Emergencia” quedó en manos de Ice Cube. Por su parte, David Twohy y Vin Diesel tenían planes muy ambiciosos para Riddick. Después de probar las penurias de la primera parte, ahora contaban con 105 millones de dólares de presupuesto para convertir aquella primera entrega sencilla y eficaz en todo un ambicioso y épico universo pulp.
“Las Crónicas de Riddick” pasó a ser todo lo contrario de su primera entrega. Donde antes había un número limitado de personajes, ahora tenían un extenso reparto. Si allí, los protagonistas no eran rostros conocidos, ahora se contaba con intérpretes de cierto peso y prestigio como Colm Feore, Judi Dench o Thandie Newton. Si la acción de “Pitch Black” estaba limitada a un único espacio, ahora el protagonista viajaría por toda la galaxia, al más puro estilo de la space opera clásica. Si en el año 2000 se tuvo que jugar con el suspense y la sugerencia para lidiar con la falta de efectos especiales, ahora se presentaría un lujoso y barroco diseño de producción, con ciudades, naves espaciales y ejércitos recreados por ordenador. Incluso el guion, que en la original era algo meramente funcional, pasaba en la secuela a tomar un tono shakesperiano, con diálogos rimbombantes y guiños a obras del bardo de Stratford-upon-Avon como “La Tempestad” o “MacBeth”. Desgraciadamente, nada de esto redundó en una mejoría en el resultado final, más bien lo contrario. La ambición desmedida por convertir al personaje de Riddick en el protagonista de una saga épica de influencia lucasiana se dejó devorar por su costosa envoltura, mientras que la narración naufragaba en un mar de dispersión y desorden. El resultado fue una película confusa y aburrida, que si bien alcanzó los 115 millones de dólares de recaudación a nivel mundial, quedó lejos de ser rentable para el estudio; mientras que “A Todo Gas 2”, con un presupuesto menor (75 millones), se alzaba con más de 236 millones pese a la ausencia de Vin Diesel.
El fracaso de “Las Crónicas de Riddick” dejó tocada la carrera de su estrella, quien durante cuatro años vio peligrar su continuidad en la industria de Hollywood. Fue su regreso a la franquicia de “A Todo Gas” lo que corrigió ese rumbo de caída libre que había emprendido y que, aprendida la lección, se ha convertido en el principal (casi único) sustento de su filmografía en los últimos cuatro años, encadenando tres secuelas (además de una cuarta ya en proceso de rodaje). Pese al éxito de Toretto, Diesel seguía obsesionado con su personaje de Riddick, hasta el punto de que su cameo al final de “A Todo Gas: Tokyo Race” en 2006, fue un acuerdo llegado con Universal para poder recuperar los derechos de la franquicia del furiano. Tanto él como David Twohy pasaron años intentado dar forma a la tercera entrega, siempre con la barrera del presupuesto obstaculizando sus objetivos. El descalabro de “Las Crónicas de Riddick” les había cerrado las puertas de la financiación, obligándoles a redefinir conceptos y recortar gastos. Finalmente, la producción consiguió el impulso que necesitaba hipotecando la estrella su casa para poder conseguir los 30 millones de dólares necesarios para rodar la siguiente aventura. Financiada por lo tanto de manera independiente y trasladando la producción a Canadá, “Riddick” estaba lista para despegar.
La opción a la que recurrieron los dos artistas fue olvidarse de sus aspiraciones anteriores y regresar a los planteamientos originales. En los primeros minutos de película, “Riddick” se deshace de un plumazo del final abierto de la entrega anterior y nos devuelve a terreno pretérito (enlazando más tarde la trama con la primera película). Durante la primera media hora de metraje, vemos a nuestro héroe abandonado en un planeta hostil, enfrentándose con la violenta fauna para poder sobrevivir. Esta breve pieza sirve para introducir al personaje a los nuevos espectadores, al mismo tiempo que recuerda las características del furiano a los que ya le han acompañado en sus aventuras anteriores. El espíritu puramente pulp y de serie B regresa a la franquicia, al mismo tiempo que se hace una exhibición de fuerza en un intento de demostrar que el escaso presupuesto no es ápice para prescindir de ambiciosos efectos especiales. Es en esta media hora donde el diseño de producción a la hora de presentar el nuevo planeta, así como el CGI empleado para recrear las nuevas criaturas alcanzan su mayor (y mejor) exposición, sin prescindir de ese toque de “cartón piedra” digital que forma parte de la estética de la serie. La descripción de Riddick como impávido tipo duro, un superviviente nato capaz de afrontar todo tipo de amenazas, queda patente en este primer bloque en el que el protagonista se enfrenta a una situación totalmente adversa, en unas condiciones físicas aciagas, y logra imponerse a la naturaleza hostil acogiéndose a la ley del más fuerte.
Lamentablemente, lo verdaderamente interesante y novedoso para la franquicia que aporta esta tercera entrega acaba ahí. Una vez superado ese extenso bloque introductorio y con la llegada del grupo de mercenarios, la hora y media restante de metraje pasa a convertirse en un remake mediocre de “Pitch Black”. Volvemos a tener un ambiente agresivo, con un grupo de personajes curtidos y enfrentados, que deberán solventar sus conflictos y cooperar para poder escapar, con Riddick como paulatino líder y única esperanza de supervivencia. Lo que hace 13 años resultaba novedoso e inesperado, aquí ha perdido todo conato de sorpresa, convirtiéndose la cinta en una réplica carente de originalidad de la anterior. Por mucho que la trama conceda un extenso pasaje de presentación de personajes para el grupo de mercenarios, estos no pasan de burdos clichés, dependiendo exclusivamente de las habilidades de los actores que los interpretan para mantenerse en la memoria del espectador. En este sentido, los dos únicos que lo logran son Jordi Mollá y Katee Sackhoff, el primero llevando su papel a límites de histrionismo caricaturesco que logran que ni él ni los espectadores se lo tomen en serio; la segunda demostrando una vez más su habilidad para encarnar a mujeres de armas tomar (aunque por el camino tenga que sufrir algunas escenas gratuitas y diálogos retrógrados y degradantes, cargados de un machismo trasnochado, por ser la única fémina del reparto). Para colmo de males, esta presentación de personajes supone una larga ausencia del personaje principal, al mismo tiempo que un parón en el ritmo y la acción de la película. Una vez Riddick regresa a escena todo se precipita al enfrentamiento final con las bestias del planeta, enfatizando aún más el tono chulesco del protagonista y lo inverosímil de la acción. La puesta en escena de Twohy busca ser contundente y vibrante, pero no llega más allá de una colección de estampitas propias de las ilustraciones de cualquier novela de ciencia ficción pulp, pero que, más que emoción y entusiasmo, lo que genera en el espectador es estupor e hilaridad.
No podemos considerar a “Riddick” como una secuela de “Pitch Black” y “Las Crónicas de Riddick”, ya que su trama no hace avanzar la historia; más bien es un episodio estanco, sin otra aspiración que hacer caja, mantener la franquicia viva y el interés del espectador a la espera de tiempos mejores con los que poder retomar los ambiciosos proyectos que David Twohy y Vin Diesel tienen para su protagonista. Sin embargo, visto lo visto, poco interés nos genera el futuro de una franquicia que nunca debió ir más allá de aquella buena sensación generada con su primera entrega.
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