jueves, 21 de mayo de 2020

“HOLLYWOOD”. JUSTICIA POÉTICA

---Ojo, posibles spoilers--

En los últimos 20 años, Ryan Murphy no sólo se ha colocado como uno de los showrunners imprescindibles de la nueva televisión estadounidense, sino también en uno de los principales defensores de la visibilización e intergración de la diversidad en materia de raza, género e identidad sexual en Estados Unidos. En sus producciones uno de los temas recurrentes o la base sobre la que construye las características de sus personajes es precisamente dar poder a aquellos sectores generalmente minusrepresentados o estereotipados en el cine y la televisión. Con su última creación, “Hollywood”, vista recientemente en Netflix, va incluso un paso más allá, no sólo dando el protagonismo a los parias de la sociedad, sino también, en un giro tarantiniano, se atreve a reescribir la historia para hacer justicia con aquellos sectores tradicionalmente silenciados en la Meca del Cine.

El Hollywood de 1948 representa el epítome de su época dorada. Las estrellas del cine eran tratados como auténticos dioses sobre La Tierra y los propios estudios se encargaban de que su esplendor llegara al público no sólo desde la pantalla grande, sino también a través de la prensa, la radio o de ese pequeño invento que ya se introducía en los hogares, la televisión. La imagen pública de los actores estaba totalmente prefabricada, construida a medida y mediatizada para dar esta imagen de glamour y, sobre todo, esconder los aspectos más incómodos de cara a la moral imperante. El adulterio, la homosexualidad, el alcoholismo, la drogadicción e incluso el asesinato eran borrados del guion y barridos bajo la alfombra. Los nombres se cambiaban no sólo para resultar más llamativos, sino para esconder orígenes foráneos o judíos. Los defectos físicos se corregían con tupés, alzas, fajas, dentistas, dietistas, etc. Evidentemente, aquellos que no podían disfrazar sus infracciones quedaban fuera de la ecuación, especialmente los actores de otras razas cuyos físicos les delataban. Esa utopía social que suponía Hollywood tenía un horrible reverso. Aquello que no se podía expresar públicamente, se hacía en la oscuridad y lo que el puritanismo rechazaba, dentro de los armarios llegaba a adquirir un comportamiento verdaderamente perverso. En 1959 Kenneth Anger publicó “Hollywood Babilonia”, donde destapaba algunos de los secretos sucios, de la crónica negra del Hollywood dorado. Con el paso del tiempo se ha ido destapando gran parte de la corrupción de la Meca del Cine. Scotty Bowers ha sido uno de los últimos en aportar un retrato de ese mundo secreto con la publicación en 2012 de su libro “Servicio Completo. La Secreta Vida Sexual de las Estrellas de Hollywood”, donde desvelaba una red de prostitución principalmente masculina que él lideró desde una gasolinera y que cubrió las necesidades privadas de muchas estrellas de ambos sexos de los años 40, 50 y 60. A esto se suma los imperativos a muchos aspirantes a actores y actrices que tenían que aceptar las exigencias sexuales de productores, directores y agentes para poder tener una oportunidad en los grandes estudios. Muchos pasarían a ser estrellas (Clark Gable, Marilyn Monroe, Joan Crawford) cuya fama ha estado acompañada por la leyenda negra de la prostitución, el sometimiento sexual o incluso el tener que rodar películas pornográficas privadas para satisfacer a muchos depredadores sexuales de la época. Éste es el contexto en el que tiene lugar “Hollywood”, un retrato que, desgraciadamente, sigue vigente, como hemos podido ver en casos recientes. Estos son, sin duda, unos ingredientes absolutamente sórdidos y que daban pie para una serie realmente ácida, morbosa y oscura. Sin embargo, aunque no niega nada de esto, Murphy prefiere crear una realidad alternativa donde, como en las películas de la época, los buenos salen triunfales y la cruda realidad queda, una vez más, barrida bajo la alfombra, pero en esta ocasión para enaltecer a los discriminados.

En la serie, Murphy combina ficción y realidad. Hay una serie de personajes, situaciones, referencias que parten de la historia real del Hollywood de la época. El suicidio de Peg Entwistle, el 16 de septiembre de 1932, saltando desde la H del cartel de Hollywoodland en el que se basa la película que está rodando Raymond Ainsley (Darren Criss) es un hecho real. Personajes como Rock Hudson (Jack Picking), Henry Wilson (Jim Parsons), Anna May Wong (Michelle Krusiec) o Hattie McDaniel (Queen Latifah), evidentemente existieron. Otros como Ernie West (Dylan McDermott) son ficticios, pero se inspiran en figuras reales, en este caso, el ya mencionado Scotty Bowers. En este sentido, el componente cinéfilo de la serie es, obviamente, alto. El deambular de grandes nombres del cine clásico por la pantalla (generalmente con un retrato poco favorecedor) es también uno de los alicientes de la serie y ayuda a contextualizar la historia, además de aportar algo de la intrahistoria de Hollywood. Sin embargo, los principales personajes protagonistas el actor Jack Castello (David Corenswet), el director Raymond Ainsley, las actrices Camille Washington (Laura Harrier) y Claire Wood (Samara Weaving) o el guionista Archie Coleman (Jeremy Pope) son enteramente ficticios, aunque en sus tramas particulares podamos encontrar referencias a un amalgama de casos reales. La influencia de los elementos de ficción sobre la base histórica es lo que utiliza Murphy para hacer un viraje en los acontecimientos reales y reconducirlos por caminos de redención y reconocimiento a toda una legión de artistas con aspiraciones que nunca llegaron a nada, con sus sueños aplastados por las aspas de la industria. La teoría de la serie es sencilla. ¿Qué sucedería si un conjunto de artistas hubiese encontrado un el Hollywood de finales de los 40 el apoyo necesario para rodar aquella película que ningún estudio hubiese producido? Es más, ¿qué hubiese sucedido en Hollywood si una cinta creada por aquellos talentos repudiados hubiese sido un éxito de taquilla y hubiese liderado un cambio social en los Estados Unidos desde Hollywood hacia el resto del país?

El reparto de la serie es bastante heterogéneo. Tenemos por supuesto algunos de los rostros habituales de las producciones de Ryan Murphy, como Darren Criss (“Glee”, “American Crime Story. Versace”), pero, sobre todo, podemos establecer una división entre los jóvenes actores protagonistas y el elenco de secundarios veteranos. Los primeros cumplen su función con corrección y elegancia, pero no van más allá de ahí, en parte debido a tener que encarnar personajes cuyo discurso está por encima de su construcción dramática. En nuestra opinión, Pope, Harrington y Criss conectan muy bien con sus personajes, mientras que Corenswet resulta un tanto limitado y Jack Picking nos parece un rotundo error de casting para Rock Hudson (sumándose que, en su intento de redimir al actor clásico, han creado un personaje que parece más bien una parodia indecorosa del verdadero Hudson). En cualquier caso, el carisma, los registros, el glamour, la verdadera empatía la transmiten los veteranos McDermott, Holland Taylor, Patti LuPone y un inesperado y sorprendente Joe Mantello como el productor Dick Samuels.

Hay dos elementos que nos llaman la atención. El primero es la falta de revanchismo por parte de Murphy. Es cierto que el trasfondo racista y homófobo del país es evidente desde el principio y que la visión que da de algunos artistas como George Cukor o Vivien Leigh no es la más favorecedora a su legado artístico. La serie no oculta cómo la homosexualidad camuflada de las personas de poder en la industria se alimentó del abuso de los jóvenes aspirantes a estrellas (abusos sexuales que también provenían de los magnates heterosexuales hacia las jóvenes actrices, todo sea dicho, pero en la serie se denuncia más el caso homosexual). El personaje de Henry Wilson es realmente atroz, especialmente en los primeros episodios, y la forma en que experimentamos los abusos y la falsa identidad que tuvo que asumir Rock Hudson en la vida real es verdaderamente dolorosa. Sin embargo, pese a esto, la serie, a medida que avanza, va convirtiendo a adversarios en aliados. No existe una personificación de la vileza de aquel Hollywood, sino que todo forma parte de un contexto social general y abstracto, de una sociedad con prejuicios en la que existe el Ku klux Klan, pero sin llegar nunca a concretarse en alguna figura específica. A Murphy no le interesa que ese racismo y esa homofobia quede encarnada en un villano a abatir, sino que quede patente que esas lacras vienen producidas por un contexto social y que con la educación adecuada, con la visibilización y la reivindicación correcta, esa sociedad puede abrir los ojos y superar los miedos y los prejuicios. El segundo componente es su tono. La serie erradica conscientemente todo cinismo y prefiere asentarse en un tono naíf y edulcorado, artificioso, como el de las películas de la época. Aunque el discurso sobre la diversidad en la sociedad sea actual, aunque se traten temas y se muestren escenas de contenido sexual en aquel momento tabú por la censura del Código Hays, los personajes hablan y se comportan como en una película del Hollywood clásico, los decorados, el vestuario, los peinados corresponden a esa estética estilizada, impoluta del cine de los años 40 y 50. En ese sentido, hay un componente metalingüístico, no sólo en lo que se refiere a que somos testigos de cómo funcionaban los estudios y se rodaban las películas en ese periodo, sino también porque la propia serie canibaliza la esencia de aquella forma embellecedora de retratar la realidad. Estos dos aspectos definitorios de la serie pueden suponer, sin embargo, su principal traba. En primer lugar porque el mundo de hoy y los espectadores actuales ya no tienen aquella inocencia, sino que la sociedad se ha vuelto cínica y recelosa, por lo que los acontecimientos de la serie y la forma en que evolucionan y se solventan los conflictos pueden resultar inverosímiles y pueriles para un público actual. Desgraciadamente, el conocimiento que tenemos hoy en día de la historia de Hollywood, la colección de personas que fueron rechazadas sin piedad por el color de su piel, por su orientación sexual, por su clase social; la crónica negra real de esa época, con violaciones, suicidios, asesinatos que quedaron silenciados, todo esto hace que el mensaje luminoso y optimista de Ryan Murphy pierda solidez. Dicho de manera sencilla, todo es demasiado bonito para ser cierto.

En cualquier caso, vale la pena adentrarse en esta realidad alternativa y dejarnos llevar por una forma de ver el mundo que dejó de existir hace 60 años. El Hollywood dorado prometía evasión, liberarnos de nuestros problemas, al menos mientras nos hipnotizara la pantalla. Nos elevaba de la cruda realidad y nos hacía creer (o nos dejábamos engañar) de que un mundo mejor era posible y estaba a nuestro alcance. Ese es el espíritu que quiere recuperar “Hollywood”, y con sus defectos y sus virtudes, hay que decir que pocas producciones hoy en día se atreven a eso.  

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